El Sr. Silva conduce un programa en VTV, emisora del Estado pagada con dineros de los venezolanos. En virtud de ello no puede insultar a ciudadano alguno, pues ello es una desviación que cae en malversación de fondos. Una cosa es la crítica constructiva. Ella nutre al sistema democrático. Pero La Hojilla no es un programa de opinión o investigación o de análisis; es un paredón.
El sábado en la noche vi un segmento del programa y fui testigo de cómo se vejó a la periodista Mariana Gómez. Hasta de “estúpida” se la tildó, en contra del comedimiento de la democracia que nos dimos los venezolanos como modo de vivir civilizadamente. Cuando en ese programa se denigra a un ciudadano que además es una persona pública, la comunicación se sumerge en el pantano de lo impresentable y se torna en una convocatoria a la violencia, transgrediéndose las leyes y los mandatos constitucionales.
Pero hay más. Con su procacidad, el Sr. Silva mal orienta al niño que lo acompaña, quien apenas hace pininos en la comunicación y quien, acaso por insuficiencia educativa, carece de los instrumentos intelectuales para un atinado juicio de valor y el despeje de malezas. Es irresponsable el mal guiar a un niño cuyo desempeño está bajo su égida.
Si el Sr. Silva intuye en sí mismo un talento para la comunicación, ese talento no pasa de ser un utensilio sin pulitura si él no transita por un proceso de formación académica, de pregrado y postgrado que son exigencia en el desempeño de un comunicador. El talento para brillar no basta. Hay que profesionalizarse, pasar por los rigores de la universidad, permitir que la academia lime las aristas, enseñe ética y fuerce a profundizar. En esta profesión la meta es la excelencia y la calidad. El resto es subdesarrollo.
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