jueves, 29 de abril de 2010
El éxito de una mesa
Prometieron y cumplieron. Difícil y ardua tarea la de esos venezolanos que se abocaron con inteligencia y sapiencia al complejo asunto de armar el elenco de candidatos de unidad para las próximas elecciones parlamentarias. Y hablo de sensatez pues tal fue el ingrediente fundamental en la preparación de este cocido criollo democrático. Y también hablo de inteligencia, pues sin ella no se podía estructurar una propuesta de candidatos de tanto nivel como la que se logró.
Claro que hay que aplaudir el gesto de desprendimiento de algunas toldas políticas y personas que cedieron ante otros aspirantes, no porque sean menos valiosos sino porque la ocasión lo exigía. Ellos tendrán futuro y espacio en la democracia que toca reconstruir luego de este destructivo terremoto de autoritarismo que contabiliza ya once años. La gente sabrá reconocer en ellos hidalguía y elegancia, dos virtudes que están ausentes en el adversario.
Claro que hay que fajarse a trabajar durante estos cinco meses en una campaña que no será ni fácil ni igualitaria. El gobierno hará uso de todo su poder y de todos los recursos públicos para desplegar una campaña sórdida, procaz, cargada de odio y resentimiento. Estos meses serán un largo y ardiente verano. En esta campaña todos debemso ser agentes de repetición. No hay que sentarse a ver las olas desde la playita. Hay que mojarse las patas.
Claro que hay que respaldar a la Mesa de Unidad e incluso ir más allá. La Mesa debe continuar más allá de las elecciones parlamentarias y convertirse en tanque de pensamiento de la fracción de Unidad en el próximo Parlamento. ¿Por qué? Bueno, porque los diputados principales y suplentes serán objeto de la más perversa restricción de presupuesto para evitar que puedan tener buenos equipos de trabajo. Entonces, ese trabajo de hormiguita requiere contar con un sólido y preparado apoyo para poder ocuparse de la inmensa carga de trabajo que tendrán los parlamentarios.
Claro que quienes están descontentos pues no fueron elegidos en primarias o designados candidatos por consenso deben, por altura política y por elemental sentido del ridículo, dejar de buscar resquicios por los que colarse. Aquí nadie debe pretender “graduarse por secretaría” o intentar erigirse como “gran elector”. Y menos pretender cambiar las reglas luego que el juego ha terminado. Eso no es democrático.
Claro que la gente en el país está harta. No es para menos. La piel del venezolano está ardida. Es víctima de la inflación galopante, de la inseguridad que reina, del horror de servicios públicos que no sirven, de la corrupción que se roba los dineros que las comunidades precisan para mejorar su calidad de vida. Los ciudadanos de a pie están pagando los platos rotos de una gestión gubernamental “neosifrina” que ha contado con el respaldo ciego, sordo y mudo de una Asamblea Nacional de focas amaestradas que ha estado a la altura del betún. Trabajemos entusiastamente en la campaña, votemos el 26S con convicción. El resto, me perdonan, es paja.
martes, 20 de abril de 2010
Bicentenario a lo Halloween
Notitarde, 25 de abril de 2010
Aquello parecía de Halloween, es decir, de espantos. La Avenida Los Próceres convertida en un camino de aparecidos, en una suerte de maltrecho sambódromo de la decadencia prostibularia en que han tornado nuestra dolorosa historia de patria naciente.
No fui capaz de ver sino cortos y espaciados momentos. No tuve estómago para soportar tal mazamorra de vulgaridad, petulancia y mediocridad. El bicentenario del 19 de abril de 1810, mal contado, convertido en una mamarrachada de uniformes inventados y despliegue de aceitunas rellenas de pimentón con la testa coronada con boinas color sangre. El civismo y el civilismo ausentes. La sensatez de 1810 no se veía por parte alguna. A cambio, lo que se mostró fue un despliegue de militarismo tercermundista.
Pero no contentos con el desfile que ha debido tener como base musical el “Thriller” de Michael Jackson, en la tarde hubo sesión solemne en la Asamblea Nacional. Y como todo el espectáculo era de Halloween, pues escogieron bien para fungir de oradora de orden a quien mejor representa la categoría en la región: Cristina Fernández, presidenta de Argentina. Pongamos de lado que Doña Cristina llegó trajeada con un vestido de quinceañera, con falda tablonada y todo, con peinado a lo modelo de Vogue del siglo pasado y con el rostro tapizado de maquillaje y tieso a punta de tantas inyecciones de botox. Nadie le dijo a Doña Cristina que hay un protocolo a seguir para este tipo de actos. Nadie podía hacerlo. Total, en el actual parlamento lo usual es usar atuendos propios de mercadillos. Las corbatas escasean y más de una vez se ha notado a las flamantes diputadas calzadas con chancletas y a los diputados con las cabezas tocadas con gorras, boinas o sombreros, cuando es de elemental cortesía y educación que los hombres se descubran cuando se hallen en un espacio techado.
No pongamos de lado, sin embargo, la selección de una extranjera para llevar la voz cantante en tan solemne ocasión. Ello fue un insulto a la inteligencia venezolana. Abundan en nuestro país historiadores (e historiadoras) de talla y prestigio que hubieran sabido narrar con precisión historiográfica aquellos sucesos de 1810, ponerlos en el contexto de la época y elaborar académicamente sobre su proyección al futuro. Doña Cristina exhibió con absoluto desparpajo su ignorancia sobre el tema y nos obsequió una de esas escenas de drama de teleculebrón que son su hábito. Ella siempre está “en escena”.
Así las cosas, el bicentenario del 19 de abril de 1810, un acontecimiento de enorme trascendencia, pasa así, no por debajo de la mesa, sino como elefante en cristalería. El gobierno se encargó de vulgarizarlo, de narcotizar nuestra historia.
Seguramente si uno se fija en las muchas tomas realizadas durante el desfile en Los Próceres, los verá a ellos, a los grandes de la patria, con los ojos cerrados, con lágrimas corriendo por sus mejillas y con los puños apretados de la más infinita rabia.
Aquello parecía de Halloween, es decir, de espantos. La Avenida Los Próceres convertida en un camino de aparecidos, en una suerte de maltrecho sambódromo de la decadencia prostibularia en que han tornado nuestra dolorosa historia de patria naciente.
No fui capaz de ver sino cortos y espaciados momentos. No tuve estómago para soportar tal mazamorra de vulgaridad, petulancia y mediocridad. El bicentenario del 19 de abril de 1810, mal contado, convertido en una mamarrachada de uniformes inventados y despliegue de aceitunas rellenas de pimentón con la testa coronada con boinas color sangre. El civismo y el civilismo ausentes. La sensatez de 1810 no se veía por parte alguna. A cambio, lo que se mostró fue un despliegue de militarismo tercermundista.
Pero no contentos con el desfile que ha debido tener como base musical el “Thriller” de Michael Jackson, en la tarde hubo sesión solemne en la Asamblea Nacional. Y como todo el espectáculo era de Halloween, pues escogieron bien para fungir de oradora de orden a quien mejor representa la categoría en la región: Cristina Fernández, presidenta de Argentina. Pongamos de lado que Doña Cristina llegó trajeada con un vestido de quinceañera, con falda tablonada y todo, con peinado a lo modelo de Vogue del siglo pasado y con el rostro tapizado de maquillaje y tieso a punta de tantas inyecciones de botox. Nadie le dijo a Doña Cristina que hay un protocolo a seguir para este tipo de actos. Nadie podía hacerlo. Total, en el actual parlamento lo usual es usar atuendos propios de mercadillos. Las corbatas escasean y más de una vez se ha notado a las flamantes diputadas calzadas con chancletas y a los diputados con las cabezas tocadas con gorras, boinas o sombreros, cuando es de elemental cortesía y educación que los hombres se descubran cuando se hallen en un espacio techado.
No pongamos de lado, sin embargo, la selección de una extranjera para llevar la voz cantante en tan solemne ocasión. Ello fue un insulto a la inteligencia venezolana. Abundan en nuestro país historiadores (e historiadoras) de talla y prestigio que hubieran sabido narrar con precisión historiográfica aquellos sucesos de 1810, ponerlos en el contexto de la época y elaborar académicamente sobre su proyección al futuro. Doña Cristina exhibió con absoluto desparpajo su ignorancia sobre el tema y nos obsequió una de esas escenas de drama de teleculebrón que son su hábito. Ella siempre está “en escena”.
Así las cosas, el bicentenario del 19 de abril de 1810, un acontecimiento de enorme trascendencia, pasa así, no por debajo de la mesa, sino como elefante en cristalería. El gobierno se encargó de vulgarizarlo, de narcotizar nuestra historia.
Seguramente si uno se fija en las muchas tomas realizadas durante el desfile en Los Próceres, los verá a ellos, a los grandes de la patria, con los ojos cerrados, con lágrimas corriendo por sus mejillas y con los puños apretados de la más infinita rabia.
martes, 6 de abril de 2010
Políticamente incorrecta
Lo soy. ¿A qué negarlo? No digo ni escribo las cosas que arrancan aplausos de popularidad. Por eso no soy lo que se conoce como “la reina de los helados”. He dicho muchas veces, y lo sostengo, que uno no se mete en política para hacer amigos. Para ello, el espacio ideal son los clubes, los bares, los restaurantes. La política no es para hacer amistades sino para hacer aliados con quienes en conjunto producir planteamientos renovadores y progresistas, sea como ello pueda ser interpretado por cada cual.
El debate sobre las primarias se ha convertido en un pastoso asunto, una mezcolanza de vanidades de gentes que se bañan con perfumes. Aquí hay un gentío que quiere poltrona. Y que además espeta sin limitación que “lo merece”. Veamos, ¿cómo es la cosa? ¿Es esto un problema de dolores? Pues si a dolores vamos, los puestos en la Asamblea Nacional no son analgésicos. Muy por el contrario, es meterse en dolores mayores, de esos que no ceden al efecto de las drogas.
¿Saben los que reclaman a voz en grito su “derecho” (cuasi divino) que, si resultaren elegidos, por los próximos cinco años deberán olvidarse de vacaciones, días libres, pachangas y demás enseres domésticos? El trabajo supondrá siete días por semana y estar de turno permanente como las farmacias 24 horas al día. Tendrán que ser los primeros en llegar y los últimos en irse. A esas de las cinco de la mañana de cada día, incluyendo sábados, domingos y fiestas de guardar, deberán estar completando la revisión de toda la prensa (nacional, regional e internacional). Nada de apagar el celular ni de dejar sin contestar todas las notas que reciban en sus respectivos correos electrónicos. Además de no poder faltar a ni una sola sesión de la Asamblea, también deberán estar presentes en todas las reuniones de comisiones. A eso hay que sumar la articulación de la bancada de oposición, que será una, puesto que los diputados formarán una sola fracción parlamentaria, de Unidad. Agentes libres, favor abstenerse. Y tengan bien claro que frente a la Asamblea siempre habrá un grupete de malandros cuya única función será insultarlos, escupirlos, lanzarles huevos podridos y obsequiarles todo tipo de vejámenes. Prepárense para los ataques que recibirán de sus colegas del chavismo, que serán capaces de cualquier acto en ese hemiciclo. Para quienes no lo sepan, las focas también muerden. Ah, que no se les olvide que más o menos un 50% de sus ingresos como parlamentarios deberán ser cedidos para sufragar los gastos de ejecución de una estrategia seria en todo el territorio nacional así como de una estrategia internacional. Y por si fuera poco, los diputados deberán asistir a sopotocientas asambleas de ciudadanos.
Quien crea que el trabajo que les espera a los nuevos diputados es una escena de “cheverosidad”, que se lo piense mejor. El asunto será “muy heavy”, como dicen los chamos. Quien crea que podrá lucirse, que se lo piense mejor. Quien crea que podrá llegar tarde, guardar cobarde silencio y tener siempre una excusa para no hacer su trabajo, que se lo piense mejor. Quien crea que podrá “pasar agachado”, que se lo piense mejor.
Lo que vimos y padecimos en el periodo 2000-2005 parecerá un lecho de pétalos de rosa comparado con lo que será la nueva Asamblea Nacional. El parlamento para el nuevo periodo será un escenario de una categoría aún no nominada, que seguramente será motivo de estudio en las escuelas de ciencias políticas en el mundo entero dada su extravagancia.
La pegunta es: todos esos que andan desesperados por las curules parlamentarias, ¿tendrán con qué aguantar, o luego que se sienten se van a convertir en bolsas de oficio?
Yo, la políticamente incorrecta, lo pregunto.
El debate sobre las primarias se ha convertido en un pastoso asunto, una mezcolanza de vanidades de gentes que se bañan con perfumes. Aquí hay un gentío que quiere poltrona. Y que además espeta sin limitación que “lo merece”. Veamos, ¿cómo es la cosa? ¿Es esto un problema de dolores? Pues si a dolores vamos, los puestos en la Asamblea Nacional no son analgésicos. Muy por el contrario, es meterse en dolores mayores, de esos que no ceden al efecto de las drogas.
¿Saben los que reclaman a voz en grito su “derecho” (cuasi divino) que, si resultaren elegidos, por los próximos cinco años deberán olvidarse de vacaciones, días libres, pachangas y demás enseres domésticos? El trabajo supondrá siete días por semana y estar de turno permanente como las farmacias 24 horas al día. Tendrán que ser los primeros en llegar y los últimos en irse. A esas de las cinco de la mañana de cada día, incluyendo sábados, domingos y fiestas de guardar, deberán estar completando la revisión de toda la prensa (nacional, regional e internacional). Nada de apagar el celular ni de dejar sin contestar todas las notas que reciban en sus respectivos correos electrónicos. Además de no poder faltar a ni una sola sesión de la Asamblea, también deberán estar presentes en todas las reuniones de comisiones. A eso hay que sumar la articulación de la bancada de oposición, que será una, puesto que los diputados formarán una sola fracción parlamentaria, de Unidad. Agentes libres, favor abstenerse. Y tengan bien claro que frente a la Asamblea siempre habrá un grupete de malandros cuya única función será insultarlos, escupirlos, lanzarles huevos podridos y obsequiarles todo tipo de vejámenes. Prepárense para los ataques que recibirán de sus colegas del chavismo, que serán capaces de cualquier acto en ese hemiciclo. Para quienes no lo sepan, las focas también muerden. Ah, que no se les olvide que más o menos un 50% de sus ingresos como parlamentarios deberán ser cedidos para sufragar los gastos de ejecución de una estrategia seria en todo el territorio nacional así como de una estrategia internacional. Y por si fuera poco, los diputados deberán asistir a sopotocientas asambleas de ciudadanos.
Quien crea que el trabajo que les espera a los nuevos diputados es una escena de “cheverosidad”, que se lo piense mejor. El asunto será “muy heavy”, como dicen los chamos. Quien crea que podrá lucirse, que se lo piense mejor. Quien crea que podrá llegar tarde, guardar cobarde silencio y tener siempre una excusa para no hacer su trabajo, que se lo piense mejor. Quien crea que podrá “pasar agachado”, que se lo piense mejor.
Lo que vimos y padecimos en el periodo 2000-2005 parecerá un lecho de pétalos de rosa comparado con lo que será la nueva Asamblea Nacional. El parlamento para el nuevo periodo será un escenario de una categoría aún no nominada, que seguramente será motivo de estudio en las escuelas de ciencias políticas en el mundo entero dada su extravagancia.
La pegunta es: todos esos que andan desesperados por las curules parlamentarias, ¿tendrán con qué aguantar, o luego que se sienten se van a convertir en bolsas de oficio?
Yo, la políticamente incorrecta, lo pregunto.
jueves, 1 de abril de 2010
Causa y Consecuencia
Dicen las comadronas y los parteros que, de los gemelos, el primero en nacer es el menor. Así, Causa, por haber nacido de segunda, era mayor que su hermanita Consecuencia.
Nacieron en año bisiesto y, para completar, un 29 de febrero. En los pueblos se dice que alumbrar tal día es mal augurio, pavosería, fortuna al revés. La madre hizo todo lo que pudo para aguantar el paritorio, pero cuando apenas faltaba media hora para la medianoche y el comienzo del 1 de marzo, pues su cuerpo dijo “no más” y ahí, en el ambulatorio del pueblo, se escuchó el primer llantén.
Las niñas crecieron como todos los gemelos, juntas y peleando sin parar. Causa era más rebelde y creía que había que llevarse todo lo establecido por delante y comerse el mundo entero a bocados. Consecuencia era más prudente, más cauta, más dada a pensar las cosas dos veces.
Causa era la que se escapaba del colegio, la que rayaba las paredes, la que le contestaba a la maestra. Ella misma se calificaba de “revolucionaria”. Consecuencia asistía a todas las clases, tenía buenas notas y era amable con profesores y mayores.
“No veo qué tiene de revolucionario andar por ahí destruyendo e irritando a la gente. Revolucionario es luchar por el bien, por la justicia, por el pueblo”, decía Consecuencia.
“Pues para construir hay que hacer añicos todo lo que existe, quemar todo y cuando ya todo esté destruido, pues entonces construir lo nuevo, con el hombre nuevo”, replicaba Causa a voz en grito.
Un día había elecciones. Ambas eran candidatas. Causa se las ingenió para regalar medallitas de oro falso. Besuqueaba viejos y niños y prometía maravillas. Consecuencia, por el contrario, tenía una campaña austera y basada en lo que ella consideraba más valioso: la verdad. “Mentir es malo, es inmoral, es pecado. A las personas hay que decirles la verdad, no engañarlas, no prometer cosas que luego no se pueden cumplir. Que de mentiras y promesas incumplidas ya hemos tenido demasiado”, decía Consecuencia con voz de decencia.
“Pero esta Consecuencia sí es bolsa. Yo al pueblo lo tengo comiendo en la mano. Les doy lo que quieren, migajas de pan y mucho circo. Así se ganan elecciones”, pensó Causa.
Y llegó el día de la fiesta electoral. Causa sacó a todos sus amigotes malandros para la calle. Y cuando la gente llegaba a los lugares de votación, los malandros “causistas” les mostraban lo que tenían en las manos: en la una, un fajo de papelitos que decían que con ellos podrían comprar de todo y a precios bajísimos. En la otra, un garrote. El mensaje era claro.
El equipo de Consecuencia llegó a los centros electorales y en las colas le daban a las gentes unos volanticos en los que podía leerse: “No somos más libres ni más ricos si compramos oro falso. No te dejes engañar. Vota con tu conciencia, tu inteligencia y tu corazón.”
En la nochecita, el organismo electoral tardaba en dar los resultados. La ciudadanía estaba inquieta. Los “causistas” pulían sus garrotes. Los “consecuencistas” tomaban guarapito y limpiaban las aceras.
Cuando a esas de las once de la noche en la televisión salió el mensaje que anunciaba cadena, todos se pararon frente al aparato, en silencio. Apareció el caballito y la bandera. “Esta es una cadena nacional del Ministerio……” En escena, la periquera de siempre, los periodistas buscando el mejor puesto, los directivos dándose bomba para llegar a sentarse en el presidium montado para la ocasión.
La presidenta del organismo electoral se sentó frente al micrófono. Tomó agua. Aclaró la voz. La atmósfera podía cortarse con cuchillo.
“Ciudadanas, ciudadanos, en el día de hoy hemos tenido un ejemplar proceso electoral… (bla, bla, bla)… Ha imperado el civismo… (bla, bla, bla)… Computado el 83% de los votos, los resultados son…”
Y entonces, sin aviso previo, se fue la luz en todo el territorio nacional.
Nacieron en año bisiesto y, para completar, un 29 de febrero. En los pueblos se dice que alumbrar tal día es mal augurio, pavosería, fortuna al revés. La madre hizo todo lo que pudo para aguantar el paritorio, pero cuando apenas faltaba media hora para la medianoche y el comienzo del 1 de marzo, pues su cuerpo dijo “no más” y ahí, en el ambulatorio del pueblo, se escuchó el primer llantén.
Las niñas crecieron como todos los gemelos, juntas y peleando sin parar. Causa era más rebelde y creía que había que llevarse todo lo establecido por delante y comerse el mundo entero a bocados. Consecuencia era más prudente, más cauta, más dada a pensar las cosas dos veces.
Causa era la que se escapaba del colegio, la que rayaba las paredes, la que le contestaba a la maestra. Ella misma se calificaba de “revolucionaria”. Consecuencia asistía a todas las clases, tenía buenas notas y era amable con profesores y mayores.
“No veo qué tiene de revolucionario andar por ahí destruyendo e irritando a la gente. Revolucionario es luchar por el bien, por la justicia, por el pueblo”, decía Consecuencia.
“Pues para construir hay que hacer añicos todo lo que existe, quemar todo y cuando ya todo esté destruido, pues entonces construir lo nuevo, con el hombre nuevo”, replicaba Causa a voz en grito.
Un día había elecciones. Ambas eran candidatas. Causa se las ingenió para regalar medallitas de oro falso. Besuqueaba viejos y niños y prometía maravillas. Consecuencia, por el contrario, tenía una campaña austera y basada en lo que ella consideraba más valioso: la verdad. “Mentir es malo, es inmoral, es pecado. A las personas hay que decirles la verdad, no engañarlas, no prometer cosas que luego no se pueden cumplir. Que de mentiras y promesas incumplidas ya hemos tenido demasiado”, decía Consecuencia con voz de decencia.
“Pero esta Consecuencia sí es bolsa. Yo al pueblo lo tengo comiendo en la mano. Les doy lo que quieren, migajas de pan y mucho circo. Así se ganan elecciones”, pensó Causa.
Y llegó el día de la fiesta electoral. Causa sacó a todos sus amigotes malandros para la calle. Y cuando la gente llegaba a los lugares de votación, los malandros “causistas” les mostraban lo que tenían en las manos: en la una, un fajo de papelitos que decían que con ellos podrían comprar de todo y a precios bajísimos. En la otra, un garrote. El mensaje era claro.
El equipo de Consecuencia llegó a los centros electorales y en las colas le daban a las gentes unos volanticos en los que podía leerse: “No somos más libres ni más ricos si compramos oro falso. No te dejes engañar. Vota con tu conciencia, tu inteligencia y tu corazón.”
En la nochecita, el organismo electoral tardaba en dar los resultados. La ciudadanía estaba inquieta. Los “causistas” pulían sus garrotes. Los “consecuencistas” tomaban guarapito y limpiaban las aceras.
Cuando a esas de las once de la noche en la televisión salió el mensaje que anunciaba cadena, todos se pararon frente al aparato, en silencio. Apareció el caballito y la bandera. “Esta es una cadena nacional del Ministerio……” En escena, la periquera de siempre, los periodistas buscando el mejor puesto, los directivos dándose bomba para llegar a sentarse en el presidium montado para la ocasión.
La presidenta del organismo electoral se sentó frente al micrófono. Tomó agua. Aclaró la voz. La atmósfera podía cortarse con cuchillo.
“Ciudadanas, ciudadanos, en el día de hoy hemos tenido un ejemplar proceso electoral… (bla, bla, bla)… Ha imperado el civismo… (bla, bla, bla)… Computado el 83% de los votos, los resultados son…”
Y entonces, sin aviso previo, se fue la luz en todo el territorio nacional.
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