En materia política no existe la perfección. Existe sí la posibilidad de un círculo virtuoso. Eso es exactamente lo que estamos creando quienes nos hemos sumado a las labores de la Mesa de Unidad Democrática.
En la MUD no se hace política baratona e intrascendente. Ni se pierde tiempo en arrebatos ni en discusiones bizantinas.
Hay tres palabras claves en esa entidad.
Cuando hablamos de una “mesa”, casi en automático la mente nos lleva a la leyenda del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, un modelo de gestión política que hoy se estudia en la universidades como un “case history” pues supone un ejercicio de llegar a acuerdos sin que alguien se arrogue posición de “jefe” sino más bien de coordinador o facilitador.
Seguimos: "de unidad” quiere decir que la mesa utiliza esa unidad como motor, como procedimiento, como método para alcanzar el propósito que se ha planteado. Así, la unidad no es un fin en sí misma. Es, antes bien, un modo, una manera, una forma de caminar juntos hacia el triunfo. La unidad no es una camisa de fuerza. Es crear sinergia para potenciar las fuerzas.
“Democrática” quiere decir, en pocas palabras, que dentro de la democracia, todo; fuera de la democracia, nada. No hablamos de una democracia de anime y maquillaje. Nos referimos a una sociedad que se da un gobierno para que la sirva y no al revés, como perversamente ocurre en este momento.
En este proceso no hay nada grabado en piedra. Hay propuestas, hay debates (a veces acalorados), hay acuerdos y hay decisiones que, de nuevo, no son inamovibles.
Por el momento, la decisión (largamente discutida) es tener una tarjeta unitaria que se sumará a las tarjetas de los partidos. Estos pueden, si así lo desean, convocar a que el voto se haga a través de esa tarjeta que a mí me gusta llamar “joker”. Pero los partidos pueden también decidir mantener su tarjeta, con su identidad propia, para apoyar al candidato unitario.
Hay, lo sabemos, electores a quienes no les gustaría votar a través de una tarjeta de partido. Están en todo su derecho de sentir así. Pero también hay electores a quienes no les agrada hacerlo a través de una tarjeta que no sea de un partido político o movimiento electoral. Entonces, la solución salomónica es ofrecer ambas opciones.
¿Ello puede cambiar en el futuro? Sí, pues no sabemos aún qué decisiones será necesario tomar en función de jugadas que haga el gobierno, el TSJ y el CNE. Así las cosas, trabajemos y no nos angustiemos. Más ocupación y menos preocupación. Dejemos que el señor Chávez se angustie por nuestros progresos. Por su reacción, es evidente que el asunto lo puso a sudar frío.
Lo nuestro es una meta, con una o con varias tarjetas.
martes, 2 de agosto de 2011
lunes, 1 de agosto de 2011
De la descentralización a la autonomía
Los procesos electorales son buenos momentos para proponer cambios. No sólo porque los ciudadanos, hartos de simplezas y lugares comunes, están ávidos de novedades y transformaciones, sino porque la natural reflexión y la mirada visionaria se imponen sobre la avasallante improvisación del día a día.
Dirán algunos que escribo desde mi condición de “provinciana”. Por mis venas no corre sino purita sangre zuliana y, a pesar que vivo en Caracas hace muchísimos años, sigo siendo tan del Zulia como el relámpago del Catatumbo, el plátano maduro con queso al desayuno y los huevos chimbos.
Si hay una gaita que busca justicia es aquella que canta "Maracaibo ha dado tanto que debiera tener carreteras a granel con morocotas de canto". Creo que lo mismo ocurre en los cuatro costados del territorio republicano, ese que cumplió ya 200 años de haberse declarado independiente, libre y soberana.
Sólo un gobierno tonto y torpe como el que tenemos (y padecemos) pudo tener la necia idea de revertir el proceso descentralizador, que tantos beneficios produjo a eso que con cierto desdén llaman los capitalinos "el interior del país". Hoy, muchos de los logros obtenidos a partir de tan sensata decisión como fue el descentralizar (que no sólo desconcentrar) la gestión pública padecen hambruna y mal de amores.
Pero el futuro no tiene por qué ser igual. Podemos cambiar. Cambiar, no para bien, sino para mucho mejor. Encuentro suficientes experiencias para nutrir un viaje supersónico hacia un federalismo que necesitamos, si queremos que nuestro país deje de ser una nación de gobierno nacional rico y sociedad pobre.
En España, las autonómicas han demostrado no sólo la factibilidad sino el triunfo. Son un caso de rotundo éxito. No somos para nada un país pequeñito y necesitamos que las provincias sean autónomas en gobierno, como lo son en saber. El presidente actual, a pesar de ser un provinciano, se opone con ferocidad a que cada región se dé su gobierno y que éste no sea una mera sucursal de Miraflores. Ha sido el sepulturero de la descentralización. Pero los precandidatos están en momento ideal para proponer el cambio. Que no se me diga que para hacerlo hay que reformar la Constitución. Este gobiermo se dio el lujo de cambiarla para perpetuar al señor Chávez, a un costo incalculable.
En 2012 no elegiremos apenas un nuevo presidente. Elegiremos una manera distinta, renovada y exitosa de hacer política, una política que favorezca a la sociedad, a la gente, a los ciudadanos. ¿Qué tal si en lugar de conformarnos con volver al punto en la descentralización al que habíamos llegado antes que salvajemente se la atacara y pusiera de rodillas, damos un salto olímpico y ponemos la mirada en la autonomía?
Si queremos, podemos. Yo por mi parte me monto en esa, hasta quedarme sin huellas en los deditos y sin saliva en la lengua.
Dirán algunos que escribo desde mi condición de “provinciana”. Por mis venas no corre sino purita sangre zuliana y, a pesar que vivo en Caracas hace muchísimos años, sigo siendo tan del Zulia como el relámpago del Catatumbo, el plátano maduro con queso al desayuno y los huevos chimbos.
Si hay una gaita que busca justicia es aquella que canta "Maracaibo ha dado tanto que debiera tener carreteras a granel con morocotas de canto". Creo que lo mismo ocurre en los cuatro costados del territorio republicano, ese que cumplió ya 200 años de haberse declarado independiente, libre y soberana.
Sólo un gobierno tonto y torpe como el que tenemos (y padecemos) pudo tener la necia idea de revertir el proceso descentralizador, que tantos beneficios produjo a eso que con cierto desdén llaman los capitalinos "el interior del país". Hoy, muchos de los logros obtenidos a partir de tan sensata decisión como fue el descentralizar (que no sólo desconcentrar) la gestión pública padecen hambruna y mal de amores.
Pero el futuro no tiene por qué ser igual. Podemos cambiar. Cambiar, no para bien, sino para mucho mejor. Encuentro suficientes experiencias para nutrir un viaje supersónico hacia un federalismo que necesitamos, si queremos que nuestro país deje de ser una nación de gobierno nacional rico y sociedad pobre.
En España, las autonómicas han demostrado no sólo la factibilidad sino el triunfo. Son un caso de rotundo éxito. No somos para nada un país pequeñito y necesitamos que las provincias sean autónomas en gobierno, como lo son en saber. El presidente actual, a pesar de ser un provinciano, se opone con ferocidad a que cada región se dé su gobierno y que éste no sea una mera sucursal de Miraflores. Ha sido el sepulturero de la descentralización. Pero los precandidatos están en momento ideal para proponer el cambio. Que no se me diga que para hacerlo hay que reformar la Constitución. Este gobiermo se dio el lujo de cambiarla para perpetuar al señor Chávez, a un costo incalculable.
En 2012 no elegiremos apenas un nuevo presidente. Elegiremos una manera distinta, renovada y exitosa de hacer política, una política que favorezca a la sociedad, a la gente, a los ciudadanos. ¿Qué tal si en lugar de conformarnos con volver al punto en la descentralización al que habíamos llegado antes que salvajemente se la atacara y pusiera de rodillas, damos un salto olímpico y ponemos la mirada en la autonomía?
Si queremos, podemos. Yo por mi parte me monto en esa, hasta quedarme sin huellas en los deditos y sin saliva en la lengua.
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