La cruz en el pecho y el diablo en el hecho. Que es tanto como llorar con un ojo y reír con el otro. Así dicen las abuelas al referirse a alguien que mucho cacarea de ser bueno cuando en la realidad no hace sino perjudicar. Así ocurre con “micomandantepresidente”. Mucho predicar, mucho santiguarse pero de su dicho al hecho hay un enorme trecho. A él nadie le dijo que obras son amores y no buenas razones. Nadie le explicó que es malo ser candil de la calle y oscuridad de la casa. Nadie le enseñó que perro que come manteca mete la lengua en tapara.
Total, total, lleva más de doce años allí, apoltronado en la casa de Misia Jacinta, más enredado que kilo de estopa y más perdido que enano en procesión. Entretanto, a los venezolanos la vida se nos puso más fea que pelea de machetes. Por mucho que tratemos, ya no sabemos cómo redondear la arepa. Y mientras tanto, “micomandantepresidente” no entiende que al tigre lo respetan por las uñas y no por el rugido. Y se la pasa dizque haciendo favores por doquier, sin comprender que favor no es favor si va con condición.
Pero a “micomandantepresidente” la cuerda se le va convirtiendo en guaral usao’. Y ya ni porque se pinte más que guacamaya en fiesta logra disimular que la cosa para 2012 se le está poniendo color de hormiga amazónica en celo. Que ya el pueblo piensa que bueno es cilantro, pero no tanto. Y siente que tanta habladera es más fastidiosa que partida de dominó por radio. Sabe que a cada cochino le llega su sábado. Todo cae por su propio peso.
“Micomandantepresidente” dice y repite que no tiene miedo, porque él se cree águila y aguila no caza moscas. Que él es el jefe y jefe es jefe manque tenga cochochos. Pero es bien sabido que quien tiene más saliva traga más fósforo y que zamuro come bailando.
Claro que en este merequetén mucha gente piensa que “micomandantepresidente” tiene más puntas que mecate de cerdas y que algo pérfido se va a sacar de debajo de la manga para asegurarse el triunfo. Muchos dicen que “micomandantepresidente” es más peligroso que barbero con hipo. Bendito sea Dios, el niño es llorón y la madre que lo pellizca. Bolserías de esas que van del moño a la zapatilla abundan. El no es ni la décima parte de lo poderoso que la gente cree que es. Por fortuna, cada día eso es más obvio. Tnato va el agua al cántaro hasta que se rompe.
Ya “micomandantepresidente” no mete miedo ni que esté prendío en candela. Que ya el pueblo se dio cuenta que en chiva que pare tres uno mama y los otros dos ven. Nos contaremos en 2012, pues. A trabajar, entonces, que para luego es tarde. Que morrocoy no sube palo ni cachicamo se afeita. ¿El candidato? ¿Quién será? Pues al que le calce el guante que se lo plante.
miércoles, 25 de mayo de 2011
El ocaso del payaso
No sé si será por la crisis de las cientos de miles de viviendas que este gobierno inútil no ha construido. O por la constante y justificada protesta de la gente a quienes se les prometió techo digno y se han quedado como pajarito en rama. O acaso porque ya no hay lugar donde uno no escuche el tema de las expropiaciones que más bien son asaltos, en algunos casos literalmente a mano armada.. Pero es el caso que me ha dado por pensar en la construcción. Raro. Nada sé de cemento, ni de cabillas, ni de albañilería, ni de adobes, ni de tejas, ni de columnas o paredes. Soy, o he sido hasta ahora, una consumidora recurrente de habitaciones construidas por otros.
Pero, en fin, volvamos al tema de estas líneas. Este gobierno está siendo realmente hábil en la construcción. Sí, lo digo en serio: este gobierno se ha lucido como ningún otro en la construcción de escombros. No me refiero a derruir lo que ya existía y que haya sobrevivido a tormentas y vendavales. Tampoco me refiero a construcciones a medias, con huecos para las ventanas pero sin ventanas, paredes sin friso y techos que simplemente no están. Quiero decir que está construyendo un país en escombros, donde habiten viudas y huérfanos. Es una sofisticación de la transitoriedad, para llegar a la institución del ñangarismo. Tiene que obviar las etapas intermedias. Ser “eficiente, capacitado, competente” en el acto de destrucción de una nación, al punto de dejarla hecho añicos. En eso, en pulverizar todo, se le han ido más de 12 años a este gobierno que ya huele a rancio pasado.
A este paso, para el 2013 toda Venezuela será un gigantesco patio de escombros. Es como si nos hubieran caído las siete plagas bíblicas. Nada quedará en pie. Ni tan siquiera un pedacitico. Ni una ñinguita, pues. Menos, claro está, lo que los poderosos, esos poquitos que se han beneficiado de esta locura se guardan para su uso, disfrute y usufructo. Porque eso sí lo cuidan. En lo de ellos, nada de escombros, nada de destrucción. Puro lujo.
Cuando Venezuela sea toda ella un escombro – y estamos ya próximos a ello - entonces, quedará patente la necesidad de una revolución, la verdadera revolución, que será bautizada con un nombre: algo así como “La Constructora”. A Bolívar lo dejarán en paz, por algunos años, y pasaremos a rendirle culto a, por ejemplo, los fundadores del Colegio de Ingenieros de Venezuela. Culto, sí, porque este país necesita héroes. Siempre necesita héroes. Sin ellos, se sentiría extraviado.
Los humanistas la pasaremos peluda y negra. Cualquiera que no domine las reglas de la construcción será considerado “prescindible”. Un estorbo, pues. Los arquitectos pasarán a estar de moda, porque los ingenieros, grandes tutores del proceso, líderes indiscutibles de la “Revolución Constructora”, requerirán de sus servicios para que embellezcan las obras. Los bardos se concentrarán en textos brevísimos para las placas de inauguración. A Dios gracias, no habrá discursos, ni cadenas compulsivas de medios, ni demás cursiambres de ese tenor. La Revolución Constructora no gastará el tiempo en retórica; mucho hará y poco hablará, no requerirá de campañas publicitarias ni de templetes.
El asunto, créanme, no está lejos. Está, como quien dice, “a la vuelta de la esquina”. Y a ella sólo llegaremos por un camino, el de la Unidad. Las dudas se van disipando, el panorama se va aclarando. Y sí, aunque alguno no lo crean, ya ha dado comienzo el ocaso del payaso.
Pero, en fin, volvamos al tema de estas líneas. Este gobierno está siendo realmente hábil en la construcción. Sí, lo digo en serio: este gobierno se ha lucido como ningún otro en la construcción de escombros. No me refiero a derruir lo que ya existía y que haya sobrevivido a tormentas y vendavales. Tampoco me refiero a construcciones a medias, con huecos para las ventanas pero sin ventanas, paredes sin friso y techos que simplemente no están. Quiero decir que está construyendo un país en escombros, donde habiten viudas y huérfanos. Es una sofisticación de la transitoriedad, para llegar a la institución del ñangarismo. Tiene que obviar las etapas intermedias. Ser “eficiente, capacitado, competente” en el acto de destrucción de una nación, al punto de dejarla hecho añicos. En eso, en pulverizar todo, se le han ido más de 12 años a este gobierno que ya huele a rancio pasado.
A este paso, para el 2013 toda Venezuela será un gigantesco patio de escombros. Es como si nos hubieran caído las siete plagas bíblicas. Nada quedará en pie. Ni tan siquiera un pedacitico. Ni una ñinguita, pues. Menos, claro está, lo que los poderosos, esos poquitos que se han beneficiado de esta locura se guardan para su uso, disfrute y usufructo. Porque eso sí lo cuidan. En lo de ellos, nada de escombros, nada de destrucción. Puro lujo.
Cuando Venezuela sea toda ella un escombro – y estamos ya próximos a ello - entonces, quedará patente la necesidad de una revolución, la verdadera revolución, que será bautizada con un nombre: algo así como “La Constructora”. A Bolívar lo dejarán en paz, por algunos años, y pasaremos a rendirle culto a, por ejemplo, los fundadores del Colegio de Ingenieros de Venezuela. Culto, sí, porque este país necesita héroes. Siempre necesita héroes. Sin ellos, se sentiría extraviado.
Los humanistas la pasaremos peluda y negra. Cualquiera que no domine las reglas de la construcción será considerado “prescindible”. Un estorbo, pues. Los arquitectos pasarán a estar de moda, porque los ingenieros, grandes tutores del proceso, líderes indiscutibles de la “Revolución Constructora”, requerirán de sus servicios para que embellezcan las obras. Los bardos se concentrarán en textos brevísimos para las placas de inauguración. A Dios gracias, no habrá discursos, ni cadenas compulsivas de medios, ni demás cursiambres de ese tenor. La Revolución Constructora no gastará el tiempo en retórica; mucho hará y poco hablará, no requerirá de campañas publicitarias ni de templetes.
El asunto, créanme, no está lejos. Está, como quien dice, “a la vuelta de la esquina”. Y a ella sólo llegaremos por un camino, el de la Unidad. Las dudas se van disipando, el panorama se va aclarando. Y sí, aunque alguno no lo crean, ya ha dado comienzo el ocaso del payaso.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Caminotear el desarrollo
Ver a la gente en un afán que no es estéril. Bien saben que cada una de las horas que dediquen a trabajar producirá lo que tanto ansían: prosperidad. Ver que las escuelas públicas nada tienen que envidiar a las mejores escuelas privadas del país. Ver calles lavadas con agua y jabón todos los días y basura recogida con puntualidad cada 48 horas.
Buscar huecos en las calles y autopistas y no hallar ni un solo hoyo. Claro, las autopistas están concesionadas y los peajes no son baratos, pero están en notable estado, hay teléfonos de emergencia a lo largo de toda la vía y los usuarios cuentan con un nivel de seguridad ciudadana que les hace confiar que su tránsito ocurrirá de manera protegida.
Ver tierras áridas, donde la lluvia poco acaricia, convertidas en fuente de empleo y bonanza a partir de trabajar lo que esa tierra, tal como es, puede dar. Otear en el horizonte un jardín de molinos de viento, parques eólicos que producen el 20% de la energía necesaria. Ver un metro limpio, que huele a lavanda, con estaciones provistas de escaleras mecánicas y ascensores que funcionan y donde cualquier retraso o avería supone una petición pública de disculpas a los clientes, so pena de una protesta que no puede ser obviada por las autoridades.
Caminar por doquier sin sentir el miedo atroz al asalto o a perder la vida. Saber que ese policía que se acerca quiere ayudar, no asustar o cobrar vacuna. Notar que el empleo informal es escaso y que muchos de esos que alguna vez fueron buhoneros hallaron la senda de la prosperidad a partir de su conversión en emprendedores formales. Constatar que las quejas de la gente son escuchadas por los funcionarios públicos y respondidas con acciones, no con vanas promesas. Confirmar que los ciudadanos están convencidos que la democracia limpia y honesta es el mejor negocio, que la inclusión es el mejor negocio, que el respeto al estado de derecho es el mejor negocio. Presenciar el quehacer de una sociedad harto más poderosa que el estado y que éste sólo existe para servir a la gente y no servirse de ella.
No hablo de Dinamarca ni de Suiza. Me refiero al país de los vientos, del inmenso y bravío mar y las montañas erguidas, de los huertos convertidos en inmensas extensiones de plantíos, de las minas y los olivares, de la gente de piel tostada por el sol y arrugada por el viento y la risa de cascabeles. El país de Neruda y la Mistral, del Andrés Bello que procuró en esa tierra una segunda patria. El país que pasó de los errores a los horrores y luego recapituló y comprendió que la libertad sólo está en el paisaje de una sociedad próspera, con igualdad de oportunidades, generadora de bienestar social.
Uno de sus grandes logros es la libertad, esa libertad que es un cántico a esos millones de seres humanos que hoy son responsables ciudadanos y no siervos de un sistema estatal feudalista. Lo reconozco. Me dio envidia. Y rabia. Y dolor por mi patria. Y se me agrietó el alma. Y entonces pensé en el 2012. Y vi el futuro que está a la vuelta de la esquina, un futuro que hay que construir porque no ocurrirá por generación espontánea. Y se me pintó en el rostro una sonrisa de esperanza. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Buscar huecos en las calles y autopistas y no hallar ni un solo hoyo. Claro, las autopistas están concesionadas y los peajes no son baratos, pero están en notable estado, hay teléfonos de emergencia a lo largo de toda la vía y los usuarios cuentan con un nivel de seguridad ciudadana que les hace confiar que su tránsito ocurrirá de manera protegida.
Ver tierras áridas, donde la lluvia poco acaricia, convertidas en fuente de empleo y bonanza a partir de trabajar lo que esa tierra, tal como es, puede dar. Otear en el horizonte un jardín de molinos de viento, parques eólicos que producen el 20% de la energía necesaria. Ver un metro limpio, que huele a lavanda, con estaciones provistas de escaleras mecánicas y ascensores que funcionan y donde cualquier retraso o avería supone una petición pública de disculpas a los clientes, so pena de una protesta que no puede ser obviada por las autoridades.
Caminar por doquier sin sentir el miedo atroz al asalto o a perder la vida. Saber que ese policía que se acerca quiere ayudar, no asustar o cobrar vacuna. Notar que el empleo informal es escaso y que muchos de esos que alguna vez fueron buhoneros hallaron la senda de la prosperidad a partir de su conversión en emprendedores formales. Constatar que las quejas de la gente son escuchadas por los funcionarios públicos y respondidas con acciones, no con vanas promesas. Confirmar que los ciudadanos están convencidos que la democracia limpia y honesta es el mejor negocio, que la inclusión es el mejor negocio, que el respeto al estado de derecho es el mejor negocio. Presenciar el quehacer de una sociedad harto más poderosa que el estado y que éste sólo existe para servir a la gente y no servirse de ella.
No hablo de Dinamarca ni de Suiza. Me refiero al país de los vientos, del inmenso y bravío mar y las montañas erguidas, de los huertos convertidos en inmensas extensiones de plantíos, de las minas y los olivares, de la gente de piel tostada por el sol y arrugada por el viento y la risa de cascabeles. El país de Neruda y la Mistral, del Andrés Bello que procuró en esa tierra una segunda patria. El país que pasó de los errores a los horrores y luego recapituló y comprendió que la libertad sólo está en el paisaje de una sociedad próspera, con igualdad de oportunidades, generadora de bienestar social.
Uno de sus grandes logros es la libertad, esa libertad que es un cántico a esos millones de seres humanos que hoy son responsables ciudadanos y no siervos de un sistema estatal feudalista. Lo reconozco. Me dio envidia. Y rabia. Y dolor por mi patria. Y se me agrietó el alma. Y entonces pensé en el 2012. Y vi el futuro que está a la vuelta de la esquina, un futuro que hay que construir porque no ocurrirá por generación espontánea. Y se me pintó en el rostro una sonrisa de esperanza. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
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