domingo, 18 de agosto de 2013

El Estado inerme


Narran los cronistas españoles del siglo XVII que era tal la fortuna que circulaba en los reinos que conformaban la España de esa época que el costo de la vida de sus pobladores se centuplicó. Las gentes pobres no tenían acceso a esas regalías que provenían de manera legal e ilegal de las provincias en Indias. Pero paralelamente al comercio legal se forjó una clase, casta más bien, de nuevos ricos cuyo peculios provenían de fuentes de comercio no declaradas al Reino. Los reyes veían atónitos y sin hallar manera de evitarlo cómo esos nuevos ricos compraban todo, a cualquier precio, destruyendo así la sensatez económica y convirtiéndose en un estado paralelo. De hecho, lo que los contables del Reino asentaban en sus libros no se compadecía en modo alguno con la realidad de unas finanzas totalmente distorsionadas. Se calcula que la mitad de los dineros que circulaban en la sociedad española de ese siglo era ilegal.
En la Italia de las mafias, éstas triunfaron hasta que el Estado por fin decidió enfrentarlas. Hay mucho material bibliográfico sobre este tema, en particular una película que sugiero ver sobre el juez Giovanne Falcone, quien le puso cara a las mafias lo cual le costó la vida. Falcone solía citar a John F. Kennedy en su notable frase "Un hombre debe hacer aquello que su deber le dicta, cualesquiera que sean las consecuencias personales, cualesquiera que sean los obstáculos, el peligro o la presión. Ésta es la base de toda la moralidad humana". En la Italia de los “Dones”, el circulante monetario ilegal quintuplicaba el circulante legal. Si bien hoy aún hay mafias operando en el territorio italiano, su acción no es ni comprable con lo que fue hace años.
Como ha habido éxitos en la persecución del narcotráfico, especialmente en Colombia, éste ha mudado su base de operaciones a nuevas sedes. México, varios países de Centroamérica y Venezuela, por donde es bien sabido pasa buen parte de la droga con destino a Europa y otros países. Lo que los organismos de seguridad de nuestro país celebran como “operativos exitosos” en materia de golpes contra el narcotráfico alcanza con suerte a una pequeña tajada de ese pastel. Mucho de ese dinero producto de tan turbias operaciones se queda en Venezuela, se lava en Venezuela, se invierte en Venezuela. A ese dinero sucio se suma el también inmundo metal proveniente de transas, trácalas, coimas y diversos contrabandos. Los nuevos ricachones tienen los bolsillos llenos de plata para gastar a placer. Y así lo hacen, pervirtiendo la escena económica.
En la Colombia de la época de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el Cartel de Medellín puso al país y al Estado en jaque. Además de contaminar la economía con enfermedades gravísimas de las cuales aún tratan de recuperarse nuestros vecinos, los miembros del cartel y sus secuaces y sicarios, liderados por Escobar, cometieron delitos gravísimos, incluyendo asesinatos, magnicidios y secuestros. Pusieron bombas en edificios públicos, tumbaron aviones en pleno vuelo y perpetraron atentados contra incluso población civil. Recomiendo la serie producida por la cadena Caracol titulada “Pablo Escobar: El patrón del mal”. No veamos esta serie como si estuviéramos disfrutando de un thriller que revienta el Blockbuster. Veámosla como una seria advertencia de a dónde nos conduce el camino por el que vamos.
Los ingresos por renta petrolera en Venezuela en los años revolucionarios alcanzan una cifra tan descomunal que resulta imposible de metabolizar a cualquier simple y mortal ciudadano. Hubiera sido más que suficiente para atender los costes de creación de una infraestructura sólida que hubiera servido de base para el apuntalamiento de una sociedad con ganas de producir y progresar, es decir, eso que Uslar Pietri llamó “sembrar el petróleo”.  Empero, baste al lector circular por el país para ver cómo grandes cantidades de sus pobladores siguen siendo pobres de solemnidad. Los ranchos han aumentado y los mendigos pueblan nuestras calles y avenidas en villorrios y ciudades. El despilfarro y el falso gasto social han hecho estragos. Un gobierno torpe e incompetente ha dilapidado ese ingreso.
Hoy todos los economistas serios y los estudiosos del tema apuntan que la crisis económica que sufrimos no tiene comparación con años anteriores, que estamos arropados por severos problemas macro y microeconómicos, que estamos endeudados hasta las caries como Nación -y a saber por cuántos años- y que hemos caído en un remolino chupador del cual nos será muy difícil salir. Las cifras oficiales son tan confiables como la promesa de fidelidad de un mujeriego de esos que le rezan a Casanova. Y sin embargo, al igual que vemos la pobreza incrustada en millones de hogares, así como la vialidad de nuestra Venezuela parece una fotografía de la luna, así como los hospitales, las escuelas y un largo etcétera están en el suelo, así como los servicios públicos son una basura, así como sentimos que la inflación nos carcome las entrañas, así como presenciamos la destrucción de nuestros campos y nuestro parque industrial, vemos también unas señales de riqueza y derroche exhibidas sin rubor ni pudor que espantan al más pintado. Boquiabiertos somos testigos de la construcción de lujosísimas mansiones (dentro y fuera de nuestras fronteras), vehículos que además de ser dignos de jeques son mejorados con sistemas de seguridad y tecnología de punta que cuanto menos triplica su costo original, restaurantes carísimos atestados donde se celebran festines pantagruélicos rociados con licores y bebidas con denominación de origen, repunte asombroso de la prostitución de alta gama. Las joyerías no se dan abasto para satisfacer las demandas de sus nuevos clientes. ¿Quién compra todo eso en una economía hecha trizas, con miles de empresas comerciales e industriales que han tenido que bajar sus santamarías, que no genera empleo y que no es capaz de sufragar los costes de un mínimo de bienestar social? Más importante aún, ¿de dónde sale tanta plata? Ya sabemos el destino. Pero, ¿y el origen?
Muchas transacciones por compra de inmuebles, enseres, joyas, vehículos, piezas de arte, francachelas, jolgorios, etc., ocurren en metálico, disfrazadas con facturas falsas. Billete sobre billete, muchas veces incluso en moneda extranjera. Los poco elegantes compradores acuden muy campantes a los establecimientos reales (o virtuales), escogen el objeto de su deseo y se sacan del bolsillo pacas de papel moneda. Para que nos espeluquemos más, muchas veces el comprador es un enviado, un testaferro, que hace la diligencia y procesa los pagos de quien no quiere aparecer en público. Hay una Venezuela de muchos que sufre y otra Venezuela de poquitos que vive a cuerpo de rey. Poco importa el nombre con el que se haya bautizado a esta nueva casta, sea boliburguesía, boligarquía o como sea. Importa que están medrando del país, magnatizándose ilegalmente y destruyendo como una marabunta.
En nuestra Venezuela, a la cual le declaramos amor todos los días pero a la que tristemente hemos abandonado a su suerte, el Estado nada está haciendo para evitar el descalabro que supone esta situación en progreso. Las acciones del gobierno sobre algunos corruptos son apenas una brizna de paja en el viento, una manera de lucir bien y llenar titulares en las agencias de noticias. Pero a los peces gordos ni con el pétalo de una rosa. Al no hacer nada, el Estado se convierte en arte y parte.
No es competencia de los ciudadanos luchar contra esta barbaridad. Los venezolanos somos víctimas y no podemos ser culpados de estos desmanes aun cuando seamos forzados abierta o veladamente a integrar el tinglado de destrucción. Cuando la economía nacional se pervierte, queramos o no a todos nos meten en la podredumbre, incluso sin saberlo. La contaminación es general. El ciudadano no tiene las herramientas para enfrentarse a ello. Eso es función irrenunciable del Estado y sus instituciones, responsabilidad de los hombres y mujeres con nombre y apellido que están en posiciones de decisión y acción y en ejercicio de las cuales juraron servir a la República. A ellos hay que exigirles que procedan a limpiar la casa, a investigar, a perseguir, a desactivar redes de malandros de cuello blanco. Si no lo hacen, estarán dando una nítida señal de cuál es su posición al respecto. Venezuela no puede hundirse en un cloaca delincuencial porque tengamos un Estado inerme.
smorillobelloso@gmail.com

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