miércoles, 23 de septiembre de 2009

“Tristeza no tiene fin…”

Se dice, con justicia, que las habilidades diplomáticas de los brasileros no tienen parangón en nuestras latitudes. Los vecinos tienen, a no dudarlo, el país más grande y poderoso de Hispanoamérica. Lo saben, lo ejercitan. No tienen amigos; tienen intereses. Así, han siempre demostrado un talento cuasi angelical en el manejo de complicadas situaciones en materia de brollos diplomáticos. Itamaratí, que así se llama la cancillería, llega al agua, se moja las paticas, pero jamás se zambulle. El lío de otros es de otros.

Pero ésta vez, no. Esta vez, para decirlo en criollo, metieron la pata. Han actuado irresponsablemente, y lo suyo no puede ser calificado sino de intervencionismo.
No sé cuándo sabremos los intríngulis de la faena de Zelaya. Sabemos poco, lo cual es peor que saber nada. Huele a Chávez. Del metiche no puede suponerse menos. Intuimos que el “operativo Mel” tuvo que ser apoyado logísticamente por un aparato aceitado con dólares que Zelaya no tiene. De alguna parte surgieron esos reales para pagar tan costosa aventura. Y si llevamos meses subvencionando al hombre del sombrero de alas y los bigotes teñidos con Biguene, cuesta pensar que en esta oportunidad no han sido nuestros cobres los metidos ilegalmente en los bolsillos de la mal llamada “resistencia hondureña”.

Pero, incluso si concedemos que los brasileros nada sabían del “operativo Mel”, que el señor sorpresivamente se les presentó en la reja y al guachimán lo engañaron diciéndole que venían a entregar leche y pan, abrirle la puerta de su embajada en Tegucigalpa y recibirlo como huésped es intervencionismo, del más puro, del más ramplón, y también del más imperialista. Lo digo así, aunque me cueste no pocos ataques e insultos, y aunque nuevamente sea tildada de “políticamente incorrecta”. Lula, a quien respeto, erró. Ya quisiera verlo que se lo hicieran a él; ardería en furia y su característico “jeitinho brasileiro” se tornaría en cólera de Yemanyá. Lo que ha hecho Brasil en este penoso asunto es imperialismo. El grandote se cree con derechos a manejar el poder en un país pequeño. Y que eso tenga el aval de un “progre” como Lula es intolerable e impresentable. Ahora resulta que Lula se cree el comisario del sur, el “gendarme necesario”.

El asunto, lamentablemente, creo que terminará mal, muy mal. Las huestes del infausto Mel harán lo indecible por tomar por asalto la embajada brasilera para rescatar a su héroe. El sólo intento generará un enfrentamiento sangriento. Si las fuerzas militares y policiales hondureñas no defienden el territorio de la embajada serán acusadas. Y si lo defienden, también. La táctica ordenada por Mel y sus “amigos invisibles” es la de una histérica poblada.

Una canción ya vieja en el repertorio de la majestuosa música brasilera, comienza con una frase: “Tristeza não tem fin, felicidade si”. Si a los brasileros les ataca la conciencia y la sensatez, forzarán a Zelaya a calmarse y aceptar un asilo, y lo sacarán de Honduras, evitando así un innecesario y doloroso derramamiento de sangre. Metidos en el bojote y cometidos tan graves errores, el gobierno de Lula hará bien en colaborar y en dejar de lado su “intervencionismo imperialista del siglo XXI”. Que Lula es un presidente, no el Emperador del Sur. El Sur es un subcontinente, no su sambódromo personal.

martes, 15 de septiembre de 2009

Querendón y queridísimo

(Esto no es un panegírico a Aquiles Heredia)
No recuerdo bien cuándo lo conocí. Tuvo que ser por allá por mi lejana pero no olvidada adolescencia, esa época en la que uno adolece de muchas cosas, entre otras de sentido de los límites.

La vida, la maestra vida, quiso e hizo que emparentáramos. Su esposa es prima de mi esposo. Así, nos veíamos con frecuencia, menos de lo que yo hubiera deseado. Vivir en Caracas es un ejercicio permanente de desencuentro. La ciudad, su tráfico, su congestionamiento, su superpoblación. Le perdonamos todo porque igual nos regala El Ávila y nos sigue hospedando.

Tenía un vozarrón de esos que sería la envidia de cualquier actor de teatro. Pero ese tono grueso no lograba disimular su corazón de osito de peluche gigante. Siempre es impresionante hallar tanta dulzura en un hombre tan grandote.

No sé de persona alguna que conociéndolo no hablara bien de él. Y no me refiero tan sólo a la familia por parte de los Heredia y de los Arnal. Hablo de colegas, compañeros de trabajo, amigos, conocidos, relacionados y un largo etcétera.

Era la personificación de “haz el bien y no mires a quién”. Todo ello sin jamás ser una suerte de tonto de quien todos los abusadores se aprovechan. ¡Qué va! Cuando había que decir “no” lo hacía, sin que le temblara el pulso. Era la esencia de la rectitud.

No es lisonja banal decir que lo adornaban las virtudes del “buenagente”.
Querendón y queridísimo, Aquiles no nos deja un vacío. Por el contrario, nos deja las almas repletas de buenos recuerdos, de inagotables anécdotas y, sobre todo, de amor del bueno. Ahora está en el cielo. Seguro trabaja y arregla desaguisados. Y nos mira y protege.

Anoche sonaban truenos en Caracas. Y yo pensaba: “Es Aquiles, su voz retumbando en el espacio sideral”.

Dios te bendiga, querido amigo.
Soledad
Martes, 15 de septiembre de 2009

La ignorancia camina en dos patas


Me precio de ser una persona muy tolerante. No tengo sesgos racistas, ni clasistas, ni religiosos. No desprecio a la gente por sus pensamientos políticos ni sus ideologías (cuando las tienen). Encuentro fascinante la diversidad humana. Pero tengo (lo confieso) intolerancia genética, más que a la brutalidad, a la ignorancia que exhiben algunos con una osadía insultante que da grima y repelús.

Es el caso del actual gobernador del Estado Trujillo, ciudadano Hugo Cabezas, quien no es más ignorante porque no entrena. Este individuo, de muchas penas y pocas luces, se ha permitido emitir una ley decreto condenando nada menos que a Don Mario Briceño Iragorry, quien – quizás en su supina estupidez el gobernador no lo sabe – es una de las glorias del pensamiento y las letras venezolanas.

El texto del decreto rubricado por el minusválido intelectual gobernador dice tanta y tanta barbaridad, que más bien parece redactado por un “homo erectus” y no un ”homo sapiens”. En esas líneas, a las cuales se les ha puesto el sello oficial de la gobernación, el ciudadano Cabezas lista una serie de considerandos, a cual más patético, que concluyen en un dictamen a según el cual Don Mario es confinado al exilio de la historia, como si tal cosa fuere posible.

A Cabezas, quien como bien me apuntan firmaba con una “X” los documentos oficiales cuando estaba en el cargo de director de la Onidex, le informo que cuando se refiera a Don Mario Briceño Iragorry es bueno que se quite la boina de fieltro barato, incline la testa, guarde silencio en absoluta señal de respeto y agradezca a Dios Todopoderoso, a la Virgen María, a las ánimas benditas y a todos los santos el haber nacido en la misma tierra que fue la patria de Don Mario.

Y como seguramente algún “cagatintas” de esos que pululan por las oficinas del gobierno le escribió el texto del fulano decreto, al redactor fantasma y al ciudadano gobernador paso a ilustrarle sobre este venezolano superior, el de “la piedad heroica”, no porque crea que algo habrán de aprender sus anoréxicos cerebros, sino, más bien, porque no se puede permitir que la ignorancia que camina en dos patas (más bien, se arrastra) haga destrozos y consiga enlodar el prestigio del trujillano ilustre. Es imperante quitarle las pulgas a este vergonzoso asunto.

Cabría un recuento biográfico de Don Mario, pero voy más bien a recurrir a sus letras, a su epistolario (palabra que deviene de epístola, no de pistola). En una carta fechada en Madrid el 13 de septiembre de 1955, Don Mario le dice a su yerno Miguel Ángel Burelli Rivas varias frases que iluminan el camino y que dan cuenta de la sapiencia del trujillano:
“… Como pueblo y como intelectuales, carecemos de primer piso. Hemos sido alegremente montados al aire. Adelantándome a presentar mi propia obra de hombre y de escritor como testimonio de esta realidad dolorosa, he insistido en forma fastidiosa sobre ese tema tremendo. Desde mi Caballo de Ledesma, aparecido en 1942, hasta mis más recientes ensayos: Mensaje sin destino, La tradición de los mejores, Aviso a los navegantes, Problemas de la juventud venezolana, he venido machaconadamente dando sobre esta circunstancia transida de angustia… No tenemos primer piso. Estamos montados al aire. Jamás símil más perfecto de nuestra realidad de pueblo o de nuestra específica realidad cultural. Nuestro país, en el área de la interioridad, sigue siendo realmente lo que este orden arquitectónico montado al aire. Carecemos de fondo donde hallen resistencia defensiva los grandes valores que constituyen lo humano. No tenemos primer piso…. A eso ha de tender la Universidad. Su fin es juntar y moldear hombres más que fabricar profesionales. Su principal empeño debe consistir en acercar a los jóvenes a la comprensión de una auténtica dimensión de lo humano, que los salve, por medio del equilibrio entre la libertad y el deber de caer en la filosofía de la angustia a que han sido empujadas las presentes generaciones. Es decir, la universidad debe ayudar al joven a hacerse una conducta. Si ayer esta misión fue negada y traicionada, hoy precisa llevarla a su más vigorosa autenticidad. Así la hora sea por demás difícil, la Universidad debe dar a la juventud luces que orienten su derrotero en medio de la profunda oscuridad de la hora terrible de un mundo arruinado por la propia inteligencia. Un retorno a las humanidades —lógica, letras clásicas, metafísica— pudiera hacer que en las nuevas promociones se avive el ansia de la sabiduría…”

Ese hombre, el que escribiera esas líneas impecables, es Don Mario Briceño Iragorry, el hombre de quien el gobernador Cabezas, cuyo apellido no es más que un adorno fofo, denuesta al emitir un decreto por demás anti trujillano. Don Mario Briceño Iragorry fue y es una de las cabezas más pensantes de nuestra amada patria. El sí tenía cabeza y “primer piso”.

No alcanzan las líneas para escribir con justicia sobre Don Mario. Ojalá los maestros y profesores en las aulas no permitan que de él se inventen infundios. O, peor aún, que se haga caso de leyecitas mal paridas por gobernadores sin cabeza.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Si yo fuera el Presidente

No soy el Presidente de la República y jamás pretendo postularme para tal cargo. Así que algunos dirán que escribo desde la tapa de la barriga, o acaso desde la comodidad del lugar donde se encuentra alguien que no piensa estar nunca en semejante posición de angustia. Pero igual el ejercicio sirve.

Si yo fuera el Presidente, abandonaría todo plan reeleccionista y haría que mi gente entendiera que me hace daño cuando me coloca en los altares. Culminaría mi período cuando aún cuente con buenos índices de aprobación y popularidad. No caería en la tentación de la eternidad presidencial. Por el contario, prepararía el camino para convertirme en una suerte de “pasado magnifico”, de esos que siempre son usados como ejemplo cuando la ocasión la pintan de discurso. En pocas palabras, escogería el camino de la gloria segura y no correría el riesgo innecesario de la posible derrota. Es evidente que luego de tantos años, a la gente a la que no ha votado por mí, no la convenceré de hacerlo. Pero puede ocurrir que pierda apoyo, porque la reelección puede ser vista incluso por gente que me ha apoyado como un gesto intragablemente arrogante. Si yo fuera el Presidente, procuraría salir por la puerta grande y no me empecinaría en añejarme en la silla.

Si yo fuera el Presidente, invertiría todo el tiempo que me queda en el cargo en construir viviendas y carreteras, en arreglar las cárceles, en poner como tacitas de plata a los hospitales y escuelas. Haría todo lo posible para que mi discurso de entrega de la batuta pueda estar repleto de logros en materia de beneficios para las comunidades.

Si yo fuera el Presidente, jugaría ajedrez político. Invitaría a mis “adversarios” a ocupar posiciones en el gobierno, y los dejaría hacer. Total, cualquier triunfo de ellos sería contabilizado para mí y para mi gobierno. Lo mismo haría con los empresarios, quienes al fin y al cabo pueden producir empleos. De nuevo, la gloria de su éxito el pueblo me la achacaría a mí.

Si yo fuera el Presidente, no me pelearía con ningún presidente del vecindario. No respondería a sus ataques verbales. Mi jugada sería “paso y gano”. Los patrioterismos, que suelen producir aplausos, en realidad generan ovaciones pasajeras. Y si no que se lo pregunten a los argentinos, que pusieron tremenda torta cuando apelaron a los valores patrios y se lanzaron en una guerra por las islas Malvinas que ni haciendo magia podían ganar.

Si yo fuera el Presidente, invertiría tiempo, dinero y recursos cuantiosos en el asunto de la seguridad ciudadana. Toda persona que es víctima de la inseguridad es un elemento de destrucción propagandística de la gestión de un presidente. Y esa víctima tiene una gigantesca credibilidad, porque sus familiares, vecinos, amigos y relacionados se verán en el espejo de su sufrimiento y echarán las culpas sobre el gobierno.

Si yo fuera el Presidente, me amigaría con los jerarcas de todas las confesiones. Sabría entender que nadie en toda la historia de la Humanidad ha podido borrar a la religión. Y entendería que quien se mete con curas (y lo mismo ocurre con pastores, rabinos, imanes, etc.) se empava.

Si yo fuera el Presidente, hablaría poco y corto. Le abriría las puertas de mi alma a todos los medios de comunicación y a todos los periodistas, muy especialmente a los que no comulgan con mi pensamiento. Los invitaría a tomar café para escucharlos, y luego de hacerlo, contestaría brevemente y al punto cada una de sus preguntas, sin caer en peroratas con las que sólo se confirman sus malas sospechas.

Si yo fuera el Presidente, me tomaría un buen par de semanas de vacaciones. Me iría a un lugar hermoso, tranquilo, lejos del mundanal ruido, para descansar el cuerpo y el alma, para descongestionarme y librarme de furias y otras pasiones desbocadas.
Pero yo no soy el Presidente. Y es evidente que alrededor del Presidente no hay quien le aconseje bien. El Presidente no tiene reales amigos, no tiene confidentes, no tiene “íntimos” que le canten las verdades en lugar de llorarle las mentiras. Y eso es triste y patético.

Sólo falta que nieve

Hace algunas semanas ocurrió en tierras de la vecina Colombia un suceso que nos hace confirmar que por estas latitudes nuestras el realismo mágico existe y no es tan sólo producto de la fértil imaginación del Gabo. Resulta que en el Magdalena aparecieron unos hipopótamos. Sí, así como lo leen, hipopótamos. Los animales, que son particularmente feroces, fueron a tener allá porque el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria se montó un zoológico para disfrute personal, y entre la fauna se encontraban estos paquidermos africanos. El cuento es mucho más largo, y no me cabe en ese espacio, pero me hizo recordar el muy famoso asunto del pingüino que apareció en Maracaibo.

¿Por dónde van estas líneas? Van por leer cada día la prensa, nacional y local, y confirmar que en este país y en el de los vecinos pasa de todo, aun lo más inesperado. Entonces, no es de extrañar que leamos titulares que dan cuenta, por ejemplo, de que en Venezuela, en los años que van de este gobierno, se “Contabilizan más de dos mil procesados por protestar”. Uno lee eso y le da un síncope. Le pitan los oídos, la vista se le nubla y le comienza correr un sudor frío por todo el cuerpo. ¿Dos mil procesados por transgredir el derecho constitucional al pataleo?
Se entera uno, leyendo la prensa, que hubo un tejemaneje con la compra de unos libros. Resulta que por los libros, cuyo costo de impresión fue de 450 mil dólares, nuestro generoso gobierno pagó la módica suma de 32 millones de dólares. Los libros, imaginarán, dado su costo, deben ser declarados patrimonio nacional, incunables, pues.

En Argentina se publica un libro que revela los intríngulis de los “negociados” alrededor de la famosa valija de Antonini Wilson, el “gordo”. Hay involucrados de toda especie y color. La plata corrió sin diques, y unos cuantos se enriquecieron a costillas de reales que son nuestros, a saber, del pobre pueblo venezolano. Entretanto, Zelaya, el tal “Mel”, se da la gran vidorria, salta de capital en capital, de hotelazo en hotelazo, con cuenta de gastos libre que pagamos los zoquetes de aquí.

Hablando con un buen amigo chileno, un profesor de muchas luces, le comento que aquí están pasando tantas cosas, es tal la pava siriaca que nos ha caído, que sólo falta que a pesar de nuestra condición de país tropical, cualquier día nos levantemos y nieve. Y en ese caso a lo mejor vienen más pingüinos.