jueves, 1 de abril de 2010

Causa y Consecuencia

Dicen las comadronas y los parteros que, de los gemelos, el primero en nacer es el menor. Así, Causa, por haber nacido de segunda, era mayor que su hermanita Consecuencia.

Nacieron en año bisiesto y, para completar, un 29 de febrero. En los pueblos se dice que alumbrar tal día es mal augurio, pavosería, fortuna al revés. La madre hizo todo lo que pudo para aguantar el paritorio, pero cuando apenas faltaba media hora para la medianoche y el comienzo del 1 de marzo, pues su cuerpo dijo “no más” y ahí, en el ambulatorio del pueblo, se escuchó el primer llantén.

Las niñas crecieron como todos los gemelos, juntas y peleando sin parar. Causa era más rebelde y creía que había que llevarse todo lo establecido por delante y comerse el mundo entero a bocados. Consecuencia era más prudente, más cauta, más dada a pensar las cosas dos veces.

Causa era la que se escapaba del colegio, la que rayaba las paredes, la que le contestaba a la maestra. Ella misma se calificaba de “revolucionaria”. Consecuencia asistía a todas las clases, tenía buenas notas y era amable con profesores y mayores.

“No veo qué tiene de revolucionario andar por ahí destruyendo e irritando a la gente. Revolucionario es luchar por el bien, por la justicia, por el pueblo”, decía Consecuencia.

“Pues para construir hay que hacer añicos todo lo que existe, quemar todo y cuando ya todo esté destruido, pues entonces construir lo nuevo, con el hombre nuevo”, replicaba Causa a voz en grito.

Un día había elecciones. Ambas eran candidatas. Causa se las ingenió para regalar medallitas de oro falso. Besuqueaba viejos y niños y prometía maravillas. Consecuencia, por el contrario, tenía una campaña austera y basada en lo que ella consideraba más valioso: la verdad. “Mentir es malo, es inmoral, es pecado. A las personas hay que decirles la verdad, no engañarlas, no prometer cosas que luego no se pueden cumplir. Que de mentiras y promesas incumplidas ya hemos tenido demasiado”, decía Consecuencia con voz de decencia.

“Pero esta Consecuencia sí es bolsa. Yo al pueblo lo tengo comiendo en la mano. Les doy lo que quieren, migajas de pan y mucho circo. Así se ganan elecciones”, pensó Causa.

Y llegó el día de la fiesta electoral. Causa sacó a todos sus amigotes malandros para la calle. Y cuando la gente llegaba a los lugares de votación, los malandros “causistas” les mostraban lo que tenían en las manos: en la una, un fajo de papelitos que decían que con ellos podrían comprar de todo y a precios bajísimos. En la otra, un garrote. El mensaje era claro.

El equipo de Consecuencia llegó a los centros electorales y en las colas le daban a las gentes unos volanticos en los que podía leerse: “No somos más libres ni más ricos si compramos oro falso. No te dejes engañar. Vota con tu conciencia, tu inteligencia y tu corazón.”

En la nochecita, el organismo electoral tardaba en dar los resultados. La ciudadanía estaba inquieta. Los “causistas” pulían sus garrotes. Los “consecuencistas” tomaban guarapito y limpiaban las aceras.

Cuando a esas de las once de la noche en la televisión salió el mensaje que anunciaba cadena, todos se pararon frente al aparato, en silencio. Apareció el caballito y la bandera. “Esta es una cadena nacional del Ministerio……” En escena, la periquera de siempre, los periodistas buscando el mejor puesto, los directivos dándose bomba para llegar a sentarse en el presidium montado para la ocasión.

La presidenta del organismo electoral se sentó frente al micrófono. Tomó agua. Aclaró la voz. La atmósfera podía cortarse con cuchillo.

“Ciudadanas, ciudadanos, en el día de hoy hemos tenido un ejemplar proceso electoral… (bla, bla, bla)… Ha imperado el civismo… (bla, bla, bla)… Computado el 83% de los votos, los resultados son…”

Y entonces, sin aviso previo, se fue la luz en todo el territorio nacional.

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