sábado, 5 de mayo de 2012
La venganza del enfermo
Antes de permitir que alguien pudiera disfrutar de Roma, Nerón prefirió quemarla. Y antes de hacerlo declaró infinito e inconmensurable amor a su Roma. Hay que sospechar de todos esos que se dicen amantes incondicionales a su terruño mientras están en posesión del más absoluto y omnímodo poder.
Chávez va a dejar de ser presidente. Sea porque la enfermedad que padece lo consuma hasta morir, o porque esa dolencia lo inhabilite para la función o porque pierda las elecciones presidenciales. Está out. Y él lo sabe.
Con frecuencia en tiempos anteriores fuimos testigos de cómo los presidentes salientes, antes de entregar el mando, firmaban leyes y dictaban decretos que comprometían y perjudicaban al próximo gobierno. Aumentaban salarios, firmaban deudas, llegaban a acuerdos internacionales inconvenientes. Pero si bien algo de molestia les inundaba el alma, sobre todo si el cetro pasaba a un contrario político, jamás lo hacían por efecto de un odio desatado.
Chávez siente eso, un odio intenso, trascendental, tan maligno como su enfermedad. Odio, furia, rabia, ira. Malos sentimientos, pecados. Cree que alguien tiene que pagarle con sangre y dolor lo que él está sufriendo. Esta enfermedad es culpa de quienes lo hemos adversado, de quienes han hecho un pésimo trabajo a su lado, del pueblo que le exige resultados, de los partidarios que porque han votado por él se creen con derecho a opinar, criticar o pedir. En pocas palabras, culpables somos todos. Tiros, troyanos y niníes. Aplaudidores de oficio, enconados opositores, criticos eventuales, transeúntes de la indefinición, pasmados en el silencio. Nadie se salva. Y todos tenemos que pagar.
Antes de dejar de ser presidente, por cualquiera de las razones mencionadas, Chávez destruirá el país, el país de hoy y el país del futuro. Las deudas de la Nación son ya impresionantes y van en aumento supersónico. PDVSA es un desastre y pasó de ser una corporación exitosa a una empresa destruida, morosa, endeudada hasta el tuétano y sin el liderazgo profesional que alguna vez la distinguió.
Canal 8, VTV, que en 1999 fue entregada al nuevo gobierno totalmente saneada, es hoy un antro donde medran pocos y desde donde emiten sus flechas envenenadas los decadentes nuevos liderazgos mediáticos del gobiernerismo, fascistas que han hecho una carrera para la que no tienen las calificaciones profesionales. Para ellos no hay ley resorte, no hay Conatel, no hay limitaciones. VTV se convirtió en un pozo séptico. Es una abierta metáfora de lo que es el gobierno.
Las empresas del sur son un pueblo muerto, al estilo de los spaguetti westerns. Los trabajadores hacen huelgas de hambre y ello es ignorado olímpicamente por el gobierno. Ni lástima por esos trabajadores siente el mandatario.
Los damnificados de lluvias y derrumbes viven en degradantes campos de refugiados, en los que ocurren los mas graves delitos. Robos, violaciones, estafas, narcotrafico y un largo etcetera. Los damnificados son los olvidados, como en aquella película de Buñuel.
¿Qué decir del sistema penitenciario? A las muchas penalidades que ya sufrían los presos depositados en ese infierno de Dante, cayó encima de sus adoloridos huesos todavía más desgracia. El presidente creó un ministerio y puso al frente a la mujer más vengativa y rencorosa de su entorno. Ella no ha hecho sino empeorar una situación que ya era grave.
Asfixiados financieramente, los municipios y los estados padecen los rigores de tratar de mantener un mínimo de calidad de vida para los ciudadanos. Los alcaldes y gobernadores hacen magia. Del estrangulamiento no se salva ninguno, sean del oficialismo o de la alternativa democrática.
La lista de lo destruido es más larga que los papelores de Proust. Pero el enfermo no se satisface. Enfermo del cuerpo y enfermo del alma, está furibundo, sediento, hambriento. Eleva cánticos a los dioses de la venganza. Les pide castigo para los culpables. Según Chávez, somos todos. Y a todos nos dejará un país en ruinas, un país de casas muertas. Esa será su herencia, ese su legado.
Por ello, Capriles tiene que empecinarse en la fe, en la esperanza, en el amor. No con cándida visión benevolente. Sino entendiendo que de allí, de la fuerza de lo bueno sale la energía para el progreso. Dale, Henrique. No te rindas. Que nosotros no desfalleceremos.
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