miércoles, 23 de octubre de 2013

Reina de dos mundos


 A qué dudarlo. Fue una mujer importante, controversial, conflictiva. Víctima y victimaria. Perseguida y perseguidora. Cosechó triunfos y odios. Nació en un mundo y reinó en dos que se encontraron. Fue reina en dos edades de la Humanidad. Ella me produce sentimientos encontrados. Poco me impresiona que haya sido, como aseguran historiadores y cronistas, una mujer en extremo piadosa. Siento que detrás de tanto rezo se ocultaba una ambiciosa que para lograr sus objetivos estuvo dispuesta a poner de lado cualquier escrúpulo.   

Es cierto. A ella le tocó una época en la que la edad media moría y nacía un nuevo sistema político y social, un nuevo modo de vivir. Pero en medio de tan trascendentales cambios, ella aprendió las artes de la intriga para hacerse al fin del poder. Sin duda, ello no hubiera sido posible de no haber tenido tras de sí el apoyo, también ambicioso, de una nobleza hambrienta que aspiraba a reinar a través de ella y que supuso equivocadamente que sería su títere.

Que su matrimonio hubiere sido orquestado por conveniencia no tiene nada de extraño para los momentos. Sí hay que destacar que ella siempre trató de aplastar al marido, sojuzgarlo y hacerlo sentir menos, a pesar de la frase “Tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando”. En efecto, casaron Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, ambos adolescentes y el suyo fue un matrimonio pactado con fines políticos.

Se dice que los hechos más relevantes de su reinado fueron la conquista del reino de Granada, el descubrimiento de América, la expulsión de los judíos y la anexión del reino de Navarra. Creo que hay logros y vergüenzas en ese reinado, pero para entender hay que saber qué pasó.

Isabel era hija de Juan II de Castilla con su segunda esposa, Isabel de Portugal. El tenía hijos de su matrimonio con María de Aragón, entre ellos Enrique, medio hermano de Isabel y quien era el heredero formal y legal al trono. Estaba además Alfonso, hermano de Isabel de padre y madre. A la muerte de Juan II de Castilla, la corona recae en Enrique IV. En el entretanto, Isabel crecía junto a su madre y su hermano en Arévalo. La madre (Isabel, portuguesa de la casa Braganza) no contaba con buena salud mental.

Enrique IV casó con Juana, una mujer maquinadora, hermana del rey de Portugal. Se decía que el rey era “lento de pasiones” y que la hija habida en ese matrimonio no lo era de su marido sino del conde de Ledesma y mayordomo principal y maestresala del Rey, Beltrán de la Cueva. El cotilleo de palacio poco importaba al rey, quien a la “hija” la nombró Princesa de Asturias y por ende heredera del trono de Castilla. Había dos grupos claramente enfrentados. Y además, estaba Alfonso, quien reclamaba para sí la sucesión. Este muere en extrañas circunstancias, de congestión estomacal. Todo hace pensar que fue envenenado.

Enrique IV no era un mal hombre. Era sí pusilánime y neurótico y comía compulsivamente, en especial piezas de cacería, lo cual obligaba a los físicos de palacio a tratarlo de constantes afecciones digestivas. Cuando muere Alfonso, Isabel, con apenas 16 años, se declara heredera de la corona de Castilla. Desafiaba así la decisión de su medio hermano el rey, quien ya había determinado que su hija Juana (a quien la historia llama La Beltraneja) heredaría.

Isabel se lo pensó mejor y optó por la senda de la conciliación, que derivó en los Acuerdos de Guisando que se firmaron el 14 de agosto de 1468. En ellos se establecía que Isabel heredaría el trono a cambio de respetar a Enrique y no aspirar a la corona hasta que él falleciese. En los acuerdos se incluyó una cláusula según la cual Enrique decidiría cuándo casaría Isabel y con quién. La cosa se empasteló cuando Enrique pretendió casar a Isabel con Alfonso V de Portugal, hermano de su esposa Juana. Si esto ocurría, por muy heredera que fuese, pasaría a ser reina de Portugal y por tanto apartada de la corte de Castilla. Reinaría entonces Juana por vía de matrimonio que se celebraría con el hijo de Alfonso V, lo cual aseguraría los reinados de Portugal y Castilla. Todo un ajedrez.

Isabel y sus aliados rechazaron esto y comenzaron a pactar en secreto el matrimonio con Fernando, hijo y heredero de Juan II de Aragón, un joven príncipe galán un año menor que ella. Casaron en secreto en Valladolid en octubre de 1469, donde Fernando llegó disfrazado de paisano. Hubo una bula papal forjada por el arzobispo Carrillo, quien para el momento era aliado de Isabel. La bula era necesaria pues Isabel y Fernando eran primos. Cuando Enrique supo del matrimonio declaró nulos los Acuerdos de Guisando con lo cual su hija volvió a ser heredera de la corona de Castilla.

Pero ocurrió que Enrique IV murió de grave indigestión en 1474,  sin testamento. Isabel recurre a los Acuerdos de Guisando los cuales declara en plena vigencia y se juramenta reina, en ausencia de su esposo Fernando quien se encontraba a en luchas en Aragón. Se inicia entonces una guerra pues ni Juana ni Alfonso V de Portugal estaban dispuestos a perder el trono. Juana la hija es entonces casada con su tío el rey, sin la bula necesaria, asunto que es fraguado por el arzobispo Carrillo quien al sentirse traicionado y vejado por Isabel y Fernando, que no le apoyaron en su deseo de ser cardenal, decidió apoyar las pretensiones de los portugueses.

Tras cinco años de enfrentamientos, triunfan Isabel y Fernando y se firma la concordia de Segovia. El matrimonio de Juana es anulado y ella, apenas en los comienzos de su adolescencia, es comprometida en matrimonio con el hijo de Isabel y al negarse es recluida en un convento de las Clarisas. La paz suscrita en septiembre de 1479 en Alcaçovas acabó con los conflictos e hizo de Isabel reina reconocida de Castilla. Ese mismo año fallece Juan II de Aragón, padre de Fernando y él se convierte en rey de Aragón, Sicilia, Cataluña, Valencia, Baleares y Cerdeña, además de consorte de Castilla.

Accediendo a la presiones del papado y de su marido y asentada la corte en Sevilla, Isabel acepta fundar el tribunal de la Inquisición, reservándose para sí el nombramiento de quien habrá de dirigirla. Designa para ello al temible Fray Tomás de Torquemada, de muy infausta recordación. Comienza así la percusión de los judíos y de los conversos (marranos) que a la postre conduce -mediante real decreto de 1492- a la expulsión de los judíos quienes por cierto la habían apoyado financieramente durante todo su proceso de lucha para hacerse de la corona de Castilla. Los judíos llevaban siglos viviendo en la hoy España. Hay documentos que ubican comunidades hebreas en territorio español durante las Guerras Púnicas, tan lejanas como entre el 218 y el 202 a.C., durante las cuales Roma se apoderó de Hispania. Emilio García Gómez, un experto en la materia, afirma que la palabra Sefarad nunca fue usada en la España del medioevo y que sólo apareció luego de la expulsión de los judíos en 1492. La identificación de Sefarad con la península ibérica se adjudica más bien a los rabinos expulsados que "habrían pretendido distinguir así a los judíos procedentes de la península de los que residían en otros lugares, los llamados askenazíes". Privó más en Isabel la obcecación de su fanatismo religioso, su paranoia con la herejía y su antisemitismo. Pudo más eso que incluso los muchos judíos y conversos con los cuales había tratado toda su vida y que estaban en su entorno íntimo. Es uno de los episodios más vergonzoso y miserables de la Cristiandad. Un capítulo doloroso que aún hoy tiene consecuencias. Fernando, por su parte, estaba bastante más interesado en librarse de los musulmanes que aún continuaban en Granada. Le impulsaban razones de poder político y territorial y no religiosas. Esto ocurre finalmente luego de la llamada Guerra de Granada en la que resulta vencido el Emir y se consolida la Reconquista. A partir de ese momento a Isabel y Fernando comienza a llamárseles los Reyes Católicos, incluso por bula papal.

Claro que hay que reconocer a Isabel, más que a Fernando, el que haya tenido la visión y haya sido la principal financista de los proyectos exploradores de Colón que condujeron a lo que en los últimos años ha sido denominados apropiadamente como El encuentro de dos mundos, suceso de indiscutible repercusión histórica.

Isabel tuvo cinco hijos: Isabel, quien fue reina de Portugal; Juan, quien fallece mucho  antes de suceder a sus padres; Juana, reina heredera de la corona de Castilla a la muerte de su madre, quien es conocida como La Loca; María, quien casó con el viudo de su hermana Isabel y por tanto fue también reina de Portugal y Catalina, reina de Inglaterra por su matrimonio con Enrique VIII quien la desprecia para casar con Ana Bolena, generándose así la ruptura con la iglesia católica y la excomunión de Enrique. A pesar de haber agenciado convenientes matrimonios que ubicaron a sus hijos en coronas importantes de Europa, Isabel no fue ni de lejos una mujer feliz. Su vida transitó entre la piadosa excentricidad y la locura que llevaba en la genética materna, que trasmitió por cierto a su hija Juana, personaje que bien amerita, tanto como Juana La Beltraneja, espacios especiales de reflexión.

Isabel casó a su hija Juana con Felipe I de Habsburgo, de Flandes, llamado El Hermoso, hijo de Maximiliano I, Sacro Emperador Romano y de María de Borgoña. El paradójicamente como rey consorte de Castilla pactó con los franceses, los enemigos acérrimos de Isabel. Juana La Loca fue la madre del Emperador Carlos V, a cuyo reinado refiere la frase “el imperio donde no se pone el sol” (no como algunos piensan que se relaciona a Victoria de Inglaterra cuyo reinado ocurre muchos años después). Isabel era un ávida lectora. Su nutrida biblioteca incluía los más variados asuntos. De hecho, fue una de las mujeres más ilustradas de la época incluso más que la mayoría de los hombres. Se dice que ella y también la Reina Isabel I de Inglaterra fueron las madres y generadoras de la Edad Moderna.

Isabel la Católica murió sola el 26 de noviembre de 1504 en Medina del Campo, sumida en la más absoluta tristeza. Los derechos de su esposo sobre el trono de Castilla no estaban nada claros y entonces se acordó firmar la Concordia de Salamanca, en 1505, que establecía el reinado conjunto entre Fernando, Juana y su esposo Felipe, hasta que el hijo tuviere edad suficiente. Una especie de regencia. Fernando, quien con el tiempo dejó de ser un hombre interesante para convertirse en uno más de los muchos ladinos personajes palaciegos, casó al año de enviudar con Germania de Foix, una sobrina del rey Luis XII de Francia. Se dice que incluso quiso casar con Juana La Beltraneja, pero que prefirió la conveniencia de estrechar lazos con Francia. Fue él quien propició que a Juana su hija se la declarara incapacitada mentalmente y que fuera confinada a reclusión por el resto de sus días. Dicen que Fernando mandó a matar a su yerno Felipe, para así evitar que los Habsburgo reinaran en Castilla y los otros reinos recuperados.

Fernando El Católico era “fogoso”, por decir lo menos. De una hermosa dama noble catalana, Aldonza Ruiz de Ivorra, tuvo dos hijos, uno de los cuales fue nombrado Cardenal a instancias del rey Juan II de Aragón. De otras mujeres tuvo dos hijas que escogieron el camino del claustro. Fernando murió el 23 de enero de 1516. Dicen que a consecuencia de exceso de “cantárida”, un afrodisíaco al que se había vuelto muy afecto y al que recurría para sus noches de pasión.

Los restos de Isabel reposan en Granada, junto con los de Fernando. Con errores y aciertos, ella fue la reina de dos mundos. Dicen los gitanos granadinos que de noche llora. Espero que ese llanto, como buena católica, sea de contrición y arrepentimiento.




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