miércoles, 26 de agosto de 2009

“¡MAMÁ, ¿Y QUÉ HAGO?!”


El 15 de septiembre, como quien dice pasado mañana, llegará el momento del chocolate espeso. Es decir, se iniciará el año escolar, bajo la égida de la nueva y flamante Ley Orgánica de Educación. Y dará comienzo el proceso de enseñanza/aprendizaje de la domesticación del régimen.

Claro que esto es un asunto de valores y de principios. Lo es y quien crea lo contrario está más pelao’ que rodilla e’ chivo. Pero también es un asunto de la realidad cotidiana. Me refiero a cómo será el comportamiento de las mamás y papás frente a este sistema de aplastamiento. A cómo habrán de reaccionar los cientos de miles de maestros y profesores. Que me perdonen algunos que seguramente pensarán que soy políticamente incorrecta, pero la verdad verdadera es que millones de papás y mamás tienen en la escuela no sólo un lugar de educación para sus muchachos sino, también, un espacio donde dejarlos seguros durante varias horas al día mientras ellos van a trabajar, a ganarse el sustento, sea en un empleo formal o padeciendo los rigores de la economía informal. En un país con notable destrucción del empleo, y donde la masa no está para bollos como para ir poniendo en riesgo el trabajo, los papás y mamás (sobre todo éstas últimas) se sienten en minusvalía frente a un gobierno que usa las debilidades del pueblo para imponer su agenda.

El gobierno, perversamente, sabe bien que la escuela y el liceo son guarderías. Sabe también que lograr un cupo en una escuela o un liceo es más difícil que jugar trompo al revés. Sabe que los papás y mamás se encontrarán entre la espada y la pared. Si se rebelan contra los dictámenes de esta ley, la consecuencia puede ser la expulsión. Y entonces, ¿dónde dejar a los muchachos para poder ir a trabajar?

Es cierto que para enfrentar los efectos de esta perniciosa ley tiene que haber una agenda a largo, mediano y corto plazo. Que tiene que haber acciones jurídicas, políticas y comunicacionales. Por muy inútiles que parezcan, tienen que llover sobre el poder judicial y el TSJ chorros de amparos y “consultas”. Es obvio que también tiene que haber una agenda de acciones de calle, que incluya marchas, manifestaciones, protestas y quejas creativas, lo cual incluye hasta caminar al revés. El abrogatorio ya está descartado. La Constitución establece que tal mecanismo no aplica a instrumentos que desarrollen derechos humanos, y la educación cae en esa categoría. Pero está tomando cuerpo la propuesta de presentar a la Asamblea Nacional una reforma de la ley, por iniciativa popular. Eso es inteligente, pero más que una acción de efecto inmediato, es una jugada estratégica que busca decirle al país que la protesta es propuesta.

Pero sigue pendiente el asunto de Juanito preguntando “Mamá, ¿y qué hago?”. La pregunta no es fácil y tiene truco. ¿Qué hacer cuando en las aulas arranquen a enseñar cuanta estupidez épica roja-rojita exista? ¿Qué hacer cuando comience la domesticación en serio y sin ambages? ¿Qué hacer cuando la respuesta correcta a una pregunta sea destruir la historia, o festejar la revolución, o aplaudir el militarismo ramplón, o decir que la competitividad es una enfermedad capitalista que debe ser eliminada, y un largo etcétera de lavadas de cerebros?

¿Cómo pedirle a las mamás que digan a sus hijos que deben ponerse de pie y rebelarse, cuando ello supone un problema gigantesco en términos reales para el cual no estamos ofreciendo solución? Porque, no nos caigamos a cobas, el asunto tiene relativo fácil remedio en el sistema privado de educación, que es minoritario, pero es de difícil “curación” en el sistema público de educación, que agrupa a la mayoría de los estudiantes. En las escuelas y liceos privados es posible instrumentar un programa de compensación, extracurricular, sin costo adicional, que supondrá ciertamente un sacrificio para padres, alumnos y profesores, pero que es factible si hay la voluntad para hacerlo. Ese programa limpiaría en parte el reguero. Pero, ¿cuán posible es poner en práctica un programa semejante en el sistema público? Yo creo que sí es posible, si nos organizamos. Comienzo por hacerle un llamado a las gobernaciones y alcaldías que no están bajo la bota del “rojismo”. También a las iglesias de todas las confesiones. A las asociaciones de vecinos, a las de padres y representantes, a los estudiantes universitarios, a la multitud de asociaciones de la sociedad civil. Trabajemos en paralelo, que puede ser la mejor manera de trabajar en contra.

Este asunto tan grueso no sólo debe enfrentarse de frente, sino también por los lados. Yo estoy a la orden para trabajar en un programa semejante. Convirtámonos todos en maestros y profesores extracurriculares. Dos horas diarias adicionales pueden hacer la gran diferencia. Eso es una forma de ejercitar el “se acata pero no se cumple”. Se trata de ofrecerle una alternativa viable a los cientos de miles de papás y mamás que el 15 de septiembre serán encerrados por este gobierno infeliz y carente de sentido progresista en una celda pintada con el rojo de la traición al futuro.

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