miércoles, 21 de julio de 2010

Asunto de libertades

No hay progreso sin libertades. No hay desarrollo tras rejas que limiten los derechos humanos. Me refiero a los derechos civiles, políticos, económicos, educativos, ideológicos. Venezuela, mostrando un atraso cultural de enormes proporciones, se ha convertido en una inmensa cárcel., en la que la gente deambula sin conseguir el bienestar al que tiene derecho.

Sí, derecho. Tenemos derecho a abrir ventanas y puertas a nuestro intelecto y a nuestras capacidades creativas. Tenemos derecho a profesar la confesión que deseemos sin que ello suponga que seamos insultados por funcionarios de medio pelo que como el diputado Carlos Escarrá disfrutan agrediendo. Tenemos derecho a ejercer nuestras profesiones y oficios en libertad y sin caer en expedientes de sujeción y aplastamiento como los que el gobierno nos monta encima a cada rato. Tenemos derecho a la orientación política e ideológica de nuestro deseo. Tenemos derecho a alimentos de calidad y con variedad, a buenos servicios públicos, a que el Estado cumpla con su deber de resguardar nuestras vidas y bienes. Tenemos derecho a que se nos rinda cuenta detallada de los desmanes en los que cae el gobierno en el manejo de dineros públicos. Esos y muchos otros son nuestros derechos, a los que el gobierno simplemente ignora.

El asunto de Pudreval (a las cosas hay que llamarlas por su nombre) es una metáfora que pinta de cuerpo entero, por dentro y por fuera, lo que es este gobierno. Muestra la inmoralidad de la corrupción, la pecaminosa desidia, la atroz negligencia, el desprecio por los pobres, la incapacidad e incompetencia en la gestión pública, la maluquería en toda su hediondez. Esos miles de contenedores portadores de millones de kilos de comida y medicamentos que fueron importados con dólares Cadivi y echados en puertos y galpones revelan cuán podrido es y está este gobierno. Esto fue un negocio financiero, en el que algunos hicieron su agosto y millones de venezolanos fueron afectados. Así de simple. Así de asqueroso. Así de indigno.

Que el nauseabundo asunto quiera ser ahora disfrazado con la patética escenita de la exhumación de los restos de El Libertador, en la penumbra de la madrugada como ocurre todo cuando de trashumantes se trata, no es más que una estratagema de manipuladores de oficio que no respetan nada, ni tan siquiera a Bolívar. Pero el artilugio con el padre de la patria no logra distraer la atención sobre los horrendos pecados del gobierno. Ahí está, sofocante, el tema de Pudreval, de las guerrillas terroristas colombianas caminando libremente por territorio venezolano, de la ruptura de relaciones con Colombia para evitar tener que dar respuestas a los venezolanos, de la inflación galopante que asfixia a los ciudadanos, de la escasez en toda clase de productos, del manirrotismo de un presidente que es un neo sifrino resentido, de la vulgaridad de los entes del estado despilfarrando lo que hay y lo que no hay, de la inmunda complicidad de los poderes públicos en toda esta maloliente farsa de revolución.

La inmoralidad, que es una de las enfermedades más severas que pueda sufrir el alma, se come a la revolución, a bocados. La revolución está podrida. Es un antro de hienas y buitres. Un decadente prostíbulo de las peores pasiones que se ha instalada en una tierra linda que escribió su libertad con tinta de obituarios. Rabia y tristeza. Vergüenza y dolor. Con esos sentimientos llegamos al bicentenario.