martes, 8 de diciembre de 2009

Un año que viene

Este año que se va pasó rápidamente o fue muy largo, a según se mire. Para los jóvenes, todo pasa muy lentamente. Ellos quieren, como quisimos nosotros en el pasado, comerse el mundo a bocados. Para los que ya somos adultos, el asunto es más lentecito. “Todo pasa y todo queda”, como escribe el poeta Machado. Para los que andan pegados de las faldas del gobierno, este año fue un “hit con las bases llenas”. Los “boliburgueses” o “bolichoros” hicieron caída y mesa limpia, mejoraron exponencialmente su calidad de vida y se agenciaron no pocos negocios de esos que producen muchos dividendos con poco riesgo y casi sin sudar, mientras los “no alineados”, es decir, los que no estamos de acuerdo con este gobierno vagabundo y sátrapa, en 2009 pasamos más trabajo que el perro de El Fugitivo y tuvimos que hacer sortilegios para poder reunir los cobres para que esta navidad no pasara por debajo de la mesa.

A mí no me gusta la navidad, o para ser más clara y específica, no me gusta en lo que se ha convertido la pascua en nuestro país. Hemos adquirido una estética mal colorida, que ya no se sabe qué origen tiene. Y la gente cae en una actitud pegostosa y almibarada, preñada de falsos amores, porque es “políticamente correcto” que quienes durante todo el año se dijeron sapos y culebras, como por arte de magia, nomás asomarse las fiestas navideñas, cambien los insultos más airados por una besuqueadera y abrazadera cursilonas con presencia y tufo a billete de treinta que me resulta francamente intolerable. Para nada ni cosa alguna, porque no vayamos a creer que se han enterrado las hachas. ¡Qué va! En enero vuelven a las andadas, a decirse de todo menos bonito y a declararse en pie de guerra.

Humm
Pero no todo me disgusta de estas fechas. Me encanta, por ejemplo, la gastronomía. Amo las hallacas, y el pan de jamón, y el jamón de navidad, y la ensalada de gallina, y el pernil, y los turrones. ¡Qué rico! No soy de esas que cree que las únicas hallacas buenas son las de mi mamá. No, a mí me gusta casi cualquier hallaca, salvo las extrañas esas que llaman “deconstruidas”, que vienen a ser como cocinar para atrás y terminar ofreciendo una hallaca que se presenta en una copa de Martini contentiva de los sabores de la tradicional “multisápida” pero convertida en espuma de colores y con alguna pinturita verde por encima que sustituye a las hojas de plátano o bijao habituales. De esas, no gracias. Hay cosas en las que no voy a ceder.

Suelo dedicar el asueto navideño a poner en orden papeles, closets y pensamientos. No es tarea fácil para alguien que tiene manía de conservar todo, incluidas todas las tarjeticas de los bautizos y comuniones a los que ha asistido, montañas de recortes de periódicos y cerros de papelitos con frases escuchadas o con recetas de exquisiteces conseguidas en un incansable curucutear por la vida. No voy a las tiendas porque me agobia el gentío y el ruido. Visito a vecinos y utilizo la maravilla del Internet para enviar tarjetas de navidad a mis muchos conocidos y amigos que viven aquí en Venezuela o en otras latitudes.

Acción de gracias
Otra cosa que hago mucho en navidad es rezar. Más que para pedir, oro para dar gracias. Agradezco a Dios, a la Virgen y a San Antonio (el santo que vela por los Morillo) el estar viva para contarlo y estar mediamente bien de salud. Les agradezco también por la salud de mis seres queridos y el que los chamos de mi familia no hayan caído víctimas de una inseguridad ciudadana que el gobierno nada hace por solucionar, aunque el librito azul diga claramente que es responsabilidad del Estado salvaguardar las vidas y las pertenencias de todos cuantos poblamos esta nación. ¡Qué manera de irrespetar la Constitución!

Tiempo de reflexión
Para mí la navidad es tiempo de meditar, de reflexión, de pensar en qué hacer para contribuir con el progreso de mi país. Hago mucho, eso dicen algunos, y sin embargo no estoy, en modo alguno, satisfecha. Soy, quizás, ese tipo de persona que cree firmemente en que sin el buen quehacer no hay cómo salir de los escollos. Y en este país hay demasiada gente dedicada al oficio de mirar los toros desde la barrera, demasiada gente afanada en el cotilleo intrascendente, demasiada gente sumergida en la búsqueda de echarle la culpa a alguien. Hay miles o millones de personas que enterraron el espejo hace años y ni le pusieron encima para al menos saber dónde lo sepultaron. Al referirse a ellos, algunos los tildan de avestruces, concepto incorrecto considerando que no es cierto que los avestruces tengan la costumbre de enterrar la cabeza, porque si lo hicieran morirían asfixiados. Yo los llamo más bien tortugas o caracoles. Se meten en su “casita”, y allí dentro continúan en su lamentación. Y como son altamente gregarios, se juntan con otras tortugas o caracoles a criticar. Claro, criticar es fácil, y más si se siente devoción por Poncio Pilatos.

Generación “progre”
Menos mal que la nueva generación no cree en nada eso. Por fortuna, son talentosos y globalizados. Están enteradísimos de lo está sucediendo en el mundo y no caen en el expediente lastimoso de creer que lo que está mal hoy se pondrá peor mañana. Ellos, los chamos, para mi beneplácito, ven el futuro con ojos de luz y no de oscuridad. No sufren miopía ni el intelecto ni el espíritu. Son hiperactivos, buscan y buscan hasta hallar lo que quieren. Y no se rinden. Ellos, con esa energía y esa mentalidad “progre” van a cambiar a Venezuela. Nada los va a detener y mucho menos una gente que cree que por la vía de una revolución decadente y trasnochada se puede liquidar el futuro. A la mayoría de los chamos no les gusta el gobierno. Les parece que es un esperpento, que piensa en chiquito, que es la flor y nata de la incapacidad. No le compran el patrioterismo ramplón y la neurosis paranoica con el imperio les parece una gigantesca bobada o, más bien, una tremenda farsa. Es cierto, los jóvenes tampoco parecen entusiasmarse mucho con lo que ven en la “acera de enfrente”, es decir, por los lados de la oposición. Si uno se sienta a conversar con cualquier muchacho, muy probablemente tendrá que escuchar frases bien gruesas y críticas muy severas. Son señales que haríamos bien en atender y comprender. Si nadie le está llegando a los jóvenes, por algo será, por algo que estamos haciendo muy mal será.

De nosotros depende
Entonces, si queremos una navidad que sirva para algo, si de veras deseamos que no sea una fiesta más en nuestras vidas, de esas que sólo se traducen en una resaca, entonces hay que entender que el año se va (al fin) y que el año que viene será tan bueno como queramos que sea, siempre y cuando procesemos de una vez por todas que con la tediosa y constante quejadera no llegaremos a ninguna parte buena. Daremos una vuelta, sí, pero de 360 grados. Y por esa actitud e inacción patéticas, los muchachos nos mirarán con lástima y con fastidio y nos dejarán como burro amarrado en la puerta del baile, porque ellos no se van a calar el llantén. No se van a dejar contagiar por el virus del “aquí no hay nada que hacer”. Ellos seguirán adelante.

Feliz 2010. Y lo digo de veras. Lo recibo con los brazos abiertos. Como cantaba la inolvidable Billo’s Caracas Boys en los picoteos de fin de año: “… un año que viene y otro que se va…” Amén.

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