sábado, 9 de abril de 2011

Los irrenunciables

La Constitución Nacional es la carta magna que rige a la república. No es roja rojita, ni azul azulita, ni amarilla amarillita. Es tricolor, como la bandera. La actual Constitución fue hecha en el peor momento, por constituyentes elegidos por el más nefasto sistema y parida a las carreras. De ella hay varias versiones y está plagada de errores de idioma. Pero está vigente y fue ratificada en aquel referéndum de 2008. Que no se nos olvide y que no se le olvide al gobierno que ese referéndum lo perdió.

La Constitución no es un jarrón chino. Pero a pesar de ser el documento más importante, a tal papel ornamental ha sido relegada. Día a día es magreada, sobre todo por quienes del tema constitucional saben y mucho, como es el caso del diputado Escarrá, que es el más claro exponente de la frase de Bolívar: “El talento sin probidad es un azote”.

Por estos días, la oposición argentina produjo un documento que me parece importante compartir con mis lectores. Es una declaración de principios de quienes creen en la institucionalidad democrática republicana. No es una hoja escrita porque ese día no tenían los opositores nada relevante que aportar al portafolio histórico de su patria. Es un breve y nutritivo elemento para la discusión. Un punto de partida sobre los mínimos a los que los demócratas no debemos renunciar jamás Al leerlo, una siente que el documento nos calza como anillo al dedo. Este es el texto:

“Los abajo firmantes Representantes de Bloques Parlamentarios y de ambas Cámaras y Candidatos presidenciales de fuerzas políticas diversas nos imponemos como deber cuidar la democracia. La libertad de expresión, la independencia del poder judicial y el efectivo cumplimiento de sus fallos se nos impone por encima de nuestros programas de gobierno, de nuestras coincidencias y de nuestras disidencias. Forma parte de un acuerdo pétreo, inamovible que debe respetarse gobierne quien gobierne la República. No son cuestiones opinables. La constitución, de acuerdo a su propia definición en el artículo 36, mantiene su imperio siempre. No hay fuerza, ni derecho evocado que pueda poner en duda la supremacía constitucional. La democracia debe ser cuidada y protegida de acciones de intolerancia, de persecuciones, de señalamientos, escraches o cualquier intento de discrecionalidad en el uso de los recursos que el mismo Estado posee. Los límites del Estado los define la constitución, no el poder gobernante. Debemos unir fuerzas diversas en un único eje: no aceptar en silencio la persecución, el uso indiscriminado del poder, o la utilización de organismos del Estado utilizados fuera de su finalidad. Los medios de comunicación, las empresas, los trabajadores, o cualquier ciudadano no deben ser penalizado por sus ideas o por el desarrollo de actividades licitas que el gobierno considera inconvenientes para sus intereses. Los abajo firmantes nos comprometemos a convivir en el respeto, la aceptación de la diferencia, la tolerancia democrática, la amistad cívica y el cumplimiento irrestricto de las garantías públicas y privadas que están expresadas en nuestra constitución nacional. Cuidar la democracia es el imperativo de esta hora y lo vamos a hacer.”

267 palabras bastaron para fijar una posición nítida.

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