martes, 25 de noviembre de 2008
ADORADA MIMINA
Hay mujeres que poseen la gracia y el encanto que las hace vivir eternamente en el corazón de quienes la conocieron y amaron.
Mimina estaba dotada en abundancia del don de la simpatía, de la afabilidad y de la elegancia de alma. Con su manera de vivir demostraba y enseñaba la verdadera forma de amar, de sufrir, de reír, de ser feliz. En su espíritu daba hospitalidad a nuestras ideas; en su corazón acogía nuestras alegrías y nuestras penas. Nunca fue mera espectadora de la vida. Mimina siempre estaba en el mismo centro de la vida. Sabía vivir el instante e igualmente tenía una notable capacidad para dibujar el futuro.
Mimina tenía un talento innato para descubrir los mejores rasgos en otras personas. Si alguien era ingenioso, pero su timidez le impedía revelar su ingenio a los demás, Mimina encendía la chispa del tímido e iluminaba su agudeza.
Mimina descubría las flores escondidas. En todo momento irradiaba una impresión de serenidad y de equilibrio personal pues sus mayores goces eran interiores; en su espíritu y en su imaginación llevaba una vida radiante. Esta íntima plenitud la dotaban de una sencillez maravillosa y le impedían caminar la senda de la mezquindad.
Mimina era tremendamente femenina y extraordinariamente poderosa. Era inteligente, pero su inteligencia era además el complemento de un corazón inmenso y abierto capaz de comprender.
Mimina era inspiradora e impulsaba a todos a avanzar mas allá de lo que pensable. Sus brazos siempre se abrían cuando queríamos un abrazo. Su corazón comprendía cuándo necesitábamos un apoyo. Sus ojos tiernos se endurecían cuando hacía falta darnos una lección. Su fuerza y su amor nos guiaron, y nos dieron alas para volar.
Mimina era permanente poesía en prosa.
Por eso la adorábamos. Por eso siempre la adoraremos.
martes, 18 de noviembre de 2008
Dignidad a la política
Es indiscutible que la política está en toda nuestra vida. “Todo es político, aunque lo político no lo sea todo” (Emmanuel Mounier). Para algunos, la política es el “arte de gobernar”. Para otros la política es una simple actividad entre los que tienen el poder o buscan llegar a él. Aristóteles tenía una visión antropológica de la política dado que la ligaba al espacio de la “polis”. La política, creo yo, es el campo de acción de los diversos actores de una sociedad en procura de un fin. La política se realiza a través de la interacción de los ciudadanos e individuos organizados en una institución máxima que es el Estado, en el cual se dan las relaciones de poder entre actores sociales, políticos y económicos, quienes interactúan para su conservación y la del propio Estado. El ideal político, refiriéndonos exclusivamente a la acción de gobernar, consiste en hacerlo bajo un marco legal y legítimo que pueda satisfacer las demandas colectivas y buscar el bien común por medio de una forma de gobierno establecida por todos los integrantes de la sociedad.
Ya sabemos que los problemas sociales no pueden resolverse limitándonos cada cual a la esfera individual. La sociedad ya no es una relación entre gobernantes y gobernados. También sabemos que la política debe cumplir una función en beneficio de la sociedad como un todo. El pluralismo de las ideas políticas supone un progresista debate, una sana confrontación de ideas. Ello es necesario para la gobernabilidad democrática. Ese escenario se estructura para construir país y sociedad, para progresar en derechos y para articular espacios de participación reales. Ello no es lo mismo al enfrentamiento y al lenguaje de la degradación política y personal en que hemos caído en Venezuela, para desgracia y perjuicio de todos.
Es obvio que la confianza en la política, en los partidos, en los políticos, en las organizaciones y en las instituciones democráticas ha disminuido. Esa desconfianza ha producido una crisis de la política, crisis que suele expresarse en la ruptura o distancia que existe entre los problemas que la ciudadanía reclama resolver (pobreza, inequidad, violencia, alto costo de la vida, etc.) y la capacidad que la política tiene para enfrentarlos y solventarlos. La política venezolana ha perdido prestancia, altura, dignidad y elegancia, y por tanto ha perdido hidalguía y grandeza. La culpa, sin embargo, no es tan sólo de los “políticos”, puesto que los agentes de la política ya no son tan sólo los políticos. Miles de personas se convierten en activistas políticos, pero sin estar dispuestos a acatar rangos, jerarquías o instrucciones, o las mínimas regulaciones organizacionales. Miles de individuos hacen desordenado y espontáneo “dibujo libre”, no “atienden línea” y usan las nuevas tecnologías para hacer política, pero son ajenos a la responsabilidad que ello implica. Se escudan tras el traje de “ciudadano libre”, o “apolítico”, o “sin perro que me ladre” para atacar con mentiras y vejaciones a todo aquel que no piense como él o ella. La gran víctima de esta situación es la verdad, a la cual se la pisotea sin reparo alguno y con total y absoluto desparpajo. Los “agentes libres”, como nada tienen que perder, hacen lo que bien les viene en gana, sin riesgo alguno de sanción. Y, dada esta circunstancia, algunos agentes formales de la política, lejos de poner coto o reparo a esta situación, como deberían hacer, se aprovechan de ella, la propician, alientan y hasta patrocinan. En este patético ejercicio de libertinaje, la escena se convierte en un espacio de difamaciones, injurias y vilipendios.
La política es un servicio, una vocación. Si bien implica la búsqueda del poder político, el ejercicio de la política debe existir y desarrollarse en función de una sociedad y no por el poder en sí mismo. Hay una enorme diferencia entre la política y la politiquería, entre poder y autoridad, entre mandar y gobernar, entre manipular y liderar. La fuente de la política es la sociedad, pero la sociedad considerada en su conjunto, no en función de una parte, y menos si esa parte es minoritaria, hegemónica y excluyente. Cuando el poder se usa para potenciar el poder para todos, entonces tenemos un poder que sirve a la sociedad en lugar de servirse de la sociedad.
Algunos políticos creen que todo tiene un precio: el candidato, el diputado, el partido, el voto, el proyecto de ley o la ley, las promesas electorales, el conocimiento, la voluntad. Por este camino hemos llegado al divorcio de la ética de la política y, en consecuencia, a ver la política como un fin, y a los ciudadanos como medios o instrumentos para alcanzar ese fin.
Para los humanistas cristianos (yo me encuentro afiliada a esa corriente) transformar la política en un servicio humanizador. Por ello algunos propiciamos la “Repolitizacion”, a saber, el ejercicio de la política como servicio. Buscamos recobrar entre la ciudadanía el protagonismo en las decisiones que construyen vida social. Creemos en el proceso de atender la realidad política transformándola. Nos vemos a nosotros mismos como agentes de cambio social, como sembradores de esperanzas en cada una de las comunidades que nos toque representar. Para ello debemos saber escuchar, debemos dialogar permanentemente, ser sensibles a las señales que nos da el día a día y, sobre todo, ofrecer garantías de credibilidad a los ciudadanos. Eso sólo se logra con vocación de servicio público, con compromiso con las personas y generando y cumpliendo acuerdos con la ciudadanía. La política, repito, es una actividad de servicio.
Algunos candidatos -sin escrúpulo alguno- caminan de campaña en campaña y de partido en partido “negociando” de la manera más pragmática y anti-ética la “supervivencia política”. Poco o nada importan los postulados filosóficos, políticos y programáticos. La cuestión es no quedarse por fuera de la repartición.
Empero, algo debe quedar muy claro: los partidos, movimientos políticos y candidatos son actores fundamentales en el proceso democrático, son quienes tienen la responsabilidad, moral, ética y jurídica de representar y reflejar la verdadera voluntad de sus electores, bajo unos principios mínimos de transparencia, respeto y responsabilidad en el ejercicio de lo público. Son responsables tanto de lo que hacen, como de lo que permiten que sus afiliados y aliados hagan. Es inmoral el “dejar hacer, dejar pasar”.
Este largo texto tiene un solo propósito: declararme acérrima enemiga de las campañas de “destrucción masiva” como las que hemos visto en este proceso electoral de gobernadores y alcaldes. Cuando un candidato tiene algo bueno que ofrecer, cuando tiene propuestas valiosas y creativas, no necesita caer en la vulgaridad de la mentira.
Una práctica que puede ayudarnos a encontrar el camino de la dignificación de la política es la comunicación de la verdad, la lucha por la justicia, la promoción del bien común y la defensa de los derechos humanos de todos los ciudadanos. Eso se traducirá en darle la altura y la dignidad que tanto necesitamos en la política.
Ya sabemos que los problemas sociales no pueden resolverse limitándonos cada cual a la esfera individual. La sociedad ya no es una relación entre gobernantes y gobernados. También sabemos que la política debe cumplir una función en beneficio de la sociedad como un todo. El pluralismo de las ideas políticas supone un progresista debate, una sana confrontación de ideas. Ello es necesario para la gobernabilidad democrática. Ese escenario se estructura para construir país y sociedad, para progresar en derechos y para articular espacios de participación reales. Ello no es lo mismo al enfrentamiento y al lenguaje de la degradación política y personal en que hemos caído en Venezuela, para desgracia y perjuicio de todos.
Es obvio que la confianza en la política, en los partidos, en los políticos, en las organizaciones y en las instituciones democráticas ha disminuido. Esa desconfianza ha producido una crisis de la política, crisis que suele expresarse en la ruptura o distancia que existe entre los problemas que la ciudadanía reclama resolver (pobreza, inequidad, violencia, alto costo de la vida, etc.) y la capacidad que la política tiene para enfrentarlos y solventarlos. La política venezolana ha perdido prestancia, altura, dignidad y elegancia, y por tanto ha perdido hidalguía y grandeza. La culpa, sin embargo, no es tan sólo de los “políticos”, puesto que los agentes de la política ya no son tan sólo los políticos. Miles de personas se convierten en activistas políticos, pero sin estar dispuestos a acatar rangos, jerarquías o instrucciones, o las mínimas regulaciones organizacionales. Miles de individuos hacen desordenado y espontáneo “dibujo libre”, no “atienden línea” y usan las nuevas tecnologías para hacer política, pero son ajenos a la responsabilidad que ello implica. Se escudan tras el traje de “ciudadano libre”, o “apolítico”, o “sin perro que me ladre” para atacar con mentiras y vejaciones a todo aquel que no piense como él o ella. La gran víctima de esta situación es la verdad, a la cual se la pisotea sin reparo alguno y con total y absoluto desparpajo. Los “agentes libres”, como nada tienen que perder, hacen lo que bien les viene en gana, sin riesgo alguno de sanción. Y, dada esta circunstancia, algunos agentes formales de la política, lejos de poner coto o reparo a esta situación, como deberían hacer, se aprovechan de ella, la propician, alientan y hasta patrocinan. En este patético ejercicio de libertinaje, la escena se convierte en un espacio de difamaciones, injurias y vilipendios.
La política es un servicio, una vocación. Si bien implica la búsqueda del poder político, el ejercicio de la política debe existir y desarrollarse en función de una sociedad y no por el poder en sí mismo. Hay una enorme diferencia entre la política y la politiquería, entre poder y autoridad, entre mandar y gobernar, entre manipular y liderar. La fuente de la política es la sociedad, pero la sociedad considerada en su conjunto, no en función de una parte, y menos si esa parte es minoritaria, hegemónica y excluyente. Cuando el poder se usa para potenciar el poder para todos, entonces tenemos un poder que sirve a la sociedad en lugar de servirse de la sociedad.
Algunos políticos creen que todo tiene un precio: el candidato, el diputado, el partido, el voto, el proyecto de ley o la ley, las promesas electorales, el conocimiento, la voluntad. Por este camino hemos llegado al divorcio de la ética de la política y, en consecuencia, a ver la política como un fin, y a los ciudadanos como medios o instrumentos para alcanzar ese fin.
Para los humanistas cristianos (yo me encuentro afiliada a esa corriente) transformar la política en un servicio humanizador. Por ello algunos propiciamos la “Repolitizacion”, a saber, el ejercicio de la política como servicio. Buscamos recobrar entre la ciudadanía el protagonismo en las decisiones que construyen vida social. Creemos en el proceso de atender la realidad política transformándola. Nos vemos a nosotros mismos como agentes de cambio social, como sembradores de esperanzas en cada una de las comunidades que nos toque representar. Para ello debemos saber escuchar, debemos dialogar permanentemente, ser sensibles a las señales que nos da el día a día y, sobre todo, ofrecer garantías de credibilidad a los ciudadanos. Eso sólo se logra con vocación de servicio público, con compromiso con las personas y generando y cumpliendo acuerdos con la ciudadanía. La política, repito, es una actividad de servicio.
Algunos candidatos -sin escrúpulo alguno- caminan de campaña en campaña y de partido en partido “negociando” de la manera más pragmática y anti-ética la “supervivencia política”. Poco o nada importan los postulados filosóficos, políticos y programáticos. La cuestión es no quedarse por fuera de la repartición.
Empero, algo debe quedar muy claro: los partidos, movimientos políticos y candidatos son actores fundamentales en el proceso democrático, son quienes tienen la responsabilidad, moral, ética y jurídica de representar y reflejar la verdadera voluntad de sus electores, bajo unos principios mínimos de transparencia, respeto y responsabilidad en el ejercicio de lo público. Son responsables tanto de lo que hacen, como de lo que permiten que sus afiliados y aliados hagan. Es inmoral el “dejar hacer, dejar pasar”.
Este largo texto tiene un solo propósito: declararme acérrima enemiga de las campañas de “destrucción masiva” como las que hemos visto en este proceso electoral de gobernadores y alcaldes. Cuando un candidato tiene algo bueno que ofrecer, cuando tiene propuestas valiosas y creativas, no necesita caer en la vulgaridad de la mentira.
Una práctica que puede ayudarnos a encontrar el camino de la dignificación de la política es la comunicación de la verdad, la lucha por la justicia, la promoción del bien común y la defensa de los derechos humanos de todos los ciudadanos. Eso se traducirá en darle la altura y la dignidad que tanto necesitamos en la política.
viernes, 14 de noviembre de 2008
Vivir el Serviam
Gracias a María Cristina Núñez de Turco Rivas y a Sister Jackie por sus estimulantes palabras. Y gracias a ASEAM por invitarme a participar en este congreso. Con este panel de oradores, lo menos que puedo sentirme es honrada y privilegiada. No es cualquier cosa compartir tablas con gente de tan alto calibre y prestigio.
Mis palabras de hoy tratan precisamente sobre un privilegio: el privilegio de llevar el Serviam tatuado en el alma.
Serviam shall be our watchword… Eso canta nuestro himno… El Serviam no es, sin embargo, una linda palabra, o un bonito escudo. No es un vocablo para cuando la oportunidad se pinta de discurso; no es un latinazgo elegante para lucirse. El Serviam es una manera de ser, de actuar, de vivir.
Además de Alberto Federico Ravell y Feliciano Pacanins, de Luis Vicente León y Hugo Faría, que son cuatro venezolanos de excepción, aquí están como oradoras de orden ex alumnas de varias generaciones.
Está María García de Fleury, de la primera promoción, por quien mi grupo siente un particular cariño y respeto. María nos enseñó dentro y fuera de las aulas, nos guió en esos tiempos de la confusión de la adolescencia.
Está Lilian Tintori de López, de la promoción XXXIII, la nueva generación que brilla con luz propia. Muchos caerán en el error de decir: “Ella es la esposa del Alcalde Leopoldo López”. Yo, que conozco mucho a Leopoldo, me permito apuntar que si Lilian es la esposa de Leo, Leo es el marido de Lilian.
Y vemos en la agenda a Ana Teresa De Sola de Mata, para hablarnos de un maravilloso proyecto. Porque en la comunidad ursulina, el futuro siempre se conjuga en presente del indicativo.
Veo muchas caras conocidas. Y eso, junto con estos espacios que guardan toneladas de buenos recuerdos, me hace sentir que estoy en casa. Este no es sólo mi colegio. Esta es mi casa.
Yo represento a algo así como la madurez: una señora cincuentona que viene a hablarles en nombre de la promoción Merici X, la de 1973. Sí, lo sé, uno dice 1973 y suena al precámbrico, a Jurassic Park…Y tienen razón, 35 años son un bojote de años… Precisamente con ocasión de un aniversario tan importante para nosotras, y yendo con la modernidad de los tiempos, y porque el medio es el mensaje, como bien apuntara McLuhan, para celebrar estos 35 años produjimos piezas audiovisuales, armamos un Blog, y habilitamos sistemas de comunicación con las compañeras doquiera que estuvieren. Y claro, celebramos con una misa y con varios encuentros.
Nos dimos a la tarea no sólo de intentar ubicar a todas las que estudiamos juntas, sino que identificamos cómo vive cada una el Serviam. Descubrimos que en esta promoción hay, como decimos en criollo, “de todo, como en botica”. No me refiero tan sólo a la variedad de profesiones y oficios. Me refiero más bien a la multiplicidad de formas de ejercer el Serviam. Si uno hace un acercamiento descubrirá que todas estas mujeres, que de niñitas de falda, gorra y medias tobilleras se convirtieron en adultas, encontraron su propia manera de vivir el Serviam. Y lo hacen todos los días. En el recreo – perdón, quise decir receso – los que lo deseen pueden ver un video casero que es un close up a nosotras.
El Serviam no se tiene, una no lo posee. No es posible atajarlo ni ponerle límites. Simone de Beauvoir, la destacadísima escritora francesa, en el primer párrafo de su excelente obra “La Ceremonia del Adiós”, escribe: “Eso no se puede decir, no se puede escribir, no se puede contar… Eso se vive, eso es todo”.
La frase parece escrita para el Serviam. Porque al Serviam hay que vivirlo, no simplemente recitarlo de caletre o colocarlo en una pared como amarillento recuerdo del pasado. El Serviam no es un alfiler para decorar la solapa de una chaqueta o el cuello de una blusa para hacer saber a la gente que estudiamos en el Merici. El Serviam no es un mero acompañante en un viaje, no es un libro con indicaciones. No es una manual de buenos modales. El Serviam es el guía de nuestra travesía por esa maravillosa aventura que es la vida. El Serviam es la esperanza que no se agota; es la conciencia a la que le basta una mirada; es la voz de aliento y también el susurro de atención y alarma. Es un exigente sello tatuado en nuestra alma cristiana.
Serviam significa “I shall serve”, “yo serviré”. Y yo agrego, Serviam significa “yo sirvo”. Sirvo a la gente, a mi familia, a mi prójimo; sirvo al débil, al amigo, a mi comunidad; sirvo a mi país, sirvo al mundo. Caray, significa “yo sirvo para algo”. Serviam es una declaración de utilidad, de responsabilidad, de solidaridad y fraternidad; de dar una mano a quien lo necesite, de ofrecer el hombro para apoyar a quien lo precise, de compartir lo que somos y tenemos.
Déjenme decirles que vivir el Serviam es un acto permanente de inteligencia emocional y espiritual. El Serviam tiene todo que ver con tenacidad y perseverancia. El Serviam no es un “de vez en cuando”. Es un “todo el tiempo”. Serviam es decirle al mundo que somos mujeres dignas, que tratamos de hacer el bien. Como escribió nuestro dulce poeta Andrés Eloy Blanco, es que “algo le toque al mundo de lo que estamos queriendo”. Por eso el Serviam nos acompaña a donde sea que nos lleven nuestros pasos.
Serviam es concebir la vida como algo trascendente, no como un homenaje insulso y decadente a la banalidad. Serviam significa querer y amar. Significa dar con generosidad; significa saber pedir ayuda cuando la tristeza o la angustia nos sofocan y no temer lucir débiles. Significa comprender y evitar el egotista ejercicio del prejuicio y la intolerancia.
Serviam es saber reír y saber llorar, y entender que tanto reír como llorar nos hace maravillosamente humanos. Serviam significa no aceptar lo injusto y luchar por la equidad. Significa hacer, incluso a riesgo de equivocarse. Significa saber que, aun en las equivocaciones, hay aprendizaje. Significa que es más importante hacer y equivocarse que caer en el patético error de pasar por la vida sin pena ni gloria. Y si una se cae, bueno, se levanta, se alisa la falda, recoge los pedazos rotos y sigue.
A nuestra adolorida y tan querida Venezuela, creo yo, le hace falta que mucha gente, y muy en particular muchas mujeres, vivan el Serviam. Quizás pelearíamos menos y lucharíamos más; despreciaríamos menos y comprenderíamos más; rechazaríamos menos y abrazaríamos más. Con el Serviam como guía, sembraríamos más y cosecharíamos mejor. Privaría la honestidad sobre el oportunismo. La honradez sobre la corrupción. La decencia sobre la inmoralidad.
Habría más programas como el sistema nacional de orquestas juveniles e infantiles y menos bochornosos maletines que viajan en los aviones de la corrupción. Hablaríamos más en la primera persona del plural, en el “nosotros”, y seríamos mucho menos egoístas.
Y no tengo empacho alguno en afirmar que si entre líneas en nuestra constitución leyéramos la palabra Serviam, este país honraría a su historia; y los padres de la Patria y los muchos hombres y mujeres de sucesivas generaciones que dedicaron su vida a construir a la nación no estarían, como están, revolcándose en sus tumbas y pateando ataúdes y cenotafios.
El Serviam, puesto en primer plano, nos recordaría que somos república porque otros mucho antes que nosotros no se rindieron, porque otros mucho antes que nosotros se negaron a ver su presente como un triste destino sin remedio. Que tenemos que vernos a nosotros mismos en un espejo, pero no en un espejo empañado, no en un espejo roto, sino en el espejo de prístino cristal de la esperanza.
El Serviam nos dice cada día que no podemos rendirnos, que la vida es el mejor horizonte que tenemos, que es el territorio en el que otros han conseguido superar los problemas, muchas veces antes que nosotros nos dejáramos caer en esta desgastante letanía de desesperanza, pesares y ansiedad que nos toma por su cuenta una y otra vez, en un carrusel que pareciera no parar nunca. No tenemos derecho a la claudicación, porque no importan nuestros dolores y terrores de ahora, sino el esfuerzo que otros, esos otros que son nuestros otros, hicieron por superar tragedias mayores y pintarnos nuevos horizontes. Estamos comprometidos con ellos y con esos campos de sueños que sembraron con sus manos encallecidas y que fertilizaron con su sangre.
Con el Serviam como guía los venezolanos tendríamos un país y no esta mera coincidencia geográfica de un gentío en que se nos convirtió la Patria. Aplaudiríamos el esfuerzo y el trabajo, la prudencia y la modestia, que son virtudes que alumbran la senda del progreso, y repudiaríamos enérgicamente el rastacuerismo, la viveza y el manirrotismo, canallas vicios que sólo conducen a la decadencia y la involución.
Serviam, amigos, queridas ursulinas, alumnas y ex alumnas, profesores, padres y representantes, Serviam es servir, servir para algo, servir bien. He allí el fundamento de la educación y formación ursulina. El Serviam es como bien cantan los versos de Andrés Eloy en su “Coloquio bajo la palma”:
Lo que hay que ser es mejor
lo que hay que hacer es amar
lo libre en el ser humano,
lo que hay que hacer es saber
alumbrarse ojos y manos
y corazón y cabeza
y después, ir alumbrando.
Quizás algunos de ustedes conocen mi trayectoria pública y política. Soy escribidora de oficio, una simple artesana de las palabras. Escribo cuentos, novelas, poemas, artículos de prensa, ensayos, discursos. Y también crónicas, chistes y textos para caricaturas. Al escribir muestro la huella digital de mi alma, aún a riesgo de quedar tan a la luz pública, que me convierta en objetivo de guerra. Escribo todos los días, escribo para no perder la razón en un país donde hasta el más cuerdo puede enloquecer.
También ejerzo en la Política una labor quizás de poco lustre pero de trabajo de hormiguita. De hecho, buena parte de mi quehacer político ocurre tras bastidores, lejos de los reflectores, las cámaras y los micrófonos, asesorando a los nuevos liderazgos y despertando en los jóvenes el ansia de construir un mejor país. Soy en definitiva una irredenta y sencilla militante de la democracia. Una mujer pequeñita de finales de un siglo y comienzos de otro, que hace lo que debe y ayuda en lo que puede. Y como soy extremadamente terca, la palabra “rendición” no está en mi diccionario.
La cocina se me da bien y es mi refugio, no para escapar sino para encontrarme a mí misma. Porque, créanme, es muy fácil extraviarse en el ruido de los aplausos y las lisonjas y el chaparrón incesante de los insultos, las injurias y las calumnias.
Pertenezco a una familia que come, sueña, ríe, llora y reza unida. Y tanto en mi vida privada como en mi vida pública, el Serviam está incrustado en mi ser y quehacer. El Serviam es mi inspiración, mi mejor aliado. Es también mi seguro, mi garantía de no desviación de principios y valores. Es la antorcha de honestidad y honradez que ilumina mi senda, por muy oscura y plagada de tentaciones pecaminosas que esa senda sea. El Serviam no me permite practicar la nefasta indiferencia y mucho menos la muy perjudicial indolencia. El Serviam evita que yo caiga en el error de meterme en la comodidad de una burbuja y me mantiene los sentidos y el alma abiertos y atentos.
Y de veras me complace mucho saber que cualquiera de mis compañeras del Merici X estaría aquí diciéndoles más o menos lo mismo, pues siendo muy distintas y plurales, coincidimos en la manera cómo entendemos el Serviam. No somos perfectas. Dios nos libre. Eso sería caer en el pecado de la soberbia y la petulancia, además de que nos haría insoportablemente aburridas. Somos sí mujeres que creen en lo que hacen, y hacen aquello en lo que creen. Nosotras pasamos por este colegio, y este colegio pasó por nosotras.
Educadas como fuimos por las Ursulinas, entendemos el Serviam como un privilegio que nos obliga y compromete a la dignidad. Fuimos educadas para ejercer la libertad, sí, la libertad, pero con responsabilidad. Prefiero mis alas a una jaula. Y sé que la emancipación no se consigue cambiando de pastor, sino dejando de ser ovejas. Con tropiezos, con dolores y con errores, y también con muchas satisfacciones, vivimos el Serviam. Acaso debería decir, tan sólo, que en el 35 aniversario de nuestra promoción, sabemos y entendemos que el Serviam, más que un “motto”, más que una consigna, es una rúbrica de compromiso.
Gracias a ASEAM y a mis queridas ursulinas. Gracias por lo que hacen todos los días. Gracias por vivir el Serviam y enseñar a tantas mujeres como yo a llevarlo como estandarte de vida. Gracias por ser, o, como canta Eros Ramazotti, gracias por existir. Si algo de bueno hemos hecho en la vida, en generosa parte se lo debemos a ustedes.
No los aburro más. Termino citando un par de párrafos del epílogo de “Una Muchacha llamada Providencia”, un cuento de mi autoría:
“… Hay ventajas – que no pocas – en acumular canas y arrugas. Entre ellas, llegar a los cincuenta y déle y poder sentarse a recordar gente magnífica que se tuvo la fortuna de conocer. Cierro los ojos y mi memoria evoca con pasmosa precisión una tarde linda de dulcitos criollos y agüita de papelón, departiendo con unos guayaneses de corazón abierto y cálido y verbo acogedor: los Leoni.
Para la época yo debía tener unos quince años, y era a la sazón una muchachita de alma y cabellos indómitos, que acaso ni tan siquiera alcanzaba a imaginar que la vida se le presentaría exigente y pasional. De boca de estos anfitriones aprendí cosas que no estaban en los libros de historia. Hay algo glorioso y ciertamente maravilloso en entrar en contacto con personas dispuestas a compartir sus vivencias, sus errores y aciertos, sus temores y grandezas, sus alegrías y tristezas.
“Querer a este país duele, pero es un dolor bueno, que se calma con trabajo, con sudor, con largas jornadas de esfuerzo”; eso dijo Raúl Leoni una tarde de llovizna en una Caracas que hospedaba su cuerpo ya enfermo.
Desde el pedacito de cielo donde están, Raúl Leoni y Doña Menca nos ven, y rezan, y tratan de ayudarnos y cobijarnos. Seguros podemos estar que estos guayaneses no pierden la fe, esa fe que siempre tuvieron en una Venezuela por hacer, que habría de ser construida con ladrillos de democracia, la democracia que nació parida con harto dolor por un país complejo y diverso sobre una cobija de fique, la democracia que no estaba sumida en sombras y a la cual le fue secuestrado tanto y tanto principio, pero también la democracia que de alguna manera se nos tatuó en la piel y que tiene estrellas que titilan en el firmamento para guiarla. Ellos, Raúl y Menca, están en esas estrellas que podemos observar en el cielo de noches hermosas.
A Raúl Leoni le gustaban las alpargatas, los versos de Andrés Eloy y de la alacena se robaba los mazapanes y los cristales de guayaba que le mandaban desde la ciudad de la angostura del río. Dicen que durante toda su vida en conjunto, Doña Menca lo consentía, y le preparaba su jaleíta de mango. Y él, así como compartió tanta democracia con el país, siempre estaba dispuesto a compartir una cucharadita de su jalea con cualquiera que quisiera acompañarlo…”
La referencia a los Leoni no es en modo alguno gratuita y tampoco oportunista. De hecho, poco amiga como soy de la improvisación, mis palabras de hoy las llevo preparando durante semanas. No podía imaginar la tragedia que ocurriría. Lorena Leoni es mi compañera de promoción y una amiga incondicional. Ella es una egresada del Merici X. Los Leoni vivieron el Serviam y lo siguen viviendo. Son ejemplo de venezolanidad, modelo de esa Venezuela nuestra que no podemos permitir que sea degradada y escaldada.
En estos momentos, la familia Leoni sufre un dolor inmenso, un dolor tan y tan grande y tan sofocante que no hay palabras en el diccionario para describirlo. Los Leoni están tristes. Si entendemos el Serviam, si vivimos el Serviam, el dolor de los Leoni es nuestro dolor, su pesar es nuestro pesar, su congoja es nuestra congoja. A los Leoni, que son la personificación del Serviam, no podemos sino retribuirles con nuestro Serviam. Rezar con ellos y por ellos. Llorar con ellos. Ser Serviam con ellos. Y suplicarle a Dios que nos ayude a ayudarlos. Les pido que esta noche cierren sus ojos y eleven una plegaria por Lorenita y por los Leoni. Hacerlo es rezar por esta Venezuela Nuestra.
Vivir el Serviam, en síntesis, es un ejercicio de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad; vivir el Serviam es amar a Dios, a la Humanidad y a Venezuela. Vivir el Serviam es entender esos versos del dulce poeta:
Los que aquí estamos
nacimos en la pura tierra de Venezuela;
amamos a Bolívar como a la vida misma,
y al pueblo de Bolívar, más que a la vida entera;
y a Venezuela, inalcanzable y pura,
sabemos ir por el "bendita seas".
Le pido a Dios, a Santa Úrsula y a Santa Ángela que nos bendigan, que nos den la fortaleza para enfrentar la adversidad y que nos permitan siempre darle un espacio privilegiado en nuestras vidas a la esperanza.
Buenos días y muchas gracias. Ah, y por favor, vayan a votar el 23 de noviembre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)