No sé si será por la crisis de las cientos de miles de viviendas que este gobierno inútil no ha construido. O por la constante y justificada protesta de la gente a quienes se les prometió techo digno y se han quedado como pajarito en rama. O acaso porque ya no hay lugar donde uno no escuche el tema de las expropiaciones que más bien son asaltos, en algunos casos literalmente a mano armada.. Pero es el caso que me ha dado por pensar en la construcción. Raro. Nada sé de cemento, ni de cabillas, ni de albañilería, ni de adobes, ni de tejas, ni de columnas o paredes. Soy, o he sido hasta ahora, una consumidora recurrente de habitaciones construidas por otros.
Pero, en fin, volvamos al tema de estas líneas. Este gobierno está siendo realmente hábil en la construcción. Sí, lo digo en serio: este gobierno se ha lucido como ningún otro en la construcción de escombros. No me refiero a derruir lo que ya existía y que haya sobrevivido a tormentas y vendavales. Tampoco me refiero a construcciones a medias, con huecos para las ventanas pero sin ventanas, paredes sin friso y techos que simplemente no están. Quiero decir que está construyendo un país en escombros, donde habiten viudas y huérfanos. Es una sofisticación de la transitoriedad, para llegar a la institución del ñangarismo. Tiene que obviar las etapas intermedias. Ser “eficiente, capacitado, competente” en el acto de destrucción de una nación, al punto de dejarla hecho añicos. En eso, en pulverizar todo, se le han ido más de 12 años a este gobierno que ya huele a rancio pasado.
A este paso, para el 2013 toda Venezuela será un gigantesco patio de escombros. Es como si nos hubieran caído las siete plagas bíblicas. Nada quedará en pie. Ni tan siquiera un pedacitico. Ni una ñinguita, pues. Menos, claro está, lo que los poderosos, esos poquitos que se han beneficiado de esta locura se guardan para su uso, disfrute y usufructo. Porque eso sí lo cuidan. En lo de ellos, nada de escombros, nada de destrucción. Puro lujo.
Cuando Venezuela sea toda ella un escombro – y estamos ya próximos a ello - entonces, quedará patente la necesidad de una revolución, la verdadera revolución, que será bautizada con un nombre: algo así como “La Constructora”. A Bolívar lo dejarán en paz, por algunos años, y pasaremos a rendirle culto a, por ejemplo, los fundadores del Colegio de Ingenieros de Venezuela. Culto, sí, porque este país necesita héroes. Siempre necesita héroes. Sin ellos, se sentiría extraviado.
Los humanistas la pasaremos peluda y negra. Cualquiera que no domine las reglas de la construcción será considerado “prescindible”. Un estorbo, pues. Los arquitectos pasarán a estar de moda, porque los ingenieros, grandes tutores del proceso, líderes indiscutibles de la “Revolución Constructora”, requerirán de sus servicios para que embellezcan las obras. Los bardos se concentrarán en textos brevísimos para las placas de inauguración. A Dios gracias, no habrá discursos, ni cadenas compulsivas de medios, ni demás cursiambres de ese tenor. La Revolución Constructora no gastará el tiempo en retórica; mucho hará y poco hablará, no requerirá de campañas publicitarias ni de templetes.
El asunto, créanme, no está lejos. Está, como quien dice, “a la vuelta de la esquina”. Y a ella sólo llegaremos por un camino, el de la Unidad. Las dudas se van disipando, el panorama se va aclarando. Y sí, aunque alguno no lo crean, ya ha dado comienzo el ocaso del payaso.
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