viernes, 15 de marzo de 2013
Todos tenemos una cabeza
Algunos sirven para esconder, otros para revelar. Unos protegen, otros evidencian. Identifican al portador claramente, permitiendo definir su estatura social y moral y hasta sus buenas o malas intenciones.
A lo largo de los siglos, los sombreros han sufrido muchos cambios tanto en el estilo como en su modo de fabricación. En la edad Media, las mujeres usaban sombreros altos, suertes de conos de cuya punta se desprendían largos velos. En el siglo XVII se impuso el uso de sombreros de paja pequeños y planos, que se llevaban sobre grandes pelucas.
En el siglo XVIII y hasta principios del XIX, las cofias adornadas con lazos y cintas dictaban la pauta. A finales del siglo XIX, las mujeres lucían sombreros de ala ancha, profusamente decorados con flores, cintas, plumas y hasta pájaros. Algunas décadas más tarde, la moda había cambiado. Se preferían sombreros ajustados y de ala pequeña, o incluso sin alas, conocidos como “cloches”.
Los sombreros para caballero también han ido cambiando con el tiempo. En la Edad Media, los hombres usaban capirotes y gorras. En el siglo XVII se impusieron los sombreros de cañón de chimenea y en el siglo XVIII los tricornios con ala plegada alrededor de la cabeza y formando dos puntas, que el lector identificará como el estilo utilizado por Napoleón. Luego, en el siglo XIX se empezaron a lucir los sombreros de copa y los bombines. En las primeras décadas del siglo XX los caballeros exhibían sombreros de paja con una listón de seda de gros. Hay fotos de mi abuelo luciendo una hermosa “pajilla”.
En el siglo XIX y bastante entrado el XX, ningún hombre o mujer osaba salir a la calle sin usar sombrero. Se consideraba signo de descortesía, con independencia de la clase a la que se perteneciese. Incluso llegó a pensarse que el cubrir la cabeza era acto propio de humanos y no de bestias.
En todas las culturas los sombreros y la forma como se usan han jugado un papel importante. Muchos hombres y mujeres se identificaron de tal manera con ellos que hasta llegaron al punto de usarlos para transmitir pensamientos, actitudes y posiciones.
En tiempos de la Belle Epoque se abrió un restaurant en París al cual los caballeros podían llevar a las “otras señoras”. El establecimiento, que aún existe, está dividido en una especie de cubículos de medias paredes de cristal vestidas con cortinas. La altura permitía que sobresalieran los sombreros de las damas para que los caballeros pudiesen identificar a los acompañantes, pues cada señora había escogido la clase de plumas de su elección.
Abraham Lincoln, décimo noveno presidente de Estados Unidos, no usaba los bolsillos o carpetas para llevar sus discursos; los ponía dentro de su alto sombrero de copa o “Chistera”. Con ello quería significar que las ideas se llevan en la cabeza.
Dice el protocolo que los hombres deben quitarse el sombrero en cuanto estén en un lugar bajo techo. Y por supuesto, es de elemental cortesía retirarlo para saludar a algún conocido aun cuando el encuentro ocurra en la calle. Es de pésima educación que un caballero se siente a la mesa con la cabeza cubierta o cuando la oportunidad es de discurso en recinto cerrado. En cambio, las mujeres no estamos obligadas por la etiqueta a quitarnos el sombrero ante nadie y bajo ninguna circunstancia. Incluso si hubiere que hacer una reverencia, ésta se hace con el sombrero puesto, no importa ante quien nos inclinemos.
Chaplin personificó a la ingenuidad con su sombrero de bombín. Churchill popularizó el uso de varios tipos de sombreros, en especial el Fedora y el Borsalino. También fue un Borsalino el que alimentó el ya muy sobresaliente sex appeal de Humphrey Bogart. Un sombrero redondo de pajilla se convirtió en marca de lanzamiento de la que habría de convertirse en ícono de la moda, Coco Chanel. El sombrero de lana tipo gorra con aletas anudadas en el tope nos lleva directamente a pensar en Sherlock Holmes.
En los cuarenta, cincuenta y sesenta, el sombrero era pieza indispensable del vestuario femenino. Debía hacer juego con el traje, o con los zapatos y la cartera. Más adelante pasó a ser un símbolo de distinción entre mujeres elegantes, como la primera dama Jacqueline Kennedy, la Princesa Grace de Mónaco y la destacadísima actriz Audrey Hepburn, las tres muy afectas al “pillbox” o “pastillero”. Las redecillas que cubren la mitad del rostro proporcionan un halo de misterio y seducción.
Durante este siglo, el sombrero tuvo muchos altibajos, usos y desusos, cambió de tamaño, de forma y de función. Ya a finales del siglo XX, los sombreros comenzaron a perder notoriedad y en los 90 se hicieron menos frecuentes.
El ¨Panamá”, famosísimo sombrero de paja toquilla que ha sido declarado patrimonio inmaterial de la Humanidad, no es panameño sino de origen ecuatoriano. Entre las muchas anécdotas que existen sobre este precioso sombrero está el que de regalo recibiera el presidente estadounidense Teddy Roosevelt en Panamá cuando fue a visitar el canal que se hallaba en construcción. Se supone que de allí surge la confusión de origen, pues cuando un reportero preguntó al secretario de prensa de la Casa Blanca sobre el sombrero que usaba Roosevelt, la respuesta fue “Panamá”.
He visto miles de fotos de Pablo Neruda. En casi todas lleva una gorra. El poeta, que era muy afecto a la culinaria, se ponía su gorra y un delantal azul cuando recibía a sus amigos para obsequiarles sus platillos.
En Venezuela hubo -y hay - en las principales ciudades tiendas de sombreros que hicieron historia, entre ellas la Sombrerería Tudela, de la cual Milagros Socorro escribió un texto magnífico cuya lectura recomiendo ampliamente.
Rómulo Betancourt siempre andaba de sombrero. Les tenía tanto afecto como a su pipa. Su preferido era el “Fedora”, ya fuere de paja o lana.
La fallecida Princesa Diana de Gales, quien nadie puede dudar era el non plus ultra de la moda, usaba siempre sombreros, sobre todo en las ocasiones especiales. La “Princesa de Corazones” decía que era su manera de rendir homenaje a la sempiterna elegancia de la mujer británica a quien ella debía representar en todo momento y ocasión.
En este siglo es poco común que las mujeres usen sombrero a diario. Lo mismo sucede con los caballeros. Empero, en aquellos países de cuatro estaciones es muy común ver a las damas usando boinas y cloches. Los más afamados diseñadores siguen creando sombreros para ocasiones especiales. Sigue siendo un hito cada año los sombreros que se exhiben como pieza fundamental del vestuario en las carreras de caballos. A las tradicionales “Pamelas” y los “Sinamay”, se han sumado los “Fascinadores”, que son vistosos tocados fabricados con organzas, plumas e incrustaciones y cuyos diseños se adaptan a toda edad y toda celebración. Y sigue siendo obligante en el hemisferio occidental que las novias lleven tocado.
Hay varias frases célebres sobre el sombrero. Dos han llamado mi atención. No cito el autor no por algún deseo de robarle protagonismo a otros escritores sino porque son anónimas. Vaya si es cierto que "la política es el arte de meter distintas opiniones bajo un sombrero, que no bajo un casco" y que “donde no hay cabeza, no hace falta sombrero.”
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