Uno de mis amigos psiquiatras dijo una vez que en Venezuela nos habían roto la lógica. Recuerdo muy bien esa frase pues me resultó reveladora. Yo creo que es cierto. Pero creo que también se nos rompió la coherencia y con ello se produjo algo tan paradójico como eso con lo que titulo estas líneas: la incoherente lógica.
Este país es un perfecto y absoluto disparate, un desatino, en donde - como es de esperarse en un país de incoherente lógica - nos hemos ido habituando a que todo sea un contrasentido. Eso hace que lo que está mal no nos sorprenda y que sólo nos asombre lo poco que anda bien. Así, la pésima gestión de este gobierno es rutina y forma parte del paisaje y ponemos cara de impresión cuando escuchamos que Empresas Polar, a pesar de todos los langanazos que le ha dado “micomandantepresidente”, es una de las compañías más productivas, creativas y emprendedoras del hemisferio.
Los últimos días han sido todo un “shock”
Pasa mucho y no pasa nada, todo a una vez.
Pasa que lo de El Rodeo se transformó de película de horror en teatro del absurdo. Sólo nos faltaba la guinda del Satanás de “La Piedrita” fungiendo de mediador. Una cosa queda clarita: este gobierno no es ni tan siquiera capaz de controlar una cárcel. Pero es este mismo gobierno el que cacarea de su total control del país. Por favor, no me hagan reír.
Pasa que a los gremios y sindicatos, muchos de ellos apoyadores de este gobierno, están más calientes que plancha de chino porque no hay manera que en Miraflores entiendan que no se puede exhibir riqueza como lo hacen y sin embargo pretender que los trabajadores, a quienes este gobierno engañó con vileza, estén “pistoneando” cual carro con gasolina mala y se sacrifiquen, mientras ven a los caraduras boligarcas bebiendo güisqui de veintipico de años y viviendo mejor que pachás.
Pasa que el Contralor de la República murió (los cubanos decían que estaba “en franca recuperación”) y resulta que las fuerzas del chavismo tendrán que halar la bola pareja a la oposición para conseguir un acuerdo para sustituir al finado. Nunca tan pocos valieron y pesaron tanto.
Pasa también que por muchos días no ha estado Chávez y que los voceros del gobierno se han enredado más que kilo de estopa y han metido la pata hasta decir basta en cada declaración, lo cual pone de bulto que la tal hegemonía comunicacional, la tal estrategia, la tal genialidad en materia de opinión pública es, por decir lo menos, una ficción. Si yo fuera Chávez, no más llegandito a Caracas botaría a Izarra, quien no lo ha hecho peor porque no le ha sido físicamente posible. Ah, y regañaría con severidad al partido rojo rojito, pues es inadmisible que en su organización política (la de Chávez) ocurran esos pleitos de comadrejas contra sabandijas, mientras la oposición está fajada pateando la calle.
Pasa que Chávez faltó un bojote de días y en su ausencia el país siguió igualito, tan mal como estaba. La gente quiso saber sobre él (algunos con malsana curiosidad, otros con genuina preocupación y la mayoría por justificada necesidad de información) y lo único que obtuvo fue malas respuestas y peores chismes generados por el propio gobierno, lo que desató una ola de rumores que a quien más perjudica es... al gobierno.
¡Qué alguien me diga dónde!
Que Chávez dizque es brillante, estoy cansada de oírlo. Pero, ¿dónde está la inteligencia? ¡Qué alguien me diga dónde! Tan pronto supo que lo iban a operar, Chávez ha debido convocar un Consejo de Ministros en la Embajada de Venezuela en La Habana (que es suelo venezolano) con un solo punto en la agenda: ordenar la firma del nombramiento de un nuevo Vicepresidente que pudiese contar, no con el respeto de la cohorte de Chávez, sino más bien con la inquina de la totalidad de las facciones del chavismo. Así se arreglaba el lío. Claro, tenía que buscar un “notable” (de los cuales tuvo pocos y cada vez tiene menos). Me refiero a un hombre cuya designación en el cargo de Vicepresidente -y por ende posible Presidente Encargado- fuese tan “políticamente correcta”, que criticarlo costare a cualquiera, del “gobiernismo” o incluso de la oposición, un alto precio. Sorprende empero que un tipo como Chávez, que si bien no es inteligente es sí muy zamarro, no haya previsto una situación como la que vive y tenido una estrategia diseñada que poner en práctica sin intervención intelectual de terceros.
Chávez, de manera insólita, cayó en manos de los inútiles, con quienes uno no debe ni ir a misa porque se arrodillan cuando no toca. Y en realidad fue Mujica, el presidente de Uruguay, quien le lavó la cara al desastre comunicacional. Lo hizo como es y como hace las cosas Mujica, a la “quedita”, sin aspavientos ni gritos sino más bien con voz de papá comprensivo que pide paciencia para el muchacho alzao’ del barrio. Mujica es, a qué dudarlo, el más hábil gobernante en estos momentos en América Latina.
No conozco la realidad de la salud del presidente. No le deseo mal alguno, y menos una enfermedad tan terrible como el cáncer. Yo formo parte de los millones que queremos ganarle en las urnas y no con una urna. Pero me parece insólito que ese hombrón, ese macho con botas, ese ser con características mitológicas, resulte tan chiquitico frente a la verdadera adversidad. Creo que el señor está enfermo (ya sabemos que lo está y podemos presumir que es algo serio pues de otro modo no hay cómo explicar un Chávez con semejante actitud).
Yo creo, con el perdón de muchos, que hay mucho sabido pelando más que rodilla e' chivo. Chávez está mudo porque se aterrorizó. Tan simple como eso. Su silencio es la clásica reacción de alguien que se cree todopoderoso y que de buenas a primeras se enfrenta con que no, no es inmortal. Chávez se asustó. Y nadie ha hablado con él porque su reacción ha sido el enclaustramiento. ¿Lo justifico? No. ¿Lo entiendo? Sí. El pánico es libre y no existe pastillita de inmunidad contra él.
Ahora bien, incluso comprendiendo su status de ser humano, lo de su estado de salud, ha debido hacerse del dominio público en boca de un vocero especializado, un médico venezolano, alguien de intachable reputación y credibilidad a toda prueba. Sin esconder nada, sin taparear, pues además de lo serio que me parece todo el asunto (al fin y al cabo, es el Presidente de la República), Chávez debió metabolizar que ni él es Fidel ni Venezuela es Cuba, un país donde el totalitarismo hizo metástasis y se coló hasta en el más pequeño recodo. Chávez ha debido dirigirse a la Nación, ahora sí en cadena nacional, no para aclarar (“no aclares tanto que obscureces”) sino por la más elemental inteligencia política.
Creo, además y por si fuera poco, que esta pésima estrategia comunicacional mal servicio presta a los esfuerzos que se hacen en el país para que la gente entienda que buena parte de las enfermedades graves no tiene por qué derivar en terminales, que hay posibilidades de salvación, siempre y cuando las personas den cara a la situación con valentía y coraje. Conozco muchos supervivientes del cáncer. Todos lucharon con hidalguía y fortaleza para vencerlo. La pasaron horrible durante los tratamientos. Y están vivos porque, además de las curaciones, se plantaron, porque tuvieron miedo pero se enfrentaron a él, porque no aplicaron la teoría del avestruz. Si Chávez tiene alguna enfermedad severa, lo que ha hecho es un auténtico insulto para todas aquellas personas que en Venezuela han batallado y batallan contra el cáncer, las dolencias cardiológicas, la diabetes, el sida y tantos otros males.
Total, Chávez no está (o no estaba). Pero, si acaso no ha llegado para cuando se publiquen estas líneas, su regreso debe ser pronto. Encontró o encontrará el mismo país que dejó cuando se fue, con los mismos problemas, los mismos horrores, los mismos intensos sufrimientos. Su pésima gestión estará intacta. Es una paradoja gatopardiana: que todo cambie para que nada cambie.
A él no podrá importarle menos lo que los venezolanos pensemos. No le importaba antes de enfermar y menos le importará ahora.
La incoherencia tiene una lógica. Y la lógica admite incoherencia. Por eso se nos rompió la lógica. Y también la coherencia.
miércoles, 29 de junio de 2011
miércoles, 22 de junio de 2011
La protesta no será transmitida
A las dos y media de la tarde del sábado, Maritza, madre de unos de los “privados de libertad” del Rodeo, vomitaba en una esquina sin parar. No sabía qué era peor, si el gas del bueno o el pasar de los días sin saber si su hijo estaba vivo o ya tenía oficio de difunto.
“Privados de libertad” es el eufemismo con el que la revolución llama a los presos. Y no sé cuál otra palabreja necia usan para denominar a las cárceles. Total, el idioma se usa para disfrazar. Para intentar maquillar una realidad monstruosa.
Por estos días se armó la de Dios es Cristo en las adyacencias de una penitenciaría en Andalucía. La protesta se debía al retraso en la instalación del sistema de aire acondicionado en el establecimiento. Sí, así ocurre en los países donde el ser humano es considerado eso, un ser humano.
Aquí, para vergüenza propia y ajena, las cárceles son pozos sépticos en donde se pudren las almas y los cuerpos de culpables e inocentes, de jóvenes y viejos, de procesados y penados. Estoy harta de escuchar frases hechas como “las cárceles son la universidad del delito”. Si los sabidos tanto saben, ¿qué hacen sin hacer algo?
Jamás he pasado un día de mi vida presa. Y ruego no tener que vivir esa experiencia nunca. Pero me pregunto: si yo tuviera que vivir en esas condiciones, ¿sería yo un buen ser humano? ¿Encontraría yo la forma de aislar mi espíritu de la inmundicia? ¿Me sería posible sobrevivir? Creo que todos tenemos un lobo salvaje por dentro. En las condiciones propicias, ese lobo nos tomará por su cuenta y nos inducirá a hacer cualquier bajeza, incluso eso que hoy nos parece impensable.
El Estado, por Constitución y por ley, tiene el monopolio del sistema de administración de justicia. Cuando el Estado no cumple su papel, cuando es irresponsable, negligente y desidioso, comete no sólo delito sino pecado.
Es responsabilidad de los medios de comunicación y de los periodistas informar a los ciudadanos. ¿Cómo hacerlo veraz y oportunamente cuando el gobierno nacional impide que se obtenga la verdad en su totalidad y taparea lo que está ocurriendo en ese infierno que es El Rodeo? Claro, el Gobierno pretende que los medios no cubran lo que sucede en las adyacencias, pretende que no se transmitan declaraciones de los familiares, pretende que el asunto simplemente no se transmita. Si no está en los medios, no existe. Por eso hay que quitarle la inmunidad parlamentaria a William Ojeda, por eso hay que sacarlo de la comisión, por eso hay que silenciarlo. Con Julio Borges no se van a meter, no sólo porque le tienen pavor a su fortaleza y reputación, sino porque al no hacerlo pretenden generar crisis en la fuerzas de la Unidad.
No sé ustedes, pero una de las palabras que más recientemente he aprendido es “pran”. No existe en el DRAE. Pregunto y nadie me sabe decir de dónde deriva el vocablo. Pero quiere decir algo así como “jefe de una mafia”. Sí, mafias. Estructuradísimas mafias controlan las cáceles en Venezuela. En esos espacios no hay Constitución que valga. Impera la ley de la selva. Ahí pasa de todo. Hay corrupción, delito, tráfico y consumo de drogas, violaciones y prostitución, tráfico de armas, trata de seres humanos y todas las putrefacciones imaginables. Los fulanos “pranes” hacen y deshacen. Tienen todo el poder.
Lo más grave está en que no sé ve solución por los contornos. El Gobierno sólo sabe entrar en las cárceles con guardias nacionales vestidos de “robocops” o de “tortugas ninja” quienes salvajemente entran a punta de balas, olvidando que en buena parte es culpa de la Guardia Nacional lo que ocurre en los penales, pues la custodia externa la tiene ese componente. Y ahora el niño de Miraflores inventa un nuevo ministerio, como si con ello se arreglara el desmadre.
Maritza tiene 45 años y parece de 90. Está destruida. No sabe si tiene que llorar a su hijo preso o si ya se lo mataron. Ella tampoco tiene derechos humanos. Ella para el Gobierno Nacional es poco menos que una cucaracha. Para el Gobierno de Chávez, preso no es gente y familiar tampoco.
Un mínimo de dignidad haría que los altos niveles del Ministerio del Interior, de la Fiscalía, de la Guardia Nacional y del Tribunal Supremo de Justicia pusieran sus cargos a la orden. Un mínimo de inteligencia y sensatez haría que el Presidente de la República les exigiera la renuncia. Pero ni lo uno ni lo otro va a pasar.
Y los “pranes” seguirán mandando en esos espacios. Allí, como en tantos otros lugares, no hay gobierno. Aquí lo que hay es un ejército de ocupación.
“Privados de libertad” es el eufemismo con el que la revolución llama a los presos. Y no sé cuál otra palabreja necia usan para denominar a las cárceles. Total, el idioma se usa para disfrazar. Para intentar maquillar una realidad monstruosa.
Por estos días se armó la de Dios es Cristo en las adyacencias de una penitenciaría en Andalucía. La protesta se debía al retraso en la instalación del sistema de aire acondicionado en el establecimiento. Sí, así ocurre en los países donde el ser humano es considerado eso, un ser humano.
Aquí, para vergüenza propia y ajena, las cárceles son pozos sépticos en donde se pudren las almas y los cuerpos de culpables e inocentes, de jóvenes y viejos, de procesados y penados. Estoy harta de escuchar frases hechas como “las cárceles son la universidad del delito”. Si los sabidos tanto saben, ¿qué hacen sin hacer algo?
Jamás he pasado un día de mi vida presa. Y ruego no tener que vivir esa experiencia nunca. Pero me pregunto: si yo tuviera que vivir en esas condiciones, ¿sería yo un buen ser humano? ¿Encontraría yo la forma de aislar mi espíritu de la inmundicia? ¿Me sería posible sobrevivir? Creo que todos tenemos un lobo salvaje por dentro. En las condiciones propicias, ese lobo nos tomará por su cuenta y nos inducirá a hacer cualquier bajeza, incluso eso que hoy nos parece impensable.
El Estado, por Constitución y por ley, tiene el monopolio del sistema de administración de justicia. Cuando el Estado no cumple su papel, cuando es irresponsable, negligente y desidioso, comete no sólo delito sino pecado.
Es responsabilidad de los medios de comunicación y de los periodistas informar a los ciudadanos. ¿Cómo hacerlo veraz y oportunamente cuando el gobierno nacional impide que se obtenga la verdad en su totalidad y taparea lo que está ocurriendo en ese infierno que es El Rodeo? Claro, el Gobierno pretende que los medios no cubran lo que sucede en las adyacencias, pretende que no se transmitan declaraciones de los familiares, pretende que el asunto simplemente no se transmita. Si no está en los medios, no existe. Por eso hay que quitarle la inmunidad parlamentaria a William Ojeda, por eso hay que sacarlo de la comisión, por eso hay que silenciarlo. Con Julio Borges no se van a meter, no sólo porque le tienen pavor a su fortaleza y reputación, sino porque al no hacerlo pretenden generar crisis en la fuerzas de la Unidad.
No sé ustedes, pero una de las palabras que más recientemente he aprendido es “pran”. No existe en el DRAE. Pregunto y nadie me sabe decir de dónde deriva el vocablo. Pero quiere decir algo así como “jefe de una mafia”. Sí, mafias. Estructuradísimas mafias controlan las cáceles en Venezuela. En esos espacios no hay Constitución que valga. Impera la ley de la selva. Ahí pasa de todo. Hay corrupción, delito, tráfico y consumo de drogas, violaciones y prostitución, tráfico de armas, trata de seres humanos y todas las putrefacciones imaginables. Los fulanos “pranes” hacen y deshacen. Tienen todo el poder.
Lo más grave está en que no sé ve solución por los contornos. El Gobierno sólo sabe entrar en las cárceles con guardias nacionales vestidos de “robocops” o de “tortugas ninja” quienes salvajemente entran a punta de balas, olvidando que en buena parte es culpa de la Guardia Nacional lo que ocurre en los penales, pues la custodia externa la tiene ese componente. Y ahora el niño de Miraflores inventa un nuevo ministerio, como si con ello se arreglara el desmadre.
Maritza tiene 45 años y parece de 90. Está destruida. No sabe si tiene que llorar a su hijo preso o si ya se lo mataron. Ella tampoco tiene derechos humanos. Ella para el Gobierno Nacional es poco menos que una cucaracha. Para el Gobierno de Chávez, preso no es gente y familiar tampoco.
Un mínimo de dignidad haría que los altos niveles del Ministerio del Interior, de la Fiscalía, de la Guardia Nacional y del Tribunal Supremo de Justicia pusieran sus cargos a la orden. Un mínimo de inteligencia y sensatez haría que el Presidente de la República les exigiera la renuncia. Pero ni lo uno ni lo otro va a pasar.
Y los “pranes” seguirán mandando en esos espacios. Allí, como en tantos otros lugares, no hay gobierno. Aquí lo que hay es un ejército de ocupación.
martes, 21 de junio de 2011
Oscurana para rato
“En la oscuridad sólo prospera la delincuencias y las malas costumbres”, sentenciaba en tono severo mi padre. Tenía razón. La oscuridad permite que los malandros hagan de las suyas, que los salvajes den rienda suelta a sus más bajos instintos.
Pero los anuncios del ministro Rodríguez Araque van mucho más allá de la frase de mi padre. Resulta, pasa y acontece que no es posible para ningún país lograr siquiera un mediano progreso si no cuenta con energía. El comercio se asfixia, las industrias paran sus máquinas, los servicios se detienen, los centros educativos dejan de funcionar, los hospitales y clínicas no pueden atender a los pacientes. Y así una larguísima y dolorosa lista de consecuencias. Para decirlo en palabras llanas, la crisis eléctrica que padecemos en Venezuela es una declaratoria de caos. Que al ministro Rodríguez Araque no se le mueva un pelo al hacer sus declaraciones pone el asunto peor de lo que ya de suyo es. Porque queda evidenciado que al gobierno nacional, representado en este caso por el citado ministro, le importa un comino el perjuicio que su indolencia y negligencia cause a los habitantes de esta tierra caída en desgracia. Lo que está ocurriendo, esta entropía ya indescifrable, no es culpa de una iguana, o de las lluvias, o del fenómeno del niño. La culpa es sí del niño, del niño de Miraflores, un niño por cierto irresponsable e irrelevante.
En Venezuela nadie desperdicia energía. Y si es cierto que el boom petrolero de estos años produjo expansión del consumo, cualquiera con dos dedos de frente ha debido preverlo y actuar en consecuencia. Pero no. Prefirieron no hacer absolutamente nada. No hubo ni mantenimiento de la red ni creación de mayores fuentes de energía.
Los platos rotos, por supuesto, los pagamos los ciudadanos. Los pagamos en bolívares y en improductividad. Los pagamos en inseguridad y en desastre. Entretanto, el ministro sonríe burlonamente y se echa aire. No habla, cantinflea. Compren velas, que ahora hay oscurana para rato.
Pero los anuncios del ministro Rodríguez Araque van mucho más allá de la frase de mi padre. Resulta, pasa y acontece que no es posible para ningún país lograr siquiera un mediano progreso si no cuenta con energía. El comercio se asfixia, las industrias paran sus máquinas, los servicios se detienen, los centros educativos dejan de funcionar, los hospitales y clínicas no pueden atender a los pacientes. Y así una larguísima y dolorosa lista de consecuencias. Para decirlo en palabras llanas, la crisis eléctrica que padecemos en Venezuela es una declaratoria de caos. Que al ministro Rodríguez Araque no se le mueva un pelo al hacer sus declaraciones pone el asunto peor de lo que ya de suyo es. Porque queda evidenciado que al gobierno nacional, representado en este caso por el citado ministro, le importa un comino el perjuicio que su indolencia y negligencia cause a los habitantes de esta tierra caída en desgracia. Lo que está ocurriendo, esta entropía ya indescifrable, no es culpa de una iguana, o de las lluvias, o del fenómeno del niño. La culpa es sí del niño, del niño de Miraflores, un niño por cierto irresponsable e irrelevante.
En Venezuela nadie desperdicia energía. Y si es cierto que el boom petrolero de estos años produjo expansión del consumo, cualquiera con dos dedos de frente ha debido preverlo y actuar en consecuencia. Pero no. Prefirieron no hacer absolutamente nada. No hubo ni mantenimiento de la red ni creación de mayores fuentes de energía.
Los platos rotos, por supuesto, los pagamos los ciudadanos. Los pagamos en bolívares y en improductividad. Los pagamos en inseguridad y en desastre. Entretanto, el ministro sonríe burlonamente y se echa aire. No habla, cantinflea. Compren velas, que ahora hay oscurana para rato.
¿Y dónde está el presidente?
Yo creo que cualquiera puede enfermarse, incluso repentinamente. Por experiencia propia sé que es así. He sido operado de emergencia en cinco oportunidades. Por lo tanto, puede ser cierto que a “micomandantepresidente” le haya sobrevenido algo que requiera intervención quirúrgica de urgencia.
Reconozco que no sé bien qué es un “absceso pélvico”. Suena sí feo, y peligroso. Suena a masa purulenta en la parte baja de la panza, que si explota o se rompe puede causar una septicemia, a saber, una infección generalizada. Como yo pasé por una septicemia, sé lo que es eso. En esa ocasión estuve más de un mes hospitalizada y la recuperación tardó varios meses. Los dolores fueron intensos y perdí tanto peso que quedé hecha un huesito.
Pero si bien todos los seres humanos somos iguales, hay algunos que están en posiciones o cargos de relevancia. Eso hace que el sufrir un percance de salud afecte a un conglomerado. De allí que los suplentes son de suyo claves para que ese conglomerado no enfrente situaciones complicadas y también harto peligrosas. De allí que algunos abogados constitucionalistas hayan preguntado cómo es posible que “micomandantepresidente” sea presidente desde lejos y metido en un hospital, obviamente impedido de realizar todas sus funciones en plena capacidad.
Sin embargo, si de algo nos hemos dado cuenta todos los venezolanos durante estos días es de cómo da lo mismo. Sí, da lo mismo que el presidente sea Chávez o Jaua. El despelote, el caos, la incompetencia son igualitos con el uno o el otro.
¿El país está mejor con Chávez o con Jaua? La pregunta sólo tiene una respuesta: da lo mismo. Son cortados por la misma tijera y siguiendo el mismo patrón. Leños de un mismo árbol. Eso hace que esperar un comportamiento distinto no sea sino una “esperanza inútil”, como bien canta el bolero.
En este país hace rato que se nos escabulló eso que llaman “gobernabilidad”. La entropía se nos ha instalado por los cuatro costados, haciendo que la nación entera padezca un “estado de supervivencia”. No es cuestión de reales. Es asunto de buenos gobernantes y, más aún, de expertos en gestión pública. Y de esos no hay en este gobierno que pasará a la historia como el peor de nuestra tan desnutrida ya historia democrática. Aquí lo que hay en abundancia son populistas.
Hubo “luna negra” por estos días. La luna se obscureció. Así estamos nosotros, viendo sin mirar, oyendo si escuchar, oliendo sin olfatear. Si usáramos bien nuestros sentidos, en especial el sentido común, comprenderíamos de una vez por todas que un barco no se hunde por lo que hagan sus pasajeros. Lo hunden sus tripulantes, lo hunden su capitán y sus oficiales. Bien harán los pasajeros en percatarse en medio de la travesía que el capitán no los llevará a buen puerto. Harán bien en entender que en la próxima parada hay que cambiar al capitán y a sus oficiales.
¿Y dónde está el presidente? ¿Quién es el presidente? Da lo mismo.
Reconozco que no sé bien qué es un “absceso pélvico”. Suena sí feo, y peligroso. Suena a masa purulenta en la parte baja de la panza, que si explota o se rompe puede causar una septicemia, a saber, una infección generalizada. Como yo pasé por una septicemia, sé lo que es eso. En esa ocasión estuve más de un mes hospitalizada y la recuperación tardó varios meses. Los dolores fueron intensos y perdí tanto peso que quedé hecha un huesito.
Pero si bien todos los seres humanos somos iguales, hay algunos que están en posiciones o cargos de relevancia. Eso hace que el sufrir un percance de salud afecte a un conglomerado. De allí que los suplentes son de suyo claves para que ese conglomerado no enfrente situaciones complicadas y también harto peligrosas. De allí que algunos abogados constitucionalistas hayan preguntado cómo es posible que “micomandantepresidente” sea presidente desde lejos y metido en un hospital, obviamente impedido de realizar todas sus funciones en plena capacidad.
Sin embargo, si de algo nos hemos dado cuenta todos los venezolanos durante estos días es de cómo da lo mismo. Sí, da lo mismo que el presidente sea Chávez o Jaua. El despelote, el caos, la incompetencia son igualitos con el uno o el otro.
¿El país está mejor con Chávez o con Jaua? La pregunta sólo tiene una respuesta: da lo mismo. Son cortados por la misma tijera y siguiendo el mismo patrón. Leños de un mismo árbol. Eso hace que esperar un comportamiento distinto no sea sino una “esperanza inútil”, como bien canta el bolero.
En este país hace rato que se nos escabulló eso que llaman “gobernabilidad”. La entropía se nos ha instalado por los cuatro costados, haciendo que la nación entera padezca un “estado de supervivencia”. No es cuestión de reales. Es asunto de buenos gobernantes y, más aún, de expertos en gestión pública. Y de esos no hay en este gobierno que pasará a la historia como el peor de nuestra tan desnutrida ya historia democrática. Aquí lo que hay en abundancia son populistas.
Hubo “luna negra” por estos días. La luna se obscureció. Así estamos nosotros, viendo sin mirar, oyendo si escuchar, oliendo sin olfatear. Si usáramos bien nuestros sentidos, en especial el sentido común, comprenderíamos de una vez por todas que un barco no se hunde por lo que hagan sus pasajeros. Lo hunden sus tripulantes, lo hunden su capitán y sus oficiales. Bien harán los pasajeros en percatarse en medio de la travesía que el capitán no los llevará a buen puerto. Harán bien en entender que en la próxima parada hay que cambiar al capitán y a sus oficiales.
¿Y dónde está el presidente? ¿Quién es el presidente? Da lo mismo.
Se habla español
Si algo me place día tras día es tener como lengua materna al idioma español. Es hermoso, vibrante, amplio. Sencillo, que no simple. Riguroso, que no inflexible. Es variado, divertido, dinámico. Permite el decir, el intuir, el referir y, sobre todo, el comunicar. Es una de los mejores legados del encuentro de dos mundos.
Algunos datos sobre este maravilloso idioma pueden resultarnos interesantes y hasta sorprendentes: a la fecha es hablado por unos 437 millones de personas en todo el mundo; es la tercera lengua del mundo en hablantes (primero el chino mandarín con casi 1.000 millones y el inglés con 450). El español es lengua oficial hablada en 29 países. Según estimaciones de la UNESCO, por allá por mediados de este siglo un 25% de la población de Estados Unidos hablará español; de hecho, hoy es la lengua materna de casi el 15% de los habitantes de ese país. Pero hay más. Se calcula que unos 100 millones de personas hablan español como segunda lengua. Es tan importante este idioma nuestro que en Estados Unidos y Canadá el español es la lengua extranjera más estudiada. En cuanto a Internet, los hispanohablantes representamos un total cercano a los 81,7 millones de usuarios (aproximadamente el 7,5% de los usuarios de Internet de todo el mundo), lo cual nos convierte en la cuarta comunidad de Internet, luego del inglés, el japonés y el chino.
El español es una de las lenguas más importantes hoy y crecerá en relevancia con el correr de los años. Hay predicciones sensatas que establecen que para 2050 habrá más de 530 millones de hispanohablantes.
Es uno de los idiomas más fáciles de aprender: se habla como se escribe. Es lo que se llama concordancia fonética. Junto al inglés, el francés y dos idiomas más que en este momento no me vienen a la memoria, es uno de los idiomas oficiales de la UE y de la ONU. Por supuesto, es una obviedad escribir que es lengua oficial en la OEA. Es el idioma de la CAN, del Mercosur y de todas las organizaciones existentes en las Américas. Lo es también de un número creciente de empresas internacionales. Paséense ustedes por lo que ello supone en términos de globalización.
Gracias a grandes escritores, ha sido y sigue siendo el idioma del amor y el desamor, de la tristeza y la alegría, de la felicidad y la amargura, del acuerdo y la protesta. En español hacemos el amor, nos pelamos y, más importante aún, nos reconciliamos.
Algunos datos sobre este maravilloso idioma pueden resultarnos interesantes y hasta sorprendentes: a la fecha es hablado por unos 437 millones de personas en todo el mundo; es la tercera lengua del mundo en hablantes (primero el chino mandarín con casi 1.000 millones y el inglés con 450). El español es lengua oficial hablada en 29 países. Según estimaciones de la UNESCO, por allá por mediados de este siglo un 25% de la población de Estados Unidos hablará español; de hecho, hoy es la lengua materna de casi el 15% de los habitantes de ese país. Pero hay más. Se calcula que unos 100 millones de personas hablan español como segunda lengua. Es tan importante este idioma nuestro que en Estados Unidos y Canadá el español es la lengua extranjera más estudiada. En cuanto a Internet, los hispanohablantes representamos un total cercano a los 81,7 millones de usuarios (aproximadamente el 7,5% de los usuarios de Internet de todo el mundo), lo cual nos convierte en la cuarta comunidad de Internet, luego del inglés, el japonés y el chino.
El español es una de las lenguas más importantes hoy y crecerá en relevancia con el correr de los años. Hay predicciones sensatas que establecen que para 2050 habrá más de 530 millones de hispanohablantes.
Es uno de los idiomas más fáciles de aprender: se habla como se escribe. Es lo que se llama concordancia fonética. Junto al inglés, el francés y dos idiomas más que en este momento no me vienen a la memoria, es uno de los idiomas oficiales de la UE y de la ONU. Por supuesto, es una obviedad escribir que es lengua oficial en la OEA. Es el idioma de la CAN, del Mercosur y de todas las organizaciones existentes en las Américas. Lo es también de un número creciente de empresas internacionales. Paséense ustedes por lo que ello supone en términos de globalización.
Gracias a grandes escritores, ha sido y sigue siendo el idioma del amor y el desamor, de la tristeza y la alegría, de la felicidad y la amargura, del acuerdo y la protesta. En español hacemos el amor, nos pelamos y, más importante aún, nos reconciliamos.
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