miércoles, 21 de agosto de 2013

Perfume y veneno


El hombre con quien tengo legalmente el dormir comprometido, a saber mi marido, es rubio, de ojos rubios, dientes rubios, cabellos rubios. Es lo que en criollo llamamos un “catire”. Y, claro está, no pasa desapercibido nunca. Yo soy más bien “catirrucia” y tengo los ojos del color de la hojas de tamarindo cuando caen en los lechos de los ríos. Es decir, soy una “x”, de esas mujeres que los organismos de seguridad de estado, con la escasa creatividad que les caracteriza, describen para los documentos de identificación como de ojos pardos, cabellos castaños y sin señas distintivas.

Cuando hace muchos años hacía radio, la audiencia me imaginaba como una morenaza alta, suerte de diosa de cuerpo curvilíneo de esas que paran el tráfico y tumban gobiernos. La confusión provenía de mi voz grave. Luego, cuando me conocían en vivo y en directo no podían creer que yo era yo, este pedacito, este bocetico, esta cuota inicial de mujer. Un compadre a quien quiero mucho me bautizó como una casita Inavi, chiquita y sin lujos pero con todas las comodidades.

De escasa estatura y siendo la menor de cinco hermanos, tuve por fuerza que aprender a sobrevivir. En ese proceso de crecer –crecer en mi caso es un eufemismo- aprendí muchas cosas que para la gente rayan en lo innecesario. Siempre pensé que si total el conocimiento no pesa, bueno, mejor era tener de sobra que de falta, aunque sólo fuere para llenar de conversación esos terribles momentos de incómodos silencios o pesados tedios que se producen cuando la gente no encuentra qué decir.

Yo siempre estuve como desubicada. Era “nerd” cuando no estaba de moda. Me fascinaba la historia cuando a la mayor parte de la gente le aburría. Cantaba boleros de La Lupe cuando estaba de moda el rock ácido. Era irreverente cuando tocaba ser una damita bien comportada. El cura que nos daba religión en bachillerato decidió darme licencia de sus clases (es decir, me expulsó) ante mi insistencia en atormentarlo con preguntas teológicas.

Entré en la universidad menor de edad. Otra vez a sobrevivir en lo que era una auténtica jungla de las “buenotas” que atravesaban el cafetín contoneando las caderas y haciendo que más de uno cayera en trance. Yo no estaba “buenota” y además sacaba buenas notas. Tenía a mi favor que siempre he bailado muy bien y siempre he sido pana de mis amigos y su muy confiable confidente. Yo entiendo a los hombres porque ellos mismos se me han explicado. De hecho, entiendo mucho mejor a los hombres que a las mujeres. Si los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, yo me encuentro mejor entre marcianos.

Después de la graduación, llegó el empezar a ser gente grande (grande en mi caso es un decir). Comencé a trabajar en una prestigiosa agencia de publicidad y, claro está, a moverme en el mundo de las divas y las modelos. Todas usaban como 36D mientras yo no lograba rellenar un 32A. Todas eran amazonas superdotadas con estatura de “misses”, mientras yo no conseguía ni con plataformas llegar a 1,60.

De allí pasé a trabajar en una trasnacional que me puso a viajar. En esa empresa había muchos más hombres que mujeres. La competencia tenía bastante más que ver con el cerebro que con las caderas. Ahí estaba yo como pez en el agua.

Luego en otra muy reputada agencia de publicidad me estrené en un cargo de dirección. Allí aprendí no sólo a gerenciar sino a cómo ser una mujer en la gerencia. Aprendí que si uno tiene un problema doméstico, no puede llegar jamás a la oficina aduciendo ese problema para excusar un retardo. No. Hay que decir que se le dañaron los tripoides al carro. Hasta el día de hoy no sé qué son los tripoides ni para qué sirven (ni quiero saberlo). Sé sí que para los hombres una avería de los tripoides es un problema serio, mayúsculo, respetable, que amerita una crisis, no así que la lavadora haya explotado e inundado la mitad del apartamento y el agua caiga a chorros por la ventana del vecino de abajo.

Pasé años en empresas de diferentes sectores, siempre trabajando en Comunicación. Los últimos tiempos los he dedicado al análisis y diseño estratégico político, a la par de mi oficio de escribidora que inicié a los diez años de edad y del que no pienso retirarme ni aun después de haber cruzado el páramo, pues seguro allí en el más allá montaré un escritorio. Al fin y al cabo, yo escribo, luego existo.

En la política, como en ningún otro espacio, las mujeres marcan territorio. Son minoría y lo saben. Son extremadamente competitivas, no están dispuestas a ceder ni un centímetro de espacio ganado y son implacables. Las mujeres tenemos una memoria de elefante y somos densas. El asunto de ser multitarea, lo cual nos es natural, echa por tierra el estilo masculino de hacer política. Pero las mejores mujeres que he visto actuar en estas lides no son las que parecen machos con botas en celo, no son las vulgares en el habla y el comportamiento, sino antes bien las que se dejan colar, las sutiles y ocurrentes, las de planteamientos novedosos y que saben hilar los conceptos y las acciones. Las escachalandradas, las malandras, las groseras, las vulgares, esas no tienen vida. Son tan tontas que creen que comportándose como machos con botas los hombres las respetarán más. No se dan cuenta que lo que más respeta un hombre en una mujer es que sea precisamente eso, una mujer.

A mí me tocó enfrentar un machismo soterrado y fuertemente implantado en el ADN empresarial venezolano. Nunca fui feminista pero sí acérrimamente anti machista, lo que supone decir ponerle freno a un montón de mujeres que con su actitud crean y crían machos. Siempre interesándome en la política, veía cómo en otros países se progresaba en asuntos de género mientras en mi país, supuestamente el más “progre” de la región, eran las mismas mujeres las que le montaban barricadas y trampa jaulas a sus congéneres para impedir su progreso. Eso siempre me pareció tonto y suicida. Me hice camino entendiendo a los hombres y apoyando a las mujeres.

Haciendo un análisis retrospectivo, me resulta imposible imaginar no haber hecho carrera profesional y menos haber estado dispuesta a sacrificar mi condición de mujer. Si constituimos aproximadamente la mitad de la humanidad, si no podemos vivir sin esa otra mitad y esa mitad tampoco puede ni quiere vivir sin nosotras, ¿a santo de qué hablar de renuncias? Con ellos, aunque mal paguen…

Ni mi ínfima estatura ni mi evidente ausencia de voluptuosidades han sido óbice para el progreso profesional y para tener una vida interesante, divertida y apasionante. Siempre entendí que no hay mujer fea sino mal arreglada. Jamás salgo de mi casa sin zarcillos. Y nunca seré acusada de simple. No hay día en que no me  regale un buen ataque de risa. Lo que he aprendido lo comparto con gente capaz y prometedora que entiende que el éxito no se logra pisoteando sino germinando. El catire con quien tengo legalmente el dormir comprometido se divierte con todos mis disparates, me abre la puerta y me ofrece su brazo para levantarme cuando me desbarranco al caminar con las plataformas que calzo de pura pretenciosa que soy.

En mi vida hay un precepto que siempre he cumplido: Con los bolsas ni a misa porque se arrodillan cuando no toca.

El perfume bueno, amigos, viene en frasco chiquito. Y el veneno también.


domingo, 18 de agosto de 2013


Últimas palabras

Ha pensado usted en sus funerales? ¿Tiene usted escrita su última voluntad?

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SOLEDAD MORILLO BELLOSO |  EL UNIVERSAL
domingo 18 de agosto de 2013  12:00 AM
Ha pensado usted en sus funerales? ¿Se ha paseado usted por el hecho de su imposibilidad de opinar y decidir qué debe hacerse con sus restos una vez que usted haya cruzado el páramo? ¿Tiene usted escrita su última voluntad? 

El asunto parece lúgubre. Pero resulta que si usted no ha dejado claras indicaciones, sus familiares y deudos harán lo que les plazca y puede ser que ello no sea de su agrado. Así, a pesar que no me aqueja mal de morir (o al menos ningún matasanos me lo ha detectado) y que estoy lo suficientemente joven como para esperar poder transitar por la vida unos cuantos años más, tengo una cierta obsesión con respecto a cómo se habrán de llevar a cabo mis funerales y otros detalles relacionados. He visto muchos disparates en estos tiempos, desde obituarios en los que al sepelio invitan personas que ya tienen el oficio de difuntos o que han sido redactados con insufribles errores ortográficos o gramaticales, hasta despelotes para cumplir con algo de elegancia y propiedad con los ritos funerarios. 

Entonces, he decidido preparar mi sepelio. Tengo hecho mi testamento, pagado el seguro funerario, establecido que seré cremada y que mis cenizas irán a parar a un lugar determinado, y escritos mi obituario y epitafio. Tengo definido hasta un regalito de salida. Lo siento, pero no confío ni en marido ni en mis hermanas, cuñados y sobrinos. Puede darles por pichirrear, bajo la premisa de "da igual". No, no da igual, no me va a dar igual.

Mi padre decía que los funerales y los obituarios, y epitafios, son reveladores de lo que fue el finado en vida, de si generó amores, de si deja más deudas que deudos y de cuánto pesa la cuenta bancaria que deja el difunto. No es cierta la sentencia según la cual "no hay muerto malo". Qué va. Como caiga uno en manos de personas que le tuvieron inquina, el sepelio puede acabar siendo un bodrio. Y uno sin poder hacer nada para remediarlo.

Tengo escogida la urna, el traje que me van a poner, las flores que quiero y la oración que deberá rezar un cura, de preferencia jesuita, con el debido respeto a las demás congregaciones. Detestaría pensar que alguien pueda decidir que mi funeral sea uno solemne y aburrido, así que tengo escogida la música y el condumio. Tengo escrito mi obituario y estoy a punto incluso de redactar una elegía. De nuevo, no confío ni en mi marido ni hermanos para ello. Moriría de nuevo si alguien tuviera la infeliz idea de evitar chistes y chascarrillos. Al fin y al cabo, buena parte de mi vida la he dedicado al humor.

A mi padre lo recuerdo revisando cada día la prensa en la sección correspondiente y hasta recortando aquellas notas necrológicas que llamaban su atención. De él aprendí a visitar cementerios en cada ciudad que visito. Cuando tuve edad suficiente para comprender que aquello no era un ejercicio morboso, me sumé al asunto. 

Magníficos epitafios

De epitafios y obituarios podría escribirse un extenso tratado. Algunos tomaron el asunto del deceso como lo que es, un paso inevitable. Otros dramatizaron el tema. Listo a seguir algunos magníficos epitafios. Espero los disfruten tanto como yo.

El epitafio de Molière, escrito por él mismo, reza así: "Aquí yace Molière el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace muy bien". En la lápida en la tumba de Groucho Marx se puede leer:"Disculpen que no me levante."

En el cementerio de La Almudena de Madrid, en la tumba de un ciudadano del común puede leerse: "Aquí estoy con lo puesto, y no pago los impuestos". En una tumba en el cementerio de San José en Granada puede leerse: "Por aguantarme un peo aquí me veo". El gran Miguel de Unamuno escribió personalmente su epitafio: "Sólo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo". En un cementerio en el estado de Minnesota en EEUU: "Fallecido por la voluntad de Dios y mediante la ayuda de un médico imbécil".

Consta en mis archivos un epitafio que anoté pero que no tuve la previsión de anotar dónde está y de quién es: "Yace aquí un hombre que en vida hizo mucho bien y mucho mal... todo el bien que hizo lo hizo mal y todo el mal que hizo lo hizo bien". En la tumba de Orson Welles: "No es que yo fuera superior. Es que los demás eran inferiores". En una lápida en California se lee: "Aquí yace Jane Smith, esposa de Thomas Smith, marmolista. Este monumento fue erigido por su esposo en memoria suya y como modelo. Sólo cuesta trescientos dólares".

En un cementerio en Ávila, en España: "Aquí yace Isabelita, que por ser tan buena y no querer, se fue para la otra vida con muy poquito placer". "Que conste que no quería". Así reza la lápida de una tumba en Sevilla.

Y en verso

Los hay en verso, como este que puede leerse en un cementerio en Chile:

"Aquí yaces / Y haces bien / Tú descansas / Y yo también". Shakespeare escribió su epitafio, que dice así: "Buen amigo, por Jesús, abstente / de cavar el polvo aquí encerrado. / Bendito sea el hombre que respete estas piedras / y maldito el que remueva mis huesos".

El Marqués de Sade dejó para su tumba la siguientes frase: "Si no viví más, fue porque no me dio tiempo". En la lápida de Martin Luther King se lee: "Libre al fin. Libre al fin. Gracias Dios Todopoderoso. Soy libre al fin". John Wayne estipuló que en su lápida se escribiera: "Feo, fuerte y formal".

"RIP, RIP, ¡HURRA!". ¿Les gusta? Es el epitafio que Groucho Marx escribió para la tumba de su suegra. "Llame fuerte, como para despertar a un muerto". Epitafio de Jean Eustache (escrito en la puerta de la habitación del hotel en la que se pegó un tiro). "Murió vivo". Es el epitafio de Antonio Gala. "Esto es lo que le pasa a los chicos malos". Epitafio de Alfred Hitchcock (lo escribió pero no fue colocado).

"Desapareció en combate, apareció aquí". Epitafio del coronel Francis Chartres."Parece que se ha ido, pero no se ha ido". Epitafio de Cantinflas. "Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga". Epitafio de Johann Sebastian Bach. "Estuve borracho muchos años, luego morí". Epitafio de Francis Scott Fitzgerald.

"Estoy listo para encontrarme con mi creador. Si mi creador está listo para encontrarse conmigo es otra cosa". Epitafio de Winston Churchill. "Si alguien va a mi funeral con una cara larga, nunca le hablaré de nuevo". Epitafio de Stan Laurel. "Cuando naciste reían todos y sólo tú gemías, procura que al morir sean todos los que lloren y sólo tú el que rías". Epitafio de una tumba en el cementerio de la Almudena de Madrid.

Y más variados...

"Aquí descansa Pancrazio Juvenales, buen esposo, buen padre, pésimo electricista""Gustava Gumersinda Gutiérrez Guzmán. Recuerdo de todos tus hijos (menos Ricardo que no dio nada)""Aquí descansa mi querida esposa. Señor, recíbela con la misma alegría con que yo te la mando""Aquí yace mi mujer, fría como siempre""Aquí yace uno en contra de su voluntad""Mi esposo me olvidó al mes de fallecida". Epitafio en un cementerio en Sevilla."Estos días se me hacen eternos". Ese lo vi en el cementerio de Recoleta en Buenos Aires.

"Ya sabía yo que esto acabaría mal""Aquí yaces y yaces bien, tú descansas y yo también". Epitafio en la tumba de una suegra. "Vivió mientras estuvo vivo". Epitafio en una lápida en un cementerio en España. "Que conste que yo no quería". Este lo leí en Internet. "No grite, que estoy muerto, no sordo". Genial. Epitafio de un quejón: "A ver, ¿qué tenía Lázaro que no tenga yo?". De un ateo arrepentido: "Dios, nunca creí en ti ¡pero te juro que me arrepiento!"

smorillobelloso@gmail.com

El Estado inerme


Narran los cronistas españoles del siglo XVII que era tal la fortuna que circulaba en los reinos que conformaban la España de esa época que el costo de la vida de sus pobladores se centuplicó. Las gentes pobres no tenían acceso a esas regalías que provenían de manera legal e ilegal de las provincias en Indias. Pero paralelamente al comercio legal se forjó una clase, casta más bien, de nuevos ricos cuyo peculios provenían de fuentes de comercio no declaradas al Reino. Los reyes veían atónitos y sin hallar manera de evitarlo cómo esos nuevos ricos compraban todo, a cualquier precio, destruyendo así la sensatez económica y convirtiéndose en un estado paralelo. De hecho, lo que los contables del Reino asentaban en sus libros no se compadecía en modo alguno con la realidad de unas finanzas totalmente distorsionadas. Se calcula que la mitad de los dineros que circulaban en la sociedad española de ese siglo era ilegal.
En la Italia de las mafias, éstas triunfaron hasta que el Estado por fin decidió enfrentarlas. Hay mucho material bibliográfico sobre este tema, en particular una película que sugiero ver sobre el juez Giovanne Falcone, quien le puso cara a las mafias lo cual le costó la vida. Falcone solía citar a John F. Kennedy en su notable frase "Un hombre debe hacer aquello que su deber le dicta, cualesquiera que sean las consecuencias personales, cualesquiera que sean los obstáculos, el peligro o la presión. Ésta es la base de toda la moralidad humana". En la Italia de los “Dones”, el circulante monetario ilegal quintuplicaba el circulante legal. Si bien hoy aún hay mafias operando en el territorio italiano, su acción no es ni comprable con lo que fue hace años.
Como ha habido éxitos en la persecución del narcotráfico, especialmente en Colombia, éste ha mudado su base de operaciones a nuevas sedes. México, varios países de Centroamérica y Venezuela, por donde es bien sabido pasa buen parte de la droga con destino a Europa y otros países. Lo que los organismos de seguridad de nuestro país celebran como “operativos exitosos” en materia de golpes contra el narcotráfico alcanza con suerte a una pequeña tajada de ese pastel. Mucho de ese dinero producto de tan turbias operaciones se queda en Venezuela, se lava en Venezuela, se invierte en Venezuela. A ese dinero sucio se suma el también inmundo metal proveniente de transas, trácalas, coimas y diversos contrabandos. Los nuevos ricachones tienen los bolsillos llenos de plata para gastar a placer. Y así lo hacen, pervirtiendo la escena económica.
En la Colombia de la época de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el Cartel de Medellín puso al país y al Estado en jaque. Además de contaminar la economía con enfermedades gravísimas de las cuales aún tratan de recuperarse nuestros vecinos, los miembros del cartel y sus secuaces y sicarios, liderados por Escobar, cometieron delitos gravísimos, incluyendo asesinatos, magnicidios y secuestros. Pusieron bombas en edificios públicos, tumbaron aviones en pleno vuelo y perpetraron atentados contra incluso población civil. Recomiendo la serie producida por la cadena Caracol titulada “Pablo Escobar: El patrón del mal”. No veamos esta serie como si estuviéramos disfrutando de un thriller que revienta el Blockbuster. Veámosla como una seria advertencia de a dónde nos conduce el camino por el que vamos.
Los ingresos por renta petrolera en Venezuela en los años revolucionarios alcanzan una cifra tan descomunal que resulta imposible de metabolizar a cualquier simple y mortal ciudadano. Hubiera sido más que suficiente para atender los costes de creación de una infraestructura sólida que hubiera servido de base para el apuntalamiento de una sociedad con ganas de producir y progresar, es decir, eso que Uslar Pietri llamó “sembrar el petróleo”.  Empero, baste al lector circular por el país para ver cómo grandes cantidades de sus pobladores siguen siendo pobres de solemnidad. Los ranchos han aumentado y los mendigos pueblan nuestras calles y avenidas en villorrios y ciudades. El despilfarro y el falso gasto social han hecho estragos. Un gobierno torpe e incompetente ha dilapidado ese ingreso.
Hoy todos los economistas serios y los estudiosos del tema apuntan que la crisis económica que sufrimos no tiene comparación con años anteriores, que estamos arropados por severos problemas macro y microeconómicos, que estamos endeudados hasta las caries como Nación -y a saber por cuántos años- y que hemos caído en un remolino chupador del cual nos será muy difícil salir. Las cifras oficiales son tan confiables como la promesa de fidelidad de un mujeriego de esos que le rezan a Casanova. Y sin embargo, al igual que vemos la pobreza incrustada en millones de hogares, así como la vialidad de nuestra Venezuela parece una fotografía de la luna, así como los hospitales, las escuelas y un largo etcétera están en el suelo, así como los servicios públicos son una basura, así como sentimos que la inflación nos carcome las entrañas, así como presenciamos la destrucción de nuestros campos y nuestro parque industrial, vemos también unas señales de riqueza y derroche exhibidas sin rubor ni pudor que espantan al más pintado. Boquiabiertos somos testigos de la construcción de lujosísimas mansiones (dentro y fuera de nuestras fronteras), vehículos que además de ser dignos de jeques son mejorados con sistemas de seguridad y tecnología de punta que cuanto menos triplica su costo original, restaurantes carísimos atestados donde se celebran festines pantagruélicos rociados con licores y bebidas con denominación de origen, repunte asombroso de la prostitución de alta gama. Las joyerías no se dan abasto para satisfacer las demandas de sus nuevos clientes. ¿Quién compra todo eso en una economía hecha trizas, con miles de empresas comerciales e industriales que han tenido que bajar sus santamarías, que no genera empleo y que no es capaz de sufragar los costes de un mínimo de bienestar social? Más importante aún, ¿de dónde sale tanta plata? Ya sabemos el destino. Pero, ¿y el origen?
Muchas transacciones por compra de inmuebles, enseres, joyas, vehículos, piezas de arte, francachelas, jolgorios, etc., ocurren en metálico, disfrazadas con facturas falsas. Billete sobre billete, muchas veces incluso en moneda extranjera. Los poco elegantes compradores acuden muy campantes a los establecimientos reales (o virtuales), escogen el objeto de su deseo y se sacan del bolsillo pacas de papel moneda. Para que nos espeluquemos más, muchas veces el comprador es un enviado, un testaferro, que hace la diligencia y procesa los pagos de quien no quiere aparecer en público. Hay una Venezuela de muchos que sufre y otra Venezuela de poquitos que vive a cuerpo de rey. Poco importa el nombre con el que se haya bautizado a esta nueva casta, sea boliburguesía, boligarquía o como sea. Importa que están medrando del país, magnatizándose ilegalmente y destruyendo como una marabunta.
En nuestra Venezuela, a la cual le declaramos amor todos los días pero a la que tristemente hemos abandonado a su suerte, el Estado nada está haciendo para evitar el descalabro que supone esta situación en progreso. Las acciones del gobierno sobre algunos corruptos son apenas una brizna de paja en el viento, una manera de lucir bien y llenar titulares en las agencias de noticias. Pero a los peces gordos ni con el pétalo de una rosa. Al no hacer nada, el Estado se convierte en arte y parte.
No es competencia de los ciudadanos luchar contra esta barbaridad. Los venezolanos somos víctimas y no podemos ser culpados de estos desmanes aun cuando seamos forzados abierta o veladamente a integrar el tinglado de destrucción. Cuando la economía nacional se pervierte, queramos o no a todos nos meten en la podredumbre, incluso sin saberlo. La contaminación es general. El ciudadano no tiene las herramientas para enfrentarse a ello. Eso es función irrenunciable del Estado y sus instituciones, responsabilidad de los hombres y mujeres con nombre y apellido que están en posiciones de decisión y acción y en ejercicio de las cuales juraron servir a la República. A ellos hay que exigirles que procedan a limpiar la casa, a investigar, a perseguir, a desactivar redes de malandros de cuello blanco. Si no lo hacen, estarán dando una nítida señal de cuál es su posición al respecto. Venezuela no puede hundirse en un cloaca delincuencial porque tengamos un Estado inerme.
smorillobelloso@gmail.com

Miseria política

Soledad Morillo Belloso
Tania Díaz, hoy diputada a la Asamblea Nacional, máxima exponente del “enchufismo” y reputada líder del llamado clan de vampiros como fuera apuntado por Mario Silva, se pone de pie en una sesión del Parlamento y lanza acusaciones de albañal. Nunca dejará de asombrarme el comportamiento de bajos fondos de los diputados en un recinto de tanta majestad como el hemiciclo. Díaz habla con impudicia. Grita mucho pero calla mucho más. No le dice al país las verdades que los venezolanos queremos saber, como por ejemplo cómo es eso de ir a ver Madonna en un show en París. Tampoco cuenta cuánto costó su operación de las lolas que la convirtió en una suerte de Mansfield criolla, aunque ya esté pasada de años como para andar con semejantes fruslerías. O cómo sufraga sus compras constantes en las tiendas de marca haute couture de los centros comerciales en las que, por cierto, como me reportan, avisa siempre a los vendedores que hará la operación sin factura y cancelando en efectivo. Esa señora tiene el tupé de reclamar corrección política.

En la misma sesión se relucieron con su lenguaje de cloaca otros diputados, como uno de nombre Andrés Eloy no sé cuantos, el inefable Darío Vivas y un muy gordo Diosdado Cabello. Una diputada ataviada de mantel de encaje habló de “epitétos”, con acento en la “e”, cambiando porque se le antojó la acentuación en una de las esdrújulas más conocidas de nuestra lengua. Es el atrevimiento de la ignorancia.

Todo el evento estuvo cargado de vulgaridades e improperios de esos que a cualquier mortal producen nausea y ensucian hasta el aire que se respira. Más que diputados estos parlamentarios parecían pranes de la peor calaña.

Pero a pesar de la vergüenza que uno puede sentir como venezolano y como ser humano, la sesión fue, digamos, didáctica. Que el país entero los vea en acción, exhibiendo su miseria política e intelectual, es bueno. Doloroso y asquiento, pero bueno.

La réplica de Dinorah Figuera, diputado a la Asamblea Nacional por Primero Justicia, miembro de la Unidad y mujer de alto calibre a quien tengo el privilegio de conocer desde hace muchos años, fue una de las mejores piezas de oratoria que he escuchado en los muchos años que llevo en mis lides tanto de periodista como de activista de la democracia. A Tania Díaz la puso en su sitio. Se las cantó claras. Dinorah dijo cosas así: “Ustedes quieren voltear la moral de quienes tenemos la moral bien en alto”. “Yo me siento orgullosa de que me llame capitalista una mujer que fue a París a ver a Madonna”. “Soy de Primero Justicia porque considero que este país merece ser distinto a esta bancada de corruptos”, agregó.

La palabra moral debe haber sido la más usada en la sesión de la impostura. Hablan de moral como si fueren unos querubines bajados del cielo. Como si el pueblo no tuviera ojos para ver la inmensa cantidad de dinero que le han escamoteado a la Nación. Y creen que con acusaciones tercermundistas logran disfrazar la realidad. Sí, es tercermundista ser homofóbico.

A mí Dios me va a conceder los suficientes años de vida y facultades mentales como para ser testigo no solo de la condena pública a estos oficiantes de la decadencia sino, más importante aún, para ser parte del triunfo de la decencia, el progreso y el desarrollo. No sé cuánto más nos tomará llegar a esa victoria. No sé cuántas más sesiones de la vergüenza tendremos que presenciar. Pero sí sé que lo lograremos. Y entonces habrá valido cada día de sufrimiento, cada gota de sudor, cada lágrima y cada sacrificio. Por cada Tania Díaz hay miles de Dinorah Figuera.