miércoles, 23 de octubre de 2013

Reina de dos mundos


 A qué dudarlo. Fue una mujer importante, controversial, conflictiva. Víctima y victimaria. Perseguida y perseguidora. Cosechó triunfos y odios. Nació en un mundo y reinó en dos que se encontraron. Fue reina en dos edades de la Humanidad. Ella me produce sentimientos encontrados. Poco me impresiona que haya sido, como aseguran historiadores y cronistas, una mujer en extremo piadosa. Siento que detrás de tanto rezo se ocultaba una ambiciosa que para lograr sus objetivos estuvo dispuesta a poner de lado cualquier escrúpulo.   

Es cierto. A ella le tocó una época en la que la edad media moría y nacía un nuevo sistema político y social, un nuevo modo de vivir. Pero en medio de tan trascendentales cambios, ella aprendió las artes de la intriga para hacerse al fin del poder. Sin duda, ello no hubiera sido posible de no haber tenido tras de sí el apoyo, también ambicioso, de una nobleza hambrienta que aspiraba a reinar a través de ella y que supuso equivocadamente que sería su títere.

Que su matrimonio hubiere sido orquestado por conveniencia no tiene nada de extraño para los momentos. Sí hay que destacar que ella siempre trató de aplastar al marido, sojuzgarlo y hacerlo sentir menos, a pesar de la frase “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. En efecto, casaron Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, ambos adolescentes y el suyo fue un matrimonio pactado con fines políticos.

Se dice que los hechos más relevantes de su reinado fueron la conquista del reino de Granada, el descubrimiento de América, la expulsión de los judíos y la anexión del reino de Navarra. Creo que hay logros y vergüenzas en ese reinado, pero para entender hay que saber qué pasó.

Isabel era hija de Juan II de Castilla con su segunda esposa, Isabel de Portugal. El tenía hijos de su matrimonio con María de Aragón, entre ellos Enrique, medio hermano de Isabel y quien era el heredero formal y legal al trono. Estaba además Alfonso, hermano de Isabel de padre y madre. A la muerte de Juan II de Castilla, la corona recae en Enrique IV. En el entretanto, Isabel crecía junto a su madre y su hermano en Arévalo. La madre (Isabel, portuguesa de la casa Braganza) no contaba con buena salud mental.

Enrique IV casó con Juana, una mujer maquinadora, hermana del rey de Portugal. Se decía que el rey era “lento de pasiones” y que la hija habida en ese matrimonio no lo era de su marido sino del conde de Ledesma y mayordomo principal y maestresala del Rey, Beltrán de la Cueva. El cotilleo de palacio poco importaba al rey, quien a la “hija” la nombró Princesa de Asturias y por ende heredera del trono de Castilla. Había dos grupos claramente enfrentados. Y además, estaba Alfonso, quien reclamaba para sí la sucesión. Este muere en extrañas circunstancias, de congestión estomacal. Todo hace pensar que fue envenenado.

Enrique IV no era un mal hombre. Era sí pusilánime y neurótico y comía compulsivamente, en especial piezas de cacería, lo cual obligaba a los físicos de palacio a tratarlo de constantes afecciones digestivas. Cuando muere Alfonso, Isabel, con apenas 16 años, se declara heredera de la corona de Castilla. Desafiaba así la decisión de su medio hermano el rey, quien ya había determinado que su hija Juana (a quien la historia llama La Beltraneja) heredaría.

Isabel se lo pensó mejor y optó por la senda de la conciliación, que derivó en los Acuerdos de Guisando que se firmaron el 14 de agosto de 1468. En ellos se establecía que Isabel heredaría el trono a cambio de respetar a Enrique y no aspirar a la corona hasta que él falleciese. En los acuerdos se incluyó una cláusula según la cual Enrique decidiría cuándo casaría Isabel y con quién. La cosa se empasteló cuando Enrique pretendió casar a Isabel con Alfonso V de Portugal, hermano de su esposa Juana. Si esto ocurría, por muy heredera que fuese, pasaría a ser reina de Portugal y por tanto apartada de la corte de Castilla. Reinaría entonces Juana por vía de matrimonio que se celebraría con el hijo de Alfonso V, lo cual aseguraría los reinados de Portugal y Castilla. Todo un ajedrez.

Isabel y sus aliados rechazaron esto y comenzaron a pactar en secreto el matrimonio con Fernando, hijo y heredero de Juan II de Aragón, un joven príncipe galán un año menor que ella. Casaron en secreto en Valladolid en octubre de 1469, donde Fernando llegó disfrazado de paisano. Hubo una bula papal forjada por el arzobispo Carrillo, quien para el momento era aliado de Isabel. La bula era necesaria pues Isabel y Fernando eran primos. Cuando Enrique supo del matrimonio declaró nulos los Acuerdos de Guisando con lo cual su hija volvió a ser heredera de la corona de Castilla.

Pero ocurrió que Enrique IV murió de grave indigestión en 1474,  sin testamento. Isabel recurre a los Acuerdos de Guisando los cuales declara en plena vigencia y se juramenta reina, en ausencia de su esposo Fernando quien se encontraba a en luchas en Aragón. Se inicia entonces una guerra pues ni Juana ni Alfonso V de Portugal estaban dispuestos a perder el trono. Juana la hija es entonces casada con su tío el rey, sin la bula necesaria, asunto que es fraguado por el arzobispo Carrillo quien al sentirse traicionado y vejado por Isabel y Fernando, que no le apoyaron en su deseo de ser cardenal, decidió apoyar las pretensiones de los portugueses.

Tras cinco años de enfrentamientos, triunfan Isabel y Fernando y se firma la concordia de Segovia. El matrimonio de Juana es anulado y ella, apenas en los comienzos de su adolescencia, es comprometida en matrimonio con el hijo de Isabel y al negarse es recluida en un convento de las Clarisas. La paz suscrita en septiembre de 1479 en Alcaçovas acabó con los conflictos e hizo de Isabel reina reconocida de Castilla. Ese mismo año fallece Juan II de Aragón, padre de Fernando y él se convierte en rey de Aragón, Sicilia, Cataluña, Valencia, Baleares y Cerdeña, además de consorte de Castilla.

Accediendo a la presiones del papado y de su marido y asentada la corte en Sevilla, Isabel acepta fundar el tribunal de la Inquisición, reservándose para sí el nombramiento de quien habrá de dirigirla. Designa para ello al temible Fray Tomás de Torquemada, de muy infausta recordación. Comienza así la percusión de los judíos y de los conversos (marranos) que a la postre conduce -mediante real decreto de 1492- a la expulsión de los judíos quienes por cierto la habían apoyado financieramente durante todo su proceso de lucha para hacerse de la corona de Castilla. Los judíos llevaban siglos viviendo en la hoy España. Hay documentos que ubican comunidades hebreas en territorio español durante las Guerras Púnicas, tan lejanas como entre el 218 y el 202 a.C., durante las cuales Roma se apoderó de Hispania. Emilio García Gómez, un experto en la materia, afirma que la palabra Sefarad nunca fue usada en la España del medioevo y que sólo apareció luego de la expulsión de los judíos en 1492. La identificación de Sefarad con la península ibérica se adjudica más bien a los rabinos expulsados que "habrían pretendido distinguir así a los judíos procedentes de la península de los que residían en otros lugares, los llamados askenazíes". Privó más en Isabel la obcecación de su fanatismo religioso, su paranoia con la herejía y su antisemitismo. Pudo más eso que incluso los muchos judíos y conversos con los cuales había tratado toda su vida y que estaban en su entorno íntimo. Es uno de los episodios más vergonzoso y miserables de la Cristiandad. Un capítulo doloroso que aún hoy tiene consecuencias. Fernando, por su parte, estaba bastante más interesado en librarse de los musulmanes que aún continuaban en Granada. Le impulsaban razones de poder político y territorial y no religiosas. Esto ocurre finalmente luego de la llamada Guerra de Granada en la que resulta vencido el Emir y se consolida la Reconquista. A partir de ese momento a Isabel y Fernando comienza a llamárseles los Reyes Católicos, incluso por bula papal.

Claro que hay que reconocer a Isabel, más que a Fernando, el que haya tenido la visión y haya sido la principal financista de los proyectos exploradores de Colón que condujeron a lo que en los últimos años ha sido denominados apropiadamente como El encuentro de dos mundos, suceso de indiscutible repercusión histórica.

Isabel tuvo cinco hijos: Isabel, quien fue reina de Portugal; Juan, quien fallece mucho  antes de suceder a sus padres; Juana, reina heredera de la corona de Castilla a la muerte de su madre, quien es conocida como La Loca; María, quien casó con el viudo de su hermana Isabel y por tanto fue también reina de Portugal y Catalina, reina de Inglaterra por su matrimonio con Enrique VIII quien la desprecia para casar con Ana Bolena, generándose así la ruptura con la iglesia católica y la excomunión de Enrique. A pesar de haber agenciado convenientes matrimonios que ubicaron a sus hijos en coronas importantes de Europa, Isabel no fue ni de lejos una mujer feliz. Su vida transitó entre la piadosa excentricidad y la locura que llevaba en la genética materna, que trasmitió por cierto a su hija Juana, personaje que bien amerita, tanto como Juana La Beltraneja, espacios especiales de reflexión.

Isabel casó a su hija Juana con Felipe I de Habsburgo, de Flandes, llamado El Hermoso, hijo de Maximiliano I, Sacro Emperador Romano y de María de Borgoña. El paradójicamente como rey consorte de Castilla pactó con los franceses, los enemigos acérrimos de Isabel. Juana La Loca fue la madre del Emperador Carlos V, a cuyo reinado refiere la frase “el imperio donde no se pone el sol” (no como algunos piensan que se relaciona a Victoria de Inglaterra cuyo reinado ocurre muchos años después). Isabel era un ávida lectora. Su nutrida biblioteca incluía los más variados asuntos. De hecho, fue una de las mujeres más ilustradas de la época incluso más que la mayoría de los hombres. Se dice que ella y también la Reina Isabel I de Inglaterra fueron las madres y generadoras de la Edad Moderna.

Isabel la Católica murió sola el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo, sumida en la más absoluta tristeza. Los derechos de su esposo sobre el trono de Castilla no estaban nada claros y entonces se acordó firmar la Concordia de Salamanca, en 1505, que establecía el reinado conjunto entre Fernando, Juana y su esposo Felipe, hasta que el hijo tuviere edad suficiente. Una especie de regencia. Fernando, quien con el tiempo dejó de ser un hombre interesante para convertirse en uno más de los muchos ladinos personajes palaciegos, casó al año de enviudar con Germania de Foix, una sobrina del rey Luis XII de Francia. Se dice que incluso quiso casar con Juana La Beltraneja, pero que prefirió la conveniencia de estrechar lazos con Francia. Fue él quien propició que a Juana su hija se la declarara incapacitada mentalmente y que fuera confinada a reclusión por el resto de sus días. Dicen que Fernando mandó a matar a su yerno Felipe, para así evitar que los Habsburgo reinaran en Castilla y los otros reinos recuperados.

Fernando El Católico era “fogoso”, por decir lo menos. De una hermosa dama noble catalana, Aldonza Ruiz de Ivorra, tuvo dos hijos, uno de los cuales fue nombrado Cardenal a instancias del rey Juan II de Aragón. De otras mujeres tuvo dos hijas que escogieron el camino del claustro. Fernando murió el 23 de enero de 1516. Dicen que a consecuencia de exceso de “cantárida”, un afrodisíaco al que se había vuelto muy afecto y al que recurría para sus noches de pasión.

Los restos de Isabel reposan en Granada, junto con los de Fernando. Con errores y aciertos, ella fue la reina de dos mundos. Dicen los gitanos granadinos que de noche llora. Espero que ese llanto, como buena católica, sea de contrición y arrepentimiento.




martes, 22 de octubre de 2013

Esa hermosa casa pintada de amarillo


Seis de la tarde. Una bandada de periquitos vuela frente a su fachada principal. Si no está nublado, es a esa hora cuando mejor se aprecia el color del cual fue pintada. La escogencia del tono se hizo a esa hora para asegurar que los salientes de otros edificios vieran el palacete y sintieran la marca del poder del liberalismo.

Fue sede de la penitenciaria real. Hasta hace poco se podían ver en su sótano vestigios de cadenas, grillos, tubos de hiero y marcas de reos de alta o baja estirpe. Hospedó al Consejo Eclesiástico de Caracas. Fue escenario de los sucesos del 19 de abril de 1810, cuando se inició el fin del provincialismo en Venezuela. Desde su balcón Madariaga hizo la seña. El terremoto de 1812 dañó la estructura. Por años estuvo en ruinas.

Desde su construcción por allá por 1690 hasta nuestros días, la casa ha vivido cambios, algunos justificados, otros no tanto. Todos sabemos la historia de Cipriano Castro saltando desde un balcón aterrorizado cuando el terremoto de 1900. O de cómo Juancho Gómez se robó un valioso cuadro para pagar sus deudas de meretrices y juego. Esas son anécdotas, buenas para repentistas, pero no la historia importante.

En 1841 el Congreso autorizó que la Municipalidad la vendiera al Gobierno Nacional para hacerla Casa de Gobierno. Se la refaccionó y al año se inauguró. Páez era presidente. En 1874, Guzmán Blanco ordenó remozarla a su gusto de Ilustre Americano. Ello estuvo a cargo del arquitecto Juan Hurtado Manrique. Se construyó un pabellón en homenaje al Cabildo de 1810. Como Palacio de Gobierno se abrió el 7 de noviembre de 1874. Ese mismo día se develó la estatua ecuestre de Bolívar hecha por Tadolini, esa que vemos hoy en la Plaza y que es réplica de la estatua de la Plaza Bolívar de Lima realizada por la Fundición Von Müller. El 4 de mayo de 1877 el Congreso acuerda que su nombre sea “Mansión del Presidente de la República". En los hechos no fue sino hasta 1880 cuando fue adaptada para residencia. Linares Alcántara, entonces presidente, la reinauguró. Se pintó de amarillo, color de los liberales. Y comenzó a llamársela "Casa Amarilla".

Allí vivió el Cabito. En 1904 la Presidencia fue mudada al Palacio de Miraflores y Casa Amarilla se hizo hogar de la Alta Corte de Casación y la Gobernación de Caracas. Un decreto del 28 de octubre de 1912, firmado por Gómez, la convierte en Cancillería.

En sus pasillos, salones, despachos y trastiendas se urdieron complots y conjuras, se escondieron fugitivos, se libraron guerras sobre mapas que por fortuna no llegaron a campos de batalla, se citaron amantes furtivos que en sus piezas sudaron pecados y pasiones. Me pregunto si el hoy Canciller sabe que había una puerta falsa por la que Cipriano Castro hacía entrar a las mujeres de la vida libertina a quienes la República cancelaba sus “servicios” con monedas de oro. A saber cuál le habrá contagiado la sífilis o a cuántas les habrá él dejado semejante regalo. Me pregunto si los funcionarios de hoy de Casa Amarilla saben cuándo por primera vez un judío pisó la casa (1851) o quién fue el primer musulmán que acudió allí (Ahmed Zaki Yamani). ¿Sabrá el Canciller que fue allí donde Pérez Alfonzo y Gonzalo Plaza comenzaron a elaborar la idea de la fundación de la OPEP, una idea para su momento en extremo revolucionaria?

La visité por última vez en 1997, cuando el doctor Burelli Rivas era Canciller y me invitó a charlar una tarde de abril que pedía reflexión. El respetaba ese recinto cual santuario. Decía que allí se tenía que poner siempre de primero a Venezuela y a los venezolanos, sin olvidar jamás que una nación progresa y prospera cuando logra las mejores relaciones con sus vecinos y el mundo. Nos sentamos en un recodo del patio central. Un café y un trozo de la muy caraqueña torta de naranja acompañaron la tertulia con aquel hombre de tantas luces y desprendimientos. Sin desmedro de otros buenos que han ocupado esa posición, Burelli Rivas era la personificación de la diplomacia, un experto en tejer lazos.

Si hablamos de arquitectura, Casa Amarilla es un edificio sencillo, de dos pisos, con “acentuado carácter horizontal y que respeta las premisas del orden, la simetría y la proporción de su época”. En la memoria descriptiva que consta en la Facultad de Arquitectura de la UCV se lee que “La fachada principal está jerarquizada en el acceso con puertas de madera ornamentales con motivos geométricos y enmarcados con almohadillado encalado; sobre éste sobresalen el balcón principal con rejas de hierro y una cornisa que recorre el edificio… posee un frontispicio con el Escudo Nacional en piedra natural, enfatizando su carácter de edificación gubernamental…”

En ella hay “frescos decorativos realizados por el pintor francés E.D Guillonet. En otros salones la presencia de obras de pintores como Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Vicente Gil y de Almeida Crespo. Cuenta con salones protocolares entre ellos el Salón Bolívar, que ocupa todo el frente del segundo piso. El acceso se produce a través de un amplio zaguán. Alberga  magníficas obras de carácter religioso, retratos y esculturas de próceres de la Independencia, muebles de los siglos XVII y XVIII, mapas y grabados del continente americano y tapices sobre hechos trascendentales de nuestra historia”.

El 16 de febrero de 1979 Casa Amarilla fue declarada Monumento Histórico Nacional. Por ende es “Patrimonio de la República”, lo que quiere decir que no es propiedad del gobierno sino de la Nación, de los venezolanos. En 2008 se decretó su cambio de nombre a Antonio José de Sucre. Raro, el Mariscal Sucre (mi prócer favorito) no fue un hombre de la diplomacia.

No sé en qué estado está. Espero y deseo que su estructura, sus magníficas piezas de arte y de mobiliario y su extraordinaria biblioteca hayan sido mantenidas con atención a su enorme valor histórico y patrimonial.

Pero la política exterior no la determinan los salones o despachos de una casa sino quienes desde ella la conducen e instrumentan. La diplomacia es asunto muy serio que requiere de profesionales altamente preparados, expertos en la materia. Hoy un porcentaje demasiado alto del cuerpo diplomático y del staff de Cancillería no son profesionales de carrera; son personas que por su apego partidista son nombrados en cargos para los cuales no están capacitados. Eso es triste pues no es improvisando como vamos a solucionar nuestros problemas con otras naciones; y es inconveniente pues cada vez más en los cinco continentes las cancillerías están en manos de especialistas, con mentalidad del siglo XXI, “glocales” creadores de ideas y no fanáticos repetidores de consignas. 

Para escribir este texto hice un experimento tonto. Llamé a Cancillería y cuando atendieron hablé en inglés. Pasaron casi diez minutos antes que apareciera alguien que dominara ese idioma. Una hora más tarde repetí, pero en francés. Igual resultado. Llamé de nuevo, hablé en portugués. Los minutos aumentaron. Sentí que trataba de cruzar un puente roto. El compromiso de nuestra Cancillería y nuestro cuerpo diplomático es con Venezuela y los venezolanos, no con parcialidad política alguna. Los cancilleres son hombres de Estado, no de Partido. No es riñendo con otros países como se solucionan los problemas. ¿Con cuántas naciones hoy estamos “distanciados” o rompimos relaciones? Demasiadas…

jueves, 17 de octubre de 2013

Chapultepec o las culpas repartidas

Me devoro Chapultepec, una novela histórica que se desarrolla en el México de Maximiliano y Carlota. El autor nos pasea con detalles mundanos y sin inservibles pacaterías por los pensamientos y emociones de las gentes de esa época en un país en el que confluían buenos y malos quehaceres, intrigas y sinceridades y sentires intermedios. Es una narrativa basada en culpas repartidas.

Hallo similitud entre esa narración y la época nacional y personal que me toca vivir. Mi existencia transcurre entre mi rabia hostil y la convicción del arraigo que es como el alfiler que uno se pone en una camisa cuando se ha perdido un botón y no se tiene a la mano hilo y aguja. Soy pasional. No puedo ni quiero negarlo. No tengo tiempo ni ganas para culpas y golpes de pecho. Prefiero mil veces arriesgarme a transitar caminos desconocidos que quedarme estancada en un pozo de comodidades.
Casi todo el s.XX, en México privó la diatriba sobre cuánto se le debía a los pueblos originarios por la matanza y vejamen de los que fueron objeto. El asunto era tan espeso que cada 12 de octubre la conmemoración era un acto casi ceremonial de "aventarle jitomates" a la estatua de Colón en el Paseo de la Reforma en la imponente Ciudad de México. En 1992, con ocasión de la feria mundial de Sevilla, ilustres intelectuales hispanoamericanos se dieron a la tarea de repensar los hechos. De allí surgió una reconsideración más inteligente en el concepto. Se dejó de hablar del "descubrimiento de América" para nominar el asunto como lo que realmente fue: el "encuentro de dos mundos".
El ejercicio de los intelectuales fue mucho más allá de los sucesos de la conquista y se sumergieron en los siglos posteriores. Zambullidos en lo hondo y descartado el fango de los estereotipos, les pareció imprescindible sumar visiones distintas a las propias de herederos e invitaron a académicos no hispanoamericanos a integrarse a la notable reflexión. El resultado fue asombroso. Los que creían ser dueños de la razón al inculpar entendían qué había conducido a ciertas aciones. Los que habían cargado con pesadas culpas se percataron que el hombre es él y sus circunstancias, como bien esgrimía Ortega y Gasset. Concluyeron que no se puede cambiar lo pasado, pero sí aprender de la historia.
Estoy en contra de haber bautizado al 12 de octubre como Día de la Resistencia Indígena. Es una memez, un gesto populista masajeador de las emociones que no agrega a la compresión y nada aporta al aprendizaje y el progreso.
Maximiliano y Carlota no pudieron intuir en su infancia que la vida les deparaba la corona de México. Tras los hechos que los colocaron en tan extraña circunstania subyacía la ambición de Napoleón III, su ansia de expandir su imperio con espacios en la ya emancipada América.
Benito Juárez era un liberal, un ser reposado y profundo. Era indígena de Oaxaca, dato no irrelevante a la hora del análisis. En su carácter de presidente, había declarado nula la deuda externa. Como cabe imaginar, ello irritó a las tres potencias acreedoras: Inglaterra, Francia y España. Los tres países firmaron el "pacto de Londres", según el cual un ejército plurinacional forzaría a México a cancelar la deuda. España e Inglaterra habían concertado obtener el control de las lucrativas aduanas mexicanas para hacerse de su dinero. Napoleón III vio la oportunidad para crecer. Así, fue Francia la que inicio las actividades bélicas.
Allende el océano, en Europa, poderosos mexicanos conservadores consideraban que la vuelta a un sistema monárquico resultaría bueno para México. Se dieron entonces a la tarea de buscar un príncipe de prestigio para ocupar el trono. Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, promovió a Maximiliano, archiduque de Austria y hermano del emperador Francisco José.
Maximiliano era un hombre apacible, bien educado, culto, de pensamiento liberal. Nacido noble en Schönbrunn el 6 de julio de 1832, para su designación para posta en México contaba 31 años. Marino de carrera, había viajado por toda Europa y el norte de África. Y había navegado hasta Brasil y quedó prendado del nuevo mundo. Como embajador en Francia, había adquirido conocimientos del arte de la diplomacia. En un viaje a Bruselas, conoció a Carlota, hija de Leopoldo I. Ella tenía apenas 17 años. Eso no lo detuvo para solicitar su mano.

Para 1857 Maximiliano era gobernador de Lombardo Veneto. Lo hacía muy bien y no esperaba cargos de mayor nivel ni se dedicaba al ejercicio del complot.  


Si bien no ansiaba reinar, cuando las cosas cambiaron Carlota lo persuadió de aceptar la corona que se le ofrecía. Maximiliano aceptó bajo una premisa: que la petición fuere expresa y por escrito. A cambio, renunció a aspirar a la corona de Austria y suscribió el tratado de Miramar con Napoleón III, un pacto en el cual éste se comprometía en proveerle un ejército bien apertrechado de unos 20 mil hombres. Maximiliano se obligaba a cancelar la deuda que México había contraído con Francia y que había sido desconocida. Debía además cubrir los expendios vinculados a la guerra en los que había incurrido Francia.

Maximiliano y Carlota arribaron a México en plena primavera, el 28 de mayo de 1864. Los conservadores dominaban buena parte del territorio y el interinato estaba a cargo de una junta regente. De inmediato fue coronado. Designó en cargos claves de su gobierno a liberales moderados. Eso le costó caro. La oposicion de los jerarcas de la iglesia y de las cúpulas conservadoras no se hizo esperar. Maximiliano los ignoró y allí comenzó a gestarse un soterrado desavenimiento. Los problemas no acabaron allí. El intrigante Bazaine, en comando de las tropas francesas, criticó su manejo de las finanzas públicas. El archiduque se percató que el comandante nada haría para aplacar los aires de rebelión.

Maximiliano pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y quiso conciliar. Pero Balzaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían perseguidos, aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa dinamitó las conversaciones y a Juárez le resultó imposible concertar la paz. En diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel mojado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Maximiliano y Carlota arribaron a México en plena primavera, el 28 de mayo de 1864. Los conservadores dominaban buena parte del territorio y el interinato estaba a cargo de una junta regente. De inmediato fue coronado. Designó en cargos claves de su gobierno a liberales moderados. Eso le costó caro. La oposicion de los jerarcas de la iglesia y de las cúpulas conservadoras no se hizo esperar. Maximiliano los ignoró y allí comenzó a gestarse un soterrado desavenimiento. Los problemas no acabaron allí. El intrigante Bazaine, en comando de las tropas francesas, criticó su manejo de las finanzas públicas. El archiduque se percató que el comandante nada haría para aplacar los aires de rebelión.
Maximiliano pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y quiso conciliar. Pero Balzaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían perseguidos, aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa dinamitó las conversaciones y a Juárez le resultó imposible concertar la paz. En diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel mojado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Maximiliano pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y quiso conciliar. Pero Balzaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían perseguidos, aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa dinamitó las conversaciones y a Juárez le resultó imposible concertar la paz. En diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel mojado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas
y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.