viernes, 5 de febrero de 2010
¡Bienvenido seas, Germán!
Durante los casi 365 días que estuviste secuestrado, hice lo púnico que podía hacer: rezar. Al San Antonio le pedía por ti, para que te diera la fortaleza y la fe que te era imprescindible para aguantar. Le pedía por tu familia, tu mamá, tus hermanos, tus hijos y tu larga y tan unida parentela, para que no perdieran jamás la esperanza. Le pedía por nosotros, tus amigos, para que no cayéramos en el horror de acostumbrarnos a tu ausencia y te extrañáramos sin cesar. Todos los días encendía una vela. Quería pensar que Dios y San Antonio escuchaban mis plegarias. Recurrí también a nuestro gran poeta, el dulce Andrés Eloy. Buscaba en sus versos la frase, la palabra, el verbo que pudiera describir con precisión la angustia que se me había estacionado en el alma.
Hoy estás de vuelta. Y mis lágrimas, antes de dolor, son ahora de alegría. Son de fe y alegría. Y otro poeta acude en mi auxilio. Tú sabes que yo siempre ando leyendo versos. No ahora, que cada mes me tengo que pintar las canas, sino desde esa época en la que tú y yo éramos adolescentes. Me permito la licencia de tomar unos versos de Benedetti, y adaptarlos. Los leo y pienso en ti.
Se me ocurre que vas a llegar distinto
no exactamente más lindo
ni más fuerte
ni más dócil
ni más cauto
tan solo que vas a llegar distinto
tu rostro es la vanguardia
tal vez llega primero
no olvides que tu rostro
mira como pueblo
sonríe y rabia y canta
como pueblo
y eso te da una lumbre
inapagable
ahora no tengo dudas
vas a llegar distinto y con señales
con nuevas
con hondura
con franqueza
Bienvenido, querido amigo. Bienvenido.
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