Se dice, con justicia, que las habilidades diplomáticas de los brasileros no tienen parangón en nuestras latitudes. Los vecinos tienen, a no dudarlo, el país más grande y poderoso de Hispanoamérica. Lo saben, lo ejercitan. No tienen amigos; tienen intereses. Así, han siempre demostrado un talento cuasi angelical en el manejo de complicadas situaciones en materia de brollos diplomáticos. Itamaratí, que así se llama la cancillería, llega al agua, se moja las paticas, pero jamás se zambulle. El lío de otros es de otros.
Pero ésta vez, no. Esta vez, para decirlo en criollo, metieron la pata. Han actuado irresponsablemente, y lo suyo no puede ser calificado sino de intervencionismo.
No sé cuándo sabremos los intríngulis de la faena de Zelaya. Sabemos poco, lo cual es peor que saber nada. Huele a Chávez. Del metiche no puede suponerse menos. Intuimos que el “operativo Mel” tuvo que ser apoyado logísticamente por un aparato aceitado con dólares que Zelaya no tiene. De alguna parte surgieron esos reales para pagar tan costosa aventura. Y si llevamos meses subvencionando al hombre del sombrero de alas y los bigotes teñidos con Biguene, cuesta pensar que en esta oportunidad no han sido nuestros cobres los metidos ilegalmente en los bolsillos de la mal llamada “resistencia hondureña”.
Pero, incluso si concedemos que los brasileros nada sabían del “operativo Mel”, que el señor sorpresivamente se les presentó en la reja y al guachimán lo engañaron diciéndole que venían a entregar leche y pan, abrirle la puerta de su embajada en Tegucigalpa y recibirlo como huésped es intervencionismo, del más puro, del más ramplón, y también del más imperialista. Lo digo así, aunque me cueste no pocos ataques e insultos, y aunque nuevamente sea tildada de “políticamente incorrecta”. Lula, a quien respeto, erró. Ya quisiera verlo que se lo hicieran a él; ardería en furia y su característico “jeitinho brasileiro” se tornaría en cólera de Yemanyá. Lo que ha hecho Brasil en este penoso asunto es imperialismo. El grandote se cree con derechos a manejar el poder en un país pequeño. Y que eso tenga el aval de un “progre” como Lula es intolerable e impresentable. Ahora resulta que Lula se cree el comisario del sur, el “gendarme necesario”.
El asunto, lamentablemente, creo que terminará mal, muy mal. Las huestes del infausto Mel harán lo indecible por tomar por asalto la embajada brasilera para rescatar a su héroe. El sólo intento generará un enfrentamiento sangriento. Si las fuerzas militares y policiales hondureñas no defienden el territorio de la embajada serán acusadas. Y si lo defienden, también. La táctica ordenada por Mel y sus “amigos invisibles” es la de una histérica poblada.
Una canción ya vieja en el repertorio de la majestuosa música brasilera, comienza con una frase: “Tristeza não tem fin, felicidade si”. Si a los brasileros les ataca la conciencia y la sensatez, forzarán a Zelaya a calmarse y aceptar un asilo, y lo sacarán de Honduras, evitando así un innecesario y doloroso derramamiento de sangre. Metidos en el bojote y cometidos tan graves errores, el gobierno de Lula hará bien en colaborar y en dejar de lado su “intervencionismo imperialista del siglo XXI”. Que Lula es un presidente, no el Emperador del Sur. El Sur es un subcontinente, no su sambódromo personal.
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