A punto de cumplirse la primera década de este milenio, deberíamos estar inmersos en discusiones sobre los temas que vinculan a los seres humanos y a las sociedades al desarrollo de la intelectualidad, la ciencia, la creatividad, por sólo mencionar tres asuntos cruciales. Deberíamos estar hablando, como pasa en los países progresistas del planeta, sobre las causas de la crisis financiera, las acciones para salir de ella y las perspectivas en el corto, mediano y largo plazo. Deberíamos estar conversando sobre la relevancia de hombres como Martin Cooper y Raymond Samuel Tomlinson, inventores del teléfono celular el primero y del uso de la arroba como método para el correo electrónico el segundo, quienes han sido recientemente galardonados con el premio Príncipe de Asturias, por su inmensa contribución a la Humanidad. Deberíamos estar debatiendo sobre la próxima implantación de los autos eléctricos, que no contaminan. Deberíamos estar platicando sobre la integración de los países y sus gentes, de cara a un futuro que debemos construir con mirada promisoria, como está ocurriendo en México en la UNAM, que también ha recibido el premio Príncipe de Asturias este año.
Pero en Venezuela, el debate parlamentario y del ejecutivo versa sobre la supervivencia. El año que viene se cumplen 200 años de los hechos del 19 de abril de 1810. Y nosotros arribaremos a esa fecha hablando de bañarse con totuma. Eso es la metáfora de la involución.
Tenemos la fortuna de habitar un territorio que no sufre inviernos atroces. No padecemos los conflictos étnicos que limitan la posibilidad de amalgamas en otras naciones. No hay aquí tribulaciones por sectarismos religiosos. Pero, en lugar de aprovechar nuestras ventajas competitivas y comparativas, nos hemos convertido en una sociedad deprimida y carente de visión y horizonte. En la radio y la televisión se escuchan las quejas justificadamente destempladas de los ciudadanos por cosas tan elementales como el servicio eléctrico y el agua. Y bañarse en totuma es el reflejo de la decadencia.
No es cuestión de esperanza, de palabras que por bonitas no son sino una droga. Se trata de despertar, de revelarnos ante nosotros mismos y ante el mundo como una nación de gentes que son capaces de perforar las murallas de la mediocridad que nos han convertido en un país en estado de sitio. Sí, estamos sitiados por un gobierno y una estirpe política de la peor calaña. Es gente patética, que no sabe pensar, que no sabe hacer, que no sabe construir. Me niego a bañarme con totuma. Me rehúso a aceptar la mediocridad como un sino ineludible. Me rebelo abiertamente contra quienes imponernos su primitivismo cerebral.
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