Seis horas y media de vuelo más tarde, un taxi que entra a la ciudad nos deja en la puerta de este apartamento de tamaño gaveta. Un clima harto más cálido de lo que tocaba por estas fechas nos sorprende. Dos sismos nos dan la bienvenida a tierras nerudianas. El primero no lo sentimos. Ocurrió esa primera madrugada y por el estropicio del viaje habíamos caído muertos en la cama. El segundo, el domingo a las veinte para las ocho de la tarde, nos tomo por sorpresa, descalzos y en este piso 15. Nos asombró no entender desde el primer segundo que lo que ocurría era una tremenda sacudida de tierra. Nos miramos. "Está temblando", dice mi marido. Se alarga el asunto y se nos empieza a despertar el miedo. El edificio de enfrente cruje. El nuestro se bambolea. Aguanta sin daños. Nunca se produce una interrupción del servicio eléctrico. En la tele reportan lo sucedido. Instan a la calma. A que quienes que se encuentra en zonas aledañas al mar procedan a buscar tierras altas.
Minutos después, desde nuestro balcón santiaguino escuchamos sirenas. Bomberos. Ambulancias. Suponemos que hay gente atrapada en ascensores. Y de seguro muchos afectados por el miedo. No en balde hace apenas dos años y poco este país sufrió una de las peores catástrofes naturales de su historia.
Aquí la prensa no es amordazada por regulaciones gubernamentales que impidan reportar lo que ocurre en tiempo real. Los medios dicen lo que pasa y se da espacio a toda la critica. Si, la critica. Los sistemas de emergencia son evaluados. Nos asombra que asuntos que para nosotros son mínimos pongan en tela de juicio la gestión de los entes públicos a los cuales toca responder a las emergencias. Qué bien.
Estamos lejos. Pero a los lejos, Venezuela nos duele igual. Nos eriza la piel el pensar qué pasaría en nuestro país si fuese tierra tan proclive a terremotos. De nada sirve tener excelentes profesionales preparados para la atención de emergencias, como el querido Coronel Angel Rangel, si desde el gobierno más importante es cómo luce Miraflores y no cómo hacer que la ciudadanía aprenda a enfrentar las situaciones difíciles.
A lo lejos, Venezuela duele igual.
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