miércoles, 25 de abril de 2012

La sociedad del progreso

Nicolás Maduro, quien no se distingue por ser un Adonis, siente una envidia portentosa al ver cómo las mujeres de Venezuela, incluidas las chavistas, se derriten por Henrique Capriles, no sólo por su estilo sencillo y atractivo sino por su figura apolínea. Ante esa realidad, la reacción de Maduro es tildarlo de "mariposón". Bueno, no usó esa palabra sino un vocablo procaz, típico de malandros de la más baja ralea. Pero mi respeto y concierto con la impecable corrección que caracteriza a El Universal impide que yo lo escriba tal como lo dijo el ilustre canciller y como ha sido suficientemente referido por los medios, en especial por aquellos bajo el control del gobierno, que se han solazado en transmitir una y otra vez la grabación del evento en el cual ocurrió el nefasto y tan denigrante ataque verbal que ha retumbado dentro y fuera de las fronteras. El contundente rechazo a semejante declaración no se hizo esperar, nacional e internacionalmente. No en balde estamos ya en el siglo XXI, un siglo en el cual la corrección en la formas es ya tan importante como el fondo. Maduro pretende arreglar el desaguisado, entuerto más bien, y no halla más infeliz manera que armar una segunda declaración en la que destaca la siguiente perla: "... no tendría que meterme con la condición sexual de nadie. Nosotros respetamos a todos los seres humanos, pero si ofendí a alguien pido disculpas... Lo dicho en ese momento fue al calor de los recuerdos. Toda la pasión que se genera al recordar a los sifrinitos fascistas que creyeron que tenían el poder en la mano y salieron para capturar al pueblo...". El problema de estos señores del feudalismo del siglo XXI que detentan el poder en Venezuela es su absoluta incapacidad para metabolizar el cambio que ha emergido en la sociedad universal a partir del nuevo pensamiento progresista. A las sociedades modernas ya les importa un rábano las decisiones que en materia de sexualidad tomen sus políticos. A las sociedades actuales de primer mundo les sabe a carato de pepino si sus hombres o mujeres en política son heterosexuales, homosexuales, bisexuales, metrosexuales u omnisexuales. Ello se ha dejado para los debates religiosos. Capriles no es homosexual, pero si lo fuera importaría poco. Importa sí a los ciudadanos, y mucho, que los políticos sean gente honesta, altamente preparada y capacitada para el gobierno y la gestión publica, coherente, eficiente y cuya ejecutoria sea limpia, transparente, respetuosa y con altísimos niveles de responsabilidad social. Son precisamente esas las virtudes que no adornan al Canciller. Que su relación de pareja sea una confusión en la que él pareciera producir altas dosis de progesterona en tanto su pareja denote abundancia de testosterona acaso explique el porqué el Ministro de Relaciones Exteriores esté infradotado para comprender que el mundo cambió, cambió para bien, cambió para siempre. En ese nuevo y progresista mundo los gritones de oficio, y en particular quienes lanzan lecos encolerizados como instrumento de la adulonería, comienzan a ser identificados por los ciudadanos como lo que son, fascistas. Pocas actitudes resultan más reveladoras del fascismo a la carta que aquellas que pretenden hacer de la evaluación de la sexualidad del competidor una manera de lapidarlo. En todos los regímenes fascistas, incluyendo el de Fidel y Raul Castro que contabiliza ya más de cincuenta años, la persecución a todos aquellos que son distintos, o piensan o actúan diferente, muestra hasta el carozo su talante destructivo y esencialmente antidemocrático. Igual comportamiento se observó en la Alemania de Hitler, en la Italia de Mussolini, en la España de Franco, en la Unión Soviética, el Chile de Pinochet y tantos otros que llenaríamos ediciones enteras de este periódico si mencionáramos a todos. Millones de ciudadanos en esas sociedades eran marcados ya fuere por su origen étnico, sus principios religiosos, la calidad de su condición física y mental, su preferencia sexual o su tendencia política o ideológica. Así fueron denigrados, excluidos, pisoteados, encarcelados y hasta asesinados. Estos regímenes de la decadencia tienen expedientes de persecución que apilados cabrían apenas en un espacio de magnas proporciones como el Estadio Azteca de México, D.F. La historia ha sido manchada de sangre por estos salvajes que se dicen salvadores de las patrias. Lejos de construir una sociedad progresista, los fascistas de hoy, como los de ayer, patrocinan y ejecutan la exclusión social. Destilan odio por cada poro. No deja de resultar curioso, por decir lo menos, que Maduro, acaso uno de los funcionarios de mayor jerarquía en el gobierno y con mayor numero de horas de vuelo y de viajadera por los cinco continentes, no haya empero aprendido que los políticos son dueños de lo que callan y esclavos de lo que dicen, concepto clásico de la diplomacia. Este canciller, con sus torpes y pendencieros modos, hizo uso de las pocas neuronas que habitan en su cerebro para vomitar una declaración que dentro de un miserable carácter homofóbico -que hizo reír a mandíbula batiente a Maripili Hernández (invito a que la vean en el video)- en realidad puso de bulto la clase de lupanar en que quieren convertir a nuestro país. Maripili, imagino, reaccionó espontáneamente, sin poner freno a sus más íntimas emociones y desnudando su alma en vivo y en directo frente a las cámaras. ¿Cómo se explica tanto machismo en una mujer que presume de periodista "posmo"?¿Qué le pasó a la política con maquillaje operático que le habla a los jóvenes con un supuesto discurso de amplitud? ¿Pedirá disculpas por tan inapropiada carcajada? Hay que apuntarle a Maduro lo que seguramente le dijo no pocas veces el ex Canciller Roy Chaderton, individuo que mucho estudió gracias a sus años en la escuela Calvani y sabe de las artes y complejidades de la diplomacia: que es bueno procesar y aplicar lo de "dime de qué presumes y te diré de qué adoleces". En su aspiración de ser el escogido heredero al trono de Miraflores, dada la enfermedad del rey, el Canciller recurre y recurrirá aún a cualquier bajeza con tal de lograr el cometido que no ha conseguido hasta ahora: posicionarse en la mente de Chávez y de los electores como competidor con posibilidades de triunfo en la contienda del 7 de octubre frente a un Capriles Radonsky que ofrece para la evaluación del electorado un magnifico portafolio de obras realizadas durante sus ejecutorias como alcalde y como gobernador, una campaña gallarda, con propuestas de soluciones a los problemas que agobian a los venezolanos y con una altura que lo coloca como estadista y no como un politiquero barato lanzado en aventuras de piratas. La sociedad del progreso, esa sociedad vanguardista que estamos empeñados en construir en Venezuela se distingue por borrar de los dichos y los hechos la descalificación y la exclusión. En esa amplia sociedad encontrarán cabida estos malandros que porque se ponen un traje de firma y una corbata de marca se creen gente, pero no gobernarán. El progresismo venezolano vencerá al fascismo del siglo XXI.

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