En la reciente entrega del Premio Municipal de Periodismo, el presidente del Concejo Municipal de El Hatillo, José Gregorio Fuentes, dijo cosas así: “Ejercer el periodismo es un acto de libertad. Como tal, supone que la sociedad entera lo estime en su más alta valía. La sociedad tiene todo el derecho a saber. Y también todo el derecho a criticar…”
Y dijo más: “Pero en Venezuela a la sociedad que vigila, que critica y que tiene derecho a exigir, el Gobierno nacional la ofende, la persigue, le dice que es una vendida a bajos intereses. Muy en particular al gobierno nacional le disgusta que los periodistas no le sigan la corriente. Le molesta que haya periodistas cumpliendo bien su trabajo, investigando, informando, analizando. Porque cuando los periodistas hacen su trabajo, el gobierno nacional siente que le quitan los velos con los que muchas veces pretende maquillar una realidad cruda y feroz. Pues bien, la labor de los periodistas es decir la verdad, la verdad que se ve y sobre todo la que está escondida o tapada…”
Y agregó: “Claro, el gobierno quiere silenciar a los periodistas que no le alaban. Y como no lo logra, pues se le crispan los nervios, se enfurece. Como no le place el mensaje, pues decide que hay que acabar con los mensajeros. Aunque parezca una contradicción o una paradoja, a pesar de ser éste un gobierno que habla mucho, es el gobierno de los silencios.”
Las palabras del edil sirven como introito a un breve análisis sobre lo que está ocurriendo con Nelson Bocaranda. Esto no es nuevo. Es de hecho un exabrupto más que se suma a los muchísimos episodios de salvajismo gubernamental que contabilizamos en estos ya casi tres lustros. Es bueno que la sociedad sepa que todos los días, mañana, tarde y noche, sin siquiera respetar los días de guardar, los periodistas y los medios que nos hospedan profesionalmente somos vilipendiados, insultados, atacados, amenazados, perseguidos. Todos los días se intenta comprarnos. Supongo que algunos sucumben ante los embates o se dejan seducir por los atractivos de una vida fácil y cómoda. Pero la mayoría nos negamos a dejarnos domesticar. Un gobierno verdaderamente democrático, honrado y capaz encuentra que los periodistas somos sus mejores aliados pues nuestro trabajo sirve para, como al cáncer, diagnosticar a tiempo los males y curarlos. Pero no. Para mister Danger nosotros somos enemigos a muerte, objetivos de guerra. A como dé lugar la meta es destruirnos.
El propósito con esta nueva arremetida no es tan sólo silenciar a Nelson sino, con premeditación y alevosía y recurriendo a todo el poder de un estado maléfico, usarlo como ejemplo de lo que puede pasarle a cualquier periodista que se atreva a descorrer los velos con los cuales el gobierno tapa las muchas barrabasadas que comete a diario, la monstruosa e inmunda corrupción que impunemente permea por todas partes, la destrucción del aparato productivo con bastardos intereses, la conculcación sistemática de los derechos de los ciudadanos, quienes son al fin de cuentas para quienes los periodistas trabajamos. Quieren exhibir la cabeza de Nelson atravesada por una lanza y, como en las guerras barbáricas, ponerla en la plaza pública como advertencia. Entiéndase bien, no es Nelson; es todo lo que significa Nelson, a saber, (y vuelvo a citar a José Gregorio Fuentes, presidente del Concejo municipal hatillano), es “el uso del periodismo independiente como instrumento fundamental para hacer una sociedad más honesta y progresista”.
Venezuela está infectada hasta los tuétanos. Está siendo carcomida. Y sólo los ciudadanos podemos desinfectarla, lavarla y ponerla de pie. Pero a no confundirnos ni llamarnos a engaños, esto no va a ocurrir por generación espontánea. Hay que militar en la democracia para defenderla y construirla. Muchas cosas se han perdido y no son recuperables. Y no tiene caso sentarse a lloriquear como plañideras de oficio. Tiene sí todo el sentido del mundo usar nuevos ladrillos para un nuevo edificio. Yo no me rindo. ¿Y usted?
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