Los deditos de mis pies son sabios. Saben de paz. De la paz de caminar sobre la arena blanca de una playa, de juguetear con los granitos, de abrirse como abanicos para dejar pasar la brisa, de hacerle cosquillas en la barriga a mi gato peludo. Son sabios y expertos en el arte de hallar y regalar paz.
Los deditos de mis pies saben disfrutar la paz de una noche de invierno frente a la chimenea. Saben dormir bajo una colcha de retazos y amigarse con el tejido de unas medias de lana. Saben cómo ordeñarle música al agua de la bañera cuando chapotean en ella. Saben de la paz infinita que se encuentra en el momento glorioso de subirlos sobre una mesa.
Los deditos de mis pies saben de paz. De la paz que se aprende y se comparte. De la paz que se descubre en el descanso luego de un largo y ajetreado día. De la paz que les brinda un masaje suave con crema de rosas.
Los deditos de mis pies son sabios. Le han enseñado a sus vecinos los talones a no abusar del peso. Le han mostrado a mis piernas la manera de estar serenos incluso cuando la vida exige movimiento. Le han dado lecciones a mis manos sobre armonía.
Los deditos de mis pies saben estar ahí, quietitos cuando toca, y ágiles cuando de bailar se trata.
Los deditos de mis pies son diez. Hay de los chiquitos y de los más grandecitos. Son amigos. Saben andar juntos pero respetando el espacio de cada uno. Se ayudan, se acompañan, se estiman, se quieren. No pelean nunca, y juntos van a todas partes. Adoran el aire, y la arena, y el agua, y una puesta de sol. Son sabios. Son buenos. Son gente de paz.
Hace algún tiempo, un adulto le preguntó a los deditos de mis pies cuál es el secreto de la paz. Mis diez deditos le revelaron entonces un secreto casi mágico.
- La paz - le dijeron - no es un asunto de ceder para complacer. La paz es una cuestión de medir qué tan importante es eso que defendemos como si en ello se nos fuera la vida. Es pararse frente al espejo y preguntarnos si eso que nos luce tan trascendental lo es en realidad, o si acaso no será más que un espejismo. Es la prueba del espejo. Si siendo sinceros descubrimos que eso que creemos vital no lo es, entonces aceptar no es ceder, es crecer.
Los deditos de mis pies son sabios. Debe ser porque han caminado mucho.
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