Los procesos electorales son buenos momentos para proponer cambios. No sólo porque los ciudadanos, hartos de simplezas y lugares comunes, están ávidos de novedades y transformaciones, sino porque la natural reflexión y la mirada visionaria se imponen sobre la avasallante improvisación del día a día.
Dirán algunos que escribo desde mi condición de “provinciana”. Por mis venas no corre sino purita sangre zuliana y, a pesar que vivo en Caracas hace muchísimos años, sigo siendo tan del Zulia como el relámpago del Catatumbo, el plátano maduro con queso al desayuno y los huevos chimbos.
Si hay una gaita que busca justicia es aquella que canta "Maracaibo ha dado tanto que debiera tener carreteras a granel con morocotas de canto". Creo que lo mismo ocurre en los cuatro costados del territorio republicano, ese que cumplió ya 200 años de haberse declarado independiente, libre y soberana.
Sólo un gobierno tonto y torpe como el que tenemos (y padecemos) pudo tener la necia idea de revertir el proceso descentralizador, que tantos beneficios produjo a eso que con cierto desdén llaman los capitalinos "el interior del país". Hoy, muchos de los logros obtenidos a partir de tan sensata decisión como fue el descentralizar (que no sólo desconcentrar) la gestión pública padecen hambruna y mal de amores.
Pero el futuro no tiene por qué ser igual. Podemos cambiar. Cambiar, no para bien, sino para mucho mejor. Encuentro suficientes experiencias para nutrir un viaje supersónico hacia un federalismo que necesitamos, si queremos que nuestro país deje de ser una nación de gobierno nacional rico y sociedad pobre.
En España, las autonómicas han demostrado no sólo la factibilidad sino el triunfo. Son un caso de rotundo éxito. No somos para nada un país pequeñito y necesitamos que las provincias sean autónomas en gobierno, como lo son en saber. El presidente actual, a pesar de ser un provinciano, se opone con ferocidad a que cada región se dé su gobierno y que éste no sea una mera sucursal de Miraflores. Ha sido el sepulturero de la descentralización. Pero los precandidatos están en momento ideal para proponer el cambio. Que no se me diga que para hacerlo hay que reformar la Constitución. Este gobiermo se dio el lujo de cambiarla para perpetuar al señor Chávez, a un costo incalculable.
En 2012 no elegiremos apenas un nuevo presidente. Elegiremos una manera distinta, renovada y exitosa de hacer política, una política que favorezca a la sociedad, a la gente, a los ciudadanos. ¿Qué tal si en lugar de conformarnos con volver al punto en la descentralización al que habíamos llegado antes que salvajemente se la atacara y pusiera de rodillas, damos un salto olímpico y ponemos la mirada en la autonomía?
Si queremos, podemos. Yo por mi parte me monto en esa, hasta quedarme sin huellas en los deditos y sin saliva en la lengua.
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