Yo nací en Venezuela. Me crié aquí. Aquí me eduqué. Aquí vivo. Aquí trabajo. Aquí están enterrados mis padres, abuelos y demás ancestros. También aquí reposan los restos de mi adorado hermano Carlos, fallecido prematuramente hace ya veinte años. He recorrido este país de punta a punta. Sólo me falta conocer los estadoa Amazonas y Delta Amacuro. Aquí, en Venezuela, pretendo pasar el resto de mis días y aquí pretendo también que sean esparcidas mis cenizas una vez que pase a mejor vida.
¿A qué viene todo esto que el lector bien puede considerar “perorata personalista”? Me explico. Si algo debe preocuparnos y angustiarnos a los venezolanos, a todos, es el cada vez más creciente éxodo de coterráneos, especialmente de jóvenes, en su mayoría profesionales bien preparados que no encuentran en nuestra tierra un futuro productivo y que buscan en otras latitudes un porvenir prometedor. Eso, para que lo tengamos bien claro, es una verdadera tragedia. Porque la fuga de talentos es pérdida para el país. No critico a los que buscan otros horizontes donde desarrollar sus capacidades y talentos. Me encantaría hallar razones para disuadirlos pero no las encuentro. El país los espantó, los obligó a pensar en irse y a decidirse a hacerlo.
Cuando yo me gradué en la universidad, tres ofertas de empleo me esperaban, a cual mejor. Hoy los jóvenes se gradúan para estrellarse contra la realidad del desempleo. Venezuela pasó de ser país de oportunidades a nación camino al derretimiento. Cada día hay más empresas que bajan sus santamarías; cada día hay más expropiaciones que culminan en un estado que se las da de empresario aunque de gerenciar sepa lo que yo de química orgánica. Y eso es, que nadie me lo niegue, una tragedia. No creamos que nuestros jóvenes se van del país para pasar trabajo y penalidades en otras naciones. ¡Qué va! Resulta que sus talentos son codiciados. Los hay ingenieros de todas las especialidades, científicos, educadores, intelectuales, expertos en planificación, arquitectos, médicos, odontólogos, petroleros especializados, geólogos, capitanes de barcos y aviones, etc. Muchos de ellos están hoy trabajando en empresas de primer nivel, varias de ellas líderes en sus mercados. Otros han logrado ser emprendedores exitosos, haciendo cierto aquello de “nadie es profeta en su tierra”. Están países como Colombia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, España, Francia y pare usted de contar. Muchos, equivocadamente, tildan a nuestros muchachos de “traidores”. Es la acusación más insulsa que puede existir.
¿Son recuperables esos jóvenes? Sí, eso es posible. Pero para ello es indispensable que el país deje de ser la confluencia de desastres y pase a ser de nuevo un país de oportunidades. ¿Es eso posible con el gobierno actual? No. Porque este gobierno es simplemente un exterminador de futuro, un derrocador de ilusiones y esperanzas. Por eso las elecciones de 2012 son, más que importantes, cruciales. Dejemos entonces de verlas como un evento electoral más. Eso es una irresponsabilidad. En esas elecciones no sólo se elegirán presidente, gobernadores, alcaldes y legisladores regionales; se decidirá si los jóvenes venezolanos hoy en diáspora piensen en volver a su patria y en ella construir patria para las futuras generaciones.
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