jueves, 17 de octubre de 2013

Chapultepec o las culpas repartidas

Me devoro Chapultepec, una novela histórica que se desarrolla en el México de Maximiliano y Carlota. El autor nos pasea con detalles mundanos y sin inservibles pacaterías por los pensamientos y emociones de las gentes de esa época en un país en el que confluían buenos y malos quehaceres, intrigas y sinceridades y sentires intermedios. Es una narrativa basada en culpas repartidas.

Hallo similitud entre esa narración y la época nacional y personal que me toca vivir. Mi existencia transcurre entre mi rabia hostil y la convicción del arraigo que es como el alfiler que uno se pone en una camisa cuando se ha perdido un botón y no se tiene a la mano hilo y aguja. Soy pasional. No puedo ni quiero negarlo. No tengo tiempo ni ganas para culpas y golpes de pecho. Prefiero mil veces arriesgarme a transitar caminos desconocidos que quedarme estancada en un pozo de comodidades.
Casi todo el s.XX, en México privó la diatriba sobre cuánto se le debía a los pueblos originarios por la matanza y vejamen de los que fueron objeto. El asunto era tan espeso que cada 12 de octubre la conmemoración era un acto casi ceremonial de "aventarle jitomates" a la estatua de Colón en el Paseo de la Reforma en la imponente Ciudad de México. En 1992, con ocasión de la feria mundial de Sevilla, ilustres intelectuales hispanoamericanos se dieron a la tarea de repensar los hechos. De allí surgió una reconsideración más inteligente en el concepto. Se dejó de hablar del "descubrimiento de América" para nominar el asunto como lo que realmente fue: el "encuentro de dos mundos".
El ejercicio de los intelectuales fue mucho más allá de los sucesos de la conquista y se sumergieron en los siglos posteriores. Zambullidos en lo hondo y descartado el fango de los estereotipos, les pareció imprescindible sumar visiones distintas a las propias de herederos e invitaron a académicos no hispanoamericanos a integrarse a la notable reflexión. El resultado fue asombroso. Los que creían ser dueños de la razón al inculpar entendían qué había conducido a ciertas aciones. Los que habían cargado con pesadas culpas se percataron que el hombre es él y sus circunstancias, como bien esgrimía Ortega y Gasset. Concluyeron que no se puede cambiar lo pasado, pero sí aprender de la historia.
Estoy en contra de haber bautizado al 12 de octubre como Día de la Resistencia Indígena. Es una memez, un gesto populista masajeador de las emociones que no agrega a la compresión y nada aporta al aprendizaje y el progreso.
Maximiliano y Carlota no pudieron intuir en su infancia que la vida les deparaba la corona de México. Tras los hechos que los colocaron en tan extraña circunstania subyacía la ambición de Napoleón III, su ansia de expandir su imperio con espacios en la ya emancipada América.
Benito Juárez era un liberal, un ser reposado y profundo. Era indígena de Oaxaca, dato no irrelevante a la hora del análisis. En su carácter de presidente, había declarado nula la deuda externa. Como cabe imaginar, ello irritó a las tres potencias acreedoras: Inglaterra, Francia y España. Los tres países firmaron el "pacto de Londres", según el cual un ejército plurinacional forzaría a México a cancelar la deuda. España e Inglaterra habían concertado obtener el control de las lucrativas aduanas mexicanas para hacerse de su dinero. Napoleón III vio la oportunidad para crecer. Así, fue Francia la que inicio las actividades bélicas.
Allende el océano, en Europa, poderosos mexicanos conservadores consideraban que la vuelta a un sistema monárquico resultaría bueno para México. Se dieron entonces a la tarea de buscar un príncipe de prestigio para ocupar el trono. Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, promovió a Maximiliano, archiduque de Austria y hermano del emperador Francisco José.
Maximiliano era un hombre apacible, bien educado, culto, de pensamiento liberal. Nacido noble en Schönbrunn el 6 de julio de 1832, para su designación para posta en México contaba 31 años. Marino de carrera, había viajado por toda Europa y el norte de África. Y había navegado hasta Brasil y quedó prendado del nuevo mundo. Como embajador en Francia, había adquirido conocimientos del arte de la diplomacia. En un viaje a Bruselas, conoció a Carlota, hija de Leopoldo I. Ella tenía apenas 17 años. Eso no lo detuvo para solicitar su mano.

Para 1857 Maximiliano era gobernador de Lombardo Veneto. Lo hacía muy bien y no esperaba cargos de mayor nivel ni se dedicaba al ejercicio del complot.  


Si bien no ansiaba reinar, cuando las cosas cambiaron Carlota lo persuadió de aceptar la corona que se le ofrecía. Maximiliano aceptó bajo una premisa: que la petición fuere expresa y por escrito. A cambio, renunció a aspirar a la corona de Austria y suscribió el tratado de Miramar con Napoleón III, un pacto en el cual éste se comprometía en proveerle un ejército bien apertrechado de unos 20 mil hombres. Maximiliano se obligaba a cancelar la deuda que México había contraído con Francia y que había sido desconocida. Debía además cubrir los expendios vinculados a la guerra en los que había incurrido Francia.

Maximiliano y Carlota arribaron a México en plena primavera, el 28 de mayo de 1864. Los conservadores dominaban buena parte del territorio y el interinato estaba a cargo de una junta regente. De inmediato fue coronado. Designó en cargos claves de su gobierno a liberales moderados. Eso le costó caro. La oposicion de los jerarcas de la iglesia y de las cúpulas conservadoras no se hizo esperar. Maximiliano los ignoró y allí comenzó a gestarse un soterrado desavenimiento. Los problemas no acabaron allí. El intrigante Bazaine, en comando de las tropas francesas, criticó su manejo de las finanzas públicas. El archiduque se percató que el comandante nada haría para aplacar los aires de rebelión.

Maximiliano pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y quiso conciliar. Pero Balzaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían perseguidos, aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa dinamitó las conversaciones y a Juárez le resultó imposible concertar la paz. En diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel mojado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Maximiliano y Carlota arribaron a México en plena primavera, el 28 de mayo de 1864. Los conservadores dominaban buena parte del territorio y el interinato estaba a cargo de una junta regente. De inmediato fue coronado. Designó en cargos claves de su gobierno a liberales moderados. Eso le costó caro. La oposicion de los jerarcas de la iglesia y de las cúpulas conservadoras no se hizo esperar. Maximiliano los ignoró y allí comenzó a gestarse un soterrado desavenimiento. Los problemas no acabaron allí. El intrigante Bazaine, en comando de las tropas francesas, criticó su manejo de las finanzas públicas. El archiduque se percató que el comandante nada haría para aplacar los aires de rebelión.
Maximiliano pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y quiso conciliar. Pero Balzaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían perseguidos, aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa dinamitó las conversaciones y a Juárez le resultó imposible concertar la paz. En diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel mojado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Maximiliano pensó sinceramente que Juárez estaba vencido y quiso conciliar. Pero Balzaine dictaminó que quienes no se rindieran incondicionalmente serían perseguidos, aprehendidos y condenados a muerte. Tamaña ofensa dinamitó las conversaciones y a Juárez le resultó imposible concertar la paz. En diciembre de 1866, un Maximiliano angustiado vio cómo las tropas francesas embarcaban rumbo a Europa. Quedó solo y el pacto de Miramar se volvió papel mojado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Juárez se recuperó y comenzó a avanzar. Maximiliano quiso renunciar al trono. Carlota se opuso y viajó a Francia para procurar de Napoleón un nuevo apoyo. Cuando éste se negó, Carlota quiso obtener la buena pro del Papa pero, usando subterfugios, los franceses la habían declarado legalmente loca. Con semejante sentencia, fue enclaustrada en el castillo de Bouchot, sin contacto alguno con el mundo exterior.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

Con los pocos apoyos que le restaban, Maximiliano organizó un ejército. Pero Mariano Escobedo mandaba en el norte, Porfirio Díaz estaba sólido en el sur y Corona controlaba las zonas del oeste. Maximiliano se fue a la villa de Querétaro. Escobedo sitió la ciudad y lo capturó. Un consejo de guerra lo condenó a muerte y su vida acabó el 19 de junio de 1867 frente a un pelotón de fusilamiento en el Cerro de las Campanas. Meses después sus restos fueron llevados a Austria y sepultados cristianamente en el panteón de los Capuchinos. Nunca se reunió con Juárez, prominente baluarte de la historia mexicana, quien fue visto por años como un fracasado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.

La historia mexicana, hermosa, intensa y dramática como pocas, abunda en culpas
y malos entendidos. Los mexicanos han reflexionado. Entienden qué les pasó y por qué les pasó lo que les pasó. Mucha sangre y sufrimiento les costó comprender que la razón nunca está de un solo lado.



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