miércoles, 27 de marzo de 2013
El Rodeo Bar & Discoteque
Para el 24 de febrero, Nicolás ya estaba en los hechos fungiendo como presidente e Iris estaba en el apogeo de su condición de ministro de asuntos penitenciarios. Luisa Ortega dirigía la fiscalía y Luisa Estela el Tribunal Supremo de Justicia. Así que ninguno puede lavarse las manos con respecto a la responsabilidad que tienen en uno de los asuntos más aberrantes que puedan contabilizarse en este albañal en el que se nos ha convertido nuestra Venezuela. Me refiero a lo que ocurrió y sigue ocurriendo en el centro penitenciario Rodeo I.
La nota periodística da cuenta de un establecimiento tipo tugurio/botiquín/burdel que abrió sus operaciones en esa cárcel el 24 de febrero, para el divertimento de los reclusos y sus invitadas. Leer el relato me puso los pelos de punta y a seguir me produjo la más profunda indignación y nausea. Un texto de Kafka luce como una pieza de la prensa rosa comparado con lo que hube de leer varias veces, intentando comprender en qué clase de chiquero han convertido a nuestro país. Copio extractos de la nota de prensa.
“La fiesta se pautó para la 1 de la tarde. La población reclusa se congregó para disfrutar con sus novias, esposas, madres y amigas de la nueva distracción que administran los dos gobiernos internos que mantienen el orden en el penal… En el galpón, que en el remozamiento de 2011 se dispuso como espacio para la oración de todas las iglesias, funciona ahora la discoteca… Es un lugar amplio; sus paredes están pintadas de blanco y algunas tienen dibujados coloreados graffitis. Del techo se desprenden templadas telas de varios tonos que se disponen como enormes guirnaldas. La iluminación también es de colores, aunque predominan el azul, en verde y el rojo. Hay una máquina de humo. Las cornetas están colocadas en todo el espacio y el sistema de sonido es de los más modernos.”
“El Discplay tiene su lugar en una suerte de cornisa que hace las veces de un segundo piso. Al su lado hay una especie de balcón, donde los más poderosos vigilan y disfrutan de la fiesta. También tiene al menos cuatro pantallas planas gigantes que están colocadas a cada lado de los faros centrales. Para la fiesta inaugural contrataron a nudistas. La única condición para dejar ingresar a los foráneos es ser mujer. La entrada es gratuita. La bebida, hasta ahora, es una conocida como "Carrachín" que es de fabricación carcelaria. La botella de 600 ml cuesta 50 bolívares.”
“Desde el 24 de febrero, todos los fines de semana ha funcionado la discoteca. Las fiestas comienzan en la tarde y terminan en la mañana del día siguiente hasta que se acaba el fin de semana. Según explicaron fuentes del Ministerio de Servicios Penitenciarios, el funcionamiento de la discoteca, al parecer, fue autorizado por las autoridades de ese despacho como parte de un programa de recreación para los internos… presuntamente, el ingreso del sistema de sonido profesional, iluminación, tarimas, entre otros, fue acordado en una reunión realizada en el penal con exlíderes de la Penitenciaría General de Venezuela y líderes de bandas delictivas del estado Miranda.”
Esta es una clarísima muestra de la clase de gobierno que Nicolás ofrece a los venezolanos. Según Nicolás, así, así, así es que se gobierna. Y hoy, mientras escribo estas líneas en este lunes de la semana mayor, Nicolás felicitó a Iris por su estupendo trabajo. Mejor harían en cámbiarle el nombre al país. Quitarle el ‘Venezuela’ y rebautizarlo como ‘El Pez que Fuma’.
Los cristianos haríamos bien en recordar que Cristo expulsó a los mercaderes del templo.
Erase una vez una casona
Frescos corredores, preciosos jardines, espacios que invitan al recogimiento, lugares donde soñar y crear. Su capilla convoca a la oración; sus salones al consenso; sus bibliotecas a la introspección. No resalta por el lujo. Antes bien, por la sobriedad y la moderación. Alberga valiosas piezas de arte, cuadros de importantes pintores, colecciones de cerámicas y porcelanas, tapices que narran historias, mobiliario que ha sido testigo de nuestro pasado como nación. Sus jardines cobijan arboles, arbustos, flores. Allí van de visita cada día pajaritos y mariposas.
No es un palacio. Nunca fue concebida como albergue de poderosos. Una casona de hacienda de la época provincial, su adquisición a sus originales dueños –la familia Brandt- y posterior restauración y conversión en hogar presidencial cumplía el propósito de recordar a los mandatarios que Venezuela reivindica la familia como indiscutible eje de nuestra sociedad. Sus primeros huéspedes presidenciales fueron los Leoni.
Desde su apertura en 1967 fuimos muchos los que alguna vez visitamos ese homenaje a la sencillez que conocemos como La Casona. No me refiero tan sólo a ser invitados a reuniones de trabajo o a encuentros, sino también al programa de visitas que ocurría apoyado por guías expertos que mostraban la residencia, contaban la historia y explicaban cada esquina con detalles. Fueron varias las primeras damas que supieron entender que vivir allí las obligaba al respeto y les exigía el cuido. Conocí varias que se sentían honradas de poder decir que eran las amas de casa de La Casona.
Abundan las anécdotas sobre La Casona. Dicen que allí habita el fantasma de uno de los Brandt, que nadie ha visto jamás pero que se siente su presencia. Cuentan que en las mañanas del 25 de diciembre se escucha la risa cantarina de un bebé en las adyacencias de la capilla. Doña Menca preparaba en la cocina los dulces que le gustaban a su marido, en particular el cristal de guayaba. Doña Alicia recibió allí a muchos dignatarios y visitantes ilustres. Doña Blanquita sacó a relucir todo su coraje de mujer venezolana cuando enfrentó a los insurgentes de 1992. Durante mucho tiempo podían verse las marcas de las criminales balas en sus paredes.
Hay textos interesantes y conmovedores sobre La Casona. Paula Girard nos obsequia uno que revela vivencias que cuentan con lo sublime de la sencillez. Totó Aguerrevere narra con su prosa fresca las experiencias de un muchachito caminando por sus corredores y recintos. Los pueden leer fácilmente ingresando en la red y buscando en cualquier navegador.
Inventario
En el Despacho del Presidente debe estar un retrato ecuestre de Bolívar, realizado por Alfredo Araya Gómez, obsequio del presidente de Chile. Y tienen que estar un escritorio y sillones de estilo renacentista español en caoba tallada. Detrás del escritorio deben estar El Cristo de Antonio Herrera Toro, una lámpara estilo siglo XVII y una biblioteca que hospeda una de las nutridas bibliografías de Bolívar, así como diversas piezas de legislación, discursiva y ensayística de los presidentes que allí han tenido su residencia.
En la Sala Mayor de Audiencia debe haber una mesa central tallada y policromada, un reloj de tres metros de altura, un retrato de Simón Bolívar de Centeno Vallenilla y la “Pentesilea” de Michelena. En la Sala del Consejo de ministros debe haber una gran mesa estilo XVIII francés con elementos de bronce y la pieza “Los Causahabientes”, a saber, la última obra del gran pintor Tito Salas.
La sala Andrés Bello debe albergar un escritorio de madera y bronce y un conjunto de sillones. Ahí debe estar la copia del retrato de Andrés Bello que está en la universidad de Chile. En la sala de los edecanes debe haber mobiliario estilo Luis XIV y una mesa de nogal con incrustaciones que datan de la época de Napoleón III. En el despacho de la Primera Dama debe haber muebles y piezas portuguesas y también algunos muebles de estilo provenzal.
En el salón Simón Bolívar debe estar el retrato del Libertador de Juan Lovera, una gran alfombra de la Real Fábrica de Tapices de España, sillones y muebles de estilo Luis XVI y la obra “Plaza Mayor” de Camille Pissarro. Hay un salón donde debe estar una de las obras más bellas de Michelena, “Diana Cazadora”. También en ese salón debe estar un alfombra a medida realizada en Lavonnerie, Francia, piezas de estilo Isabelino en tonos verdes y un mueble valioso de estilo Boulle de la época de Napoleón III.
En el Salón de los Embajadores debe haber varios muebles que deben exhibir porcelanas francesas y una colección de relojes franceses realizados por Pons y Paulin que datan del siglo XIX. Uno de ellos le perteneció a Napoleón I quien posteriormente se lo diera a su hermano Jerónimo Bonaparte. En ese salón deben estar obras de Emilio Boggio, Armando Reverón y Héctor Poleo.
En el comedor tiene que haber una gran mesa Sheraton, un jarrón de Capodimonte y tres obras de Antonio Herrera Toro sobre las estaciones. Y en La Casona tiene que haber vajillas con oro y blanco de porcelana de alta calidad, cristalería de Baccarat tallado y cubiertos de plata inglesa grabados con el escudo nacional.
En la capilla tiene que haber una lámpara de sagrario del siglo XVIII, dos reclinatorios y un documento firmado por el papa Juan Pablo II. En esa capilla se celebraban misas todos los domingos y en los días de fiestas y solemnidades religiosas. En la biblioteca del área de huéspedes tiene que estar la colección de los premios nobel de literatura en ediciones especiales, varias obras de Armando Reverón, el Libro de Firmas y piezas portuguesas de madera.
Debe haber mucho más, objetos valiosísimos, pero relatarlo aquí tomaría muchas páginas.
Me consta que La Casona fue entregada por los Caldera en impecables condiciones y sin deuda alguna. Doña Alicia –quién puede dudarlo- era una señora por demás estricta, puntillosa y disciplinada que nada dejaba en la categoría de pendientes. Incluso el día del traspaso las camas estaban tendidas con almidonadas sábanas y en los sanitarios colgaban lencerías perfumadas. En las alacenas había alimentos para un mes, las bodegas estaban correspondientemente surtidas y se acompañó el procedimiento de transmisión de ocupación con un escrupuloso inventario y varios ejemplares del Manual de protocolo, estilo y mantenimiento de la Residencia Presidencial La Casona. Sus transitorios ocupantes están en obligación formal de respetarla, cuidarla y protegerla.
No sé si cuando Marisabel Rodríguez se separó del Presidente Chávez y dejó La Casona hizo correspondiente inventario, cual era su obligación y responsabilidad. Me ha sido imposible hacerme de una copia. Si existe debería ser un documento público y disponible para consulta. Corren espantosos y dolorosos rumores sobre que la residencia se encuentra en franco deterioro y que se han roto o “extraviado” piezas de incalculable valor artístico e histórico. A la fecha no sabemos los venezolanos – y tenemos derecho a saberlo – quién o quiénes habitan en La Casona y en calidad de qué. A La Casona ya no se la puede visitar. Sus puertas han sido cerradas a los venezolanos, pero los vecinos de la zona reportan ruidos muy molestos y el arribo de muchos vehículos, incluso a altas horas de la madrugada. Se habla de fiestas extravagantes. En esta manía del secretismo que es norma del gobierno, nadie rinde cuentas. Me permito recordar que La Casona es patrimonio nacional y como tal pertenece a la Nación.
viernes, 15 de marzo de 2013
Piel de gallina
Se me eriza la piel al pensar en todo lo que puede haber pasado a lo largo de esos muchos meses en los que Chávez estuvo enfermo y, más aún, en esas semanas en las que se lo tragó la intrincada selva de la dimensión desconocida del poder cubano. Quién sabe qué de truculencias ocurrieron allí. Todo es tan turbio, tan opaco, tan sórdido. Quién sabe cómo fue esa última operación. Espanta pensar en cómo fue cada día posterior a la intervención quirúrgica, qué le hicieron, qué no le hicieron, mientras como en una tragedia shakesperiana unas sanguijuelas se repartieron el botín, es decir, el país. Quién sabe cómo, cuándo y dónde fue su último respiro. A hoy no ha habido ni una sola declaración de uno de sus médicos tratantes que aclare tantas razonables dudas. No hay un solo informe médico que medianamente detalle lo que pasó. Es un acto de vandalismo y de barbarie maquiavélica que Nicolás y su combo hayan privado a los venezolanos de una información valida, oportuna y completa. Ellos le deben al país muchas explicaciones, a todo el país, pero muy especialmente a los millones de personas que lloran. No tengo dudas que lo que han hecho es delito de lesa patria, delito de traición. Y es también un pecado.
Se me eriza la piel al imaginar la sesión del Tribunal Supremo de Justicia en la que -con el cuerpo aún en capilla ardiente- decidieron que “ese muerto no retoña” y que había que hacer a medida una decisión que calzara en los zapatos de sus pérfidas ambiciones.. Se me eriza la piel al ver la riada de personas que con legítimo derecho lloran a su difunto, mientras son manipulados procazmente por quienes quieren aplicar lo de “a rey muerto, rey puesto’’. Se me eriza la piel cuando enciendo la radio o la televisión y encuentro locutores baratos haciéndose una carrera de magnates en los medios oficialistas a punta de manosear con falso fervor la imagen de Chávez con fines inconfesables.
Chávez tenía muchos defectos. Me opuse a él desde que apreció en la escena en 1992. Critiqué con severidad sus ideas y su modo de gobernar. Nunca voté por él ni lo hubiera hecho jamás. Pero Chávez era auténtico. Conocía sus fortalezas y debilidades y nada lo detenía para aprovechar cualquier oportunidad que surgiera en el camino. Creía en la teoría de destrozar para armar encima el país que según él debía ser. Sus aciertos y errores serán analizados por la historia que aún está por escribirse. Son páginas que aún están en blanco.
Se me pone la piel de gallina al ver cómo una banda de sátrapas, una jauría de hienas hambrientas de poder se empina sobre el cuerpo yermo de Chávez, para apropiarse truculentamente del país y de las emociones y sentimientos de muchos a quienes durante estas últimas semanas se les ocultó la verdad, se les mintió con desfachatez, se les atrapó en una pegajosa telaraña de coimas y trapisondas maquilladas de versos y canciones. Que la campaña de Nicolás se base en la figura de Chávez es indigno, inmoral y anti ético. Es un irrespeto a su memoria. Y es, además, un acto de cobardía. Pero, ¿qué otra cosa se puede esperar de esta gente. Estos que están en el poder y que ambicionan los votos son los mismos que llevan ya más de 100 días gobernando, o desgobernando, para ser más precisos. Son los mismos que inventaron el paquetazo, dizque con la aprobación de Chávez. Son los mismos que tienen al país sumido en la peor escena de escasez y desabastecimiento. Los mismos que hicieron trizas el ingreso de los venezolanos con una devaluación con la cual pretenden compensar el gasto superfluo y manirroto. Los mismos que tienen escondida bajo la manga la ristra de anuncios económicos que harían al gobierno y a los boliburgueses más y más ricos y al pueblo más y más pobre.
Sé, porque lo conozco muy bien, que si alguien habrá de hacerle justicia al pueblo y a Chávez, ese será Henrique. Si me faltara alguna razón para votar por él el 14 de abril, me bastaría esa para hacerlo.
Todos tenemos una cabeza
Algunos sirven para esconder, otros para revelar. Unos protegen, otros evidencian. Identifican al portador claramente, permitiendo definir su estatura social y moral y hasta sus buenas o malas intenciones.
A lo largo de los siglos, los sombreros han sufrido muchos cambios tanto en el estilo como en su modo de fabricación. En la edad Media, las mujeres usaban sombreros altos, suertes de conos de cuya punta se desprendían largos velos. En el siglo XVII se impuso el uso de sombreros de paja pequeños y planos, que se llevaban sobre grandes pelucas.
En el siglo XVIII y hasta principios del XIX, las cofias adornadas con lazos y cintas dictaban la pauta. A finales del siglo XIX, las mujeres lucían sombreros de ala ancha, profusamente decorados con flores, cintas, plumas y hasta pájaros. Algunas décadas más tarde, la moda había cambiado. Se preferían sombreros ajustados y de ala pequeña, o incluso sin alas, conocidos como “cloches”.
Los sombreros para caballero también han ido cambiando con el tiempo. En la Edad Media, los hombres usaban capirotes y gorras. En el siglo XVII se impusieron los sombreros de cañón de chimenea y en el siglo XVIII los tricornios con ala plegada alrededor de la cabeza y formando dos puntas, que el lector identificará como el estilo utilizado por Napoleón. Luego, en el siglo XIX se empezaron a lucir los sombreros de copa y los bombines. En las primeras décadas del siglo XX los caballeros exhibían sombreros de paja con una listón de seda de gros. Hay fotos de mi abuelo luciendo una hermosa “pajilla”.
En el siglo XIX y bastante entrado el XX, ningún hombre o mujer osaba salir a la calle sin usar sombrero. Se consideraba signo de descortesía, con independencia de la clase a la que se perteneciese. Incluso llegó a pensarse que el cubrir la cabeza era acto propio de humanos y no de bestias.
En todas las culturas los sombreros y la forma como se usan han jugado un papel importante. Muchos hombres y mujeres se identificaron de tal manera con ellos que hasta llegaron al punto de usarlos para transmitir pensamientos, actitudes y posiciones.
En tiempos de la Belle Epoque se abrió un restaurant en París al cual los caballeros podían llevar a las “otras señoras”. El establecimiento, que aún existe, está dividido en una especie de cubículos de medias paredes de cristal vestidas con cortinas. La altura permitía que sobresalieran los sombreros de las damas para que los caballeros pudiesen identificar a los acompañantes, pues cada señora había escogido la clase de plumas de su elección.
Abraham Lincoln, décimo noveno presidente de Estados Unidos, no usaba los bolsillos o carpetas para llevar sus discursos; los ponía dentro de su alto sombrero de copa o “Chistera”. Con ello quería significar que las ideas se llevan en la cabeza.
Dice el protocolo que los hombres deben quitarse el sombrero en cuanto estén en un lugar bajo techo. Y por supuesto, es de elemental cortesía retirarlo para saludar a algún conocido aun cuando el encuentro ocurra en la calle. Es de pésima educación que un caballero se siente a la mesa con la cabeza cubierta o cuando la oportunidad es de discurso en recinto cerrado. En cambio, las mujeres no estamos obligadas por la etiqueta a quitarnos el sombrero ante nadie y bajo ninguna circunstancia. Incluso si hubiere que hacer una reverencia, ésta se hace con el sombrero puesto, no importa ante quien nos inclinemos.
Chaplin personificó a la ingenuidad con su sombrero de bombín. Churchill popularizó el uso de varios tipos de sombreros, en especial el Fedora y el Borsalino. También fue un Borsalino el que alimentó el ya muy sobresaliente sex appeal de Humphrey Bogart. Un sombrero redondo de pajilla se convirtió en marca de lanzamiento de la que habría de convertirse en ícono de la moda, Coco Chanel. El sombrero de lana tipo gorra con aletas anudadas en el tope nos lleva directamente a pensar en Sherlock Holmes.
En los cuarenta, cincuenta y sesenta, el sombrero era pieza indispensable del vestuario femenino. Debía hacer juego con el traje, o con los zapatos y la cartera. Más adelante pasó a ser un símbolo de distinción entre mujeres elegantes, como la primera dama Jacqueline Kennedy, la Princesa Grace de Mónaco y la destacadísima actriz Audrey Hepburn, las tres muy afectas al “pillbox” o “pastillero”. Las redecillas que cubren la mitad del rostro proporcionan un halo de misterio y seducción.
Durante este siglo, el sombrero tuvo muchos altibajos, usos y desusos, cambió de tamaño, de forma y de función. Ya a finales del siglo XX, los sombreros comenzaron a perder notoriedad y en los 90 se hicieron menos frecuentes.
El ¨Panamá”, famosísimo sombrero de paja toquilla que ha sido declarado patrimonio inmaterial de la Humanidad, no es panameño sino de origen ecuatoriano. Entre las muchas anécdotas que existen sobre este precioso sombrero está el que de regalo recibiera el presidente estadounidense Teddy Roosevelt en Panamá cuando fue a visitar el canal que se hallaba en construcción. Se supone que de allí surge la confusión de origen, pues cuando un reportero preguntó al secretario de prensa de la Casa Blanca sobre el sombrero que usaba Roosevelt, la respuesta fue “Panamá”.
He visto miles de fotos de Pablo Neruda. En casi todas lleva una gorra. El poeta, que era muy afecto a la culinaria, se ponía su gorra y un delantal azul cuando recibía a sus amigos para obsequiarles sus platillos.
En Venezuela hubo -y hay - en las principales ciudades tiendas de sombreros que hicieron historia, entre ellas la Sombrerería Tudela, de la cual Milagros Socorro escribió un texto magnífico cuya lectura recomiendo ampliamente.
Rómulo Betancourt siempre andaba de sombrero. Les tenía tanto afecto como a su pipa. Su preferido era el “Fedora”, ya fuere de paja o lana.
La fallecida Princesa Diana de Gales, quien nadie puede dudar era el non plus ultra de la moda, usaba siempre sombreros, sobre todo en las ocasiones especiales. La “Princesa de Corazones” decía que era su manera de rendir homenaje a la sempiterna elegancia de la mujer británica a quien ella debía representar en todo momento y ocasión.
En este siglo es poco común que las mujeres usen sombrero a diario. Lo mismo sucede con los caballeros. Empero, en aquellos países de cuatro estaciones es muy común ver a las damas usando boinas y cloches. Los más afamados diseñadores siguen creando sombreros para ocasiones especiales. Sigue siendo un hito cada año los sombreros que se exhiben como pieza fundamental del vestuario en las carreras de caballos. A las tradicionales “Pamelas” y los “Sinamay”, se han sumado los “Fascinadores”, que son vistosos tocados fabricados con organzas, plumas e incrustaciones y cuyos diseños se adaptan a toda edad y toda celebración. Y sigue siendo obligante en el hemisferio occidental que las novias lleven tocado.
Hay varias frases célebres sobre el sombrero. Dos han llamado mi atención. No cito el autor no por algún deseo de robarle protagonismo a otros escritores sino porque son anónimas. Vaya si es cierto que "la política es el arte de meter distintas opiniones bajo un sombrero, que no bajo un casco" y que “donde no hay cabeza, no hace falta sombrero.”
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