Para principios del s. XIX, ya era evidente que las provincias americanas de la Corona Española estaban predestinadas a ser libres. Muchos en España lo sabían, pero la lucha por la independencia habría de ser difícil, costosa, tenaz e innecesariamente larga.
Los conceptos de libertad y nacionalismo surgen en la América española allá por fines del s. XVIII. Poco antes de la independencia, el pueblo hispanoamericano comenzó a tener conciencia de las distancias entre la “metrópolis” y los “territorios provinciales de la América española”. Con esta conciencia sembrada en el alma, comenzó a aflorar un sentimiento de patria, de fervor nacional. Así, alcanzar la libertad se convirtió en la bandera de los pueblos. Los criollos se sentían hispanoamericanos, no españoles. Ese nacionalismo de las gentes hizo que comenzaran a cuestionar el orden provincial. Así, con pasión, se inició el camino a la independencia.
La “Ilustración” sirvió de infraestructura ideológica para las gestas independentistas hispanoamericanas. Eso es cierto. Pero también lo es que ello no fue exactamente la causa que las originó. Varias situaciones desencadenan el proceso emancipador. En primer lugar, el fuerte control de los Borbones en todos los asuntos de la vida de las provincias. Era simplemente asfixiante. Además, había una burocracia centralista intolerable, que concentraba las funciones administrativas de las provincias, con el consiguiente debilitamiento de las libertades municipales. No menos importante, los criollos habían sido vetados de los cargos públicos. Para la época, la fortaleza de España estribaba precisamente en la dependencia de las provincias. Por si fuera poco, se establecieron altos impuestos y severas restricciones al comercio. España no tenía suficientes ingresos para mantener su monumental y dispendioso gasto social y militar, y exprimía a las provincias hispanoamericanas. Todo ello se unió y produjo la erupción de disgusto en las gentes de las provincias.
La invasión napoleónica a España fue el detonante de la guerra de independencia. O la excusa, más bien. Carlos IV y Fernando VII fueron forzados a abdicar la corona en favor de José Bonaparte, hermano de Napoleón, apodado “Pepe Botella” (por su conspicua afición a la bebida) y a quien le precedía la reputación de “pelele”. Eso era una ofensa. Con la ocupación francesa, el imperio español cayó en una dramática crisis. Las provincias hispanoamericanas reafirmaron su lealtad a Fernando VII y la juraron a la Junta de Sevilla. Pero, pasados los meses, en América todo comenzó a cuestionarse. Sin rey español en el trono, ¿podía España pretender hegemonía sobre las provincias?
Las provincias tomaron el camino de la transitoriedad. En tanto la corona española no recobrara el poder, la soberanía radicaría en las instituciones criollas. Así, las provincias comenzaron a tomar sus propias decisiones. En abril de 1810, en Caracas se estableció la Junta Suprema de Caracas, compuesta por miembros de la élite colonial y del Concejo Municipal. La Junta declaró su lealtad al rey. Eso es cierto, pero también dejó una ventana abierta: determinó que tenía control y gobierno sin precisar la autorización o aprobación del gobierno español. Los criollos no estaban dispuestos a tolerar la autoridad metropolitana en momentos cuando el imperio español hacía aguas. Así, y por ello hablamos de excusa, los criollos aprovecharon la situación en Europa y la fragilidad de España para declararse libres e independientes.
La Guerra de Emancipación Hispanoamericana fue brutal, sangrienta, en muchos casos hasta fratricida. Expuso a la luz pública las luchas intestinas entre los sectores patriotas, realistas, centralistas, federalistas, moderados, liberales y conservadores. En Venezuela, eran patentes las divergencias entre tendencias políticas, pero los pro independentistas privaron. Miranda y Bolívar (independentistas) organizaron la Sociedad Patriótica, con miras a la separación. Venezuela declaró su independencia en 1811. La constitución adoptada establecía la forma de gobierno republicano y federal. Diez años nos tomaría a los venezolanos convertir la declaración en una realidad. Del 5 de julio de 1811 al 24 de junio de 1821. Diez años de determinación, de doloroso esfuerzo, frente a la tozudez de una Corona que simplemente se negaba a aceptar que su tiempo ya se había vencido y que había sido incapaz de reinventarse.
En la batalla de Carabobo se enfrentaron la perseverancia y la terquedad. Nuestro ejército, el patriota, contaba con efectivos cansados y hambrientos; llevaban meses o años sin cobrar y estaban asqueados de tener la piel impregnada de hedor a muerto. Los realistas contaban con mejores pertrechos y la Corona les había prometido villas y castillos. Pero la perseverancia triunfó sobre la terquedad. He ahí una lección para quienes creen que porque este gobierno -que lleva diez años- se presenta como Todopoderoso es invencible. Los patriotas de 1821 vencieron. A pesar de obstáculos terribles que lucían inexpugnables. Muchos ofrecieron su sangre para heredarnos un país de horizontes y progreso, una nación de hombres y mujeres libres, no para que permitamos que nos arrodillen unos que, dirigidos por un rey populachero inventado, quieren una Venezuela que criminal, mercantilista e imperialistamente usa su petróleo para abusar de otras naciones más necesitadas. Quieren una Venezuela subyugada a bandoleros. Por Carabobo hay que decir no, mil veces no.
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