martes, 19 de diciembre de 2006

Nico


Es un bebé grandulón y torpe, comelón y juguetón.

No, no es un niño. Es un hermosísimo collie barbudo. En enero de este año, lo fuimos a buscar a su ciudad natal, Santiago de los Caballeros de Mérida, y lo llevamos con nosotros al pueblo de Timotes, donde nos habían prestado una cabaña ubicada en una colina sembrada de hortalizas y flores.

Pocos lugares en Venezuela tienen la magia que tiene Los Andes. Esa magia no está tan sólo en la belleza de sus montañas, sino, aún más importante, en la hermosura de su gente. Gente sencilla, amable, gentil, regalona en la sonrisa y siempre cortés.

Luego de la travesía por la carretera trasandina, que entre curvas, vueltas y frailejones cruza el páramo desde la ciudad de Mérida hasta la población de Timotes, Nico bajó del carro y su primera reacción fue de cautelosa parálisis. Como si sus ojos, sus oídos y su nariz tuvieran que primero inspeccionar y reconocer un territorio que le era absolutamente nuevo. Pasados unos minutos, arrancó a correr por aquella colina. Vivía un ataque de absoluta y total felicidad. Y nos las obsequiaba sin mezquindad alguna. Los perros son así, dadivosos. Les encanta compartir.

A Nico le encanta comerse cojines, y robarse ropas y adornos. Es un travieso incorregible. En mi pequeña casa sobre el pueblo de El Hatillo, corre libre por el jardín, y ladra a cuanto transeúnte aparezca. Sus ladridos no son por cierto para ahuyentar sino más bien como diciendo "hey, ven, yo soy Nico, y quiero ser tu amigo". Pero al pobre la voz no le ayuda, y sus ladridos terminan asustando a los visitantes adultos, que no a los niños, porque los niños son naturalmente inteligentes y saben desde un primer momento reconocer en esos ladridos un saludo y una invitación al amor.

En los pueblos, y yo a Dios gracias vivo en uno, los animales forman parte de la vida cotidiana de las gentes. No son meros adornos, ni simples compañías. Se convierten en parte de la familia. Además de Nico, en mi casa viven Dorotea, María Conchita, Helga y Olafo (cuatro morrocoyes llaneros); Emiliano, Bernardo y Eufemio (tres gatos absolutamente extraordinarios) y Antonio (un sapo oriundo de Santa Bárbara de Zulia. También suele estar,como huésped ocasional, María Paciencia, una bellísima pereza. Y no falta Orejitas, un rabipelado que de noche aparece por el jardín y al que no se le niega un plato de comida.

Es importante compartir la vida con animalitos. Nos convierten en mejores ciudadanos. Nos enseñan a ser humanos.

Respete a los animales. Adopte una mascota.

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