martes, 30 de marzo de 2010

Cuando la ira es pecado

Dicen que tiene miedo, que está desesperado, que ve fantasmas por todos los rincones. Si bien es cierto que a la paranoia la tiene instalada entre pecho y espalda, en esta ocasión el pánico no es lo que lo está atormentando. Es más bien prisionero de la más sorda ira.

Le llevan la contraria. Y eso, para él, es traición de lesa patria, de la imperdonable. Le dicen que está metiendo la pata, que ya se le ve mofletudo y ajado. Arde en furia. Le aconsejan que haga dieta, que deje de disfrazarse de aceituna rellena con pimentón, que eso no se ve bien en un presidente “civilista”. Los gritos retumban en todo el territorio nacional. ¿Cómo alguien puede atreverse a semejante monserga? Los civiles son poca cosa; nada como ser un militar. “Pero es que lo llaman milico”, le advierten. Cierra el puño y siente la daga de la gastritis.

“Presidente, según todas las encuestas su popularidad está bajando. Y además ya le están responsabilizando por todo, por lo del agua, lo de la electricidad, lo de la inseguridad, lo del alto costo de la vida”, le dice uno de la sala situacional.

“¡Pero si a mí el pueblo me adora!”, replica enfurecido.

“Sí, pero amor con hambre no dura.”

“¡Pero si hasta le quité a los franceses la cadena Éxito, para que regalen comida!”

“Sí, presidente, pero no alcanza. Tuvimos que liberar los precios de muchos alimentos, porque si no caíamos en desabastecimiento.”

“Voy a decretar libre toda la Semana Santa. Si no hay pan, que haya circo. ¡Jaua, tráeme café!”

Los militares, otrora bien vistos, hoy son una casta que “goza” de la peor reputación. Su magnífico prestigio de antaño ya se hizo añicos. No sólo lucen como arrogantes y soberbios, con cara de boliolicarcas, engordando como el comandante/presidente sino que los ciudadanos se han dado cuenta que esos en quienes la república invirtió cuantiosos montos en educación pues resulta que, a la hora de gerenciar lo público, raspan el examen y queda en evidencia su mediocridad. Son como el jefe que está en Miraflores: simplemente incompetentes.

La furia lo consume. La CIDH se manda con un informe catastrófico. La SIP se reúne en Aruba y los mentecatos que envió para que argumentaran no supieron hacer el mandado. El lío del agua y de la electricidad crece y la gente se queja ya abiertamente. La inflación galopante ya no hay manera de taparla. Los hospitales y ambulatorios hacen crisis por todas partes. Cada semana los muertos por asesinatos se cuentan por centenas. Y el ministro del área sólo le da excusas.

Y todos los jalamecates del partido le adulan para que les garantice curul en la Asamblea.

La corrupción se esparce como verdolaga. Y lo único que escucha son pretextos.

Marcel sigue denunciando, con esa cara de buena gente y con su voz que jamás se exalta.

Y el Aló Ciudadano tiene mucho más rating que cualquiera de los Aló Presidente.

Para colmo, se va Uribe pero, caraj, llega Juan Manuel Santos, que es peor, porque ni siquiera es paisa. Este es cachaco, nacido en la mera Santafé de Bogotá. Y la maldita computadora de Reyes sigue cantando infidencias. Y estalló el lío del juez ese de la Audiencia Nacional, el tal Eloy Velazco. FARC, ETA…

Y Obama, que no es el negrito del batey sino el presidente del imperio, no le responde a sus insultos. Manda a subalternos del Departamento de Estado a pronunciarse. Y sigue sin llegar la invitación a la Casa Blanca.

Tuvo que agenciarle un cargo bien pagado al tal Mel. Semejante mangasmeás con sombrero de terrateniente y bigotes teñidos que se dejó quitar el coroto.

Y por si fuera poco, el salto de talanquera de Falcón, el único buen gobernador que tenía, el único que servía, quien además habla sin decir que se declara en su contra. Le provoca decirle que sea varón, pero si lo hace la gente de lo que se va a acordar es del episodio cuando Uribe se lo dijo a él en su mismísima cara y frente a un montón de dignatarios. La ira se le transforma en odio. Y no hay ya pepas ni bebedizos para calmarle la gastritis punzopenetrante que le corroe las entrañas.

Ah, pero le entra un fresquito en medio de este calorón. ¡Uf, qué placer ver que al tal Álvarez Paz lo encanaron! Recuerda bien que en 1992 se atrevió a enfrentar la insurrección. Alguien, en la pata de la oreja, le susurra: “Presidente, lo de Álvarez Paz le puede traer muchos problemas. Los demócrata-cristianos van a poner el grito en el cielo. Y mire que no son pocos y los hay en los cinco continentes. Se están violando varios derechos y además juzgarlo encarcelado viola el debido proceso. Y con Álvarez Paz ya van 33 presos políticos”. “Me importa un comino. Que los escuálidos chillen lo que les dé la gana. Preso está y preso se queda”, responde con una risita. “Sí, pero la CIDH se va a pronunciar, de eso podemos estar seguros, porque además le recuerdo que fue diputado, presidente de la cámara de diputados, gobernador del estado Zulia, candidato presidencial”, le advierten. “¡Que se vayan a lavar ese paltó!... Llamen a Insulza y cóbrenle el favor de haber votado por él y de no haberle montado otro candidato en frente. Es más, vayan a ver qué hacen con Guillermo Zuloaga, que supe que dijo algo allá en la reunión de la SIP que no me gustó.”

Las elecciones están a pata de mingo. ¿Y si pierde? ¿Y si el babalao cubano que le predijo que sería el mandamás hasta el año dos mil no sé cuántos leyó mal los caracoles? Porque incluso ganando más curules que la oposición puede perder. Y no se ve por ninguna parte que los escuálidos anden pensando en no participar. Tal parece que no van a volver a pisar esa concha de mango como lo hicieron en 2000. Menos mal que de por medio está el mundial de fútbol, a ver si los fulanos de la Mesa de Unidad se dedican a jalar caña y a ver los partidos. “No creo, presidente. Con todo y fútbol los de la mesa de unidad y los candidatos van a hacer campaña, y si tienen que caminarse cada centímetro de territorio del país lo harán”, le dice uno de sus estrategas.

Reúne a la tropa, es decir, a sus ministros y demás “sigüíes”. Todos ponen cara de lo que son, una sarta de inútiles, una manga de oportunistas buenos para nada. “¡Inventen algo!”, ordena iracundo. Y todos se miran los unos a los otros. Viven en la tierra del verde jengibre. “¡Sirvan para algo. Quiero agua, quiero electricidad, quiero que acaben con los malandros! ¿En qué idioma se los tengo que decir? ¡Quiero ganar las elecciones! Y les advierto, si los resultados no son como yo quiero que sean, voy a cortar oreja y rabo… Jaua, tráeme café.”

La ira lo consume. La suya no es sólo una emoción mal llevada, es pecado y de esos que llaman “capital”. Claro, para eso también hay cura. La primera por casa de los curas, pero esos a quienes él tanto insulta, como Monseñor Lückert, porque lo de él es enfermedad del alma. Y la segunda, por casa de los loqueros, perdón, quise decir los psiquiatras, que prescriben terapia y farmacopea para ese tipo de dolencias.

Es Semana Santa. Recemos.

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