Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Seguramente, los chilenos hoy necesitan, como nunca, a su Pablo Neruda, para que les escriba versos tristes. La tierra rugió; la mar invadió; la gente sufrió. Y sufre, camina como alma en pena por parajes llenos de escombros y olor a tragedia.
Lo llaman el país más largo del mundo. Flaco, pero largo. Lleva sobre sus hombros una historia de reciedumbre, de coraje, de dolor y empeño. Una y otra vez, los chilenos se han levantado de entre la destrucción para construir una patria que lo sea para todos. Han sufrido dolores viejos y dolores nuevos. Han sentido sobre sus espaldas los latigazos de la dictadura. Y se han levantado, haciendo del Chile de hoy una de las democracias más sensatas e inteligentes del planeta. Llevan años lamiéndose las heridas y curándose angustias.
Hoy las “guagüitas” lloran. Sus madres las acunan en su pecho, a ver si el llanto se agota y logran dormir el sueño de los inocentes. Los pescadores miran el mar. Y se preguntan: ¿por qué tú, inmenso mar, que me das de comer todos los días, hoy te enfureciste y quisiste arrancarme la vida? Más allá, en las ciudades, las parejas jóvenes quieren entender por qué la tierra se sacudió destrozando sus años de esfuerzo. Los mayores, esos a quienes otrora se les llamaba ancianos, quieren llorar y no pueden. El alma les dice que tienen que dar ejemplo.
“Fuerza, Chile” dice una pancarta que veo en la televisión. Hay que inyectar esperanza. “Unidos nos levantaremos”. Sabia y sentida frase que no tiene sabor a lugar común sino a convicción de pueblo.
“Estamos aquí, con mi hija de siete años apenitas, para que caundo sea mayor pueda decir que sus papás, luego del terremoto, se quitaron la mugre y empezaron a limpiar escombros y a reconstruir”. Eso declara a la televisión una muchacha de unos treinta años en Concepción. Valiente.
Los uniformados están en la calle. Costó tomar la decisión. Fueron muchos años de temerles, muchos los años de sentir que eran enemigos. Hoy son los protectores. No los dueños. Son los que vienen para responder a la necesidad de socorro. Una minoría de saqueadores y pillos de la peor calaña pretendieron hacer fiesta oportunista en medio del dolor colectivo. Los chilenos dijeron No.
Veo las imágenes en la televisión. Al más duro se le tiene que partir el corazón. Tengo en mi portafolio de querencias a varios chilenos. Algunos vivieron en Venezuela y nos quieren. Mucho han pensado en nosotros cuando la angustia nos ha tocado la puerta. Hoy cuando el dolor les entró de golpe de madrugada, nuestros rezos están con ellos. Su tristeza la hacemos nuestra.
En alguna parte, entre las nubes de algodón de azúcar, Pablo Neruda mira hacia abajo, hacia su tierra. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”, dice el gran poeta. Es su forma de llorar.
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