jueves, 14 de diciembre de 2006

Carta a mis lectores



Mucha gente me pregunta por qué me he bautizado como escribidora de oficio. En estos tiempos tan heroicos que corren, tan proclives a que caigamos en la perversa tentación de sentirnos más que los demás, o incluso, químicamente puros, o, peor aún, más allá del bien y del mal, escribir se me ha convertido en un ejercicio sistemático de poner pie en tierra. Teclear de noche y con poca luz, cuando hasta las ranitas creen que no corren peligro, es momento para recordar esos versos de Benedetti ya tan apoltronados en mi memoria: "de vez en cuando hay que hacer una pausa, revisarlo todo, rubro por rubro, etapa por etapa, baldosa por baldosa, y dejar de llorarse las mentiras, y comenzar a cantarse las verdades". El silencio es bueno para el arte de desenterrar espejos, de remendar pensamientos y conciencias; es bueno para dejar de ser voces que sólo repiten lo que escuchan.

Yo conozco muy bien mis miedos. Y cuando no me arrinconan, los arrincono yo. Por eso, mis miedos y yo estamos a mano. Yo conozco muy bien mis angustias. Y cuando no me asedian, yo las asedio. Y así, mis angustias y yo estamos tablas. Yo conozco muy bien mis rabias. Y cuando no me dominan, las domino yo. Y ahí entramos en un tú a tú, en el que nadie gana y nadie pierde. Yo no sé si soy más grande que mi vida. No sé si mi vida es un gigante indómito, y yo apenas poco más que una enanita enclenque. Pero, la verdad, no importa.

Importa que yo decidí empinarme. Importa que yo decidí que el andar incesante de las hormigas es realmente grandioso. Importa que yo decidí vivir y no sólo sobrevivir. Con eso me basta.

Creo firmemente que si conociéramos mejor nuestra historia, si entendiéramos a esta tierra hermosa llamada Venezuela, caeríamos rendidos a sus pies, perdidamente enamorados de ella, con pasión loca y desmedida.

Esa convicción me impulsa a escribir, a dejar correr mis deditos sobre las teclas, a ejercitar la disciplina de poner en letras multicolores las historias posibles de mi pueblo. Es decir, nuestra esencia como país. Ese tatuaje que quizás se ha ido perdiendo en nuestra piel.

Si la vida una vez más me regala buena fortuna - y la vida suele acariciarme - ustedes disfrutarán esta lectura. Va con cariño bien venezolano. A mis lectores, gracias. Que al fin y al cabo, existo como escribidora porque ustedes existen.

Soledad

1 comentario:

Andrés Simón Moreno A. dijo...

Como eres una 'escribidora', como quien suscribe, me permito invitarte a un viaje virtual ¿Qué tal un viaje para admirar el Salto Angel?. Pero como no tengo una avioneta, te invito con este soneto:

AMAZONIA


“La luna se refleja poco a poco
Sobre un espejo negro y de cristal
Un bruñido lomo de agua natural
Que nosotros llamamos Orinoco.

Un viento sahariano... un siroco
Impulsa a sotavento la piragua
Que desplaza sin olas sobre el agua
La estela de luz de nuestro foco.

La selva nos abraza y su espesura
Insondable que oculta en la negrura
De la noche, nos acuna suavemente.

Mientras tanto, en la ribera otra gente
Nos observa navegar tan lentamente
Que nos dicen adiós con su guarura.”

Andrés S. Moreno A.