“En la oscuridad sólo prospera la delincuencias y las malas costumbres”, sentenciaba en tono severo mi padre. Tenía razón. La oscuridad permite que los malandros hagan de las suyas, que los salvajes den rienda suelta a sus más bajos instintos.
Pero los anuncios del ministro Rodríguez Araque van mucho más allá de la frase de mi padre. Resulta, pasa y acontece que no es posible para ningún país lograr siquiera un mediano progreso si no cuenta con energía. El comercio se asfixia, las industrias paran sus máquinas, los servicios se detienen, los centros educativos dejan de funcionar, los hospitales y clínicas no pueden atender a los pacientes. Y así una larguísima y dolorosa lista de consecuencias. Para decirlo en palabras llanas, la crisis eléctrica que padecemos en Venezuela es una declaratoria de caos. Que al ministro Rodríguez Araque no se le mueva un pelo al hacer sus declaraciones pone el asunto peor de lo que ya de suyo es. Porque queda evidenciado que al gobierno nacional, representado en este caso por el citado ministro, le importa un comino el perjuicio que su indolencia y negligencia cause a los habitantes de esta tierra caída en desgracia. Lo que está ocurriendo, esta entropía ya indescifrable, no es culpa de una iguana, o de las lluvias, o del fenómeno del niño. La culpa es sí del niño, del niño de Miraflores, un niño por cierto irresponsable e irrelevante.
En Venezuela nadie desperdicia energía. Y si es cierto que el boom petrolero de estos años produjo expansión del consumo, cualquiera con dos dedos de frente ha debido preverlo y actuar en consecuencia. Pero no. Prefirieron no hacer absolutamente nada. No hubo ni mantenimiento de la red ni creación de mayores fuentes de energía.
Los platos rotos, por supuesto, los pagamos los ciudadanos. Los pagamos en bolívares y en improductividad. Los pagamos en inseguridad y en desastre. Entretanto, el ministro sonríe burlonamente y se echa aire. No habla, cantinflea. Compren velas, que ahora hay oscurana para rato.
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