jueves, 16 de mayo de 2013

Al profe con cariño




A él no le gustaría que estas fueran unas tristes líneas para despedirlo. Así que, aun a riesgo de sonar irrespetuosa, escribiré lo que a él le gustaría escuchar allá en esa nube donde se sentó a ver para abajo.

Decir que fue un estupendo profesor significaría quedarme muy corta. Porque una clase con él era una maravillosa aventura por el saber y el entendimiento. Un enciclopedista, era capaz de disertar sobre cualquier tema, regar sus palabras con cuatro o cinco anécdotas y soltar frases que quienes fuimos sus alumnos corríamos a copiar para evitar que se nos perdieran en la maraña de conocimientos.

Pero su sapiencia no era su única cualidad. Hay que añadir tres: 1. Un glorioso sentido del humor rociado del más sutil e inteligente sarcasmo; 2. Una disposición total a escuchar las preguntas que le hicieran, por muy tontas que fueran o descabelladas que sonaran; 3. Una franqueza y una altura moral que quedaba al descubierto incluso en los momentos más comprometedores.

Tuvo cientos de alumnos. Yo me di el lujo de ser una de ellos en varias asignaturas. Todos los que pasamos por sus clases salíamos encantados y deseando que llegara en breve el momento de encontrarlo de nuevo. Antonio Cova era un hombre sin desperdicio. Si verlo en televisión, escucharlo en la radio o leerlo en las páginas de opinión era un regalo para el intelecto, tenerlo en vivo y en directo en un aula o compartiendo una tertulia era, como alguna vez le dije, una experiencia sociológica inolvidable.

Antonio me regaló muchas reflexiones. Y muchos ataques de risa. El entendía como pocos el alma del venezolano. Nuestros modos nunca le eran ajenos. Nuestras angustias las diseccionaba y diagnosticaba. Nuestros sueños encontraban en él nutritivo aliciente.

Era de esos cuyas insolencias estaban más que justificadas. Las soltaba a granel sin perder un ápice de caballerosidad y elegancia. Nos queríamos un montón. Chateábamos todo el tiempo. Y siempre estaba dispuesto para la consulta. Desde que nos conocimos hace un montón de años me llamó “Chiquitica”.

No pudo cumplir su deseo: meterse desnudo en la fuente de la plaza Venezuela cuando cayera este gobierno por votos. Logramos los votos pero seguimos peleando para que nos los reconozcan.

Le fascinaba la música. Adoraba el Bolero de Ravel. Decía que era una magnífica demostración de que la repetición, cuando bien hecha, no es un defecto sino una virtud. “Menos en política”, decía él, “porque ahí sí aburre”.

Copio a seguir su último tuit: "Los cambios pueden tener lugar despacio, pero lo importante es que tengan lugar (Para los desesperados... entre quienes me cuento)"
Allá en la esquina entre dos nubes, allí está el, escuchando el Bolero y diciendo: “¡qué vaina tan buena!”.

Chao, profe. Te quise mucho. Y te seguiré queriendo.

miércoles, 15 de mayo de 13

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