viernes, 18 de diciembre de 2009

Escribir un libro

Emprender la escritura de un libro, sobre cualquier tema, suele ser un asunto complicado. Hay miles de decisiones a tomar: estilo, tono, coloratura, tamaño, etc. Son asuntos que el escritor debe enfrentar antes de afrontar la aventura de poner en palabras o gráficas sus pensamientos. Pero si ello resulta afanoso para una sola persona, tanto más lo constituye escribir un libro por múltiples plumas.

Es la segunda vez en la que soy partícipe de un libro “cooperativo” editado por la Fundación Venezuela Positiva, que tan atinadamente dirige Heraclio Atencio Bello. Hace algunos años él me invitó a escribir un capítulo para “Opinando en femenino”, una producción que, como se presupone de su título, presentaba a mujeres empuñando no las armas sino las plumas, para expresar sus pareceres sobre los temas más diversos.

Hará unos diez meses, Heraclio me invitó a juntarme en un esfuerzo en extremo complejo, el de contar la historia política de Venezuela. Para ello, el “jefe” (como terminamos denominándolo) convocó a cuatro decenas de historiadores, sociólogos, internacionalistas, abogados, politólogos y periodistas. Había en la lista de autores nombres sobresalientes, gentes de esas que una lee y admira por su conocimiento y la capacidad para el análisis y la comunicación. ¿Cabía yo, una simple y sencilla escribidora de oficio, entre tanto y tanto “chivo” de las letras? Dios, reconozco que me asusté. Pero algo me decía que debía plantarle cara al reto.

Para complicar aún más mi ya muy azarosa situación, pues Heraclio me pidió, no que escribiera sobre algún presidente respetado (Carlos Soublette o José María Vargas o Raúl Leoni); ¡qué va!; me asignó nada menos que a Jaime Lusinchi, un presidente por cuya gestión, que padecí en carne viva, no siento ni un ápice de respeto aunque por él, como persona, no siento sino lástima. Escribir sobre ese presidente y esa época no me sería fácil.

Durante meses, todos los autores recibimos los textos de los otros. Llegó un momento cuando todos nos escribíamos en una suerte de sortilegio de complicidades. Cada día surgían verdaderas tertulias cibernéticas.

Hace poco menos de un mes, el libro, “Tierra Nuestra”, fue bautizado. Está ya disponible en las librerías. Heraclio logró lo que parecía misión imposible: que muchos venezolanos armáramos el rompecabezas de las piezas rotas o extraviadas de nuestra propia historia, de los aconteceres, dislates, devaneos irrelevantes, sudados logros, agrios sinsabores e ilusiones a veces sin destino de esta tierra nuestra. Es la primera obra escrita que se realiza con miras al bicentenario de los sucesos de 1810 y como preludio a los muchos análisis que tocará hacer para disponer de ellos cuando se conmemoren los doscientos años de aquel 5 de julio de 1811, eso si de veras y en serio queremos entender y entendernos, si de veras y en serio queremos hacer de nuestra memoria algo más que un adorno inútil, si de veras y en serio nos decidimos de una vez por todas a abandonar la ruta pantanosa de un país que con sus doscientos años a cuestas no consigue sin embargo ser un país. Los invito a buscar el libro y curucutearlo. Está lleno de sorpresas. Es la historia de esta tierra nuestra.

martes, 8 de diciembre de 2009

Un año que viene

Este año que se va pasó rápidamente o fue muy largo, a según se mire. Para los jóvenes, todo pasa muy lentamente. Ellos quieren, como quisimos nosotros en el pasado, comerse el mundo a bocados. Para los que ya somos adultos, el asunto es más lentecito. “Todo pasa y todo queda”, como escribe el poeta Machado. Para los que andan pegados de las faldas del gobierno, este año fue un “hit con las bases llenas”. Los “boliburgueses” o “bolichoros” hicieron caída y mesa limpia, mejoraron exponencialmente su calidad de vida y se agenciaron no pocos negocios de esos que producen muchos dividendos con poco riesgo y casi sin sudar, mientras los “no alineados”, es decir, los que no estamos de acuerdo con este gobierno vagabundo y sátrapa, en 2009 pasamos más trabajo que el perro de El Fugitivo y tuvimos que hacer sortilegios para poder reunir los cobres para que esta navidad no pasara por debajo de la mesa.

A mí no me gusta la navidad, o para ser más clara y específica, no me gusta en lo que se ha convertido la pascua en nuestro país. Hemos adquirido una estética mal colorida, que ya no se sabe qué origen tiene. Y la gente cae en una actitud pegostosa y almibarada, preñada de falsos amores, porque es “políticamente correcto” que quienes durante todo el año se dijeron sapos y culebras, como por arte de magia, nomás asomarse las fiestas navideñas, cambien los insultos más airados por una besuqueadera y abrazadera cursilonas con presencia y tufo a billete de treinta que me resulta francamente intolerable. Para nada ni cosa alguna, porque no vayamos a creer que se han enterrado las hachas. ¡Qué va! En enero vuelven a las andadas, a decirse de todo menos bonito y a declararse en pie de guerra.

Humm
Pero no todo me disgusta de estas fechas. Me encanta, por ejemplo, la gastronomía. Amo las hallacas, y el pan de jamón, y el jamón de navidad, y la ensalada de gallina, y el pernil, y los turrones. ¡Qué rico! No soy de esas que cree que las únicas hallacas buenas son las de mi mamá. No, a mí me gusta casi cualquier hallaca, salvo las extrañas esas que llaman “deconstruidas”, que vienen a ser como cocinar para atrás y terminar ofreciendo una hallaca que se presenta en una copa de Martini contentiva de los sabores de la tradicional “multisápida” pero convertida en espuma de colores y con alguna pinturita verde por encima que sustituye a las hojas de plátano o bijao habituales. De esas, no gracias. Hay cosas en las que no voy a ceder.

Suelo dedicar el asueto navideño a poner en orden papeles, closets y pensamientos. No es tarea fácil para alguien que tiene manía de conservar todo, incluidas todas las tarjeticas de los bautizos y comuniones a los que ha asistido, montañas de recortes de periódicos y cerros de papelitos con frases escuchadas o con recetas de exquisiteces conseguidas en un incansable curucutear por la vida. No voy a las tiendas porque me agobia el gentío y el ruido. Visito a vecinos y utilizo la maravilla del Internet para enviar tarjetas de navidad a mis muchos conocidos y amigos que viven aquí en Venezuela o en otras latitudes.

Acción de gracias
Otra cosa que hago mucho en navidad es rezar. Más que para pedir, oro para dar gracias. Agradezco a Dios, a la Virgen y a San Antonio (el santo que vela por los Morillo) el estar viva para contarlo y estar mediamente bien de salud. Les agradezco también por la salud de mis seres queridos y el que los chamos de mi familia no hayan caído víctimas de una inseguridad ciudadana que el gobierno nada hace por solucionar, aunque el librito azul diga claramente que es responsabilidad del Estado salvaguardar las vidas y las pertenencias de todos cuantos poblamos esta nación. ¡Qué manera de irrespetar la Constitución!

Tiempo de reflexión
Para mí la navidad es tiempo de meditar, de reflexión, de pensar en qué hacer para contribuir con el progreso de mi país. Hago mucho, eso dicen algunos, y sin embargo no estoy, en modo alguno, satisfecha. Soy, quizás, ese tipo de persona que cree firmemente en que sin el buen quehacer no hay cómo salir de los escollos. Y en este país hay demasiada gente dedicada al oficio de mirar los toros desde la barrera, demasiada gente afanada en el cotilleo intrascendente, demasiada gente sumergida en la búsqueda de echarle la culpa a alguien. Hay miles o millones de personas que enterraron el espejo hace años y ni le pusieron encima para al menos saber dónde lo sepultaron. Al referirse a ellos, algunos los tildan de avestruces, concepto incorrecto considerando que no es cierto que los avestruces tengan la costumbre de enterrar la cabeza, porque si lo hicieran morirían asfixiados. Yo los llamo más bien tortugas o caracoles. Se meten en su “casita”, y allí dentro continúan en su lamentación. Y como son altamente gregarios, se juntan con otras tortugas o caracoles a criticar. Claro, criticar es fácil, y más si se siente devoción por Poncio Pilatos.

Generación “progre”
Menos mal que la nueva generación no cree en nada eso. Por fortuna, son talentosos y globalizados. Están enteradísimos de lo está sucediendo en el mundo y no caen en el expediente lastimoso de creer que lo que está mal hoy se pondrá peor mañana. Ellos, los chamos, para mi beneplácito, ven el futuro con ojos de luz y no de oscuridad. No sufren miopía ni el intelecto ni el espíritu. Son hiperactivos, buscan y buscan hasta hallar lo que quieren. Y no se rinden. Ellos, con esa energía y esa mentalidad “progre” van a cambiar a Venezuela. Nada los va a detener y mucho menos una gente que cree que por la vía de una revolución decadente y trasnochada se puede liquidar el futuro. A la mayoría de los chamos no les gusta el gobierno. Les parece que es un esperpento, que piensa en chiquito, que es la flor y nata de la incapacidad. No le compran el patrioterismo ramplón y la neurosis paranoica con el imperio les parece una gigantesca bobada o, más bien, una tremenda farsa. Es cierto, los jóvenes tampoco parecen entusiasmarse mucho con lo que ven en la “acera de enfrente”, es decir, por los lados de la oposición. Si uno se sienta a conversar con cualquier muchacho, muy probablemente tendrá que escuchar frases bien gruesas y críticas muy severas. Son señales que haríamos bien en atender y comprender. Si nadie le está llegando a los jóvenes, por algo será, por algo que estamos haciendo muy mal será.

De nosotros depende
Entonces, si queremos una navidad que sirva para algo, si de veras deseamos que no sea una fiesta más en nuestras vidas, de esas que sólo se traducen en una resaca, entonces hay que entender que el año se va (al fin) y que el año que viene será tan bueno como queramos que sea, siempre y cuando procesemos de una vez por todas que con la tediosa y constante quejadera no llegaremos a ninguna parte buena. Daremos una vuelta, sí, pero de 360 grados. Y por esa actitud e inacción patéticas, los muchachos nos mirarán con lástima y con fastidio y nos dejarán como burro amarrado en la puerta del baile, porque ellos no se van a calar el llantén. No se van a dejar contagiar por el virus del “aquí no hay nada que hacer”. Ellos seguirán adelante.

Feliz 2010. Y lo digo de veras. Lo recibo con los brazos abiertos. Como cantaba la inolvidable Billo’s Caracas Boys en los picoteos de fin de año: “… un año que viene y otro que se va…” Amén.

Los trepadores

Hay pocas maneras de enriquecerse lícita y rápidamente. Una es el premio gordo de la lotería; otra, heredar de un pariente megamilonario. Una tercera, inventar algo de alta demanda de mercado, cuya licencia sea vendida a una trasnacional de esas que pagan fortunas por este tipo de “money makers”. De resto, por la vía del trabajo honesto “magnatizarse” es asunto de años de esfuerzo.

Consecuencias nefastas tuvo el paro de 2002-2003. Pagaron justos por pegadores. El gobierno, irresponsable como es, prefirió la quiebra de muchas empresas antes que ceder a las peticiones de una sociedad que exigía genuina democracia. Una de las más perversas consecuencias fue la aparición de oportunistas que vieron en aquella crisis la ocasión para negocios redondos. Uno de ellos fue Fernández Berruecos, epítome de la burguesía chavista, que se magnatizó al hacerse uno de los principales suplidores de esa cueva de ladrones que es Mercal. Allí, en ese antro que recibe cero vigilancias del inútil Contralor General de República, comenzó a amasar Fernández Berruecos una gruesa fortuna fétida que le abrió la puerta para aún mayores negociados con el gobierno. Claro, para “entrar” hay que repartir tajadas con algún funcionario del gobierno, coimas que se incrementan tanto en cuanto el funcionario tenga más peso en la escalera de poder o cercanía o parentesco con los chivos del gobierno.

Fernández Berruecos siguió “progresando” y acabó agenciándose unos bancuchos en los que el Estado hizo depósitos megamillonarios, financiando así su zarpazo con reales del pueblo. Un gigantesco chanchullo. Chávez grita como loco. O es cierto que es inocente de toda esta sinvergüenzura (en cuyo caso es un gafo de marca mayor, títere de unos cuantos bribones), o sabía del asunto y se hizo el zoquete, o está metido hasta los tuétanos en esta estafa que es de “Guiness”.

Además de Fernández Berruecos, en esta nausea están implicados muchos más, perfectos desconocidos ayer, magnates hoy. Están Arné Chacón, a quien Chávez niega como San Pedro a Cristo, y otros muchos de la intimidad miraflorina y de la familia presidencial. Son los trepadores, los “socios”, los burgueses chavistas. Haremos mal en dejar pasar esta nueva barbaridad del gobierno de Chávez.

Navidad seca

Mientras Chávez habla más que radio prendío tratando de explicar cómo fue que ocurrió esta estafa megamillonaria de la burguesía chavista, mucha gente pasa las de Caín tratando de ver cómo pasa esta navidad que se vislumbra más seca que las arenas del desierto del Sahara. El tipo se fue de viaje, tan campante, luego de horas y horas de hablar paja y de lavarse las manos como Poncio Pilatos sobre este asqueroso asunto. Los empleados de los bancos intervenidos andan por ahí desesperados. Para ellos ha habido lo usual, promesas y más promesas, pero de sus reales, de su sueldo, de sus aguinaldos, nada aún.

Chávez cree que pasará liso de ésta. Que basta con que se haya mandado en ataques contra los ladrones (que son de su directísimo entorno), que se haya puesto presos a unos cuantos y librado órdenes de captura o emitido prohibiciones de salida del país a una manada de pillos chavistas. Sí, chavistas. Porque lo son, porque a partir de serlo entraron en esa cueva de Alí Babá que es el gobierno e hicieron fortunas indecentes y deshonestas, con el beneplácito, la buena pro y el concurso de Miraflores. Mientras muchos advertíamos que los negociados y las coimas abundan, Chávez se desgañitaba hablando maravillas de los nuevos empresarios. Ahora quiere hacerse el inocente. Lo escribí y lo repito: si Chávez nada sabía y se burlaron de su buena fe, entonces es un gafo de marca mayor, uno más de la camada de perfectos idiotas que ha producido nuestro subcontinente en los últimos lustros y que han convertido a nuestros países en territorio de la desgracia. Los que se llenan la boca diciendo que Chávez es brillante, que es más inteligente que Einstein, bien pueden ir amarrándose las lenguas porque su genio es como el bobo del pueblo, ese del que todo el mundo hace sopita.

Yo, por supuesto, no creo en la inocencia y la ingenuidad de Chávez. Y tampoco creo en su inteligencia. Creo más bien que a él el cerebro no le da para entender que no sólo es cuestión de ética y de moral, cuestiones altamente relevantes en el ejercicio de gobernar, sino también es asunto de destrucción del país, tema de cuantiosas pérdidas que asumirá el pueblo, quien en definitiva es quien siempre paga los platos rotos de los desaguisados que hacen y permiten hacer estos gobiernitos de oportunistas y perfectos salvajes.

Los burgueses chavistas, nuevos ricos todos, se pasean exhibiendo sus fortunas. Arrasan en las tiendas más caras, andan en carros a cual más lujoso, beben licores de etiqueta azul y gastan a manos llenas y sin limitación ni moderación algunas. Sus esposas y sus barraganas, mal vestidas y ordinarias todas, pero trajeadas con los trapos más caroso del mundo, inundan las páginas de sociales del continente. Todo el mundo lo ve, menos Chávez. Sí, como no. Muerde aquí.

No es sólo que este país pareciera carecer de memoria, sino que sufre de amnesia próxima. Y si por esa enfermedad le perdona a Chávez este nuevo despelote, bueno, entonces, los pueblos tienen el gobierno que merecen.

Yo quiero pensar que pasar la navidad seca hará que muchos reflexionen y entiendan de una vez por todas lo que está pasando. Que nos estamos arruinando. Gracias a Chávez y su jauría.