viernes, 31 de mayo de 2013

Los incómodos



En la boca, el agridulce de dos noticias. Una, dulce, el ocaso de un salvaje, Mario Silva, personaje deleznable y sociópata que durante años a través de diversos medios y con un lenguaje barbárico y criminal se dedicó a perpetrar con impunidad toda suerte de delitos contra la decencia, la moral y las buenas costumbres y, además, a crear un ambiente de linchamiento que por años habremos de lamentar. Yo le pido a Dios que me dé vida suficiente como para ver a ese individuo juzgado por tribunales serios y pagando años de cárcel como responde a la gravedad de sus actos.

La otra noticia, agria, la angustia por lo que ocurre en Globovisión, canal de noticias al cual algunos, con pérfidas intenciones, desean convertir en una insípida, incolora e inodora Bobovisión.

Me invade un pálpito, una sospecha: se está escribiendo el obituario profesional de quienes le resultamos incómodos al régimen. No es dato menor que el desguace de Globovisión ocurra casi como elegía y epitafio al cierre de RCTV y a 34 emisoras de radio de la cadena CNB. Aquello le cobró duro políticamente a la revolución. Entonces –pues perversamente hábiles son- aprendieron nuevas maneras menos onerosas de aplastarnos. Ernesto Villegas, oh insensato, es el verdugo ejecutor de la sentencia de muerte. Si hoy él piensa que se sienta en su oficina a disfrutar el paso de los cadáveres, acaso debería pensar que si algo hacen bien las revoluciones es tragarse a sus hijos. Antes que revolucionario -y mucho más importante que declararse rojo rojito- Ernesto debería recordar que es venezolano y periodista y que esas dos condiciones le obligan a incómodos pero muy loables compromisos adquiridos, que al ser respetados producen una incomparable satisfacción personal y hace que uno pueda verse en el espejo y no sentir verguenza.

Para el momento que escribo estas líneas, varios colegas ya han salido del canal, sea porque han sido despedidos -o cancelados sus contratos- o porque han decidido poner su renuncia ante su decisión de no tolerar los abusos y la imposición de censuras. O porque prefieren irse y no darles el gusto de que los boten. Ciertamente, los excluidos le resultaban incómodos a los nuevos propietarios del canal, unos individuos que del negocio de hacer periodismo televisivo saben lo que yo de física cuántica y que intuyo han mantenido en reserva sus verdaderas intenciones al comprar un canal de las características y circunstancias de Globovisión. Si de “éxito” hablamos, ya contabilizan en su haber gerencial la pérdida de varios cientos de miles de seguidores en twitter y Facebook y un rechazo que se expresa a viva voz entre la audiencia. Le seguirá una caída estrepitosa del rating y una estampida de los anunciantes, asunto que quizás no les “quita el sueño”, persuadidos como acaso estén de que contarán con nuevos anunciantes con tal sólo levantar el teléfono y marcar los números de Miraflores o la Asamblea Nacional.

Muchos –entre gerentes y anclas del canal- buscan afanosamente la manera de arreglar los entuertos generados por la nueva tropa de dueños. Los inspiran las mejores intenciones. No es cosa tonta el saber que todo esto puede conducir a poner en la calle a un montón de buenos profesionales en un país donde las fuentes de empleo para periodistas honestos son cada vez más escasas. Sin referirme a rumores, creo sí que hay más en el plan de pase por la trituradora. Porque en el canal habitan muchos “incómodos”. Baste ver a los voceros oficialistas pasando aceite cuando son entrevistados en vivo y en directo.

Tanto los que se fueron -o “los fueron”- como los que aún están se han convertido en la noticia. Mal estamos cuando la noticia son los periodistas. Créanme que es una situación delicada y dolorosa, que está demandando coraje, hidalguía y aplomo. Es un enfrentamiento entre el más indecoroso poder político/económico y unos profesionales que están defendiendo los derechos que están consagrados en la Constitución y todos los tratados internacionales y sus irrenunciables deberes profesionales. Es el poder del mastodonte contra la gallardía de las hormigas.

Hacer periodismo de calidad no se limita a un relato de lo que ocurre. No basta abordar el qué, quién, cómo, cuándo y dónde. Esos son datos que, sin el debido y profundo análisis, pasan a engrosar el grueso expediente de la inutilidad y jamás se convierten en información. Al reporterismo, que es sólo una fase del periodismo, hay que sumar la búsqueda del porqué y el para qué, hay que adicionar investigación y opinión e incluso prospección. Buscar las causas y las consecuencias. Desentrañar las madejas, quitar las tapaderas, iluminar la escena para que la sociedad pueda ver con claridad. Todo ello tiene que estar pringado de ética y moral, de altísimos grados de responsabilidad. Esta no es una profesión inocua. Se puede hacer mucho daño al callar, al silenciar, al informar a medias, al manipular los datos y al usar los medios como armas de guerra al servicios de bajas ambiciones.

Pero una cosa sabemos: el silencio es una daga directo al corazón de la sociedad. Es precisamente la sociedad la que más pierde cuando el periodismo se convierte en “pasquinerismo”, en “palangrismo” y en “propagandismo”, que son los tres pecados del mal periodismo, de ese periodismo vulgar que se transa en los burdeles del poder. Por eso hay que ponerse de pie y enfrentar con valentía a los silenciadores de oficio, a esos que quieren ponerle veto a nuestras conciencias y convertirnos en complacientes meretrices. Y en estos momentos en los que una peligrosa lluvia radioactiva cae sobre nuestras espaldas, hay que tragar grueso y entender que si somos incómodos para los poderosos, entonces estamos ejerciendo bien la profesión.

Yo ejercito aquello de “Escribe, que algo queda”, como decía Kotepa. Nunca nadie podrá acusarme de silencios cómplices. Me complace poder afirmar que no estoy sola en esta lucha. Por cada periodista indigno, arrastrado y castrado que presta sus servicios a bastardos propósitos, hay cientos cuya dignidad no está en venta ni su ética en alquiler. Somos los incómodos.


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