viernes, 6 de julio de 2012

Memorias del futuro

"La palabra que nos une a todos es Venezuela y es la que debemos llevar en nuestros corazones". Henrique Capriles Radonski La democracia es el sistema que pone de acuerdo, civilizadamente, a los desacuerdos que existen en la sociedad. Algo así le escuche a Enrique Krauze la noche del 1 de julio, al hacer una análisis de las elecciones en México. Es un concepto interesantísimo. Y me sirvo de él para poner en pagina algunos pensamientos. En Venezuela, desde el palacio de gobierno, inoculando las entrañas de las instituciones del Estado con una suerte de suero de la furia, se ha esparcido una corriente para acendrar los desacuerdos. Con la palabra "batalla" como prefacio de una narrativa inhóspita y feral, unos cuantos despertaron a los dioses del odio y la inquina. Así llegamos a una mezcolanza de improperios y ataques, a un entuerto de enfrentamientos, a un guión tóxico, a costa de la paz, la prosperidad y el progreso. La consecuencia está a la vista: un país carcomido por la desunión que navega en un mar de fracasos y que ve cómo su gente piensa en encontrar una vía para escapar del desastre. Ese más de un millón de compatriotas que emigraron no se fueron del país porque lo desearan; el gobierno les dijo que sobraban, que estaban de más; sintieron con pesar que una a una las puertas se les iban cerrando. Corren ahora el riesgo de caer en peor aún desgracia: el presidente ha determinado que quien no es chavista no es venezolano. De allí a un edicto de destierro hay un paso. Ante semejante declaración del candidato oficialista, "el flaquito", desde el barrio Nazareth en el municipio Mara del estado Zulia ripostó que "no es el presidente el que decide quién es venezolano o no; son los venezolanos quienes deciden quién será el proximo presidente". Alivió así la rabia -y el justificado temor- de los millones que somos venezolanos y queremos seguir siéndolo y que no somos ni queremos ser chavistas. Somos mayoría los que creemos en un país diverso en el que podamos caber y convivir la más amplia gama de tendencias y pensamientos. Somos mayoría quienes afirmamos que el gobierno no debe tener preferencias ni sectarimos en lo que a los ciudadanos se refiere. Ha comenzado formalmente la campaña. El hombre que dirige al Estado exhibe un gritón discurso electoral que, eyectado cual misil desde un camión en el cual se encaramó como Evita Perón en sus últimos días, apela a la ferocidad. Desde ese palco móvil con apariencia de altar pagano, diseñado para esconder sus debilidades y asegurar la lejanía del pueblo, el hombre vomitó su amenaza: "los vamos a pulverizar el 7 de octubre". Augura así una campaña que habrá de teñirse del lenguaje de la agresión. En el léxico de ese señor no parece tener cabida la concordia. La comparación con el otro candidato surge entonces inevitable. Los mensajes de "el flaquito", en evidente contraposición, se condensan en una frase dicha en un mensaje a la Nación difundido la noche del 1 de julio: "mi camino es el del diálogo, el de la unión, para que los venezolanos progresemos". Hace ya muchos años que Chávez -quien se dice devoto practicante cristiano- viene cometiendo el horrendo pecado de la ira. No se le ha visto ni se le ve arrepentimiento ni propósito de enmienda. Desde aquel 4 de febrero cuando amanecimos de golpe hasta hoy contabiliza 20 años de siembra de odio, 14 de los cuales ha utilizado el cargo de primer mandatario para impregnar la piel social con un droga incitadora de violencia. Capriles también lleva 14 años en cargos de elección popular. Fue diputado nacional, dos veces alcalde y, hasta hace poco, gobernador de estado. Y en todo ese tiempo se ha empecinado en construir. De carácter recio, es por encima de todo un buscador de concilios, un hacedor de consensos. Su ánimo reconciliador quedó plasmado recientemente cuando en la población de Soledad, en respuesta a la amenaza del contrincante, este joven y estimulante flaquito dijo: "yo no vengo a pulverizar a nadie sino a trabajar por el país". Hay que tener mucho más coraje para fomentar la paz que para procurar la violencia. El uno vocifera, el otro habla. Barbarie y civilización. El presidente/candidato, en una frase sin duda muy cierta, apuntó que "en estos cien días se van a decidir los próximos cien años venezolanos". Tiene razón. Es un momento trascendental, un punto de quiebre. Menos de 100 días y descontando. Podemos admitir como válidos argumentos políticos como un juramento frente a una matica y la espetactiva de más odio, o podemos decidir que a Venezuela la gobernará democráticamente un apasionado, valiente y sensato cultor de la paz. Son dos rutas muy diferentes. Por la una se llega a una jungla; por la otra hay esperanza de hacer de Venezuela una habitación para la vida. Podemos hacer de Miraflores un castillo para un tirano o un faro que ilumine el camino del progreso. Yo espero que sepamos escuchar la sinceridad de un hombre que cree "que quien no vive para servir, no sirve para vivir". En octubre escribiremos las memorias del futuro. Ojalá lo hagamos con el músculo más inteligente que tenemos -el corazon- y no nos equivoquemos en las letras que pongamos.

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