sábado, 20 de julio de 2013

El gobierno de los silencios



En la reciente entrega del Premio Municipal de Periodismo, el presidente del Concejo Municipal de El Hatillo, José Gregorio Fuentes, dijo cosas así: “Ejercer el periodismo es un acto de libertad. Como tal, supone que la sociedad entera lo estime en su más alta valía. La sociedad tiene todo el derecho a saber. Y también todo el derecho a criticar…”
Y dijo más: “Pero en Venezuela a la sociedad que vigila, que critica y que tiene derecho a exigir, el Gobierno nacional la ofende, la persigue, le dice que es una vendida a bajos intereses. Muy en particular al gobierno nacional le disgusta que los periodistas no le sigan la corriente. Le molesta que haya periodistas cumpliendo bien su trabajo, investigando, informando, analizando. Porque cuando los periodistas hacen su trabajo, el gobierno nacional siente que le quitan los velos con los que muchas veces pretende maquillar una realidad cruda y feroz. Pues bien, la labor de los periodistas es decir la verdad, la verdad que se ve y sobre todo la que está escondida o tapada…”
Y agregó: “Claro, el gobierno quiere silenciar a los periodistas que no le alaban. Y como no lo logra, pues se le crispan los nervios, se enfurece. Como no le place el mensaje, pues decide que hay que acabar con los mensajeros. Aunque parezca una contradicción o una paradoja, a pesar de ser éste un gobierno que habla mucho, es el gobierno de los silencios.”
Las palabras del edil sirven como introito a un breve análisis sobre lo que está ocurriendo con Nelson Bocaranda. Esto no es nuevo. Es de hecho un exabrupto más que se suma a los muchísimos episodios de salvajismo gubernamental que contabilizamos en estos ya casi tres lustros. Es bueno que la sociedad sepa que todos los días, mañana, tarde y noche, sin siquiera respetar los días de guardar, los periodistas y los medios que nos hospedan profesionalmente somos vilipendiados, insultados, atacados, amenazados, perseguidos. Todos los días se intenta comprarnos. Supongo que algunos sucumben ante los embates o se dejan seducir por los atractivos de una vida fácil y cómoda. Pero la mayoría nos negamos a dejarnos domesticar. Un gobierno verdaderamente democrático, honrado y capaz encuentra que los periodistas somos sus mejores aliados pues nuestro trabajo sirve para, como al cáncer, diagnosticar a tiempo los males y curarlos. Pero no. Para mister Danger nosotros somos enemigos a muerte, objetivos de guerra. A como dé lugar la meta es destruirnos.
El propósito con esta nueva arremetida no es tan sólo silenciar a Nelson sino, con premeditación y alevosía y recurriendo a todo el poder de un estado maléfico, usarlo como ejemplo de lo que puede pasarle a cualquier periodista que se atreva a descorrer los velos con los cuales el gobierno tapa las muchas barrabasadas que comete a diario, la monstruosa e inmunda corrupción que impunemente permea por todas partes, la destrucción del aparato productivo con bastardos intereses, la conculcación sistemática de los derechos de los ciudadanos, quienes son al fin de cuentas para quienes los periodistas trabajamos. Quieren exhibir la cabeza de Nelson atravesada por una lanza y, como en las guerras barbáricas, ponerla en la plaza pública como advertencia. Entiéndase bien, no es Nelson; es todo lo que significa Nelson, a saber, (y vuelvo a citar a José Gregorio Fuentes, presidente del Concejo municipal hatillano), es “el uso del periodismo independiente como instrumento fundamental para hacer una sociedad más honesta y progresista”.
Venezuela está infectada hasta los tuétanos. Está siendo carcomida. Y sólo los ciudadanos podemos desinfectarla, lavarla y ponerla de pie. Pero a no confundirnos ni llamarnos a engaños, esto no va a ocurrir por generación espontánea. Hay que militar en la democracia para defenderla y construirla. Muchas cosas se han perdido y no son recuperables. Y no tiene caso sentarse a lloriquear como plañideras de oficio. Tiene sí todo el sentido del mundo usar nuevos ladrillos para un nuevo edificio. Yo no me rindo. ¿Y usted?
smorillobelloso@gmail.com

viernes, 5 de julio de 2013

Se nos incrustó el coloniaje



Los que hoy están en el poder se llenan la boca diciendo "Patria liberada".

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Firma del acta de Independencia óleo de J. Lovera
SOLEDAD MORILLO BELLOSO |  ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
viernes 5 de julio de 2013  08:30 AM
Las señoras y señoritas de la época desbarataron sus trajes y su enaguas. Con esas telas, las de la ropa de ventanas y la de su lencería de cama y baño confeccionaron los uniformes que usarían los ejércitos patriotas. Hasta los curas entregaron los manteles de los altares. Con sus manos acostumbradas al quehacer de corte y bordados, las damas fueron cosiendo sin pausa. Así, los soldados y oficiales lucieron augustos. Los estandartes estaban hechos con las tapicerías de los sillones de las estancias. 

El acta del 5 de julio de 1811 fue redactada por Juan Germán Roscio y Francisco Isnardi. Recuerdo que mi adorado profesor, el Dr. Manuel Pérez Vila, me apuntaba siempre que el 5 de julio de 1811 no se firmó el Acta de la Independencia. Ese documento, sin duda el más preciado para los venezolanos, fue redactado la noche del 5 de julio y la mañana del 6. El texto fue aprobado por el Congreso el 7 de julio. 

El 8 de julio de 1811, por la Confederación de Venezuela, el Poder Ejecutivo ordena que el Acta sea debidamente rubricada, publicada, ejecutada y autorizada con el sello del Estado y Confederación. Ello fue suscrito por Cristóbal de Mendoza; Juan de Escalona; Baltasar Padrón; Miguel José Sanz, Secretario de Estado; Carlos Machado, Canciller Mayor; y José Tomás Santana, Secretario de Decretos. El acta como tal fue suscrita durante varios días hasta completarse en el mes de agosto de 1811.

Para lograr la emancipación, la tierra se nos sembró de cruces y flores de muertos. Han transcurrido 202 años desde aquel 5 de julio. Nuestro camino a la libertad estuvo signado por la perplejidad, el miedo, el error, el abatimiento, la humillación, la ambición, la traición, la ignominia. Y también por el arrojo, el coraje, la dignidad, el sacrificio y el más inmenso dolor. Nuestra emancipación fue escrita con tinta de obituarios, rezada por miles de manos que se unieron en rosario. De la guerra salimos libres pero con el alma nacional salpicada de llagas, con olor a humo y pólvora encrustado en la piel y con la urgencia de poner orden en la nuestra nueva república, todo ello mientras nos lamíamos las heridas, secábamos nuestros llantos con pañuelos gastados y zurcidos y dábamos cristiana sepultura a nuestros muertos. 

Los que están hoy en la cúspide del poder se llenan la boca hablando pomposamente de "Patria liberada". Son los mismos que con impudicia y sin decoro han entregado nuestra Venezuela, nuestra soberanía y nuestros recursos a esos carcamales sátrapas que llevan décadas asfixiando y pudriendo al pueblo cubano. Pontifican sobre nuestra historia, llenan pantallas, micrófonos y calles con versiones panfletarias de nuestro devenir, pero el esfuerzo de generaciones de venezolanos ha sido degradado sin conmiseración alguna hasta niveles de albañales. Nos han hecho esclavos de un guión decadente plagado de mentiras y falsedades, de promesas zalameras, de ofertas engañosas. Algunos dicen que somos hoy un satélite del castrismo, que nos han tornado en una republiqueta de poca monta, una provincia súbdita cuya única importancia es contar con una chequera presta a usarse para pagar ambiciones barbáricas, en tanto a los venezolanos no nos dejan sino las sobras de su pantagruélico festín. Yo creo -y qué duro decirlo y peor aún escribirlo- que nos han carcomido las entrañas, que como un virus infecto penetraron en nuestro torrente sanguíneo, que a nuestra nación la han tornado en una mujer que luego de violada es obligada a ofrecer sus favores para complacer los deseos lujuriosos de otros. Nos venden unos salvajes que trafican con nuestros sueños de progreso. Hoy somos una colonia. Bolívar y Martí lloran de rabia y vergüenza.

De mis padres heredé un libro edición especial en el cual se narran todos los antecedentes y acontecimientos del 5 de julio de 1811. Recuerdo haberme pasado muchas horas en la biblioteca de casa pasando sus hojas. Alguna vez creí de niña que yo lograba transportarme a esos tiempos, a esos sucesos. Dejaba de ser una lectora pasiva, en una simple espectadora de nuestra historia y me convertía en una protagonista. Ese libro, con sus páginas ya amarillentas y atacadas por polillas, es un valioso tesoro para mí. Me recuerda cuánto lucharon los que vinieron antes de nosotros. Fuimos república porque otros mucho antes que nosotros se pusieron de pie, dieron cara al miedo y con coraje se negaron a ver aquel presente como un fatal e irremediable destino.

De los firmantes del Acta de Independencia de 1811, trece fallecieron antes de la Batalla de Carabobo; de dos se perdieron sus huellas de vida antes de que pudiesen gritar que éramos independientes. Es decir, lucharon y ofrecieron su vida por la nación y jamás vieron a la Venezuela emancipada.

Haremos bien si, en lugar de tanto comprar moneditas falsas y aceptar la sumisión del esclavismo del s. XXI, recordamos que hubo unos que nos legaron una Patria que estamos obligados a cuidar y proteger de estos traficantes de almas.

smorillobelloso@gmail.com