jueves, 26 de julio de 2012
Sin que me quede nada por dentro
Es como cuando una pareja sabe que ya lo suyo simplemente no tiene remedio. Y sabe que esa despedida toma su tiempo. No puede ser de sopetón. Ni tiene sentido alguno hurgar para encontrar una manera de socorrer aquello. Siempre es difícil decir adiós. Siempre es difícil "quedar bien" cuando ha habido tanto daño de por medio y la relación se convirtió en un papel ajado.
Eso es lo que está pasando en Venezuela entre "el pueblo que alguna vez lo apoyó con pasión loca y desmedida" y este ególatra delirante por el poder, que cacareó como gallina clueca un amor que en realidad es incapaz de sentir. Esa relación, esa juntura, esa simbiosis se fue desintegrando; de a poquito se le fueron haciendo grietas por las que se escaparon las ilusiones que no sobrevivieron en un trágico mar de falsedades. Fueron tantas las mentiras que el amor se rompió por tan mal usarlo. Ahora trata de armar el rompecabezas de las piezas rotas. Pero siempre llega el momento del "es muy tarde ya".
El problema no está en cómo disolver en los hechos lo que ya ocurrió en las emociones. Eso es un trámite. Lo difícil viene después. Porque al día siguiente se contabilizan los activos. Y también los pasivos. Están las cuentas por pagar, las deudas y las hipotecas, los millones de papelitos que recibieron como respuesta millones de promesas que fueron a parar a un cuarto oscuro en los sótanos de Miraflores.
A menor escala, Henrique ya pasó por un escenario semejante. Recibió la Gobernación de Miranda hecha trizas. Plagada de deudas, hundida en una pestilente riada de negocios truculentos, con servidores públicos a quienes se les había dado la orden de mirar para otro lado cuando vieran los bochornosos robos al erario regional. Pudo Henrique convertirse en una suerte de ridículo paladín. Pero decidió que una gesta no produciría el bienestar que el pueblo necesitaba. Así, cada sinverguenzura hallada en las investigaciones se integró a un pormenorizado expediente, que fue llevado como correspondía a Fiscalía, espacio donde esas denuncias duermen el sueño del abandono institucional que se apoltronó en Venezuela en los últimos años. Pasó Henrique a desarrollar sus tareas como gobernador. Y a ese estado ruinoso le inyectó una sobredosis de vitaminas, de entusiasmo, de esperanza.
La recuperación de nuestro país no será asunto de coser y cantar. Pero dejando de cometer las estupideces, teniendo liderazgo trabajador y limpiando de crápulas las posiciones de decisiones, es posible y factible un país decente, progresista, donde la gente deje de penar.
Habiendo sudado a Chávez en un sauna de catorce años, somos hoy un país capaz de pararse frente al espejo, diagnosticar sus errores y emprender una nueva vida. Es decir, un país que con la mirada en el futuro -y habiendo dejado ya de supurar vergüenzas- trabaje con denuedo por curar las heridas del pasado y armar un porvenir válido y valioso. Yo creo que sí se puede.
Henrique, con esta campaña de su autobús del progreso, está dando testimonio de humildad, de apertura mental, de conciencia social y de comprensión. No habla sandeces, no declama versos cursis. No se esconde tras los faldones de medios de comunicación confiscados y convertidos en bufones de una fraudulenta corte de los milagros. Por eso no me asalta ni un minuto la duda. Lo apoyo. Y lo digo abiertamente. Sin que me quede nada por dentro.
smorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
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