La noticia llegó de sopetón. Nadie se la esperaba. El tipo pasó a mejor vida. No era viejo. Apenas unos 69 años, que no son muchos. Claro, son muchos cuando se contabilizan ejerciendo uno de los mas despreciables oficios, el de dictador. El norcoreano falleció dizque de un infarto. No se sabe bien el cuento, ni se sabrá. Pero en la tele de allá no hicieron sino pasar las imágenes glorificadas del infecto tirano.
Siempre me pregunto, no qué va a suceder, sino qué van a sentir los cubanos el día que ocurra la inevitable muerte de Fidel. No me refiero tan sólo a los cubanos en el exilio. Tambien a los cubanos de la isla. Unos y otros valen igual, pesan igual, pero no sentirán igual.
Los dictadores vienen a ser como los modernos dioses paganos. O al menos así lo creen ellos. Con derecho a todo. Convierten a sus países en tierras donde todo pasa y nada pasa. Es como detener el calendario pero vivir cada dia igual que el anterior, por años, y años y años y años…
Los tiranos huelen a rancio, a baño escaso, a uñas carcomidas que toquetean a una infanta hija de cualquier lambesuelas. Me dan asco. Yo creo que lo único que puede ser vitalicio –y eso con mucha suerte y mucho aguante- es el matrimonio. Pero en política todo lo que perdura más de la cuenta, perjudica. Si Cuba tenía problemas antes de la llegada del barbudo, eran insignificantes comparados con los que padecen hoy los cubanos. Los que están en la isla son prisioneros en su propio país. A los que están en el exilio les robaron todo, hasta la manera de caminar. Pero principalmente intentaron robarles la patria. Y eso, no importa las excusas que den, es una salvajada.
En mi país padecemos a un individuo que incluso enfermo de cáncer cree que la nación entera le pertenece. Lleva ya trece años “apoltronado en el coroto” -como decimos los venezolanos- y pretende quedarse “hasta que el cuerpo aguante”. Es astuto y listo -de ello no cabe la menor duda- y ha tenido la buena suerte de un petróleo en precios exorbitantes. Este cuento sería tan y tan distinto si la revolución no hubiera tenido la renta petrolera financiando este sórdido montaje de complicidades y compras de conciencia.
Los dictadores, no importa de dónde sean, hablan de amor cuando en realidad trabajan desde el odio y el control. Como a títere sin cabeza manejan al Estado a su antojo y placer. Y si eso le cuesta a varias generaciones el progreso posible, sea pues. Reconozco que no soporto a los tiranos. Me parecen insoportablemente egotistas, que viene a ser uno de los defectos mas deleznables que pueda distinguir a un ser humano. Creo que deben ser una fauna que caiga en extinción total y perpetua, para beneficio de la Humanidad.
¿Qué sintieron los norcoreanos del país o exilados de su tierra? Al principio, seguro que una gigantesca incertidumbre (o acaso punzante miedo) que se instaló hasta en el tuétano de sus huesos. ¿Reaccionarán? ¿Se rebelarán? No lo sé. Creo que nadie lo sabe. En Corea del Norte hay como millón y medio de militares, armados hasta los dientes y muchos de ellos desprovistos de alma, a quienes no les temblará el pulso para arremeter contra su propia gente. Y la población les teme, como es de imaginarse. Pero es bien sabido que los militares son leales… hasta que se alzan. Yo espero que pueda más la inteligencia que la domesticación.
Entretanto, uno menos. Mi cristianismo, lo reconozco, tiene un límite. Y con estos malhadados perversos, mi paciencia se fundió hace mucho tiempo. Dios ya encontrará manera de castigarme. Y yo aceptaré mi culpa porque, francamente, si alegrarme por la desaparición física del barbárico norcoreano es un pecado, me costará vuelta y vuelta en el purgatorio. Bueno, tocará.
martes, 20 de diciembre de 2011
martes, 27 de septiembre de 2011
Los indefendibles
Han cometido fechorías y delitos de todo sabor, color y hedor. Se han apropiado del poder más absoluto en sus países. Han domesticado a la sociedad y han convertido a los ciudadanos en esclavos de su propiedad. Han mostrado el más indignante irrespeto a toda norma de derechos humanos que se haya escrito y aprobado en tiempos modernos.
Prevalidos de una insoportable e indecente omnipotencia, hacen y deshacen a su antojo y placer. Han pisoteado el honor de mujeres y hombres. Han puesto tras las rejas a quienes han osado levantar su voz para oponérseles. Han construido a su alrededor una compleja estructura de seguridad personal que los protege de los ataques que, ciertos o no, suponen que puedan despojarlos de sus tronos. Han saqueado las arcas públicas.
Se han obsequiado una vida de lujos que ya envidiarían los más potentados del mundo entero. Con dineros que le han escamoteado a los pueblos, se han finaniado todo tipo de caprichos y hábitos.
Han magreado mujeres. Han asesinado niños. Han utilizado espacios civiles para ocultar sus armas. Han colocado a inocentes ciudadanos como escudos. Han engañado a los ciudadanos sin empacho alguno. Han impuesto toques de queda y estados de sitio. Han construido complicados entramados para controlar los sistemas y medios de comunicación.
Se han valido de apoyos para hacerse de aún más poder. Han desechado a los ciegos incautos que en un principio los apoyaron. Han enterrado en fosas comunes a los muchos que han criminalmente torturado y posteriormente convertido en “desaparecidos”. Tienen en su haber masacres, genocidios y magnicidios. Han hecho negocios con los más terribles terroristas a quienes además les han otorgado asilo y santuario.
Han tornado a sus naciones en tierra arrasada en la que sobreviven millones de personas cuyo único delito ha sido nacer o vivir en esos países. Los derechos humanos de esas personas son violados todas las horas de todos los días.
Ellos, los indefendibles, son impresentables, deleznables, hediondos. Son escoria, basura, desgracia. Son un cáncer para la Humanidad. Los hay en los cinco continentes y muchos de ellos ya, al fin, cuentan con boletas de encarcelación dictadas por tribunales nacionales e internacionales. Algunos ya fueron derrocados y se encuentran tras las rejas. Los nacionales de sus países tratan de reconstruir. Otros han escapado y son buscados afanosamente por fuerzas internacionales de seguridad. Y hay, para desgracia de enormes cantidades de personas, los que están en el poder, sofocando, asfixiando, robando, asesinando.
Cualquiera que hoy sea su amigo, debería saber que bien aplica aquello de “mira con quién andas y te diré quién eres”. Esos, los “amigos”, los cómplices, tendrán que rendir cuentas también. Sobre ellos deberá caer el peso de la ley.
La lista de los indefendibles es gruesa y atormentante. Y la de los amigos de los indefendibles también.
Usted, amigo lector, haga su lista. Yo tengo la mía y no quiero morir sin haber tachado de ella muchos nombres. migo lector, no calle, levante su voz bien en alto y quéjese. Mire que hay millones a quienes simplemente les está prohibido, no digo protestar, sino al menos opinar.
Haga su lista. Apoye las acciones que se toman para luchar contra los salvajes. No se quede con los brazos cruzados. Mire que el silencio es el asesino de la democracia.
Prevalidos de una insoportable e indecente omnipotencia, hacen y deshacen a su antojo y placer. Han pisoteado el honor de mujeres y hombres. Han puesto tras las rejas a quienes han osado levantar su voz para oponérseles. Han construido a su alrededor una compleja estructura de seguridad personal que los protege de los ataques que, ciertos o no, suponen que puedan despojarlos de sus tronos. Han saqueado las arcas públicas.
Se han obsequiado una vida de lujos que ya envidiarían los más potentados del mundo entero. Con dineros que le han escamoteado a los pueblos, se han finaniado todo tipo de caprichos y hábitos.
Han magreado mujeres. Han asesinado niños. Han utilizado espacios civiles para ocultar sus armas. Han colocado a inocentes ciudadanos como escudos. Han engañado a los ciudadanos sin empacho alguno. Han impuesto toques de queda y estados de sitio. Han construido complicados entramados para controlar los sistemas y medios de comunicación.
Se han valido de apoyos para hacerse de aún más poder. Han desechado a los ciegos incautos que en un principio los apoyaron. Han enterrado en fosas comunes a los muchos que han criminalmente torturado y posteriormente convertido en “desaparecidos”. Tienen en su haber masacres, genocidios y magnicidios. Han hecho negocios con los más terribles terroristas a quienes además les han otorgado asilo y santuario.
Han tornado a sus naciones en tierra arrasada en la que sobreviven millones de personas cuyo único delito ha sido nacer o vivir en esos países. Los derechos humanos de esas personas son violados todas las horas de todos los días.
Ellos, los indefendibles, son impresentables, deleznables, hediondos. Son escoria, basura, desgracia. Son un cáncer para la Humanidad. Los hay en los cinco continentes y muchos de ellos ya, al fin, cuentan con boletas de encarcelación dictadas por tribunales nacionales e internacionales. Algunos ya fueron derrocados y se encuentran tras las rejas. Los nacionales de sus países tratan de reconstruir. Otros han escapado y son buscados afanosamente por fuerzas internacionales de seguridad. Y hay, para desgracia de enormes cantidades de personas, los que están en el poder, sofocando, asfixiando, robando, asesinando.
Cualquiera que hoy sea su amigo, debería saber que bien aplica aquello de “mira con quién andas y te diré quién eres”. Esos, los “amigos”, los cómplices, tendrán que rendir cuentas también. Sobre ellos deberá caer el peso de la ley.
La lista de los indefendibles es gruesa y atormentante. Y la de los amigos de los indefendibles también.
Usted, amigo lector, haga su lista. Yo tengo la mía y no quiero morir sin haber tachado de ella muchos nombres. migo lector, no calle, levante su voz bien en alto y quéjese. Mire que hay millones a quienes simplemente les está prohibido, no digo protestar, sino al menos opinar.
Haga su lista. Apoye las acciones que se toman para luchar contra los salvajes. No se quede con los brazos cruzados. Mire que el silencio es el asesino de la democracia.
Vuelve Cuéntame /
¿A qué negarlo? En el mundo hoy se produce televisión excelente, no sólo que nos hace pasar un rato agradable, sino que nos permite caminar por lugares y tiempos distintos a los nuestros. Hoy la televisión no es como hace años. No es un aparato que vemso cuando no tenemos nada mejor que hacer. Hoy es un medio de comunicación poderoso, altamente competitivo y que cuenta con producciones de primera calidad.
Vuelve a las pantallas, luego de un largo receso, la serie más relevante que ha producido y transmitido la televisión española. Lleva ya diez años y, durante estas “vacaciones” que se tomaron, los televidentes como yo la extrañamos y ansiamos su regreso.
Regresa “Cuéntame cómo pasó”. Y con ella volveremos a inmiscuirnos – con permiso de ellos – en la cotidianidad de una familia clase media española a quienes la vida no les ha pasado por delante sin pena ni gloria sino, antes bien, con profundidad, con pasión y con salero. Ellos se quieren, frente a nos. Con su amor nos enamoran.
Antonio y Mercedes nos abrirán de nuevo la puerta de su alcoba, ese espacio donde se confiesan angustiosos y débiles cuando la existencia se les complica o reilones y pícaros cuando la vida se les pinta de buena y gentil.
Volverá la abuela, metáfora del amor eterno, ese que no falla y que no pide cuentas. Regresa el hermano hostelero que hace su vida con una mujer tanto más joven que él, para descubrir entre ellos unos celos no superados jamás y unas tragedias y alegrías propias de quienes han decidido armar un vida para bien y por el camino del bien.
Vendrán los niños convertidos ya en gente grande, en seres dueños de sus sueños y esclavos de lo único por lo que vale la pena dejarse domesticar: la libertad.
Vuelve el cuento de la España de la post dictadura franquista. Vuelve el triunfo y el fracaso. El hacer y el levantarse. El lamerse las heridas y el aprender a perdonar auqnue nunca a olvidar. Vuelve la crisis que acoquina y la oportunidad que abre sus ventanas. Vuelve la vida, esa vida en la que todos debemos superar asignatura. Vuelve “Cuéntame cómo pasó”. Y a mí la pantalla se me plena de gozo.
No me llamen ni me escriban mientras la transmiten. No me importunen. No estaré para nadie. Esa hora es mía.
Vuelve a las pantallas, luego de un largo receso, la serie más relevante que ha producido y transmitido la televisión española. Lleva ya diez años y, durante estas “vacaciones” que se tomaron, los televidentes como yo la extrañamos y ansiamos su regreso.
Regresa “Cuéntame cómo pasó”. Y con ella volveremos a inmiscuirnos – con permiso de ellos – en la cotidianidad de una familia clase media española a quienes la vida no les ha pasado por delante sin pena ni gloria sino, antes bien, con profundidad, con pasión y con salero. Ellos se quieren, frente a nos. Con su amor nos enamoran.
Antonio y Mercedes nos abrirán de nuevo la puerta de su alcoba, ese espacio donde se confiesan angustiosos y débiles cuando la existencia se les complica o reilones y pícaros cuando la vida se les pinta de buena y gentil.
Volverá la abuela, metáfora del amor eterno, ese que no falla y que no pide cuentas. Regresa el hermano hostelero que hace su vida con una mujer tanto más joven que él, para descubrir entre ellos unos celos no superados jamás y unas tragedias y alegrías propias de quienes han decidido armar un vida para bien y por el camino del bien.
Vendrán los niños convertidos ya en gente grande, en seres dueños de sus sueños y esclavos de lo único por lo que vale la pena dejarse domesticar: la libertad.
Vuelve el cuento de la España de la post dictadura franquista. Vuelve el triunfo y el fracaso. El hacer y el levantarse. El lamerse las heridas y el aprender a perdonar auqnue nunca a olvidar. Vuelve la crisis que acoquina y la oportunidad que abre sus ventanas. Vuelve la vida, esa vida en la que todos debemos superar asignatura. Vuelve “Cuéntame cómo pasó”. Y a mí la pantalla se me plena de gozo.
No me llamen ni me escriban mientras la transmiten. No me importunen. No estaré para nadie. Esa hora es mía.
Vuelve Cuéntame / Soledad Morillo Belloso
¿A qué negarlo? En el mundo hoy se produce televisión excelente, no sólo que nos hace pasar un rato agradable, sino que nos permite caminar por lugares y tiempos distintos a los nuestros. Hoy la televisión no es como hace años. Hoy es un medio de comunicación poderoso, altamente competitivo y que cuenta con producciones de primera calidad.
Vuelve a las pantallas, luego de un largo receso, la serie más relevante que ha producido y transmitido la televisión española. Lleva ya diez años y, durante estas “vacaciones” que se tomaron, los televidentes como yo la extrañamos y ansiamos su regreso.
Regresa “Cuéntame cómo pasó”. Y con ella volveremos a inmiscuirnos – con permiso de ellos – en la cotidianidad de una familia clase media española a quienes la vida no les ha pasado por delante sin pena ni gloria sino, antes bien, con profundidad, con pasión y con salero. Ellos se quieren, frente a nos. Con su amor nos enamoran.
Antonio y Mercedes nos abrirán de nuevo la puerta de su alcoba, ese espacio donde se confiesan angustiosos y débiles cuando la existencia se les complica o reilones y pícaros cuando la vida se les pinta de buena y gentil.
Volverá la abuela, metáfora del amor eterno, ese que no falla y que no pide cuentas. Regresa el hermano hostelero que hace su vida con una mujer tanto más joven que él, para descubrir entre ellos unos celos no superados jamás y unas tragedias y alegrías propias de quienes han decidido armar un vida para bien y por el camino del bien.
Vendrán los niños convertidos ya en gente grande, dueños de sus sueños y esclavos de lo único que vale la pena dejarse domesticar: la libertad.
Vuelve el cuento de la España de la post dictadura franquista. Vuelve el triunfo y el fracaso. El hacer y el levantarse. Vuelve la crisis y la oportunidad. Vuelve la vida, esa vida en la que todos debemos superar asignatura.
No me llamen ni me escriban mientras la transmiten. No estaré para nadie. Esa hora es mía.
¿A qué negarlo? En el mundo hoy se produce televisión excelente, no sólo que nos hace pasar un rato agradable, sino que nos permite caminar por lugares y tiempos distintos a los nuestros. Hoy la televisión no es como hace años. Hoy es un medio de comunicación poderoso, altamente competitivo y que cuenta con producciones de primera calidad.
Vuelve a las pantallas, luego de un largo receso, la serie más relevante que ha producido y transmitido la televisión española. Lleva ya diez años y, durante estas “vacaciones” que se tomaron, los televidentes como yo la extrañamos y ansiamos su regreso.
Regresa “Cuéntame cómo pasó”. Y con ella volveremos a inmiscuirnos – con permiso de ellos – en la cotidianidad de una familia clase media española a quienes la vida no les ha pasado por delante sin pena ni gloria sino, antes bien, con profundidad, con pasión y con salero. Ellos se quieren, frente a nos. Con su amor nos enamoran.
Antonio y Mercedes nos abrirán de nuevo la puerta de su alcoba, ese espacio donde se confiesan angustiosos y débiles cuando la existencia se les complica o reilones y pícaros cuando la vida se les pinta de buena y gentil.
Volverá la abuela, metáfora del amor eterno, ese que no falla y que no pide cuentas. Regresa el hermano hostelero que hace su vida con una mujer tanto más joven que él, para descubrir entre ellos unos celos no superados jamás y unas tragedias y alegrías propias de quienes han decidido armar un vida para bien y por el camino del bien.
Vendrán los niños convertidos ya en gente grande, dueños de sus sueños y esclavos de lo único que vale la pena dejarse domesticar: la libertad.
Vuelve el cuento de la España de la post dictadura franquista. Vuelve el triunfo y el fracaso. El hacer y el levantarse. Vuelve la crisis y la oportunidad. Vuelve la vida, esa vida en la que todos debemos superar asignatura.
No me llamen ni me escriban mientras la transmiten. No estaré para nadie. Esa hora es mía.
sábado, 10 de septiembre de 2011
Que no nos falle la memoria
Muchos hechos relevantes en la historia universal ocurrieron un 11 de septiembre. Por sólo hablar de años recientes, en 1906, Gandhi inicia su “Movimiento de No Violencia”. En 1943, en Minsk y Lida, los nazis comienzan el exterminio del ghetto judío. En 1973, en Chile, un golpe de estado liderado por el general Augusto Pinochet derroca al presidente Salvador Allende y da inicio a una dictadura que perduraría por diecisiete años. En 1981, España recibe del Museo de Arte Moderno de Nueva York el Guernica de Picasso. En 1989, el llamado Telón de Acero se abre entre Hungría y Austria. Desde Hungría, miles de alemanes del Este cruzan hacia Austria y Alemania Occidental. En 2001, la Asamblea de la OEA aprueba la Carta Democrática Interamericana.
Lat 40º42’46.8’’N Lon 74º0’48.6’’O
En esas coordenadas, a las 08:46 am UTC -4, el 11 de septiembre de 2001, un 747 de American Airlines se estrella contra la torre norte del WTC de Nueva York. Ahí, sin que los neoyorkinos alcanzaran a entenderlo comenzó una la tragedia más dolorosa que la nación estadounidense pueda recordar. En un principio se supuso que el asunto había sido un accidente. A nadie se le cruzaba por la mente que el asunto fuera lo fue: una atrocidad.
A seguir, otro avión se estrelló contra la torre sur del mismo complejo de comercio, un tercero contra el edificio Pentágono en el estado de Virginia y un cuarto se precipitó a tierra en un campo cercano a la localidad de Shanksville en el estado de Pensilvania. Mucho tardaron en comprender los sistemas de seguridad lo que sucedía: un suicida ataque terrorista. Horas después, el grupo Al Qaeda, liderado por el hoy fallecido Osama bin Laden (que Dios lo perdone porque yo no puedo), es señalado como el autor de los siniestros.
Hace diez años, a miles de ciudadanos de a pie que hacían su vida normal en Nueva York, en las adyacencias de Shanksville y en el Pentágono se les ejecutó. Su delito era existir. Simplemente existir. Aquello no fue una declaración de guerra ni una protesta. Fue la más horrenda masacre vivida en Estados Unidos desde el ataque a Pearl Harbor en 1941.
Sabemos los terribles números de los atentados pero no sobra insistir: 2.973 fallecidos, incluyendo los 246 en los aviones. Ni uno solo de los pasajeros sobrevivió. 2.602 perecieron en el WTC y 125 en el Pentágono. En esas cifras hay que destacar 343 bomberos del FDNY (Bomberos de Nueva York), 23 efectivos del NYPD (policía de la ciudad de Nueva York) y 37 policías de la NYPA (autoridad de los puertos de Nueva York y Nueva Jersey). Hasta hoy no han podido ser hallados los restos de 24 personas que figuran en la lista de “Missing” (desaparecidos). Miles fueron heridos en el cuerpo y el espíritu. Centenares de viudas, viudos y huérfanos lloran a sus “caídos” en un ajusticiamiento sumario.
Parte del paisaje
Los llamamos “víctimas”. Sabemos que aún muchas heridas no han sanado, que víctima no fue sólo aquel país sino buena parte del planeta, por no decir todo. Pero las víctimas han comenzado a ser parte del paisaje.
La mañana de aquel 11 de septiembre a los estadounidenses no les fue declarada la guerra. En el episodio se rompieron todos los tratados y acuerdos que regularizan las guerras modernas. No hubo declaratoria previa ni ultimátum ni carta de condiciones. Los atacantes usaron aviones civiles. Y, con la cobardía que caracteriza a los infames y escudándose tras un muy mal entendido concepto del Islam y una pésima interpretación del Corán, aquellos perversos acabaron en poco más de dos horas con la tranquilidad del hemisferio. Impusieron lo que buscaban con sus maléficos actos: el más profundo terror.
No es posible negociar con los terroristas. Carecen de todo vestigio de humanidad. Se creen superiores y con poder para poner en vilo a la población. Un terrorista es un violador de los más sacrosantos derechos humanos. De sus acciones somos víctimas, todos. No sólo quienes han perdido la vida o han sido heridos sino todos quienes habitamos este planeta que Dios nos dio.
Diez años más tarde y con secuelas como el atentado de marzo de 2004 en Atocha en Madrid, el de Londres en julio de 2005 y los innumerables ataques perpetrados en sitios ubicados sobre todo en el medio oriente, hay que recordar ese 11 de septiembre. Con dolor y con firmeza. El mundo entero tiene que decir No. No a la violencia. No al salvajismo. No al terrorismo. De lo contrario, los millones de víctimas de ataques terroristas habrán perdido su vida en vano. Las víctimas, de donde sean, no pueden ser parte del paisaje. Permitirlo es hacernos cómplices de los terroristas.
No soy “comeflor” pero soy sí firme creyente en la No Violencia. En el mundo los no violentos somos mayoría. Hagámonos sentir.
Lat 40º42’46.8’’N Lon 74º0’48.6’’O
En esas coordenadas, a las 08:46 am UTC -4, el 11 de septiembre de 2001, un 747 de American Airlines se estrella contra la torre norte del WTC de Nueva York. Ahí, sin que los neoyorkinos alcanzaran a entenderlo comenzó una la tragedia más dolorosa que la nación estadounidense pueda recordar. En un principio se supuso que el asunto había sido un accidente. A nadie se le cruzaba por la mente que el asunto fuera lo fue: una atrocidad.
A seguir, otro avión se estrelló contra la torre sur del mismo complejo de comercio, un tercero contra el edificio Pentágono en el estado de Virginia y un cuarto se precipitó a tierra en un campo cercano a la localidad de Shanksville en el estado de Pensilvania. Mucho tardaron en comprender los sistemas de seguridad lo que sucedía: un suicida ataque terrorista. Horas después, el grupo Al Qaeda, liderado por el hoy fallecido Osama bin Laden (que Dios lo perdone porque yo no puedo), es señalado como el autor de los siniestros.
Hace diez años, a miles de ciudadanos de a pie que hacían su vida normal en Nueva York, en las adyacencias de Shanksville y en el Pentágono se les ejecutó. Su delito era existir. Simplemente existir. Aquello no fue una declaración de guerra ni una protesta. Fue la más horrenda masacre vivida en Estados Unidos desde el ataque a Pearl Harbor en 1941.
Sabemos los terribles números de los atentados pero no sobra insistir: 2.973 fallecidos, incluyendo los 246 en los aviones. Ni uno solo de los pasajeros sobrevivió. 2.602 perecieron en el WTC y 125 en el Pentágono. En esas cifras hay que destacar 343 bomberos del FDNY (Bomberos de Nueva York), 23 efectivos del NYPD (policía de la ciudad de Nueva York) y 37 policías de la NYPA (autoridad de los puertos de Nueva York y Nueva Jersey). Hasta hoy no han podido ser hallados los restos de 24 personas que figuran en la lista de “Missing” (desaparecidos). Miles fueron heridos en el cuerpo y el espíritu. Centenares de viudas, viudos y huérfanos lloran a sus “caídos” en un ajusticiamiento sumario.
Parte del paisaje
Los llamamos “víctimas”. Sabemos que aún muchas heridas no han sanado, que víctima no fue sólo aquel país sino buena parte del planeta, por no decir todo. Pero las víctimas han comenzado a ser parte del paisaje.
La mañana de aquel 11 de septiembre a los estadounidenses no les fue declarada la guerra. En el episodio se rompieron todos los tratados y acuerdos que regularizan las guerras modernas. No hubo declaratoria previa ni ultimátum ni carta de condiciones. Los atacantes usaron aviones civiles. Y, con la cobardía que caracteriza a los infames y escudándose tras un muy mal entendido concepto del Islam y una pésima interpretación del Corán, aquellos perversos acabaron en poco más de dos horas con la tranquilidad del hemisferio. Impusieron lo que buscaban con sus maléficos actos: el más profundo terror.
No es posible negociar con los terroristas. Carecen de todo vestigio de humanidad. Se creen superiores y con poder para poner en vilo a la población. Un terrorista es un violador de los más sacrosantos derechos humanos. De sus acciones somos víctimas, todos. No sólo quienes han perdido la vida o han sido heridos sino todos quienes habitamos este planeta que Dios nos dio.
Diez años más tarde y con secuelas como el atentado de marzo de 2004 en Atocha en Madrid, el de Londres en julio de 2005 y los innumerables ataques perpetrados en sitios ubicados sobre todo en el medio oriente, hay que recordar ese 11 de septiembre. Con dolor y con firmeza. El mundo entero tiene que decir No. No a la violencia. No al salvajismo. No al terrorismo. De lo contrario, los millones de víctimas de ataques terroristas habrán perdido su vida en vano. Las víctimas, de donde sean, no pueden ser parte del paisaje. Permitirlo es hacernos cómplices de los terroristas.
No soy “comeflor” pero soy sí firme creyente en la No Violencia. En el mundo los no violentos somos mayoría. Hagámonos sentir.
martes, 6 de septiembre de 2011
Patética irresponsabilidad
No soy abogado. Soy sí un ciudadano que ha tenido la oportunidad de una educación de buen nivel. Una de las áreas que se me dan bien es el manejo del idioma. Así, cuando escuché a la magistrado Luisa Estela Morales, quien preside el Tribunal Supremo de Justicia, pontificar sobre el asunto de las sentencias de la Corte Interamericana de Justicia, hice lo que hace cualquier ciudadano medianamente formado y con dos dedos de frente: recurrir a la Constitución vigente y al “mataburros” (léase, el diccionario de la RAE). Es decir, busqué la información en la fuente jurídica y en la lingüística.
La Constitución, en su artículo 23 no puede ser más clara: “Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, suscritos y ratificados por Venezuela, tienen jerarquía constitucional y prevalecen en el orden interno, en la medida en que contengan normas sobre su goce y ejercicio más favorables a las establecidas por esta Constitución y en las leyes de la República, y son de aplicación inmediata y directa por los tribunales y demás órganos del Poder Público.”
¿Qué parte no entendió la magistrado?
Doña Luisa Estela no es una recién llegada al oficio. Del tema sabe mucho, como suele declarar con harta pedantería cada vez que la oportunidad se pinta de cámara y micrófono. De eso que mientan “humildad” la doñita no tiene ni una ñinguita. Así que intuyo -en principio- que como sus deficiencias no son el área de las leyes lo están, más bien, en lo que a nuestro precioso idioma compete. Quizás ella no conoce que jerarquía significa, como marca el DRAE, “nivel, posición, estatura”. De esta manera, lo que el artículo 23 de nuestra Carta Magna quiere decir es diáfano y no requiere mayor explicación. Cualquiera con nociones básicas del idioma entenderá con facilidad el texto.
Pero, pensándolo mejor, Misia Luisa Estela, con trajecito de seda “dupioni” y pelito cortado al estilo “príncipe valiente”, no es ni bruta ni ignorante. Su declaración del pasado domingo no es por ende producto de deficiencias o carencias intelectuales. Es –peor aún- consecuencia directa de una inconmensurable falta de ética, lo que es trágico en alguien que es nada menos que la cabeza del máximo tribunal de la República. He allí la gravedad de su infeliz declaración. La doña sabe, sabe mucho, sabe bien. Sabe que lo que está diciendo es un disparate de marca mayor. Pero aplica con desparpajo y sin reverencia el “no me importa”.
Cuando la silla mayor de un poder público nacional trabaja para complacer los caprichos y delirios de un mandamás, todo lo que ha podido estudiar y aprender está al servicio de un hombre en una posición transitoria (aun cuando él piense que es vitalicia) y no de la sociedad.
Algún día estos señores y señoras hoy con sus futraques cómodamente apoltronados en el poder comprenderán lo que es para todos los decentes una verdad incuestionable: que inclinar la cerviz no es ni de ciudadanos dignos ni de profesionales éticos. Es de patéticos irresponsables.
La Constitución, en su artículo 23 no puede ser más clara: “Los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, suscritos y ratificados por Venezuela, tienen jerarquía constitucional y prevalecen en el orden interno, en la medida en que contengan normas sobre su goce y ejercicio más favorables a las establecidas por esta Constitución y en las leyes de la República, y son de aplicación inmediata y directa por los tribunales y demás órganos del Poder Público.”
¿Qué parte no entendió la magistrado?
Doña Luisa Estela no es una recién llegada al oficio. Del tema sabe mucho, como suele declarar con harta pedantería cada vez que la oportunidad se pinta de cámara y micrófono. De eso que mientan “humildad” la doñita no tiene ni una ñinguita. Así que intuyo -en principio- que como sus deficiencias no son el área de las leyes lo están, más bien, en lo que a nuestro precioso idioma compete. Quizás ella no conoce que jerarquía significa, como marca el DRAE, “nivel, posición, estatura”. De esta manera, lo que el artículo 23 de nuestra Carta Magna quiere decir es diáfano y no requiere mayor explicación. Cualquiera con nociones básicas del idioma entenderá con facilidad el texto.
Pero, pensándolo mejor, Misia Luisa Estela, con trajecito de seda “dupioni” y pelito cortado al estilo “príncipe valiente”, no es ni bruta ni ignorante. Su declaración del pasado domingo no es por ende producto de deficiencias o carencias intelectuales. Es –peor aún- consecuencia directa de una inconmensurable falta de ética, lo que es trágico en alguien que es nada menos que la cabeza del máximo tribunal de la República. He allí la gravedad de su infeliz declaración. La doña sabe, sabe mucho, sabe bien. Sabe que lo que está diciendo es un disparate de marca mayor. Pero aplica con desparpajo y sin reverencia el “no me importa”.
Cuando la silla mayor de un poder público nacional trabaja para complacer los caprichos y delirios de un mandamás, todo lo que ha podido estudiar y aprender está al servicio de un hombre en una posición transitoria (aun cuando él piense que es vitalicia) y no de la sociedad.
Algún día estos señores y señoras hoy con sus futraques cómodamente apoltronados en el poder comprenderán lo que es para todos los decentes una verdad incuestionable: que inclinar la cerviz no es ni de ciudadanos dignos ni de profesionales éticos. Es de patéticos irresponsables.
martes, 2 de agosto de 2011
Muchas tarjetas, una meta
En materia política no existe la perfección. Existe sí la posibilidad de un círculo virtuoso. Eso es exactamente lo que estamos creando quienes nos hemos sumado a las labores de la Mesa de Unidad Democrática.
En la MUD no se hace política baratona e intrascendente. Ni se pierde tiempo en arrebatos ni en discusiones bizantinas.
Hay tres palabras claves en esa entidad.
Cuando hablamos de una “mesa”, casi en automático la mente nos lleva a la leyenda del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, un modelo de gestión política que hoy se estudia en la universidades como un “case history” pues supone un ejercicio de llegar a acuerdos sin que alguien se arrogue posición de “jefe” sino más bien de coordinador o facilitador.
Seguimos: "de unidad” quiere decir que la mesa utiliza esa unidad como motor, como procedimiento, como método para alcanzar el propósito que se ha planteado. Así, la unidad no es un fin en sí misma. Es, antes bien, un modo, una manera, una forma de caminar juntos hacia el triunfo. La unidad no es una camisa de fuerza. Es crear sinergia para potenciar las fuerzas.
“Democrática” quiere decir, en pocas palabras, que dentro de la democracia, todo; fuera de la democracia, nada. No hablamos de una democracia de anime y maquillaje. Nos referimos a una sociedad que se da un gobierno para que la sirva y no al revés, como perversamente ocurre en este momento.
En este proceso no hay nada grabado en piedra. Hay propuestas, hay debates (a veces acalorados), hay acuerdos y hay decisiones que, de nuevo, no son inamovibles.
Por el momento, la decisión (largamente discutida) es tener una tarjeta unitaria que se sumará a las tarjetas de los partidos. Estos pueden, si así lo desean, convocar a que el voto se haga a través de esa tarjeta que a mí me gusta llamar “joker”. Pero los partidos pueden también decidir mantener su tarjeta, con su identidad propia, para apoyar al candidato unitario.
Hay, lo sabemos, electores a quienes no les gustaría votar a través de una tarjeta de partido. Están en todo su derecho de sentir así. Pero también hay electores a quienes no les agrada hacerlo a través de una tarjeta que no sea de un partido político o movimiento electoral. Entonces, la solución salomónica es ofrecer ambas opciones.
¿Ello puede cambiar en el futuro? Sí, pues no sabemos aún qué decisiones será necesario tomar en función de jugadas que haga el gobierno, el TSJ y el CNE. Así las cosas, trabajemos y no nos angustiemos. Más ocupación y menos preocupación. Dejemos que el señor Chávez se angustie por nuestros progresos. Por su reacción, es evidente que el asunto lo puso a sudar frío.
Lo nuestro es una meta, con una o con varias tarjetas.
En la MUD no se hace política baratona e intrascendente. Ni se pierde tiempo en arrebatos ni en discusiones bizantinas.
Hay tres palabras claves en esa entidad.
Cuando hablamos de una “mesa”, casi en automático la mente nos lleva a la leyenda del Rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda, un modelo de gestión política que hoy se estudia en la universidades como un “case history” pues supone un ejercicio de llegar a acuerdos sin que alguien se arrogue posición de “jefe” sino más bien de coordinador o facilitador.
Seguimos: "de unidad” quiere decir que la mesa utiliza esa unidad como motor, como procedimiento, como método para alcanzar el propósito que se ha planteado. Así, la unidad no es un fin en sí misma. Es, antes bien, un modo, una manera, una forma de caminar juntos hacia el triunfo. La unidad no es una camisa de fuerza. Es crear sinergia para potenciar las fuerzas.
“Democrática” quiere decir, en pocas palabras, que dentro de la democracia, todo; fuera de la democracia, nada. No hablamos de una democracia de anime y maquillaje. Nos referimos a una sociedad que se da un gobierno para que la sirva y no al revés, como perversamente ocurre en este momento.
En este proceso no hay nada grabado en piedra. Hay propuestas, hay debates (a veces acalorados), hay acuerdos y hay decisiones que, de nuevo, no son inamovibles.
Por el momento, la decisión (largamente discutida) es tener una tarjeta unitaria que se sumará a las tarjetas de los partidos. Estos pueden, si así lo desean, convocar a que el voto se haga a través de esa tarjeta que a mí me gusta llamar “joker”. Pero los partidos pueden también decidir mantener su tarjeta, con su identidad propia, para apoyar al candidato unitario.
Hay, lo sabemos, electores a quienes no les gustaría votar a través de una tarjeta de partido. Están en todo su derecho de sentir así. Pero también hay electores a quienes no les agrada hacerlo a través de una tarjeta que no sea de un partido político o movimiento electoral. Entonces, la solución salomónica es ofrecer ambas opciones.
¿Ello puede cambiar en el futuro? Sí, pues no sabemos aún qué decisiones será necesario tomar en función de jugadas que haga el gobierno, el TSJ y el CNE. Así las cosas, trabajemos y no nos angustiemos. Más ocupación y menos preocupación. Dejemos que el señor Chávez se angustie por nuestros progresos. Por su reacción, es evidente que el asunto lo puso a sudar frío.
Lo nuestro es una meta, con una o con varias tarjetas.
lunes, 1 de agosto de 2011
De la descentralización a la autonomía
Los procesos electorales son buenos momentos para proponer cambios. No sólo porque los ciudadanos, hartos de simplezas y lugares comunes, están ávidos de novedades y transformaciones, sino porque la natural reflexión y la mirada visionaria se imponen sobre la avasallante improvisación del día a día.
Dirán algunos que escribo desde mi condición de “provinciana”. Por mis venas no corre sino purita sangre zuliana y, a pesar que vivo en Caracas hace muchísimos años, sigo siendo tan del Zulia como el relámpago del Catatumbo, el plátano maduro con queso al desayuno y los huevos chimbos.
Si hay una gaita que busca justicia es aquella que canta "Maracaibo ha dado tanto que debiera tener carreteras a granel con morocotas de canto". Creo que lo mismo ocurre en los cuatro costados del territorio republicano, ese que cumplió ya 200 años de haberse declarado independiente, libre y soberana.
Sólo un gobierno tonto y torpe como el que tenemos (y padecemos) pudo tener la necia idea de revertir el proceso descentralizador, que tantos beneficios produjo a eso que con cierto desdén llaman los capitalinos "el interior del país". Hoy, muchos de los logros obtenidos a partir de tan sensata decisión como fue el descentralizar (que no sólo desconcentrar) la gestión pública padecen hambruna y mal de amores.
Pero el futuro no tiene por qué ser igual. Podemos cambiar. Cambiar, no para bien, sino para mucho mejor. Encuentro suficientes experiencias para nutrir un viaje supersónico hacia un federalismo que necesitamos, si queremos que nuestro país deje de ser una nación de gobierno nacional rico y sociedad pobre.
En España, las autonómicas han demostrado no sólo la factibilidad sino el triunfo. Son un caso de rotundo éxito. No somos para nada un país pequeñito y necesitamos que las provincias sean autónomas en gobierno, como lo son en saber. El presidente actual, a pesar de ser un provinciano, se opone con ferocidad a que cada región se dé su gobierno y que éste no sea una mera sucursal de Miraflores. Ha sido el sepulturero de la descentralización. Pero los precandidatos están en momento ideal para proponer el cambio. Que no se me diga que para hacerlo hay que reformar la Constitución. Este gobiermo se dio el lujo de cambiarla para perpetuar al señor Chávez, a un costo incalculable.
En 2012 no elegiremos apenas un nuevo presidente. Elegiremos una manera distinta, renovada y exitosa de hacer política, una política que favorezca a la sociedad, a la gente, a los ciudadanos. ¿Qué tal si en lugar de conformarnos con volver al punto en la descentralización al que habíamos llegado antes que salvajemente se la atacara y pusiera de rodillas, damos un salto olímpico y ponemos la mirada en la autonomía?
Si queremos, podemos. Yo por mi parte me monto en esa, hasta quedarme sin huellas en los deditos y sin saliva en la lengua.
Dirán algunos que escribo desde mi condición de “provinciana”. Por mis venas no corre sino purita sangre zuliana y, a pesar que vivo en Caracas hace muchísimos años, sigo siendo tan del Zulia como el relámpago del Catatumbo, el plátano maduro con queso al desayuno y los huevos chimbos.
Si hay una gaita que busca justicia es aquella que canta "Maracaibo ha dado tanto que debiera tener carreteras a granel con morocotas de canto". Creo que lo mismo ocurre en los cuatro costados del territorio republicano, ese que cumplió ya 200 años de haberse declarado independiente, libre y soberana.
Sólo un gobierno tonto y torpe como el que tenemos (y padecemos) pudo tener la necia idea de revertir el proceso descentralizador, que tantos beneficios produjo a eso que con cierto desdén llaman los capitalinos "el interior del país". Hoy, muchos de los logros obtenidos a partir de tan sensata decisión como fue el descentralizar (que no sólo desconcentrar) la gestión pública padecen hambruna y mal de amores.
Pero el futuro no tiene por qué ser igual. Podemos cambiar. Cambiar, no para bien, sino para mucho mejor. Encuentro suficientes experiencias para nutrir un viaje supersónico hacia un federalismo que necesitamos, si queremos que nuestro país deje de ser una nación de gobierno nacional rico y sociedad pobre.
En España, las autonómicas han demostrado no sólo la factibilidad sino el triunfo. Son un caso de rotundo éxito. No somos para nada un país pequeñito y necesitamos que las provincias sean autónomas en gobierno, como lo son en saber. El presidente actual, a pesar de ser un provinciano, se opone con ferocidad a que cada región se dé su gobierno y que éste no sea una mera sucursal de Miraflores. Ha sido el sepulturero de la descentralización. Pero los precandidatos están en momento ideal para proponer el cambio. Que no se me diga que para hacerlo hay que reformar la Constitución. Este gobiermo se dio el lujo de cambiarla para perpetuar al señor Chávez, a un costo incalculable.
En 2012 no elegiremos apenas un nuevo presidente. Elegiremos una manera distinta, renovada y exitosa de hacer política, una política que favorezca a la sociedad, a la gente, a los ciudadanos. ¿Qué tal si en lugar de conformarnos con volver al punto en la descentralización al que habíamos llegado antes que salvajemente se la atacara y pusiera de rodillas, damos un salto olímpico y ponemos la mirada en la autonomía?
Si queremos, podemos. Yo por mi parte me monto en esa, hasta quedarme sin huellas en los deditos y sin saliva en la lengua.
viernes, 29 de julio de 2011
Curar, sanar, librar
El pasado fin de semana comenzó con la noticia de un cruento atentado en el centro de Oslo, capital de Noruega. El asunto era tan dramático que uno no alcanzaba a entenderlo. Un carro bomba estallaba a plena luz del dìa en el edificio donde funcionan las oficinas del Primer Ministro noruego. Las escenas por televisión eran dantescas y traían dolorosos memorias de la masacre del 11 de septiembre en Nueva York, del asesinato colectivo cometido en la estación de Atocha en Madrid y también del ataque terrorista en Londres.
En Oslo, una ciudad que no conozco pero que sé se caracteriza por su seguridad ciudadana, la gente corría despavorida. Una gruesa capa de polvo cubría las calles del centro. Quienes salían de esa nube parecían fantasmas. Los primeros reportes daba cuenta de al menos nueve cuerpos que habían quedado totalmente despedazados. En Europa, todas las alarmas se encendieron. No era para menos.
Mientras aquello sucedía, en la televisión argentina (TodoNoticias) pasaban un acto conmorativo de un aniversario más del horrendo atentado terrorista en la AMNIA (un centro judío en la ciudad de Buenos Aires) en el que varias decenas de inocentes perdieron la vida por la obra de unos terroristas.
Dos horas más tarde, cuando aún los bomberos en Oslo luchaban contra el fuego en los edificios, mientras los equipos de rescate atendían a los heridos y en tanto no se sabía a ciencia cierta cuánta gente había muerto y cuánta estaba todavía atrapada entre los escombros, los medios anunciaron que en la isla de Utuya, también en Noruega, en donde se celebraba un campamento de verano de jóvenes social demócratas, un hombre portando armas de fuego y vestido con uniforme de policía abaleaba a los muchachos. No se sabía cuántos habían muerto. Uno de los jóvenes había conseguido esconderse y haciendo uso de un teléfono celular lograba comunicarse con un canal de televisión. Con voz temblorosa, explicaba que el hombre en cuestión disparaba contra aquellos que a nado trataban de escapar. Uso una frase que me impresionó; dijo que el hombre estaba "de cacería" y su presa deseada eran esos jóvenes.
Más adelante en la tarde, un grupo extremista islamista (supuesta célula de Al-Qaeda) reivindicaba la autoría del hecho. También corrían rumores con respecto a que los criminales podrían estar más bien vinculados a la masonería. Las autoridades se negaban a dar un dictamen. Todo el asunto resultaba muy confuso y, sabiamente, optaron por un precavido silencio.
Casi finalizada la tarde, un sospechoso fue aprehendido por los cuerpos de seguridad. Resultó ser un noruego, de poco más de treinta años, que pomposamente declaraba que los ataques eran obra suya, que lo había hecho para librar a su país de especies indeseables que lo ensuciaban. Se refería a los marxistas, a los musulmanes y a los inmigrantes a quienes tildó de "lacras malolientes". En su sonreída confesión, afirmaba que habìa más como él tanto en Noruega como en otras partes de Europa. Que vendrían más acciones. Dijo ser cristiano. La cruz ha servido de excusa a muchos desafueros en la historia de la Humanidad.
Para el fin de la jornada, se contabilizaban noventa y dos personas fallecidas y más de trescientos heridos. El lunes se corrigió la cifra de muertos pues en la confusión los cuerpos fueron mal contados. Finalmente el número bajó a setenta y seis (nueve en Oslo y sesenta y ocho en Utuya). Era seres humanos cuyo único pecado fue estar en esos lugares ese dìa a esas horas. El asesino no discriminó. Al día siguiente, la policía halló en la vivienda del individuo un grueso lote de explosivos. Es decir, el hombre tenía en mente más siniestros atentados.
Siempre hay que temer a los fanáticos, no importa dónde vivan, qué idelogía o credo digan profesar o qué insólita justificación esgriman para su pensamiento y acción. Poco o nada importa la etiqueta de "izquierda" o "derecha". Un fanático es un sociópata, un asesino inmoral y despiadado para quien la convivencia ciudadana, el derecho de los individuos y la vida carecen de todo valor. Está incluso dispuesto a poner en riesgo su propia vida (más bien ofrendarla), si con ello logra su propósito, cual no es otro que destruir, perjudicar, hacer daño. Un fanático es un ser despreciable y cobarde que se arroga el derecho a matar a cualquiera que no piense como él, lo cual es la antítesis de la civilidad. El noruego escribió un documento de más de mil páginas que, al decir de un psiquiatra que lo revisó, es el documento más tortuoso que podamos imaginar.
En Venezuela, sin darnos cuenta, vivimos sobre una bomba de tiempo. El gobierno actual ha invertido trece años, toneladas de esfuerzo y montañas de dinero en desatar en la población los más ruines sentimientos y las más pérfidas emociones. Con su verbo y su acción y con criminal irresponsabidad, este nefasto gobierno -liderado por un golpista autócrata- ha sembrado rencor y odio. Baste ver Venezolana de Televisión para entender hasta qué punto llega la promoción del odio. El resultado de esta campaña es desunión y violencia entre los venezolanos. Me refiero a la violencia que conocemos y a la que aún no ha estallado. ¿Cuántos sociópatas salvajes (como el noruego de los atentados en Oslo y Utuya) caminan libremente por las calles de nuestras ciudades pasando inadvertidos y están más que dispuestos a darle rienda suelta a sus más bajos instintos?
Chávez dejará de ser presidente. Falta poco. Meses apenas. La elección de un nuevo presidente está a la vuelta de la esquina. Pero este presidente dejará como terrible legado su siembra de perversidad y una cantidad incalculable de fanáticos, gente que tiene el pecado de la cólera anidado en el alma. Nos tocará lidiar con la consecuencia de esa mala hierba. Habremos todos de curar las heridas, sanar los dolores y librar las almas de los venezolanos de esa miserable inquina que esta revolución del odio impregnó en la piel social. Espero que seamos inteligentes y entendamos que, si compramos el odio que este gobierno ha predicado y patrocinado, estaremos firmando nuestra sentencia a un destino sangriento. Hagamos todo lo posible por evitar un titular que rece "La masacre ocurrió en Venezuela". Con la del 11 de abril tenemos más que suficiente.
Escribo desde la angustia. Acabo de terminar de ver la serie televisa "Los Kennedy". Si bien no veo posible un magnicidio como el perpetrado contra John F. Kennedy, veo sí la factibilidad de un asesinato como el de Robert Kennedy (Bobby), quien para el momento era candiadto presidencial con probablidad de ganar las elecciones. Me aterro de sólo pensarlo. Me presigno. No me queda de otra.
En Oslo, una ciudad que no conozco pero que sé se caracteriza por su seguridad ciudadana, la gente corría despavorida. Una gruesa capa de polvo cubría las calles del centro. Quienes salían de esa nube parecían fantasmas. Los primeros reportes daba cuenta de al menos nueve cuerpos que habían quedado totalmente despedazados. En Europa, todas las alarmas se encendieron. No era para menos.
Mientras aquello sucedía, en la televisión argentina (TodoNoticias) pasaban un acto conmorativo de un aniversario más del horrendo atentado terrorista en la AMNIA (un centro judío en la ciudad de Buenos Aires) en el que varias decenas de inocentes perdieron la vida por la obra de unos terroristas.
Dos horas más tarde, cuando aún los bomberos en Oslo luchaban contra el fuego en los edificios, mientras los equipos de rescate atendían a los heridos y en tanto no se sabía a ciencia cierta cuánta gente había muerto y cuánta estaba todavía atrapada entre los escombros, los medios anunciaron que en la isla de Utuya, también en Noruega, en donde se celebraba un campamento de verano de jóvenes social demócratas, un hombre portando armas de fuego y vestido con uniforme de policía abaleaba a los muchachos. No se sabía cuántos habían muerto. Uno de los jóvenes había conseguido esconderse y haciendo uso de un teléfono celular lograba comunicarse con un canal de televisión. Con voz temblorosa, explicaba que el hombre en cuestión disparaba contra aquellos que a nado trataban de escapar. Uso una frase que me impresionó; dijo que el hombre estaba "de cacería" y su presa deseada eran esos jóvenes.
Más adelante en la tarde, un grupo extremista islamista (supuesta célula de Al-Qaeda) reivindicaba la autoría del hecho. También corrían rumores con respecto a que los criminales podrían estar más bien vinculados a la masonería. Las autoridades se negaban a dar un dictamen. Todo el asunto resultaba muy confuso y, sabiamente, optaron por un precavido silencio.
Casi finalizada la tarde, un sospechoso fue aprehendido por los cuerpos de seguridad. Resultó ser un noruego, de poco más de treinta años, que pomposamente declaraba que los ataques eran obra suya, que lo había hecho para librar a su país de especies indeseables que lo ensuciaban. Se refería a los marxistas, a los musulmanes y a los inmigrantes a quienes tildó de "lacras malolientes". En su sonreída confesión, afirmaba que habìa más como él tanto en Noruega como en otras partes de Europa. Que vendrían más acciones. Dijo ser cristiano. La cruz ha servido de excusa a muchos desafueros en la historia de la Humanidad.
Para el fin de la jornada, se contabilizaban noventa y dos personas fallecidas y más de trescientos heridos. El lunes se corrigió la cifra de muertos pues en la confusión los cuerpos fueron mal contados. Finalmente el número bajó a setenta y seis (nueve en Oslo y sesenta y ocho en Utuya). Era seres humanos cuyo único pecado fue estar en esos lugares ese dìa a esas horas. El asesino no discriminó. Al día siguiente, la policía halló en la vivienda del individuo un grueso lote de explosivos. Es decir, el hombre tenía en mente más siniestros atentados.
Siempre hay que temer a los fanáticos, no importa dónde vivan, qué idelogía o credo digan profesar o qué insólita justificación esgriman para su pensamiento y acción. Poco o nada importa la etiqueta de "izquierda" o "derecha". Un fanático es un sociópata, un asesino inmoral y despiadado para quien la convivencia ciudadana, el derecho de los individuos y la vida carecen de todo valor. Está incluso dispuesto a poner en riesgo su propia vida (más bien ofrendarla), si con ello logra su propósito, cual no es otro que destruir, perjudicar, hacer daño. Un fanático es un ser despreciable y cobarde que se arroga el derecho a matar a cualquiera que no piense como él, lo cual es la antítesis de la civilidad. El noruego escribió un documento de más de mil páginas que, al decir de un psiquiatra que lo revisó, es el documento más tortuoso que podamos imaginar.
En Venezuela, sin darnos cuenta, vivimos sobre una bomba de tiempo. El gobierno actual ha invertido trece años, toneladas de esfuerzo y montañas de dinero en desatar en la población los más ruines sentimientos y las más pérfidas emociones. Con su verbo y su acción y con criminal irresponsabidad, este nefasto gobierno -liderado por un golpista autócrata- ha sembrado rencor y odio. Baste ver Venezolana de Televisión para entender hasta qué punto llega la promoción del odio. El resultado de esta campaña es desunión y violencia entre los venezolanos. Me refiero a la violencia que conocemos y a la que aún no ha estallado. ¿Cuántos sociópatas salvajes (como el noruego de los atentados en Oslo y Utuya) caminan libremente por las calles de nuestras ciudades pasando inadvertidos y están más que dispuestos a darle rienda suelta a sus más bajos instintos?
Chávez dejará de ser presidente. Falta poco. Meses apenas. La elección de un nuevo presidente está a la vuelta de la esquina. Pero este presidente dejará como terrible legado su siembra de perversidad y una cantidad incalculable de fanáticos, gente que tiene el pecado de la cólera anidado en el alma. Nos tocará lidiar con la consecuencia de esa mala hierba. Habremos todos de curar las heridas, sanar los dolores y librar las almas de los venezolanos de esa miserable inquina que esta revolución del odio impregnó en la piel social. Espero que seamos inteligentes y entendamos que, si compramos el odio que este gobierno ha predicado y patrocinado, estaremos firmando nuestra sentencia a un destino sangriento. Hagamos todo lo posible por evitar un titular que rece "La masacre ocurrió en Venezuela". Con la del 11 de abril tenemos más que suficiente.
Escribo desde la angustia. Acabo de terminar de ver la serie televisa "Los Kennedy". Si bien no veo posible un magnicidio como el perpetrado contra John F. Kennedy, veo sí la factibilidad de un asesinato como el de Robert Kennedy (Bobby), quien para el momento era candiadto presidencial con probablidad de ganar las elecciones. Me aterro de sólo pensarlo. Me presigno. No me queda de otra.
sábado, 23 de julio de 2011
El rincón de los cuentos
Ocuparnos de nuestros niños es la mejor inversión que podemos hacer. ¿Por qué? Para seguir adelante.
Doña Alicia, siguiendo la tradición de todas las primeras damas de la democracia venezolana, hizo un aporte singular a los pequeñitos de Venezuela. Ahí está, incólume, uno de los espacios más hermosos construidos en democracia y por gente con mentalidad democrática. Me refiero, claro está, al Museo de los Niños.
Cuando yo ejercía profesionalmente en el área corporativa, muchas fueron las horas que dediqué a fomentar programas diseñados para los locos bajitos de Venezuela, muy en particular los de escasos recursos. El camino me llevó a doña Alicia, a quien conocía como mamá de amigos de la infancia. Pero en esa oportunidad no era igual. Me acercaba a ella en un modo distinto. Pensé que debía tratarla con cierta distancia. Al fin y al cabo, no era cuestión de faltarle el respeto. Cuál no fue mi sorpresa cuando a quien encontré fue a una señora que no sólo me recordaba sino que conocía de mi trabajo.
Con doña Alicia hicimos un programa para los hijos de los obreros de varias empresas venezolanas y extranjeras con fábricas en nuestro territorio nacional. En menos de un año, contabilizamos más de 7 mil niños que visitaron ese espacio que estimula la creatividad a través de un proyecto que bautizamos como “Un museo para ti”. Doña Alicia estaba encantada. Todavía más lo estaban los gerentes de esas empresas a quienes yo les había presentado el programa “como una manera para que sus trabajadores sientan que a la empresa le importa mucho la familia y está dispuesta a invertir en ella”. Yo hacía énfasis en ello. La logística era complicada y ciertamente costosa. Pero todo esfuerzo valía la pena.
Ahora, Mireya Caldera, hija de doña Alicia, lidera el Museo de los Niños. Sí, adrede he usado el verbo “liderar”, pues un lugar mágico como ése requiere mucho liderazgo de la imaginación. Mireya trabaja con las uñas pero es un volcán de sentimientos. Por eso lo hace bien.
Recién se ha abierto en el museo El Rincón de los Cuentos. En su folleto promocional se puede leer: “Un lugar para despertar la fantasía a través de la lectura para poner en marcha la imaginación de los niños, motor de la creatividad”.
La democracia sobrevive a los embates del cretinismo de los autócratas. Pero hace falta que todos nos aboquemos a trabajar por ella. Y hacerlo por la vía de ocuparnos de nuestros niños es la mejor inversión que podemos hacer. ¿Por qué? Para seguir adelante.
Doña Alicia, siguiendo la tradición de todas las primeras damas de la democracia venezolana, hizo un aporte singular a los pequeñitos de Venezuela. Ahí está, incólume, uno de los espacios más hermosos construidos en democracia y por gente con mentalidad democrática. Me refiero, claro está, al Museo de los Niños.
Cuando yo ejercía profesionalmente en el área corporativa, muchas fueron las horas que dediqué a fomentar programas diseñados para los locos bajitos de Venezuela, muy en particular los de escasos recursos. El camino me llevó a doña Alicia, a quien conocía como mamá de amigos de la infancia. Pero en esa oportunidad no era igual. Me acercaba a ella en un modo distinto. Pensé que debía tratarla con cierta distancia. Al fin y al cabo, no era cuestión de faltarle el respeto. Cuál no fue mi sorpresa cuando a quien encontré fue a una señora que no sólo me recordaba sino que conocía de mi trabajo.
Con doña Alicia hicimos un programa para los hijos de los obreros de varias empresas venezolanas y extranjeras con fábricas en nuestro territorio nacional. En menos de un año, contabilizamos más de 7 mil niños que visitaron ese espacio que estimula la creatividad a través de un proyecto que bautizamos como “Un museo para ti”. Doña Alicia estaba encantada. Todavía más lo estaban los gerentes de esas empresas a quienes yo les había presentado el programa “como una manera para que sus trabajadores sientan que a la empresa le importa mucho la familia y está dispuesta a invertir en ella”. Yo hacía énfasis en ello. La logística era complicada y ciertamente costosa. Pero todo esfuerzo valía la pena.
Ahora, Mireya Caldera, hija de doña Alicia, lidera el Museo de los Niños. Sí, adrede he usado el verbo “liderar”, pues un lugar mágico como ése requiere mucho liderazgo de la imaginación. Mireya trabaja con las uñas pero es un volcán de sentimientos. Por eso lo hace bien.
Recién se ha abierto en el museo El Rincón de los Cuentos. En su folleto promocional se puede leer: “Un lugar para despertar la fantasía a través de la lectura para poner en marcha la imaginación de los niños, motor de la creatividad”.
La democracia sobrevive a los embates del cretinismo de los autócratas. Pero hace falta que todos nos aboquemos a trabajar por ella. Y hacerlo por la vía de ocuparnos de nuestros niños es la mejor inversión que podemos hacer. ¿Por qué? Para seguir adelante.
martes, 12 de julio de 2011
El infierno del insensible
Recibimos en fin lo que damos. No siempre. Pero digamos que en buena parte de nuestra vida recibimos a cambio la misma calidad de sentimientos que ofrecemos. Si somos ingratos, recibiremos la misma dosis de ese lamentable sentimiento.
El señor presidente está enfermo. Hay quienes se han angustiado por esa circunstancia y se han solidarizado con él. Otros, no lo neguemos, se han alegrado. Pero a una inmensa mayoría, ni le va ni le viene. A esa enorme cantidad de gente, la vida se les va en la búsqueda de soluciones para su crisis cotidiana. No hay tiempo ni energía para invertir en otra cosa que no sea lo propio, lo cercano. Eso no quiere decir en modo alguno que nos hemos convertido en un país carente de todo ánimo social. Sí significa que mientras aumenten los problemas básicos, poco o nada irá quedando para ocuparse del prójimo.
Cuando Noam Chomsky se pronunció con respecto a la situación de la juez Affiuni, alguien con dos dedos de frente ha debido correr a “aconsejarle” al presidente que tocaba abrir las compuertas a una solución digna. Chomsky no tiene nada que perder en esta contienda. Su prestigio existe y no será Chávez quien lo ponga en el asador. Claro, buscar una solución al asunto Affiuni, supone también darla a los temas “policías metropolitanos” y “Peña Esclusa”. ¿Y por qué tiene Chávez que ofrecer una salida a estos engorrosos asuntos? Simple, porque Chávez tiene cáncer. Y si alguien que tiene cáncer no se solidariza con quienes están viviendo la misma desgracia, entonces queda desvelado que es un egoísta. Y eso es políticamente incorrecto, yo diría que intolerable. Tan elemental como que ello resulta inaceptable en alguien que presume de liderazgo de masas y de capacidad para la comprensión.
El reloj está haciendo tic-tac. Si Chávez no hace algo contundente pronto, caerá en lo que llamamos “el infierno del insensible”, que es ese espacio un tanto subido de temperatura, donde van a chamuscarse los desprovistos de alma política y de conciencia. El cáncer es curable, si se diagnostica y atiende a tiempo. No debe ni puede el presidente comportarse como un salvaje medieval, porque eso es imperdonable ya en los tiempos que vivimos. Un mandatario insensible es un pecador y, además, un delincuente, pues las normas internacionales lo obligan al respeto a los derechos humanos.
Pero el costo internacional en términos legales no es lo único que habrá de sufragar el presidente si sigue dejando pasar el tiempo sin actuar. Pagará, además, el costo que le impondrá una sociedad que pondrá por delante la condición del buen cristiano. En un país como el nuestro, donde el cristianismo en sus diversas vertientes es la religión mayoritaria, no se acepta que quien tiene poder para colocarse en la posición del comprensivo no lo haga. La gente dirá (y ya dice) que Chávez tiene el poder para “mandar” a que los presos políticos que padecen cáncer sean atendidos como Dios manda. Y que si no lo hace es porque no quiere.
Si yo fuera Chávez, me cuidaría bien de la evaluación de Chomsky y de la sentencia popular. Hará mal en sumar a su tragedia personal del cáncer el caminar con tanta prisa hacia el infierno del insensible.
El señor presidente está enfermo. Hay quienes se han angustiado por esa circunstancia y se han solidarizado con él. Otros, no lo neguemos, se han alegrado. Pero a una inmensa mayoría, ni le va ni le viene. A esa enorme cantidad de gente, la vida se les va en la búsqueda de soluciones para su crisis cotidiana. No hay tiempo ni energía para invertir en otra cosa que no sea lo propio, lo cercano. Eso no quiere decir en modo alguno que nos hemos convertido en un país carente de todo ánimo social. Sí significa que mientras aumenten los problemas básicos, poco o nada irá quedando para ocuparse del prójimo.
Cuando Noam Chomsky se pronunció con respecto a la situación de la juez Affiuni, alguien con dos dedos de frente ha debido correr a “aconsejarle” al presidente que tocaba abrir las compuertas a una solución digna. Chomsky no tiene nada que perder en esta contienda. Su prestigio existe y no será Chávez quien lo ponga en el asador. Claro, buscar una solución al asunto Affiuni, supone también darla a los temas “policías metropolitanos” y “Peña Esclusa”. ¿Y por qué tiene Chávez que ofrecer una salida a estos engorrosos asuntos? Simple, porque Chávez tiene cáncer. Y si alguien que tiene cáncer no se solidariza con quienes están viviendo la misma desgracia, entonces queda desvelado que es un egoísta. Y eso es políticamente incorrecto, yo diría que intolerable. Tan elemental como que ello resulta inaceptable en alguien que presume de liderazgo de masas y de capacidad para la comprensión.
El reloj está haciendo tic-tac. Si Chávez no hace algo contundente pronto, caerá en lo que llamamos “el infierno del insensible”, que es ese espacio un tanto subido de temperatura, donde van a chamuscarse los desprovistos de alma política y de conciencia. El cáncer es curable, si se diagnostica y atiende a tiempo. No debe ni puede el presidente comportarse como un salvaje medieval, porque eso es imperdonable ya en los tiempos que vivimos. Un mandatario insensible es un pecador y, además, un delincuente, pues las normas internacionales lo obligan al respeto a los derechos humanos.
Pero el costo internacional en términos legales no es lo único que habrá de sufragar el presidente si sigue dejando pasar el tiempo sin actuar. Pagará, además, el costo que le impondrá una sociedad que pondrá por delante la condición del buen cristiano. En un país como el nuestro, donde el cristianismo en sus diversas vertientes es la religión mayoritaria, no se acepta que quien tiene poder para colocarse en la posición del comprensivo no lo haga. La gente dirá (y ya dice) que Chávez tiene el poder para “mandar” a que los presos políticos que padecen cáncer sean atendidos como Dios manda. Y que si no lo hace es porque no quiere.
Si yo fuera Chávez, me cuidaría bien de la evaluación de Chomsky y de la sentencia popular. Hará mal en sumar a su tragedia personal del cáncer el caminar con tanta prisa hacia el infierno del insensible.
martes, 5 de julio de 2011
El mismo país
¡Qué nochecitas, colegas! Han sido de mucha peor turbulencia de lo que los ciudadanos han podido sentir. El pulseo entre comadrejas y sabandijas ha sido de pronóstico reservado, como lo es la enfermedad de Chávez. Las comadrejas no lograron vencer a las sabandijas. Estas llegaron hasta donde pudieron, no donde quisieron.
El hombre está de vuelta. El visitante más peso pesado en los actos de Los Próceres fue Mujica. El presidente oriental le lavó la cara al desastre mediático del equipo comandado por Izarra pero faltaba que también prestara su buen nombre y reputación a un desfile que prometía ser patético y grimoso, como todo últimamente en este país.
El comandante a su regreso, de madrugada, lejos de las luces que permiten diagnosticar verdades, pudo usar sus pocas energías no para las babosadas que dijo, sino, antes bien, para hablarle a los presos de El Rodeo y sus familiares y ofrecerles una solución pacífica. Pero nada, ni chuío sobre uno de los problemas más gordos que enfrenta la república, eso que ya en las calles llaman una “rebelión”. Los soldados desfilaban por la avenida de célebre recordación. Los pranes siguen mandando en la prisión convertida en reducto. ¿Será que de allí saldrá algo así como una declaración de independencia?
Llegamos al Bicentenario y no hubo por inaugurar sino unas gradas con techos tipo “country” para que la gente que asiente allí sus posaderas no agarre una quemazón y largue el cuero. Claro, diseñada por vaya uno a saber qué maestro de obras, la construcción poca o ninguna gracia hace a los monumentos de la zona de Los Ilustres. Otra bofetada para la Caracas que no encuentra presidente que la quiera.
En este país, el gobierno celebró poco y mal el Bicentenario. No hay una obra magna que bendecir, no hay una escultura a la que poner al calce la fecha, no hay ni tan siquiera una avenida nueva, un puente, una trocha. En su escasez intelectual, no se les ocurrió algo tan sencillo y elemental como la construcción de una Plaza Bicentenario en todas las poblaciones con más de 50 mil habitantes. O que en todas las poblaciones de tal tamaño se bautizase a una avenida con el nombre 5 de julio (la avenida más importante de la ciudad de Maracaibo lleve ese nombre desde que tengo memoria). Pudieron, por ejemplo, ordenar una placa alusiva a los doscientos años en todas las poblaciones de Venezuela con Plaza Bolívar. No se les ocurrió acuñar una moneda conmemorativa de curso legal (sólo hicieron una estampilla).
El Bicentenario pasa así sin pena ni gloria, lo cual me ofende. Porque yo formo parte de esos millones de venezolanos que creemos que la historia es importante. Si no sabemos de dónde venimos mal podemos saber a dónde vamos. Gracias a Dudamel, algún respirito pudimos darle al alma. Ningún mérito lleva el gobierno en eso.
La revolución es así, cacarea pero no pone los huevos. Lo dicho, el comandante regresó y encontró el mismo país, el mismo caótico y desastroso país. Y a él simplemente no puede importarle menos.
El hombre está de vuelta. El visitante más peso pesado en los actos de Los Próceres fue Mujica. El presidente oriental le lavó la cara al desastre mediático del equipo comandado por Izarra pero faltaba que también prestara su buen nombre y reputación a un desfile que prometía ser patético y grimoso, como todo últimamente en este país.
El comandante a su regreso, de madrugada, lejos de las luces que permiten diagnosticar verdades, pudo usar sus pocas energías no para las babosadas que dijo, sino, antes bien, para hablarle a los presos de El Rodeo y sus familiares y ofrecerles una solución pacífica. Pero nada, ni chuío sobre uno de los problemas más gordos que enfrenta la república, eso que ya en las calles llaman una “rebelión”. Los soldados desfilaban por la avenida de célebre recordación. Los pranes siguen mandando en la prisión convertida en reducto. ¿Será que de allí saldrá algo así como una declaración de independencia?
Llegamos al Bicentenario y no hubo por inaugurar sino unas gradas con techos tipo “country” para que la gente que asiente allí sus posaderas no agarre una quemazón y largue el cuero. Claro, diseñada por vaya uno a saber qué maestro de obras, la construcción poca o ninguna gracia hace a los monumentos de la zona de Los Ilustres. Otra bofetada para la Caracas que no encuentra presidente que la quiera.
En este país, el gobierno celebró poco y mal el Bicentenario. No hay una obra magna que bendecir, no hay una escultura a la que poner al calce la fecha, no hay ni tan siquiera una avenida nueva, un puente, una trocha. En su escasez intelectual, no se les ocurrió algo tan sencillo y elemental como la construcción de una Plaza Bicentenario en todas las poblaciones con más de 50 mil habitantes. O que en todas las poblaciones de tal tamaño se bautizase a una avenida con el nombre 5 de julio (la avenida más importante de la ciudad de Maracaibo lleve ese nombre desde que tengo memoria). Pudieron, por ejemplo, ordenar una placa alusiva a los doscientos años en todas las poblaciones de Venezuela con Plaza Bolívar. No se les ocurrió acuñar una moneda conmemorativa de curso legal (sólo hicieron una estampilla).
El Bicentenario pasa así sin pena ni gloria, lo cual me ofende. Porque yo formo parte de esos millones de venezolanos que creemos que la historia es importante. Si no sabemos de dónde venimos mal podemos saber a dónde vamos. Gracias a Dudamel, algún respirito pudimos darle al alma. Ningún mérito lleva el gobierno en eso.
La revolución es así, cacarea pero no pone los huevos. Lo dicho, el comandante regresó y encontró el mismo país, el mismo caótico y desastroso país. Y a él simplemente no puede importarle menos.
miércoles, 29 de junio de 2011
La incoherente lógica
Uno de mis amigos psiquiatras dijo una vez que en Venezuela nos habían roto la lógica. Recuerdo muy bien esa frase pues me resultó reveladora. Yo creo que es cierto. Pero creo que también se nos rompió la coherencia y con ello se produjo algo tan paradójico como eso con lo que titulo estas líneas: la incoherente lógica.
Este país es un perfecto y absoluto disparate, un desatino, en donde - como es de esperarse en un país de incoherente lógica - nos hemos ido habituando a que todo sea un contrasentido. Eso hace que lo que está mal no nos sorprenda y que sólo nos asombre lo poco que anda bien. Así, la pésima gestión de este gobierno es rutina y forma parte del paisaje y ponemos cara de impresión cuando escuchamos que Empresas Polar, a pesar de todos los langanazos que le ha dado “micomandantepresidente”, es una de las compañías más productivas, creativas y emprendedoras del hemisferio.
Los últimos días han sido todo un “shock”
Pasa mucho y no pasa nada, todo a una vez.
Pasa que lo de El Rodeo se transformó de película de horror en teatro del absurdo. Sólo nos faltaba la guinda del Satanás de “La Piedrita” fungiendo de mediador. Una cosa queda clarita: este gobierno no es ni tan siquiera capaz de controlar una cárcel. Pero es este mismo gobierno el que cacarea de su total control del país. Por favor, no me hagan reír.
Pasa que a los gremios y sindicatos, muchos de ellos apoyadores de este gobierno, están más calientes que plancha de chino porque no hay manera que en Miraflores entiendan que no se puede exhibir riqueza como lo hacen y sin embargo pretender que los trabajadores, a quienes este gobierno engañó con vileza, estén “pistoneando” cual carro con gasolina mala y se sacrifiquen, mientras ven a los caraduras boligarcas bebiendo güisqui de veintipico de años y viviendo mejor que pachás.
Pasa que el Contralor de la República murió (los cubanos decían que estaba “en franca recuperación”) y resulta que las fuerzas del chavismo tendrán que halar la bola pareja a la oposición para conseguir un acuerdo para sustituir al finado. Nunca tan pocos valieron y pesaron tanto.
Pasa también que por muchos días no ha estado Chávez y que los voceros del gobierno se han enredado más que kilo de estopa y han metido la pata hasta decir basta en cada declaración, lo cual pone de bulto que la tal hegemonía comunicacional, la tal estrategia, la tal genialidad en materia de opinión pública es, por decir lo menos, una ficción. Si yo fuera Chávez, no más llegandito a Caracas botaría a Izarra, quien no lo ha hecho peor porque no le ha sido físicamente posible. Ah, y regañaría con severidad al partido rojo rojito, pues es inadmisible que en su organización política (la de Chávez) ocurran esos pleitos de comadrejas contra sabandijas, mientras la oposición está fajada pateando la calle.
Pasa que Chávez faltó un bojote de días y en su ausencia el país siguió igualito, tan mal como estaba. La gente quiso saber sobre él (algunos con malsana curiosidad, otros con genuina preocupación y la mayoría por justificada necesidad de información) y lo único que obtuvo fue malas respuestas y peores chismes generados por el propio gobierno, lo que desató una ola de rumores que a quien más perjudica es... al gobierno.
¡Qué alguien me diga dónde!
Que Chávez dizque es brillante, estoy cansada de oírlo. Pero, ¿dónde está la inteligencia? ¡Qué alguien me diga dónde! Tan pronto supo que lo iban a operar, Chávez ha debido convocar un Consejo de Ministros en la Embajada de Venezuela en La Habana (que es suelo venezolano) con un solo punto en la agenda: ordenar la firma del nombramiento de un nuevo Vicepresidente que pudiese contar, no con el respeto de la cohorte de Chávez, sino más bien con la inquina de la totalidad de las facciones del chavismo. Así se arreglaba el lío. Claro, tenía que buscar un “notable” (de los cuales tuvo pocos y cada vez tiene menos). Me refiero a un hombre cuya designación en el cargo de Vicepresidente -y por ende posible Presidente Encargado- fuese tan “políticamente correcta”, que criticarlo costare a cualquiera, del “gobiernismo” o incluso de la oposición, un alto precio. Sorprende empero que un tipo como Chávez, que si bien no es inteligente es sí muy zamarro, no haya previsto una situación como la que vive y tenido una estrategia diseñada que poner en práctica sin intervención intelectual de terceros.
Chávez, de manera insólita, cayó en manos de los inútiles, con quienes uno no debe ni ir a misa porque se arrodillan cuando no toca. Y en realidad fue Mujica, el presidente de Uruguay, quien le lavó la cara al desastre comunicacional. Lo hizo como es y como hace las cosas Mujica, a la “quedita”, sin aspavientos ni gritos sino más bien con voz de papá comprensivo que pide paciencia para el muchacho alzao’ del barrio. Mujica es, a qué dudarlo, el más hábil gobernante en estos momentos en América Latina.
No conozco la realidad de la salud del presidente. No le deseo mal alguno, y menos una enfermedad tan terrible como el cáncer. Yo formo parte de los millones que queremos ganarle en las urnas y no con una urna. Pero me parece insólito que ese hombrón, ese macho con botas, ese ser con características mitológicas, resulte tan chiquitico frente a la verdadera adversidad. Creo que el señor está enfermo (ya sabemos que lo está y podemos presumir que es algo serio pues de otro modo no hay cómo explicar un Chávez con semejante actitud).
Yo creo, con el perdón de muchos, que hay mucho sabido pelando más que rodilla e' chivo. Chávez está mudo porque se aterrorizó. Tan simple como eso. Su silencio es la clásica reacción de alguien que se cree todopoderoso y que de buenas a primeras se enfrenta con que no, no es inmortal. Chávez se asustó. Y nadie ha hablado con él porque su reacción ha sido el enclaustramiento. ¿Lo justifico? No. ¿Lo entiendo? Sí. El pánico es libre y no existe pastillita de inmunidad contra él.
Ahora bien, incluso comprendiendo su status de ser humano, lo de su estado de salud, ha debido hacerse del dominio público en boca de un vocero especializado, un médico venezolano, alguien de intachable reputación y credibilidad a toda prueba. Sin esconder nada, sin taparear, pues además de lo serio que me parece todo el asunto (al fin y al cabo, es el Presidente de la República), Chávez debió metabolizar que ni él es Fidel ni Venezuela es Cuba, un país donde el totalitarismo hizo metástasis y se coló hasta en el más pequeño recodo. Chávez ha debido dirigirse a la Nación, ahora sí en cadena nacional, no para aclarar (“no aclares tanto que obscureces”) sino por la más elemental inteligencia política.
Creo, además y por si fuera poco, que esta pésima estrategia comunicacional mal servicio presta a los esfuerzos que se hacen en el país para que la gente entienda que buena parte de las enfermedades graves no tiene por qué derivar en terminales, que hay posibilidades de salvación, siempre y cuando las personas den cara a la situación con valentía y coraje. Conozco muchos supervivientes del cáncer. Todos lucharon con hidalguía y fortaleza para vencerlo. La pasaron horrible durante los tratamientos. Y están vivos porque, además de las curaciones, se plantaron, porque tuvieron miedo pero se enfrentaron a él, porque no aplicaron la teoría del avestruz. Si Chávez tiene alguna enfermedad severa, lo que ha hecho es un auténtico insulto para todas aquellas personas que en Venezuela han batallado y batallan contra el cáncer, las dolencias cardiológicas, la diabetes, el sida y tantos otros males.
Total, Chávez no está (o no estaba). Pero, si acaso no ha llegado para cuando se publiquen estas líneas, su regreso debe ser pronto. Encontró o encontrará el mismo país que dejó cuando se fue, con los mismos problemas, los mismos horrores, los mismos intensos sufrimientos. Su pésima gestión estará intacta. Es una paradoja gatopardiana: que todo cambie para que nada cambie.
A él no podrá importarle menos lo que los venezolanos pensemos. No le importaba antes de enfermar y menos le importará ahora.
La incoherencia tiene una lógica. Y la lógica admite incoherencia. Por eso se nos rompió la lógica. Y también la coherencia.
Este país es un perfecto y absoluto disparate, un desatino, en donde - como es de esperarse en un país de incoherente lógica - nos hemos ido habituando a que todo sea un contrasentido. Eso hace que lo que está mal no nos sorprenda y que sólo nos asombre lo poco que anda bien. Así, la pésima gestión de este gobierno es rutina y forma parte del paisaje y ponemos cara de impresión cuando escuchamos que Empresas Polar, a pesar de todos los langanazos que le ha dado “micomandantepresidente”, es una de las compañías más productivas, creativas y emprendedoras del hemisferio.
Los últimos días han sido todo un “shock”
Pasa mucho y no pasa nada, todo a una vez.
Pasa que lo de El Rodeo se transformó de película de horror en teatro del absurdo. Sólo nos faltaba la guinda del Satanás de “La Piedrita” fungiendo de mediador. Una cosa queda clarita: este gobierno no es ni tan siquiera capaz de controlar una cárcel. Pero es este mismo gobierno el que cacarea de su total control del país. Por favor, no me hagan reír.
Pasa que a los gremios y sindicatos, muchos de ellos apoyadores de este gobierno, están más calientes que plancha de chino porque no hay manera que en Miraflores entiendan que no se puede exhibir riqueza como lo hacen y sin embargo pretender que los trabajadores, a quienes este gobierno engañó con vileza, estén “pistoneando” cual carro con gasolina mala y se sacrifiquen, mientras ven a los caraduras boligarcas bebiendo güisqui de veintipico de años y viviendo mejor que pachás.
Pasa que el Contralor de la República murió (los cubanos decían que estaba “en franca recuperación”) y resulta que las fuerzas del chavismo tendrán que halar la bola pareja a la oposición para conseguir un acuerdo para sustituir al finado. Nunca tan pocos valieron y pesaron tanto.
Pasa también que por muchos días no ha estado Chávez y que los voceros del gobierno se han enredado más que kilo de estopa y han metido la pata hasta decir basta en cada declaración, lo cual pone de bulto que la tal hegemonía comunicacional, la tal estrategia, la tal genialidad en materia de opinión pública es, por decir lo menos, una ficción. Si yo fuera Chávez, no más llegandito a Caracas botaría a Izarra, quien no lo ha hecho peor porque no le ha sido físicamente posible. Ah, y regañaría con severidad al partido rojo rojito, pues es inadmisible que en su organización política (la de Chávez) ocurran esos pleitos de comadrejas contra sabandijas, mientras la oposición está fajada pateando la calle.
Pasa que Chávez faltó un bojote de días y en su ausencia el país siguió igualito, tan mal como estaba. La gente quiso saber sobre él (algunos con malsana curiosidad, otros con genuina preocupación y la mayoría por justificada necesidad de información) y lo único que obtuvo fue malas respuestas y peores chismes generados por el propio gobierno, lo que desató una ola de rumores que a quien más perjudica es... al gobierno.
¡Qué alguien me diga dónde!
Que Chávez dizque es brillante, estoy cansada de oírlo. Pero, ¿dónde está la inteligencia? ¡Qué alguien me diga dónde! Tan pronto supo que lo iban a operar, Chávez ha debido convocar un Consejo de Ministros en la Embajada de Venezuela en La Habana (que es suelo venezolano) con un solo punto en la agenda: ordenar la firma del nombramiento de un nuevo Vicepresidente que pudiese contar, no con el respeto de la cohorte de Chávez, sino más bien con la inquina de la totalidad de las facciones del chavismo. Así se arreglaba el lío. Claro, tenía que buscar un “notable” (de los cuales tuvo pocos y cada vez tiene menos). Me refiero a un hombre cuya designación en el cargo de Vicepresidente -y por ende posible Presidente Encargado- fuese tan “políticamente correcta”, que criticarlo costare a cualquiera, del “gobiernismo” o incluso de la oposición, un alto precio. Sorprende empero que un tipo como Chávez, que si bien no es inteligente es sí muy zamarro, no haya previsto una situación como la que vive y tenido una estrategia diseñada que poner en práctica sin intervención intelectual de terceros.
Chávez, de manera insólita, cayó en manos de los inútiles, con quienes uno no debe ni ir a misa porque se arrodillan cuando no toca. Y en realidad fue Mujica, el presidente de Uruguay, quien le lavó la cara al desastre comunicacional. Lo hizo como es y como hace las cosas Mujica, a la “quedita”, sin aspavientos ni gritos sino más bien con voz de papá comprensivo que pide paciencia para el muchacho alzao’ del barrio. Mujica es, a qué dudarlo, el más hábil gobernante en estos momentos en América Latina.
No conozco la realidad de la salud del presidente. No le deseo mal alguno, y menos una enfermedad tan terrible como el cáncer. Yo formo parte de los millones que queremos ganarle en las urnas y no con una urna. Pero me parece insólito que ese hombrón, ese macho con botas, ese ser con características mitológicas, resulte tan chiquitico frente a la verdadera adversidad. Creo que el señor está enfermo (ya sabemos que lo está y podemos presumir que es algo serio pues de otro modo no hay cómo explicar un Chávez con semejante actitud).
Yo creo, con el perdón de muchos, que hay mucho sabido pelando más que rodilla e' chivo. Chávez está mudo porque se aterrorizó. Tan simple como eso. Su silencio es la clásica reacción de alguien que se cree todopoderoso y que de buenas a primeras se enfrenta con que no, no es inmortal. Chávez se asustó. Y nadie ha hablado con él porque su reacción ha sido el enclaustramiento. ¿Lo justifico? No. ¿Lo entiendo? Sí. El pánico es libre y no existe pastillita de inmunidad contra él.
Ahora bien, incluso comprendiendo su status de ser humano, lo de su estado de salud, ha debido hacerse del dominio público en boca de un vocero especializado, un médico venezolano, alguien de intachable reputación y credibilidad a toda prueba. Sin esconder nada, sin taparear, pues además de lo serio que me parece todo el asunto (al fin y al cabo, es el Presidente de la República), Chávez debió metabolizar que ni él es Fidel ni Venezuela es Cuba, un país donde el totalitarismo hizo metástasis y se coló hasta en el más pequeño recodo. Chávez ha debido dirigirse a la Nación, ahora sí en cadena nacional, no para aclarar (“no aclares tanto que obscureces”) sino por la más elemental inteligencia política.
Creo, además y por si fuera poco, que esta pésima estrategia comunicacional mal servicio presta a los esfuerzos que se hacen en el país para que la gente entienda que buena parte de las enfermedades graves no tiene por qué derivar en terminales, que hay posibilidades de salvación, siempre y cuando las personas den cara a la situación con valentía y coraje. Conozco muchos supervivientes del cáncer. Todos lucharon con hidalguía y fortaleza para vencerlo. La pasaron horrible durante los tratamientos. Y están vivos porque, además de las curaciones, se plantaron, porque tuvieron miedo pero se enfrentaron a él, porque no aplicaron la teoría del avestruz. Si Chávez tiene alguna enfermedad severa, lo que ha hecho es un auténtico insulto para todas aquellas personas que en Venezuela han batallado y batallan contra el cáncer, las dolencias cardiológicas, la diabetes, el sida y tantos otros males.
Total, Chávez no está (o no estaba). Pero, si acaso no ha llegado para cuando se publiquen estas líneas, su regreso debe ser pronto. Encontró o encontrará el mismo país que dejó cuando se fue, con los mismos problemas, los mismos horrores, los mismos intensos sufrimientos. Su pésima gestión estará intacta. Es una paradoja gatopardiana: que todo cambie para que nada cambie.
A él no podrá importarle menos lo que los venezolanos pensemos. No le importaba antes de enfermar y menos le importará ahora.
La incoherencia tiene una lógica. Y la lógica admite incoherencia. Por eso se nos rompió la lógica. Y también la coherencia.
miércoles, 22 de junio de 2011
La protesta no será transmitida
A las dos y media de la tarde del sábado, Maritza, madre de unos de los “privados de libertad” del Rodeo, vomitaba en una esquina sin parar. No sabía qué era peor, si el gas del bueno o el pasar de los días sin saber si su hijo estaba vivo o ya tenía oficio de difunto.
“Privados de libertad” es el eufemismo con el que la revolución llama a los presos. Y no sé cuál otra palabreja necia usan para denominar a las cárceles. Total, el idioma se usa para disfrazar. Para intentar maquillar una realidad monstruosa.
Por estos días se armó la de Dios es Cristo en las adyacencias de una penitenciaría en Andalucía. La protesta se debía al retraso en la instalación del sistema de aire acondicionado en el establecimiento. Sí, así ocurre en los países donde el ser humano es considerado eso, un ser humano.
Aquí, para vergüenza propia y ajena, las cárceles son pozos sépticos en donde se pudren las almas y los cuerpos de culpables e inocentes, de jóvenes y viejos, de procesados y penados. Estoy harta de escuchar frases hechas como “las cárceles son la universidad del delito”. Si los sabidos tanto saben, ¿qué hacen sin hacer algo?
Jamás he pasado un día de mi vida presa. Y ruego no tener que vivir esa experiencia nunca. Pero me pregunto: si yo tuviera que vivir en esas condiciones, ¿sería yo un buen ser humano? ¿Encontraría yo la forma de aislar mi espíritu de la inmundicia? ¿Me sería posible sobrevivir? Creo que todos tenemos un lobo salvaje por dentro. En las condiciones propicias, ese lobo nos tomará por su cuenta y nos inducirá a hacer cualquier bajeza, incluso eso que hoy nos parece impensable.
El Estado, por Constitución y por ley, tiene el monopolio del sistema de administración de justicia. Cuando el Estado no cumple su papel, cuando es irresponsable, negligente y desidioso, comete no sólo delito sino pecado.
Es responsabilidad de los medios de comunicación y de los periodistas informar a los ciudadanos. ¿Cómo hacerlo veraz y oportunamente cuando el gobierno nacional impide que se obtenga la verdad en su totalidad y taparea lo que está ocurriendo en ese infierno que es El Rodeo? Claro, el Gobierno pretende que los medios no cubran lo que sucede en las adyacencias, pretende que no se transmitan declaraciones de los familiares, pretende que el asunto simplemente no se transmita. Si no está en los medios, no existe. Por eso hay que quitarle la inmunidad parlamentaria a William Ojeda, por eso hay que sacarlo de la comisión, por eso hay que silenciarlo. Con Julio Borges no se van a meter, no sólo porque le tienen pavor a su fortaleza y reputación, sino porque al no hacerlo pretenden generar crisis en la fuerzas de la Unidad.
No sé ustedes, pero una de las palabras que más recientemente he aprendido es “pran”. No existe en el DRAE. Pregunto y nadie me sabe decir de dónde deriva el vocablo. Pero quiere decir algo así como “jefe de una mafia”. Sí, mafias. Estructuradísimas mafias controlan las cáceles en Venezuela. En esos espacios no hay Constitución que valga. Impera la ley de la selva. Ahí pasa de todo. Hay corrupción, delito, tráfico y consumo de drogas, violaciones y prostitución, tráfico de armas, trata de seres humanos y todas las putrefacciones imaginables. Los fulanos “pranes” hacen y deshacen. Tienen todo el poder.
Lo más grave está en que no sé ve solución por los contornos. El Gobierno sólo sabe entrar en las cárceles con guardias nacionales vestidos de “robocops” o de “tortugas ninja” quienes salvajemente entran a punta de balas, olvidando que en buena parte es culpa de la Guardia Nacional lo que ocurre en los penales, pues la custodia externa la tiene ese componente. Y ahora el niño de Miraflores inventa un nuevo ministerio, como si con ello se arreglara el desmadre.
Maritza tiene 45 años y parece de 90. Está destruida. No sabe si tiene que llorar a su hijo preso o si ya se lo mataron. Ella tampoco tiene derechos humanos. Ella para el Gobierno Nacional es poco menos que una cucaracha. Para el Gobierno de Chávez, preso no es gente y familiar tampoco.
Un mínimo de dignidad haría que los altos niveles del Ministerio del Interior, de la Fiscalía, de la Guardia Nacional y del Tribunal Supremo de Justicia pusieran sus cargos a la orden. Un mínimo de inteligencia y sensatez haría que el Presidente de la República les exigiera la renuncia. Pero ni lo uno ni lo otro va a pasar.
Y los “pranes” seguirán mandando en esos espacios. Allí, como en tantos otros lugares, no hay gobierno. Aquí lo que hay es un ejército de ocupación.
“Privados de libertad” es el eufemismo con el que la revolución llama a los presos. Y no sé cuál otra palabreja necia usan para denominar a las cárceles. Total, el idioma se usa para disfrazar. Para intentar maquillar una realidad monstruosa.
Por estos días se armó la de Dios es Cristo en las adyacencias de una penitenciaría en Andalucía. La protesta se debía al retraso en la instalación del sistema de aire acondicionado en el establecimiento. Sí, así ocurre en los países donde el ser humano es considerado eso, un ser humano.
Aquí, para vergüenza propia y ajena, las cárceles son pozos sépticos en donde se pudren las almas y los cuerpos de culpables e inocentes, de jóvenes y viejos, de procesados y penados. Estoy harta de escuchar frases hechas como “las cárceles son la universidad del delito”. Si los sabidos tanto saben, ¿qué hacen sin hacer algo?
Jamás he pasado un día de mi vida presa. Y ruego no tener que vivir esa experiencia nunca. Pero me pregunto: si yo tuviera que vivir en esas condiciones, ¿sería yo un buen ser humano? ¿Encontraría yo la forma de aislar mi espíritu de la inmundicia? ¿Me sería posible sobrevivir? Creo que todos tenemos un lobo salvaje por dentro. En las condiciones propicias, ese lobo nos tomará por su cuenta y nos inducirá a hacer cualquier bajeza, incluso eso que hoy nos parece impensable.
El Estado, por Constitución y por ley, tiene el monopolio del sistema de administración de justicia. Cuando el Estado no cumple su papel, cuando es irresponsable, negligente y desidioso, comete no sólo delito sino pecado.
Es responsabilidad de los medios de comunicación y de los periodistas informar a los ciudadanos. ¿Cómo hacerlo veraz y oportunamente cuando el gobierno nacional impide que se obtenga la verdad en su totalidad y taparea lo que está ocurriendo en ese infierno que es El Rodeo? Claro, el Gobierno pretende que los medios no cubran lo que sucede en las adyacencias, pretende que no se transmitan declaraciones de los familiares, pretende que el asunto simplemente no se transmita. Si no está en los medios, no existe. Por eso hay que quitarle la inmunidad parlamentaria a William Ojeda, por eso hay que sacarlo de la comisión, por eso hay que silenciarlo. Con Julio Borges no se van a meter, no sólo porque le tienen pavor a su fortaleza y reputación, sino porque al no hacerlo pretenden generar crisis en la fuerzas de la Unidad.
No sé ustedes, pero una de las palabras que más recientemente he aprendido es “pran”. No existe en el DRAE. Pregunto y nadie me sabe decir de dónde deriva el vocablo. Pero quiere decir algo así como “jefe de una mafia”. Sí, mafias. Estructuradísimas mafias controlan las cáceles en Venezuela. En esos espacios no hay Constitución que valga. Impera la ley de la selva. Ahí pasa de todo. Hay corrupción, delito, tráfico y consumo de drogas, violaciones y prostitución, tráfico de armas, trata de seres humanos y todas las putrefacciones imaginables. Los fulanos “pranes” hacen y deshacen. Tienen todo el poder.
Lo más grave está en que no sé ve solución por los contornos. El Gobierno sólo sabe entrar en las cárceles con guardias nacionales vestidos de “robocops” o de “tortugas ninja” quienes salvajemente entran a punta de balas, olvidando que en buena parte es culpa de la Guardia Nacional lo que ocurre en los penales, pues la custodia externa la tiene ese componente. Y ahora el niño de Miraflores inventa un nuevo ministerio, como si con ello se arreglara el desmadre.
Maritza tiene 45 años y parece de 90. Está destruida. No sabe si tiene que llorar a su hijo preso o si ya se lo mataron. Ella tampoco tiene derechos humanos. Ella para el Gobierno Nacional es poco menos que una cucaracha. Para el Gobierno de Chávez, preso no es gente y familiar tampoco.
Un mínimo de dignidad haría que los altos niveles del Ministerio del Interior, de la Fiscalía, de la Guardia Nacional y del Tribunal Supremo de Justicia pusieran sus cargos a la orden. Un mínimo de inteligencia y sensatez haría que el Presidente de la República les exigiera la renuncia. Pero ni lo uno ni lo otro va a pasar.
Y los “pranes” seguirán mandando en esos espacios. Allí, como en tantos otros lugares, no hay gobierno. Aquí lo que hay es un ejército de ocupación.
martes, 21 de junio de 2011
Oscurana para rato
“En la oscuridad sólo prospera la delincuencias y las malas costumbres”, sentenciaba en tono severo mi padre. Tenía razón. La oscuridad permite que los malandros hagan de las suyas, que los salvajes den rienda suelta a sus más bajos instintos.
Pero los anuncios del ministro Rodríguez Araque van mucho más allá de la frase de mi padre. Resulta, pasa y acontece que no es posible para ningún país lograr siquiera un mediano progreso si no cuenta con energía. El comercio se asfixia, las industrias paran sus máquinas, los servicios se detienen, los centros educativos dejan de funcionar, los hospitales y clínicas no pueden atender a los pacientes. Y así una larguísima y dolorosa lista de consecuencias. Para decirlo en palabras llanas, la crisis eléctrica que padecemos en Venezuela es una declaratoria de caos. Que al ministro Rodríguez Araque no se le mueva un pelo al hacer sus declaraciones pone el asunto peor de lo que ya de suyo es. Porque queda evidenciado que al gobierno nacional, representado en este caso por el citado ministro, le importa un comino el perjuicio que su indolencia y negligencia cause a los habitantes de esta tierra caída en desgracia. Lo que está ocurriendo, esta entropía ya indescifrable, no es culpa de una iguana, o de las lluvias, o del fenómeno del niño. La culpa es sí del niño, del niño de Miraflores, un niño por cierto irresponsable e irrelevante.
En Venezuela nadie desperdicia energía. Y si es cierto que el boom petrolero de estos años produjo expansión del consumo, cualquiera con dos dedos de frente ha debido preverlo y actuar en consecuencia. Pero no. Prefirieron no hacer absolutamente nada. No hubo ni mantenimiento de la red ni creación de mayores fuentes de energía.
Los platos rotos, por supuesto, los pagamos los ciudadanos. Los pagamos en bolívares y en improductividad. Los pagamos en inseguridad y en desastre. Entretanto, el ministro sonríe burlonamente y se echa aire. No habla, cantinflea. Compren velas, que ahora hay oscurana para rato.
Pero los anuncios del ministro Rodríguez Araque van mucho más allá de la frase de mi padre. Resulta, pasa y acontece que no es posible para ningún país lograr siquiera un mediano progreso si no cuenta con energía. El comercio se asfixia, las industrias paran sus máquinas, los servicios se detienen, los centros educativos dejan de funcionar, los hospitales y clínicas no pueden atender a los pacientes. Y así una larguísima y dolorosa lista de consecuencias. Para decirlo en palabras llanas, la crisis eléctrica que padecemos en Venezuela es una declaratoria de caos. Que al ministro Rodríguez Araque no se le mueva un pelo al hacer sus declaraciones pone el asunto peor de lo que ya de suyo es. Porque queda evidenciado que al gobierno nacional, representado en este caso por el citado ministro, le importa un comino el perjuicio que su indolencia y negligencia cause a los habitantes de esta tierra caída en desgracia. Lo que está ocurriendo, esta entropía ya indescifrable, no es culpa de una iguana, o de las lluvias, o del fenómeno del niño. La culpa es sí del niño, del niño de Miraflores, un niño por cierto irresponsable e irrelevante.
En Venezuela nadie desperdicia energía. Y si es cierto que el boom petrolero de estos años produjo expansión del consumo, cualquiera con dos dedos de frente ha debido preverlo y actuar en consecuencia. Pero no. Prefirieron no hacer absolutamente nada. No hubo ni mantenimiento de la red ni creación de mayores fuentes de energía.
Los platos rotos, por supuesto, los pagamos los ciudadanos. Los pagamos en bolívares y en improductividad. Los pagamos en inseguridad y en desastre. Entretanto, el ministro sonríe burlonamente y se echa aire. No habla, cantinflea. Compren velas, que ahora hay oscurana para rato.
¿Y dónde está el presidente?
Yo creo que cualquiera puede enfermarse, incluso repentinamente. Por experiencia propia sé que es así. He sido operado de emergencia en cinco oportunidades. Por lo tanto, puede ser cierto que a “micomandantepresidente” le haya sobrevenido algo que requiera intervención quirúrgica de urgencia.
Reconozco que no sé bien qué es un “absceso pélvico”. Suena sí feo, y peligroso. Suena a masa purulenta en la parte baja de la panza, que si explota o se rompe puede causar una septicemia, a saber, una infección generalizada. Como yo pasé por una septicemia, sé lo que es eso. En esa ocasión estuve más de un mes hospitalizada y la recuperación tardó varios meses. Los dolores fueron intensos y perdí tanto peso que quedé hecha un huesito.
Pero si bien todos los seres humanos somos iguales, hay algunos que están en posiciones o cargos de relevancia. Eso hace que el sufrir un percance de salud afecte a un conglomerado. De allí que los suplentes son de suyo claves para que ese conglomerado no enfrente situaciones complicadas y también harto peligrosas. De allí que algunos abogados constitucionalistas hayan preguntado cómo es posible que “micomandantepresidente” sea presidente desde lejos y metido en un hospital, obviamente impedido de realizar todas sus funciones en plena capacidad.
Sin embargo, si de algo nos hemos dado cuenta todos los venezolanos durante estos días es de cómo da lo mismo. Sí, da lo mismo que el presidente sea Chávez o Jaua. El despelote, el caos, la incompetencia son igualitos con el uno o el otro.
¿El país está mejor con Chávez o con Jaua? La pregunta sólo tiene una respuesta: da lo mismo. Son cortados por la misma tijera y siguiendo el mismo patrón. Leños de un mismo árbol. Eso hace que esperar un comportamiento distinto no sea sino una “esperanza inútil”, como bien canta el bolero.
En este país hace rato que se nos escabulló eso que llaman “gobernabilidad”. La entropía se nos ha instalado por los cuatro costados, haciendo que la nación entera padezca un “estado de supervivencia”. No es cuestión de reales. Es asunto de buenos gobernantes y, más aún, de expertos en gestión pública. Y de esos no hay en este gobierno que pasará a la historia como el peor de nuestra tan desnutrida ya historia democrática. Aquí lo que hay en abundancia son populistas.
Hubo “luna negra” por estos días. La luna se obscureció. Así estamos nosotros, viendo sin mirar, oyendo si escuchar, oliendo sin olfatear. Si usáramos bien nuestros sentidos, en especial el sentido común, comprenderíamos de una vez por todas que un barco no se hunde por lo que hagan sus pasajeros. Lo hunden sus tripulantes, lo hunden su capitán y sus oficiales. Bien harán los pasajeros en percatarse en medio de la travesía que el capitán no los llevará a buen puerto. Harán bien en entender que en la próxima parada hay que cambiar al capitán y a sus oficiales.
¿Y dónde está el presidente? ¿Quién es el presidente? Da lo mismo.
Reconozco que no sé bien qué es un “absceso pélvico”. Suena sí feo, y peligroso. Suena a masa purulenta en la parte baja de la panza, que si explota o se rompe puede causar una septicemia, a saber, una infección generalizada. Como yo pasé por una septicemia, sé lo que es eso. En esa ocasión estuve más de un mes hospitalizada y la recuperación tardó varios meses. Los dolores fueron intensos y perdí tanto peso que quedé hecha un huesito.
Pero si bien todos los seres humanos somos iguales, hay algunos que están en posiciones o cargos de relevancia. Eso hace que el sufrir un percance de salud afecte a un conglomerado. De allí que los suplentes son de suyo claves para que ese conglomerado no enfrente situaciones complicadas y también harto peligrosas. De allí que algunos abogados constitucionalistas hayan preguntado cómo es posible que “micomandantepresidente” sea presidente desde lejos y metido en un hospital, obviamente impedido de realizar todas sus funciones en plena capacidad.
Sin embargo, si de algo nos hemos dado cuenta todos los venezolanos durante estos días es de cómo da lo mismo. Sí, da lo mismo que el presidente sea Chávez o Jaua. El despelote, el caos, la incompetencia son igualitos con el uno o el otro.
¿El país está mejor con Chávez o con Jaua? La pregunta sólo tiene una respuesta: da lo mismo. Son cortados por la misma tijera y siguiendo el mismo patrón. Leños de un mismo árbol. Eso hace que esperar un comportamiento distinto no sea sino una “esperanza inútil”, como bien canta el bolero.
En este país hace rato que se nos escabulló eso que llaman “gobernabilidad”. La entropía se nos ha instalado por los cuatro costados, haciendo que la nación entera padezca un “estado de supervivencia”. No es cuestión de reales. Es asunto de buenos gobernantes y, más aún, de expertos en gestión pública. Y de esos no hay en este gobierno que pasará a la historia como el peor de nuestra tan desnutrida ya historia democrática. Aquí lo que hay en abundancia son populistas.
Hubo “luna negra” por estos días. La luna se obscureció. Así estamos nosotros, viendo sin mirar, oyendo si escuchar, oliendo sin olfatear. Si usáramos bien nuestros sentidos, en especial el sentido común, comprenderíamos de una vez por todas que un barco no se hunde por lo que hagan sus pasajeros. Lo hunden sus tripulantes, lo hunden su capitán y sus oficiales. Bien harán los pasajeros en percatarse en medio de la travesía que el capitán no los llevará a buen puerto. Harán bien en entender que en la próxima parada hay que cambiar al capitán y a sus oficiales.
¿Y dónde está el presidente? ¿Quién es el presidente? Da lo mismo.
Se habla español
Si algo me place día tras día es tener como lengua materna al idioma español. Es hermoso, vibrante, amplio. Sencillo, que no simple. Riguroso, que no inflexible. Es variado, divertido, dinámico. Permite el decir, el intuir, el referir y, sobre todo, el comunicar. Es una de los mejores legados del encuentro de dos mundos.
Algunos datos sobre este maravilloso idioma pueden resultarnos interesantes y hasta sorprendentes: a la fecha es hablado por unos 437 millones de personas en todo el mundo; es la tercera lengua del mundo en hablantes (primero el chino mandarín con casi 1.000 millones y el inglés con 450). El español es lengua oficial hablada en 29 países. Según estimaciones de la UNESCO, por allá por mediados de este siglo un 25% de la población de Estados Unidos hablará español; de hecho, hoy es la lengua materna de casi el 15% de los habitantes de ese país. Pero hay más. Se calcula que unos 100 millones de personas hablan español como segunda lengua. Es tan importante este idioma nuestro que en Estados Unidos y Canadá el español es la lengua extranjera más estudiada. En cuanto a Internet, los hispanohablantes representamos un total cercano a los 81,7 millones de usuarios (aproximadamente el 7,5% de los usuarios de Internet de todo el mundo), lo cual nos convierte en la cuarta comunidad de Internet, luego del inglés, el japonés y el chino.
El español es una de las lenguas más importantes hoy y crecerá en relevancia con el correr de los años. Hay predicciones sensatas que establecen que para 2050 habrá más de 530 millones de hispanohablantes.
Es uno de los idiomas más fáciles de aprender: se habla como se escribe. Es lo que se llama concordancia fonética. Junto al inglés, el francés y dos idiomas más que en este momento no me vienen a la memoria, es uno de los idiomas oficiales de la UE y de la ONU. Por supuesto, es una obviedad escribir que es lengua oficial en la OEA. Es el idioma de la CAN, del Mercosur y de todas las organizaciones existentes en las Américas. Lo es también de un número creciente de empresas internacionales. Paséense ustedes por lo que ello supone en términos de globalización.
Gracias a grandes escritores, ha sido y sigue siendo el idioma del amor y el desamor, de la tristeza y la alegría, de la felicidad y la amargura, del acuerdo y la protesta. En español hacemos el amor, nos pelamos y, más importante aún, nos reconciliamos.
Algunos datos sobre este maravilloso idioma pueden resultarnos interesantes y hasta sorprendentes: a la fecha es hablado por unos 437 millones de personas en todo el mundo; es la tercera lengua del mundo en hablantes (primero el chino mandarín con casi 1.000 millones y el inglés con 450). El español es lengua oficial hablada en 29 países. Según estimaciones de la UNESCO, por allá por mediados de este siglo un 25% de la población de Estados Unidos hablará español; de hecho, hoy es la lengua materna de casi el 15% de los habitantes de ese país. Pero hay más. Se calcula que unos 100 millones de personas hablan español como segunda lengua. Es tan importante este idioma nuestro que en Estados Unidos y Canadá el español es la lengua extranjera más estudiada. En cuanto a Internet, los hispanohablantes representamos un total cercano a los 81,7 millones de usuarios (aproximadamente el 7,5% de los usuarios de Internet de todo el mundo), lo cual nos convierte en la cuarta comunidad de Internet, luego del inglés, el japonés y el chino.
El español es una de las lenguas más importantes hoy y crecerá en relevancia con el correr de los años. Hay predicciones sensatas que establecen que para 2050 habrá más de 530 millones de hispanohablantes.
Es uno de los idiomas más fáciles de aprender: se habla como se escribe. Es lo que se llama concordancia fonética. Junto al inglés, el francés y dos idiomas más que en este momento no me vienen a la memoria, es uno de los idiomas oficiales de la UE y de la ONU. Por supuesto, es una obviedad escribir que es lengua oficial en la OEA. Es el idioma de la CAN, del Mercosur y de todas las organizaciones existentes en las Américas. Lo es también de un número creciente de empresas internacionales. Paséense ustedes por lo que ello supone en términos de globalización.
Gracias a grandes escritores, ha sido y sigue siendo el idioma del amor y el desamor, de la tristeza y la alegría, de la felicidad y la amargura, del acuerdo y la protesta. En español hacemos el amor, nos pelamos y, más importante aún, nos reconciliamos.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Con la cruz en el pecho
La cruz en el pecho y el diablo en el hecho. Que es tanto como llorar con un ojo y reír con el otro. Así dicen las abuelas al referirse a alguien que mucho cacarea de ser bueno cuando en la realidad no hace sino perjudicar. Así ocurre con “micomandantepresidente”. Mucho predicar, mucho santiguarse pero de su dicho al hecho hay un enorme trecho. A él nadie le dijo que obras son amores y no buenas razones. Nadie le explicó que es malo ser candil de la calle y oscuridad de la casa. Nadie le enseñó que perro que come manteca mete la lengua en tapara.
Total, total, lleva más de doce años allí, apoltronado en la casa de Misia Jacinta, más enredado que kilo de estopa y más perdido que enano en procesión. Entretanto, a los venezolanos la vida se nos puso más fea que pelea de machetes. Por mucho que tratemos, ya no sabemos cómo redondear la arepa. Y mientras tanto, “micomandantepresidente” no entiende que al tigre lo respetan por las uñas y no por el rugido. Y se la pasa dizque haciendo favores por doquier, sin comprender que favor no es favor si va con condición.
Pero a “micomandantepresidente” la cuerda se le va convirtiendo en guaral usao’. Y ya ni porque se pinte más que guacamaya en fiesta logra disimular que la cosa para 2012 se le está poniendo color de hormiga amazónica en celo. Que ya el pueblo piensa que bueno es cilantro, pero no tanto. Y siente que tanta habladera es más fastidiosa que partida de dominó por radio. Sabe que a cada cochino le llega su sábado. Todo cae por su propio peso.
“Micomandantepresidente” dice y repite que no tiene miedo, porque él se cree águila y aguila no caza moscas. Que él es el jefe y jefe es jefe manque tenga cochochos. Pero es bien sabido que quien tiene más saliva traga más fósforo y que zamuro come bailando.
Claro que en este merequetén mucha gente piensa que “micomandantepresidente” tiene más puntas que mecate de cerdas y que algo pérfido se va a sacar de debajo de la manga para asegurarse el triunfo. Muchos dicen que “micomandantepresidente” es más peligroso que barbero con hipo. Bendito sea Dios, el niño es llorón y la madre que lo pellizca. Bolserías de esas que van del moño a la zapatilla abundan. El no es ni la décima parte de lo poderoso que la gente cree que es. Por fortuna, cada día eso es más obvio. Tnato va el agua al cántaro hasta que se rompe.
Ya “micomandantepresidente” no mete miedo ni que esté prendío en candela. Que ya el pueblo se dio cuenta que en chiva que pare tres uno mama y los otros dos ven. Nos contaremos en 2012, pues. A trabajar, entonces, que para luego es tarde. Que morrocoy no sube palo ni cachicamo se afeita. ¿El candidato? ¿Quién será? Pues al que le calce el guante que se lo plante.
Total, total, lleva más de doce años allí, apoltronado en la casa de Misia Jacinta, más enredado que kilo de estopa y más perdido que enano en procesión. Entretanto, a los venezolanos la vida se nos puso más fea que pelea de machetes. Por mucho que tratemos, ya no sabemos cómo redondear la arepa. Y mientras tanto, “micomandantepresidente” no entiende que al tigre lo respetan por las uñas y no por el rugido. Y se la pasa dizque haciendo favores por doquier, sin comprender que favor no es favor si va con condición.
Pero a “micomandantepresidente” la cuerda se le va convirtiendo en guaral usao’. Y ya ni porque se pinte más que guacamaya en fiesta logra disimular que la cosa para 2012 se le está poniendo color de hormiga amazónica en celo. Que ya el pueblo piensa que bueno es cilantro, pero no tanto. Y siente que tanta habladera es más fastidiosa que partida de dominó por radio. Sabe que a cada cochino le llega su sábado. Todo cae por su propio peso.
“Micomandantepresidente” dice y repite que no tiene miedo, porque él se cree águila y aguila no caza moscas. Que él es el jefe y jefe es jefe manque tenga cochochos. Pero es bien sabido que quien tiene más saliva traga más fósforo y que zamuro come bailando.
Claro que en este merequetén mucha gente piensa que “micomandantepresidente” tiene más puntas que mecate de cerdas y que algo pérfido se va a sacar de debajo de la manga para asegurarse el triunfo. Muchos dicen que “micomandantepresidente” es más peligroso que barbero con hipo. Bendito sea Dios, el niño es llorón y la madre que lo pellizca. Bolserías de esas que van del moño a la zapatilla abundan. El no es ni la décima parte de lo poderoso que la gente cree que es. Por fortuna, cada día eso es más obvio. Tnato va el agua al cántaro hasta que se rompe.
Ya “micomandantepresidente” no mete miedo ni que esté prendío en candela. Que ya el pueblo se dio cuenta que en chiva que pare tres uno mama y los otros dos ven. Nos contaremos en 2012, pues. A trabajar, entonces, que para luego es tarde. Que morrocoy no sube palo ni cachicamo se afeita. ¿El candidato? ¿Quién será? Pues al que le calce el guante que se lo plante.
El ocaso del payaso
No sé si será por la crisis de las cientos de miles de viviendas que este gobierno inútil no ha construido. O por la constante y justificada protesta de la gente a quienes se les prometió techo digno y se han quedado como pajarito en rama. O acaso porque ya no hay lugar donde uno no escuche el tema de las expropiaciones que más bien son asaltos, en algunos casos literalmente a mano armada.. Pero es el caso que me ha dado por pensar en la construcción. Raro. Nada sé de cemento, ni de cabillas, ni de albañilería, ni de adobes, ni de tejas, ni de columnas o paredes. Soy, o he sido hasta ahora, una consumidora recurrente de habitaciones construidas por otros.
Pero, en fin, volvamos al tema de estas líneas. Este gobierno está siendo realmente hábil en la construcción. Sí, lo digo en serio: este gobierno se ha lucido como ningún otro en la construcción de escombros. No me refiero a derruir lo que ya existía y que haya sobrevivido a tormentas y vendavales. Tampoco me refiero a construcciones a medias, con huecos para las ventanas pero sin ventanas, paredes sin friso y techos que simplemente no están. Quiero decir que está construyendo un país en escombros, donde habiten viudas y huérfanos. Es una sofisticación de la transitoriedad, para llegar a la institución del ñangarismo. Tiene que obviar las etapas intermedias. Ser “eficiente, capacitado, competente” en el acto de destrucción de una nación, al punto de dejarla hecho añicos. En eso, en pulverizar todo, se le han ido más de 12 años a este gobierno que ya huele a rancio pasado.
A este paso, para el 2013 toda Venezuela será un gigantesco patio de escombros. Es como si nos hubieran caído las siete plagas bíblicas. Nada quedará en pie. Ni tan siquiera un pedacitico. Ni una ñinguita, pues. Menos, claro está, lo que los poderosos, esos poquitos que se han beneficiado de esta locura se guardan para su uso, disfrute y usufructo. Porque eso sí lo cuidan. En lo de ellos, nada de escombros, nada de destrucción. Puro lujo.
Cuando Venezuela sea toda ella un escombro – y estamos ya próximos a ello - entonces, quedará patente la necesidad de una revolución, la verdadera revolución, que será bautizada con un nombre: algo así como “La Constructora”. A Bolívar lo dejarán en paz, por algunos años, y pasaremos a rendirle culto a, por ejemplo, los fundadores del Colegio de Ingenieros de Venezuela. Culto, sí, porque este país necesita héroes. Siempre necesita héroes. Sin ellos, se sentiría extraviado.
Los humanistas la pasaremos peluda y negra. Cualquiera que no domine las reglas de la construcción será considerado “prescindible”. Un estorbo, pues. Los arquitectos pasarán a estar de moda, porque los ingenieros, grandes tutores del proceso, líderes indiscutibles de la “Revolución Constructora”, requerirán de sus servicios para que embellezcan las obras. Los bardos se concentrarán en textos brevísimos para las placas de inauguración. A Dios gracias, no habrá discursos, ni cadenas compulsivas de medios, ni demás cursiambres de ese tenor. La Revolución Constructora no gastará el tiempo en retórica; mucho hará y poco hablará, no requerirá de campañas publicitarias ni de templetes.
El asunto, créanme, no está lejos. Está, como quien dice, “a la vuelta de la esquina”. Y a ella sólo llegaremos por un camino, el de la Unidad. Las dudas se van disipando, el panorama se va aclarando. Y sí, aunque alguno no lo crean, ya ha dado comienzo el ocaso del payaso.
Pero, en fin, volvamos al tema de estas líneas. Este gobierno está siendo realmente hábil en la construcción. Sí, lo digo en serio: este gobierno se ha lucido como ningún otro en la construcción de escombros. No me refiero a derruir lo que ya existía y que haya sobrevivido a tormentas y vendavales. Tampoco me refiero a construcciones a medias, con huecos para las ventanas pero sin ventanas, paredes sin friso y techos que simplemente no están. Quiero decir que está construyendo un país en escombros, donde habiten viudas y huérfanos. Es una sofisticación de la transitoriedad, para llegar a la institución del ñangarismo. Tiene que obviar las etapas intermedias. Ser “eficiente, capacitado, competente” en el acto de destrucción de una nación, al punto de dejarla hecho añicos. En eso, en pulverizar todo, se le han ido más de 12 años a este gobierno que ya huele a rancio pasado.
A este paso, para el 2013 toda Venezuela será un gigantesco patio de escombros. Es como si nos hubieran caído las siete plagas bíblicas. Nada quedará en pie. Ni tan siquiera un pedacitico. Ni una ñinguita, pues. Menos, claro está, lo que los poderosos, esos poquitos que se han beneficiado de esta locura se guardan para su uso, disfrute y usufructo. Porque eso sí lo cuidan. En lo de ellos, nada de escombros, nada de destrucción. Puro lujo.
Cuando Venezuela sea toda ella un escombro – y estamos ya próximos a ello - entonces, quedará patente la necesidad de una revolución, la verdadera revolución, que será bautizada con un nombre: algo así como “La Constructora”. A Bolívar lo dejarán en paz, por algunos años, y pasaremos a rendirle culto a, por ejemplo, los fundadores del Colegio de Ingenieros de Venezuela. Culto, sí, porque este país necesita héroes. Siempre necesita héroes. Sin ellos, se sentiría extraviado.
Los humanistas la pasaremos peluda y negra. Cualquiera que no domine las reglas de la construcción será considerado “prescindible”. Un estorbo, pues. Los arquitectos pasarán a estar de moda, porque los ingenieros, grandes tutores del proceso, líderes indiscutibles de la “Revolución Constructora”, requerirán de sus servicios para que embellezcan las obras. Los bardos se concentrarán en textos brevísimos para las placas de inauguración. A Dios gracias, no habrá discursos, ni cadenas compulsivas de medios, ni demás cursiambres de ese tenor. La Revolución Constructora no gastará el tiempo en retórica; mucho hará y poco hablará, no requerirá de campañas publicitarias ni de templetes.
El asunto, créanme, no está lejos. Está, como quien dice, “a la vuelta de la esquina”. Y a ella sólo llegaremos por un camino, el de la Unidad. Las dudas se van disipando, el panorama se va aclarando. Y sí, aunque alguno no lo crean, ya ha dado comienzo el ocaso del payaso.
miércoles, 18 de mayo de 2011
Caminotear el desarrollo
Ver a la gente en un afán que no es estéril. Bien saben que cada una de las horas que dediquen a trabajar producirá lo que tanto ansían: prosperidad. Ver que las escuelas públicas nada tienen que envidiar a las mejores escuelas privadas del país. Ver calles lavadas con agua y jabón todos los días y basura recogida con puntualidad cada 48 horas.
Buscar huecos en las calles y autopistas y no hallar ni un solo hoyo. Claro, las autopistas están concesionadas y los peajes no son baratos, pero están en notable estado, hay teléfonos de emergencia a lo largo de toda la vía y los usuarios cuentan con un nivel de seguridad ciudadana que les hace confiar que su tránsito ocurrirá de manera protegida.
Ver tierras áridas, donde la lluvia poco acaricia, convertidas en fuente de empleo y bonanza a partir de trabajar lo que esa tierra, tal como es, puede dar. Otear en el horizonte un jardín de molinos de viento, parques eólicos que producen el 20% de la energía necesaria. Ver un metro limpio, que huele a lavanda, con estaciones provistas de escaleras mecánicas y ascensores que funcionan y donde cualquier retraso o avería supone una petición pública de disculpas a los clientes, so pena de una protesta que no puede ser obviada por las autoridades.
Caminar por doquier sin sentir el miedo atroz al asalto o a perder la vida. Saber que ese policía que se acerca quiere ayudar, no asustar o cobrar vacuna. Notar que el empleo informal es escaso y que muchos de esos que alguna vez fueron buhoneros hallaron la senda de la prosperidad a partir de su conversión en emprendedores formales. Constatar que las quejas de la gente son escuchadas por los funcionarios públicos y respondidas con acciones, no con vanas promesas. Confirmar que los ciudadanos están convencidos que la democracia limpia y honesta es el mejor negocio, que la inclusión es el mejor negocio, que el respeto al estado de derecho es el mejor negocio. Presenciar el quehacer de una sociedad harto más poderosa que el estado y que éste sólo existe para servir a la gente y no servirse de ella.
No hablo de Dinamarca ni de Suiza. Me refiero al país de los vientos, del inmenso y bravío mar y las montañas erguidas, de los huertos convertidos en inmensas extensiones de plantíos, de las minas y los olivares, de la gente de piel tostada por el sol y arrugada por el viento y la risa de cascabeles. El país de Neruda y la Mistral, del Andrés Bello que procuró en esa tierra una segunda patria. El país que pasó de los errores a los horrores y luego recapituló y comprendió que la libertad sólo está en el paisaje de una sociedad próspera, con igualdad de oportunidades, generadora de bienestar social.
Uno de sus grandes logros es la libertad, esa libertad que es un cántico a esos millones de seres humanos que hoy son responsables ciudadanos y no siervos de un sistema estatal feudalista. Lo reconozco. Me dio envidia. Y rabia. Y dolor por mi patria. Y se me agrietó el alma. Y entonces pensé en el 2012. Y vi el futuro que está a la vuelta de la esquina, un futuro que hay que construir porque no ocurrirá por generación espontánea. Y se me pintó en el rostro una sonrisa de esperanza. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
Buscar huecos en las calles y autopistas y no hallar ni un solo hoyo. Claro, las autopistas están concesionadas y los peajes no son baratos, pero están en notable estado, hay teléfonos de emergencia a lo largo de toda la vía y los usuarios cuentan con un nivel de seguridad ciudadana que les hace confiar que su tránsito ocurrirá de manera protegida.
Ver tierras áridas, donde la lluvia poco acaricia, convertidas en fuente de empleo y bonanza a partir de trabajar lo que esa tierra, tal como es, puede dar. Otear en el horizonte un jardín de molinos de viento, parques eólicos que producen el 20% de la energía necesaria. Ver un metro limpio, que huele a lavanda, con estaciones provistas de escaleras mecánicas y ascensores que funcionan y donde cualquier retraso o avería supone una petición pública de disculpas a los clientes, so pena de una protesta que no puede ser obviada por las autoridades.
Caminar por doquier sin sentir el miedo atroz al asalto o a perder la vida. Saber que ese policía que se acerca quiere ayudar, no asustar o cobrar vacuna. Notar que el empleo informal es escaso y que muchos de esos que alguna vez fueron buhoneros hallaron la senda de la prosperidad a partir de su conversión en emprendedores formales. Constatar que las quejas de la gente son escuchadas por los funcionarios públicos y respondidas con acciones, no con vanas promesas. Confirmar que los ciudadanos están convencidos que la democracia limpia y honesta es el mejor negocio, que la inclusión es el mejor negocio, que el respeto al estado de derecho es el mejor negocio. Presenciar el quehacer de una sociedad harto más poderosa que el estado y que éste sólo existe para servir a la gente y no servirse de ella.
No hablo de Dinamarca ni de Suiza. Me refiero al país de los vientos, del inmenso y bravío mar y las montañas erguidas, de los huertos convertidos en inmensas extensiones de plantíos, de las minas y los olivares, de la gente de piel tostada por el sol y arrugada por el viento y la risa de cascabeles. El país de Neruda y la Mistral, del Andrés Bello que procuró en esa tierra una segunda patria. El país que pasó de los errores a los horrores y luego recapituló y comprendió que la libertad sólo está en el paisaje de una sociedad próspera, con igualdad de oportunidades, generadora de bienestar social.
Uno de sus grandes logros es la libertad, esa libertad que es un cántico a esos millones de seres humanos que hoy son responsables ciudadanos y no siervos de un sistema estatal feudalista. Lo reconozco. Me dio envidia. Y rabia. Y dolor por mi patria. Y se me agrietó el alma. Y entonces pensé en el 2012. Y vi el futuro que está a la vuelta de la esquina, un futuro que hay que construir porque no ocurrirá por generación espontánea. Y se me pintó en el rostro una sonrisa de esperanza. No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista.
martes, 12 de abril de 2011
Entre farellones
Eso de caminar en la cuerda floja y sin malla de seguridad está muy bien para un circo. Pero no para la política, que es cualquier cosa menos un espectáculo, aunque así lo crean montones de personas y, peor aún, decenas de esos que mientan “asesores”.
Lo que acaba de ocurrir en Perú es de llorar y no parar. Inaudito. Insólito. Patético. Al final, en una de las puntas de la cuerda foja está un pozo lleno de ponzoñosos alacranes. En la otra punta, una manada de lobos hambrientos. Ambos van a por la venganza.
Humala es un milico. Un alzado en armas. Un destructor de la democracia. La Fujimori es hija, beneficiaria y heredera del mayor cáncer antidemocrático que vivió la República del Perú en sus últimos años del siglo XX. Ambos son herejes y apóstatas de la democracia. La han pisoteado, mancillado y escupido.
A Humala le perdonaron legalmente semejante atropello delincuencial. A Keiko le aplaudieron no sólo el ser hija de un sinvergüenza convicto y confeso sino la aprovechadora sin límites de los horrores que hizo su padre.
No sabe el pueblo peruano el problemón en el que se ha metido. No aprendió nada en todos estos años. No sabe el gado de estupidez en el que navega. Pudo tener a Toledo, a Kuczynski, a Castañeda, tres políticos de esos que la historia llamará de “honor y gloria”. Pero los peruanos se lanzaron por el populismo baratón y ramplón, de ese que tiene mala letra y peor ortografía. Que poco importa que el uno presuma de izquierdas y la otra de derechas. Populismo es populismo, no importa de qué marca, color o coordenadas sea. Kuczynski, que se supone es un hombre serio, entra en crisis y mete la pata hasta el fondo. No tuvo mejor idea que, al admitir su derrota en la primera vuelta, manifestar su apoyo a Fujimori. ¿No había alguien por ahí que le diera una buena dosis de Nervocalm a ese señor?
Y lo peor, ya el asunto no tiene remedio. La segunda vuelta será entre un felón y una gordita aprovechada, que hasta el pecado de abandonar a su madre cometió, cuyo primer gesto glorioso va a ser intentar indultar a esa dulce palomita que es su padre. ¡Qué tristeza! ¡Qué desgracia! Quiera Dios que los vientos de allá no soplen para acá. Ay, dulce Santa Rosa de Lima, ¿cómo fue que no protegiste a tus hijos?
Lo que acaba de ocurrir en Perú es de llorar y no parar. Inaudito. Insólito. Patético. Al final, en una de las puntas de la cuerda foja está un pozo lleno de ponzoñosos alacranes. En la otra punta, una manada de lobos hambrientos. Ambos van a por la venganza.
Humala es un milico. Un alzado en armas. Un destructor de la democracia. La Fujimori es hija, beneficiaria y heredera del mayor cáncer antidemocrático que vivió la República del Perú en sus últimos años del siglo XX. Ambos son herejes y apóstatas de la democracia. La han pisoteado, mancillado y escupido.
A Humala le perdonaron legalmente semejante atropello delincuencial. A Keiko le aplaudieron no sólo el ser hija de un sinvergüenza convicto y confeso sino la aprovechadora sin límites de los horrores que hizo su padre.
No sabe el pueblo peruano el problemón en el que se ha metido. No aprendió nada en todos estos años. No sabe el gado de estupidez en el que navega. Pudo tener a Toledo, a Kuczynski, a Castañeda, tres políticos de esos que la historia llamará de “honor y gloria”. Pero los peruanos se lanzaron por el populismo baratón y ramplón, de ese que tiene mala letra y peor ortografía. Que poco importa que el uno presuma de izquierdas y la otra de derechas. Populismo es populismo, no importa de qué marca, color o coordenadas sea. Kuczynski, que se supone es un hombre serio, entra en crisis y mete la pata hasta el fondo. No tuvo mejor idea que, al admitir su derrota en la primera vuelta, manifestar su apoyo a Fujimori. ¿No había alguien por ahí que le diera una buena dosis de Nervocalm a ese señor?
Y lo peor, ya el asunto no tiene remedio. La segunda vuelta será entre un felón y una gordita aprovechada, que hasta el pecado de abandonar a su madre cometió, cuyo primer gesto glorioso va a ser intentar indultar a esa dulce palomita que es su padre. ¡Qué tristeza! ¡Qué desgracia! Quiera Dios que los vientos de allá no soplen para acá. Ay, dulce Santa Rosa de Lima, ¿cómo fue que no protegiste a tus hijos?
sábado, 9 de abril de 2011
Los irrenunciables
La Constitución Nacional es la carta magna que rige a la república. No es roja rojita, ni azul azulita, ni amarilla amarillita. Es tricolor, como la bandera. La actual Constitución fue hecha en el peor momento, por constituyentes elegidos por el más nefasto sistema y parida a las carreras. De ella hay varias versiones y está plagada de errores de idioma. Pero está vigente y fue ratificada en aquel referéndum de 2008. Que no se nos olvide y que no se le olvide al gobierno que ese referéndum lo perdió.
La Constitución no es un jarrón chino. Pero a pesar de ser el documento más importante, a tal papel ornamental ha sido relegada. Día a día es magreada, sobre todo por quienes del tema constitucional saben y mucho, como es el caso del diputado Escarrá, que es el más claro exponente de la frase de Bolívar: “El talento sin probidad es un azote”.
Por estos días, la oposición argentina produjo un documento que me parece importante compartir con mis lectores. Es una declaración de principios de quienes creen en la institucionalidad democrática republicana. No es una hoja escrita porque ese día no tenían los opositores nada relevante que aportar al portafolio histórico de su patria. Es un breve y nutritivo elemento para la discusión. Un punto de partida sobre los mínimos a los que los demócratas no debemos renunciar jamás Al leerlo, una siente que el documento nos calza como anillo al dedo. Este es el texto:
267 palabras bastaron para fijar una posición nítida.
La Constitución no es un jarrón chino. Pero a pesar de ser el documento más importante, a tal papel ornamental ha sido relegada. Día a día es magreada, sobre todo por quienes del tema constitucional saben y mucho, como es el caso del diputado Escarrá, que es el más claro exponente de la frase de Bolívar: “El talento sin probidad es un azote”.
Por estos días, la oposición argentina produjo un documento que me parece importante compartir con mis lectores. Es una declaración de principios de quienes creen en la institucionalidad democrática republicana. No es una hoja escrita porque ese día no tenían los opositores nada relevante que aportar al portafolio histórico de su patria. Es un breve y nutritivo elemento para la discusión. Un punto de partida sobre los mínimos a los que los demócratas no debemos renunciar jamás Al leerlo, una siente que el documento nos calza como anillo al dedo. Este es el texto:
“Los abajo firmantes Representantes de Bloques Parlamentarios y de ambas Cámaras y Candidatos presidenciales de fuerzas políticas diversas nos imponemos como deber cuidar la democracia. La libertad de expresión, la independencia del poder judicial y el efectivo cumplimiento de sus fallos se nos impone por encima de nuestros programas de gobierno, de nuestras coincidencias y de nuestras disidencias. Forma parte de un acuerdo pétreo, inamovible que debe respetarse gobierne quien gobierne la República. No son cuestiones opinables. La constitución, de acuerdo a su propia definición en el artículo 36, mantiene su imperio siempre. No hay fuerza, ni derecho evocado que pueda poner en duda la supremacía constitucional. La democracia debe ser cuidada y protegida de acciones de intolerancia, de persecuciones, de señalamientos, escraches o cualquier intento de discrecionalidad en el uso de los recursos que el mismo Estado posee. Los límites del Estado los define la constitución, no el poder gobernante. Debemos unir fuerzas diversas en un único eje: no aceptar en silencio la persecución, el uso indiscriminado del poder, o la utilización de organismos del Estado utilizados fuera de su finalidad. Los medios de comunicación, las empresas, los trabajadores, o cualquier ciudadano no deben ser penalizado por sus ideas o por el desarrollo de actividades licitas que el gobierno considera inconvenientes para sus intereses. Los abajo firmantes nos comprometemos a convivir en el respeto, la aceptación de la diferencia, la tolerancia democrática, la amistad cívica y el cumplimiento irrestricto de las garantías públicas y privadas que están expresadas en nuestra constitución nacional. Cuidar la democracia es el imperativo de esta hora y lo vamos a hacer.”
267 palabras bastaron para fijar una posición nítida.
Quizás, quizás, quizás…
Para mi muy satisfactoria sorpresa, los “precandidatos” que puntean en las encuestas no son eso que llaman “simpáticos y guachamarones”. Henrique Capriles Radonsky, el gobernador de Miranda, con quien me une una solida amistad de ya muchos años, es cualquier cosa menos dado a la lisonja y al coqueteo. Es extremadamente tímido y por cualquier frase o palabra más o menos afectuosa que una le diga se le suben los colores. Pablo Pérez, gobernador de Zulia, a quien conozco menos pero con quien me une ese indestructible lazo de la zulianidad del cuerpo y del alma, no es un dechado de simpatías. Es más bien un individuo que va directo al punto, que no gusta de desperdiciar tiempo en risitas y babosas besuqueaderas. Ambos son guapos y atractivos; nadie lo duda. Cuidan su salud y hacen deporte. Son ambos hombres ya no tan jóvenes: Henrique va para los 39 años y Pablo pisa ya los 42. Casi toda su vida profesional la han dedicado al ejercicio de la gestión pública y al cumplimiento de sus responsabilidades. Ambos saben trabajar en equipo, de lo cual puedo dar fe.
Que la popularidad de los políticos no aparezca ya como condición sine qua non a eso que equivocadamente llaman “carisma” (y que en realidad no es más que ser hipócritamente regalao’) me parece un avance, un salto cuántico casi sin precedentes en nuestra reciente historia política. Pero así como celebro eso, me angustia al punto de la úlcera que, según le leí a Luis Vicente León en artículo reciente, el populismo siga siendo una herramienta valiosa a la hora de ganar elecciones. Es decir, ¿no hemos aprendido nada?
Hay una enorme diferencia entre los políticos populistas y los políticos populares. Los políticos populistas son capaces, sin empacho alguno, de llegar a cualquier nivel de engaño, a cualquier falsa zalamería, a cualquier descarada promesa, con tal de convencer a los electores de ofrecerles su apoyo. Los políticos populares, por el contrario, son los que basan su estrategia y táctica electoral, no en mentir y en prometerle al pueblo lo que el pueblo quiere, sino en convencer al pueblo de desear lo que le conviene para progresar. Hay una enorme diferencia entre unos y otros. Para los políticos populares, que son gente seria y no adictos al poder, hacer promesas falsas es no sólo un delito sino también un pecado. Su ética y su moral no les permiten hacer en el populismo. En cambio, para los políticos populistas, tal como lo es ese señor apoltronado hoy en Miraflores, “el fin justifica los medios”. Y eso, no importa cuánto y cómo pretendan vendérmelo, es inmoral.
Quizás en estas próximas elecciones, y me refiero tanto a las primarias como a las nacionales, aprendamos como pueblo y nos graduemos de ciudadanos, dejando al fin de ser meros habitantes. Los funcionarios públicos no son dueños de este país; tampoco empleados o siervos. Son servidores públicos. Quizás en estos procesos electorales que se avecinan entendamos de una vez por todas que hay que elegir un presidente, un gobernador, un alcalde, un legislador para gobernar, no para ser la estrella de un multimillonario show televisivo. Quizás por fin nos caiga la locha y comprendamos que por elegir mal nos hemos quedado a la saga del progreso y desarrollo planetario y hemisférico. Que hemos pasado de ser un país en vías de desarrollo a una nación cuartomundista. Quizás logremos entender que hay que cambiar el populista “por ahora” por el progresista “hasta cuándo”. Quizás, quizás, quizás…
Que la popularidad de los políticos no aparezca ya como condición sine qua non a eso que equivocadamente llaman “carisma” (y que en realidad no es más que ser hipócritamente regalao’) me parece un avance, un salto cuántico casi sin precedentes en nuestra reciente historia política. Pero así como celebro eso, me angustia al punto de la úlcera que, según le leí a Luis Vicente León en artículo reciente, el populismo siga siendo una herramienta valiosa a la hora de ganar elecciones. Es decir, ¿no hemos aprendido nada?
Hay una enorme diferencia entre los políticos populistas y los políticos populares. Los políticos populistas son capaces, sin empacho alguno, de llegar a cualquier nivel de engaño, a cualquier falsa zalamería, a cualquier descarada promesa, con tal de convencer a los electores de ofrecerles su apoyo. Los políticos populares, por el contrario, son los que basan su estrategia y táctica electoral, no en mentir y en prometerle al pueblo lo que el pueblo quiere, sino en convencer al pueblo de desear lo que le conviene para progresar. Hay una enorme diferencia entre unos y otros. Para los políticos populares, que son gente seria y no adictos al poder, hacer promesas falsas es no sólo un delito sino también un pecado. Su ética y su moral no les permiten hacer en el populismo. En cambio, para los políticos populistas, tal como lo es ese señor apoltronado hoy en Miraflores, “el fin justifica los medios”. Y eso, no importa cuánto y cómo pretendan vendérmelo, es inmoral.
Quizás en estas próximas elecciones, y me refiero tanto a las primarias como a las nacionales, aprendamos como pueblo y nos graduemos de ciudadanos, dejando al fin de ser meros habitantes. Los funcionarios públicos no son dueños de este país; tampoco empleados o siervos. Son servidores públicos. Quizás en estos procesos electorales que se avecinan entendamos de una vez por todas que hay que elegir un presidente, un gobernador, un alcalde, un legislador para gobernar, no para ser la estrella de un multimillonario show televisivo. Quizás por fin nos caiga la locha y comprendamos que por elegir mal nos hemos quedado a la saga del progreso y desarrollo planetario y hemisférico. Que hemos pasado de ser un país en vías de desarrollo a una nación cuartomundista. Quizás logremos entender que hay que cambiar el populista “por ahora” por el progresista “hasta cuándo”. Quizás, quizás, quizás…
jueves, 24 de marzo de 2011
No se apagó su estrella
Unos ojos únicos, rasgados, del color de las violetas, con mirada ensoñadora. Una voz a veces suave y a ratos airada. Un modelo de feminidad. Un constante hacer gala del buen gusto, incluso en el uso de la extravagancia que en otras hubiera sido simplemente vulgar. Una mujer indisimulable. Alguna vez leí que los perfumes cambiaban al roce de su piel, que ella los transformaba en aliento de diosas.
Una carrera artística que ya quisieran algunas acumular. Una verdadera y auténtica diva, no sólo del celuloide, más bien de la vida. Una mujer perpetuamente enamorada del amor. Como debe ser. Siete matrimonios lo confirman. Entiendo a los muchos hombres que por ella perdieron la razón. ¿Cómo resistirse al embriagante sortilegio de semejante mujer?
Muchos la recordarán como yo, de pequeña, en Blue Velvet. Otros, quienes también como yo le siguieron los pasos, la evocarán como la temperamental Jo en la hasta hoy insuperable versión de Mujercitas. O imponente como la Cleopatra junto a Richard Burton, en cuyo rodaje nació el amor entre ellos. Una verdadera Fierecilla Domada en la versión cinematográfica de la obra de Shakespeare. Y ella, junto a Paul Newman en Un gato en el Tejado Caliente, la complicada obra de Tenessee Williamas que reflejaba la complejidad de aquellos años sesenta, cuando muchas cosas que se daban por hecho se hicieron trizas y la sociedad americana vivió una de sus mayores crisis. Pero para mí, nada como Quién le teme a Virginia Wolf. La vi decenas de veces y me tocó interpretar varias escenas en el teatro universitario, del que cobardemente huí porque en esas épocas las niñas bien no podían ser artistas, según argumentaban mis padres.
Pero Liz Taylor (o mejor dicho Elizabeth, como gustaba que la llamaran) no fue sólo una hermosa actriz, bella sin remiendos ni cirugías plásticas. Liz era el epítome del vivir con todo, con intensidad, con felicidad, con tristeza, con sufrimiento, con generosidad. Premio Principio de Asturias a la Concordia. Dedicación a la lucha contra el Sida/HIV, acaso por el dolor de ver a varios de sus caros amigos morir a causa de tan dolorosa enfermedad. Amiga íntima de Michael Jackson, por quien sintió una ternura que el mundo no es capaz de entender.
Muchos dirán que se apagó una estrella. Yo digo lo contrario. Ahora, cuando veamos el cielo en las noches, hallaremos una nueva estrella fulgurante, que parece recitarnos versos de amor. Esa estrella es Liz Taylor. Yo la lloró. No lo puedo evitar.
Una carrera artística que ya quisieran algunas acumular. Una verdadera y auténtica diva, no sólo del celuloide, más bien de la vida. Una mujer perpetuamente enamorada del amor. Como debe ser. Siete matrimonios lo confirman. Entiendo a los muchos hombres que por ella perdieron la razón. ¿Cómo resistirse al embriagante sortilegio de semejante mujer?
Muchos la recordarán como yo, de pequeña, en Blue Velvet. Otros, quienes también como yo le siguieron los pasos, la evocarán como la temperamental Jo en la hasta hoy insuperable versión de Mujercitas. O imponente como la Cleopatra junto a Richard Burton, en cuyo rodaje nació el amor entre ellos. Una verdadera Fierecilla Domada en la versión cinematográfica de la obra de Shakespeare. Y ella, junto a Paul Newman en Un gato en el Tejado Caliente, la complicada obra de Tenessee Williamas que reflejaba la complejidad de aquellos años sesenta, cuando muchas cosas que se daban por hecho se hicieron trizas y la sociedad americana vivió una de sus mayores crisis. Pero para mí, nada como Quién le teme a Virginia Wolf. La vi decenas de veces y me tocó interpretar varias escenas en el teatro universitario, del que cobardemente huí porque en esas épocas las niñas bien no podían ser artistas, según argumentaban mis padres.
Pero Liz Taylor (o mejor dicho Elizabeth, como gustaba que la llamaran) no fue sólo una hermosa actriz, bella sin remiendos ni cirugías plásticas. Liz era el epítome del vivir con todo, con intensidad, con felicidad, con tristeza, con sufrimiento, con generosidad. Premio Principio de Asturias a la Concordia. Dedicación a la lucha contra el Sida/HIV, acaso por el dolor de ver a varios de sus caros amigos morir a causa de tan dolorosa enfermedad. Amiga íntima de Michael Jackson, por quien sintió una ternura que el mundo no es capaz de entender.
Muchos dirán que se apagó una estrella. Yo digo lo contrario. Ahora, cuando veamos el cielo en las noches, hallaremos una nueva estrella fulgurante, que parece recitarnos versos de amor. Esa estrella es Liz Taylor. Yo la lloró. No lo puedo evitar.
viernes, 18 de marzo de 2011
¿Irse para no volver?
Yo nací en Venezuela. Me crié aquí. Aquí me eduqué. Aquí vivo. Aquí trabajo. Aquí están enterrados mis padres, abuelos y demás ancestros. También aquí reposan los restos de mi adorado hermano Carlos, fallecido prematuramente hace ya veinte años. He recorrido este país de punta a punta. Sólo me falta conocer los estadoa Amazonas y Delta Amacuro. Aquí, en Venezuela, pretendo pasar el resto de mis días y aquí pretendo también que sean esparcidas mis cenizas una vez que pase a mejor vida.
¿A qué viene todo esto que el lector bien puede considerar “perorata personalista”? Me explico. Si algo debe preocuparnos y angustiarnos a los venezolanos, a todos, es el cada vez más creciente éxodo de coterráneos, especialmente de jóvenes, en su mayoría profesionales bien preparados que no encuentran en nuestra tierra un futuro productivo y que buscan en otras latitudes un porvenir prometedor. Eso, para que lo tengamos bien claro, es una verdadera tragedia. Porque la fuga de talentos es pérdida para el país. No critico a los que buscan otros horizontes donde desarrollar sus capacidades y talentos. Me encantaría hallar razones para disuadirlos pero no las encuentro. El país los espantó, los obligó a pensar en irse y a decidirse a hacerlo.
Cuando yo me gradué en la universidad, tres ofertas de empleo me esperaban, a cual mejor. Hoy los jóvenes se gradúan para estrellarse contra la realidad del desempleo. Venezuela pasó de ser país de oportunidades a nación camino al derretimiento. Cada día hay más empresas que bajan sus santamarías; cada día hay más expropiaciones que culminan en un estado que se las da de empresario aunque de gerenciar sepa lo que yo de química orgánica. Y eso es, que nadie me lo niegue, una tragedia. No creamos que nuestros jóvenes se van del país para pasar trabajo y penalidades en otras naciones. ¡Qué va! Resulta que sus talentos son codiciados. Los hay ingenieros de todas las especialidades, científicos, educadores, intelectuales, expertos en planificación, arquitectos, médicos, odontólogos, petroleros especializados, geólogos, capitanes de barcos y aviones, etc. Muchos de ellos están hoy trabajando en empresas de primer nivel, varias de ellas líderes en sus mercados. Otros han logrado ser emprendedores exitosos, haciendo cierto aquello de “nadie es profeta en su tierra”. Están países como Colombia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, España, Francia y pare usted de contar. Muchos, equivocadamente, tildan a nuestros muchachos de “traidores”. Es la acusación más insulsa que puede existir.
¿Son recuperables esos jóvenes? Sí, eso es posible. Pero para ello es indispensable que el país deje de ser la confluencia de desastres y pase a ser de nuevo un país de oportunidades. ¿Es eso posible con el gobierno actual? No. Porque este gobierno es simplemente un exterminador de futuro, un derrocador de ilusiones y esperanzas. Por eso las elecciones de 2012 son, más que importantes, cruciales. Dejemos entonces de verlas como un evento electoral más. Eso es una irresponsabilidad. En esas elecciones no sólo se elegirán presidente, gobernadores, alcaldes y legisladores regionales; se decidirá si los jóvenes venezolanos hoy en diáspora piensen en volver a su patria y en ella construir patria para las futuras generaciones.
¿A qué viene todo esto que el lector bien puede considerar “perorata personalista”? Me explico. Si algo debe preocuparnos y angustiarnos a los venezolanos, a todos, es el cada vez más creciente éxodo de coterráneos, especialmente de jóvenes, en su mayoría profesionales bien preparados que no encuentran en nuestra tierra un futuro productivo y que buscan en otras latitudes un porvenir prometedor. Eso, para que lo tengamos bien claro, es una verdadera tragedia. Porque la fuga de talentos es pérdida para el país. No critico a los que buscan otros horizontes donde desarrollar sus capacidades y talentos. Me encantaría hallar razones para disuadirlos pero no las encuentro. El país los espantó, los obligó a pensar en irse y a decidirse a hacerlo.
Cuando yo me gradué en la universidad, tres ofertas de empleo me esperaban, a cual mejor. Hoy los jóvenes se gradúan para estrellarse contra la realidad del desempleo. Venezuela pasó de ser país de oportunidades a nación camino al derretimiento. Cada día hay más empresas que bajan sus santamarías; cada día hay más expropiaciones que culminan en un estado que se las da de empresario aunque de gerenciar sepa lo que yo de química orgánica. Y eso es, que nadie me lo niegue, una tragedia. No creamos que nuestros jóvenes se van del país para pasar trabajo y penalidades en otras naciones. ¡Qué va! Resulta que sus talentos son codiciados. Los hay ingenieros de todas las especialidades, científicos, educadores, intelectuales, expertos en planificación, arquitectos, médicos, odontólogos, petroleros especializados, geólogos, capitanes de barcos y aviones, etc. Muchos de ellos están hoy trabajando en empresas de primer nivel, varias de ellas líderes en sus mercados. Otros han logrado ser emprendedores exitosos, haciendo cierto aquello de “nadie es profeta en su tierra”. Están países como Colombia, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, España, Francia y pare usted de contar. Muchos, equivocadamente, tildan a nuestros muchachos de “traidores”. Es la acusación más insulsa que puede existir.
¿Son recuperables esos jóvenes? Sí, eso es posible. Pero para ello es indispensable que el país deje de ser la confluencia de desastres y pase a ser de nuevo un país de oportunidades. ¿Es eso posible con el gobierno actual? No. Porque este gobierno es simplemente un exterminador de futuro, un derrocador de ilusiones y esperanzas. Por eso las elecciones de 2012 son, más que importantes, cruciales. Dejemos entonces de verlas como un evento electoral más. Eso es una irresponsabilidad. En esas elecciones no sólo se elegirán presidente, gobernadores, alcaldes y legisladores regionales; se decidirá si los jóvenes venezolanos hoy en diáspora piensen en volver a su patria y en ella construir patria para las futuras generaciones.
martes, 15 de marzo de 2011
El poder de la verdad
Mientras el país se nos cae a pedazos. Mientras la corrupción hace metástasis en todo el aparato estatal centralizado. Mientras los refugiados de las lluvias diciembre siguen hacinados y pasando el trabajo hereje en eso que es un eufemismo llamar “refugios”. Mientras cada invasión de finca se convierte en creación de desiertos y de casas muertas. Mientras el gobierno despilfarra los dineros públicos y genera cada día más caos. Mientras usted y yo tenemos que hacer milagros para ver cómo logramos pagar el mercado. Mientras los malandros andan libres y de su cuenta, matando gente y robando todo lo que se les antoja. Mientras todo y mucho más eso ocurre, el presidente Chávez usa preciados minutos de su show dominical para hablar de las operaciones de lolas. La escena parecía de “¿Dónde estás corazón?”.
“Micomandantepresidente” pudo, por ejemplo, dedicar esos minutos a motivar a las mujeres a hacerse chequeos periódicos para detectar a tiempo un cáncer u otras enfermedades femeninas. Peo no; a él le pareció más importante dictar cátedra sobre los efectos de una cirugía plástica para aumentar las lolas. ¡Válgame Dios! ¿Se puede ser más banal, frívolo, irrelevante e intrascendente?
Esto se tiene que acabar. Nunca debió comenzar, eso lo sabemos. Pero se tiene que acabar. Tiene que tener su punto final en las elecciones de 2012. Es una irresponsabilidad el que los electores permitamos que ese individuo, a punta de mentiras, trajines y manipulaciones emocionales, siga ganando elecciones. Entendamos de una vez por todas que a la gente hay que hablarle claro y raspao’. Nada de medias tintas. Hay que decirle las verdades, aunque duelan. Hay que decirle que el gobierno de ese señor es ineficiente, incapaz, ladrón, que cada bolívar que roban es plata que le quitan al pueblo. Hay que decirle que los ministros de la economía son una manga de incompetentes que no hacen sino destruir y generar la mayor inflación de todo el planeta. Hay que decirle que el Ministro ese de las tierras no es más que un guapetón de bíceps inflados que, pistola en el cinto, amenaza a los ganaderos y pretende arrebatarles sus tierras, convertidas en productivas con el honesto sudor del trabajo, so pena de ser lanzados a las calles sin compensación alguna. A los electores hay que decirles que toda esta novelucha de las expropiaciones urbanísticas no es más que un disfraz para ocultar la verdad, que no es otra que este gobierno no ha construido ni viviendas, ni grandes obras públicas, ni vialidad, ni parques, ni represas, ni plantas eléctricas. Nadita de nada.
Hay que decirle a los electores que les mintieron desde el principio, con vileza, con perversidad, con maluquería. Que les prometieron villas y castillos y sólo les dieron las boronitas que caían de sus boligarcas mesas de sátrapas sinvergüenzas. Si dulcificamos la cosa, si edulcoramos la situación, el encantador de emociones, este flautista de Hamelín versión tropicaloide, puede volver con sus lágrimas de cocodrilo y convencer otra vez a los electores. Nada es más poderoso que la verdad.
“Micomandantepresidente” pudo, por ejemplo, dedicar esos minutos a motivar a las mujeres a hacerse chequeos periódicos para detectar a tiempo un cáncer u otras enfermedades femeninas. Peo no; a él le pareció más importante dictar cátedra sobre los efectos de una cirugía plástica para aumentar las lolas. ¡Válgame Dios! ¿Se puede ser más banal, frívolo, irrelevante e intrascendente?
Esto se tiene que acabar. Nunca debió comenzar, eso lo sabemos. Pero se tiene que acabar. Tiene que tener su punto final en las elecciones de 2012. Es una irresponsabilidad el que los electores permitamos que ese individuo, a punta de mentiras, trajines y manipulaciones emocionales, siga ganando elecciones. Entendamos de una vez por todas que a la gente hay que hablarle claro y raspao’. Nada de medias tintas. Hay que decirle las verdades, aunque duelan. Hay que decirle que el gobierno de ese señor es ineficiente, incapaz, ladrón, que cada bolívar que roban es plata que le quitan al pueblo. Hay que decirle que los ministros de la economía son una manga de incompetentes que no hacen sino destruir y generar la mayor inflación de todo el planeta. Hay que decirle que el Ministro ese de las tierras no es más que un guapetón de bíceps inflados que, pistola en el cinto, amenaza a los ganaderos y pretende arrebatarles sus tierras, convertidas en productivas con el honesto sudor del trabajo, so pena de ser lanzados a las calles sin compensación alguna. A los electores hay que decirles que toda esta novelucha de las expropiaciones urbanísticas no es más que un disfraz para ocultar la verdad, que no es otra que este gobierno no ha construido ni viviendas, ni grandes obras públicas, ni vialidad, ni parques, ni represas, ni plantas eléctricas. Nadita de nada.
Hay que decirle a los electores que les mintieron desde el principio, con vileza, con perversidad, con maluquería. Que les prometieron villas y castillos y sólo les dieron las boronitas que caían de sus boligarcas mesas de sátrapas sinvergüenzas. Si dulcificamos la cosa, si edulcoramos la situación, el encantador de emociones, este flautista de Hamelín versión tropicaloide, puede volver con sus lágrimas de cocodrilo y convencer otra vez a los electores. Nada es más poderoso que la verdad.
El poder de la verdad
Mientras el país se nos cae a pedazos. Mientras la corrupción hace metástasis en todo el aparato estatal centralizado. Mientras los refugiados de las lluvias diciembre siguen hacinados y pasando el trabajo hereje en eso que es un eufemismo llamar “refugios”. Mientras cada invasión de finca se convierte en creación de desiertos y de casas muertas. Mientras el gobierno despilfarra los dineros públicos y genera cada día más caos. Mientras usted y yo tenemos que hacer milagros para ver cómo logramos pagar el mercado. Mientras los malandros andan libres y de su cuenta, matando gente y robando todo lo que se les antoja. Mientras todo y mucho más eso ocurre, el presidente Chávez usa preciados minutos de su show dominical para hablar de las operaciones de lolas. La escena parecía de “¿Dónde estás corazón?”.
“Micomandantepresidente” pudo, por ejemplo, dedicar esos minutos a motivar a las mujeres a hacerse chequeos periódicos para detectar a tiempo un cáncer u otras enfermedades femeninas. Peo no; a él le pareció más importante dictar cátedra sobre los efectos de una cirugía plástica para aumentar las lolas. ¡Válgame Dios! ¿Se puede ser más banal, frívolo, irrelevante e intrascendente?
Esto se tiene que acabar. Nunca debió comenzar, eso lo sabemos. Pero se tiene que acabar. Tiene que tener su punto final en las elecciones de 2012. Es una irresponsabilidad el que los electores permitamos que ese individuo, a punta de mentiras, trajines y manipulaciones emocionales, siga ganando elecciones. Entendamos de una vez por todas que a la gente hay que hablarle claro y raspao’. Nada de medias tintas. Hay que decirle las verdades, aunque duelan. Hay que decirle que el gobierno de ese señor es ineficiente, incapaz, ladrón, que cada bolívar que roban es plata que le quitan al pueblo. Hay que decirle que los ministros de la economía son una manga de incompetentes que no hacen sino destruir y generar la mayor inflación de todo el planeta. Hay que decirle que el Ministro ese de las tierras no es más que un guapetón de bíceps inflados que, pistola en el cinto, amenaza a los ganaderos y pretende arrebatarles sus tierras, convertidas en productivas con el honesto sudor del trabajo, so pena de ser lanzados a las calles sin compensación alguna. A los electores hay que decirles que toda esta novelucha de las expropiaciones urbanísticas no es más que un disfraz para ocultar la verdad, que no es otra que este gobierno no ha construido ni viviendas, ni grandes obras públicas, ni vialidad, ni parques, ni represas, ni plantas eléctricas. Nadita de nada.
Hay que decirle a los electores que les mintieron desde el principio, con vileza, con perversidad, con maluquería. Que les prometieron villas y castillos y sólo les dieron las boronitas que caían de sus boligarcas mesas de sátrapas sinvergüenzas. Si dulcificamos la cosa, si edulcoramos la situación, el encantador de emociones, este flautista de Hamelín versión tropicaloide, puede volver con sus lágrimas de cocodrilo y convencer otra vez a los electores. Nada es más poderoso que la verdad.
“Micomandantepresidente” pudo, por ejemplo, dedicar esos minutos a motivar a las mujeres a hacerse chequeos periódicos para detectar a tiempo un cáncer u otras enfermedades femeninas. Peo no; a él le pareció más importante dictar cátedra sobre los efectos de una cirugía plástica para aumentar las lolas. ¡Válgame Dios! ¿Se puede ser más banal, frívolo, irrelevante e intrascendente?
Esto se tiene que acabar. Nunca debió comenzar, eso lo sabemos. Pero se tiene que acabar. Tiene que tener su punto final en las elecciones de 2012. Es una irresponsabilidad el que los electores permitamos que ese individuo, a punta de mentiras, trajines y manipulaciones emocionales, siga ganando elecciones. Entendamos de una vez por todas que a la gente hay que hablarle claro y raspao’. Nada de medias tintas. Hay que decirle las verdades, aunque duelan. Hay que decirle que el gobierno de ese señor es ineficiente, incapaz, ladrón, que cada bolívar que roban es plata que le quitan al pueblo. Hay que decirle que los ministros de la economía son una manga de incompetentes que no hacen sino destruir y generar la mayor inflación de todo el planeta. Hay que decirle que el Ministro ese de las tierras no es más que un guapetón de bíceps inflados que, pistola en el cinto, amenaza a los ganaderos y pretende arrebatarles sus tierras, convertidas en productivas con el honesto sudor del trabajo, so pena de ser lanzados a las calles sin compensación alguna. A los electores hay que decirles que toda esta novelucha de las expropiaciones urbanísticas no es más que un disfraz para ocultar la verdad, que no es otra que este gobierno no ha construido ni viviendas, ni grandes obras públicas, ni vialidad, ni parques, ni represas, ni plantas eléctricas. Nadita de nada.
Hay que decirle a los electores que les mintieron desde el principio, con vileza, con perversidad, con maluquería. Que les prometieron villas y castillos y sólo les dieron las boronitas que caían de sus boligarcas mesas de sátrapas sinvergüenzas. Si dulcificamos la cosa, si edulcoramos la situación, el encantador de emociones, este flautista de Hamelín versión tropicaloide, puede volver con sus lágrimas de cocodrilo y convencer otra vez a los electores. Nada es más poderoso que la verdad.
Mejor temprano que tarde
Mucha gente me escribe. Me llama. Me para en el mercado. Me pregunta: “Y tú, ¿qué opinas?” Reza un castizo dicho: “A quien madruga, Dios le ayuda”. El tiempo es un recurso natural no renovable. Los días que pasan se van para no volver jamás. He escuchado y leído sustanciosos y variados argumentos sobre el asunto de cuándo hacer las primarias presidenciales. Ninguno que apoye el dejarlas para el año que viene me convence. Francamente, me aterra que por relegarlas desperdiciemos tiempo para que ese candidato de la Unidad se fortalezca en imagen, conocimiento y prestigio, que son tres elementos fundamentales.
Creo que habrá al principio (y ya los hay) mucho precandidatos. Pero eso a la final decantará en dos. Tiene que ver con costo y con economía del voto. Los que se retiren apoyarán a uno o a otro. Se abrazarán y asunto arreglado. Luego, entre dos quedará la cosa. Y, de nuevo, ganador y perdedor, en acto público, se darán la mano y con un rotundo abrazo sellarán la alianza. Pero el que así ocurra en las alturas no supone que ello se replique debajo de manera automática. He trabajado tanto en los comandos en las alturas como en equipos de base. Y, créanme, las heridas arriban se curan rápido sin dejar mayores cicatrices. Pero abajo, allí donde están los hombres y mujeres que han dejado el cuero fajándose en la precampaña, es mucho el Hirudoid que hay que usar para frotar las almas adoloridas. Para ello, el tiempo es fundamental. La reconciliación –que es indispensable para la campaña presidencial- no ocurre por simple decreto o por sortilegios.
Por otra parte, este país es mucho más grande de lo que algunos sienten. Y el candiadto tiene que pateárselo entero. Con Rosales no pudimos. No tuvimos tiempo. Quedaron miles de pueblos y caseríos sin visitar. Muchos barrios que no entraron en la agenda de campaña. Allí la gente resintió haber sido excluidos. Sintieron que les estaban dando la bofetada del desprecio. Y eso costó muchos votos.
Que si tener un candiadto con mucha antelación significará que Chávez tendrá demasiado tiempo para atacarlo, bueno, no creo que sea un argumento de peso. Nuestro candidato deberá tener la suficiente fortaleza como para aguantar cualquier ataque. De lo contrario, entonces no sería un buen contendiente para enfrentarse al señor hoy apoltronado en Miraflores. Es verdad que esto será un David contra Goliat. Pero si bien David lucía más endeble que Goliat, no era un alfeñique ni carecía de virtudes ejemplares y de una inteligencia envidiable que lo tornaron en vencedor.
Por último, pero no menos importante, está el nada despreciable asuntillo de la posibilidad que el CNE (dominado por el chavismo) decida adelantar las elecciones para septiembre u octubre de 2012. Si ello ocurre (y por haber dejado para tarde lo que pudimos hacer temprano) no tenemos candidato ya muy robusto, estaremos en serios y severos aprietos.
Posibilidades de ganar las elecciones de 2012 las hay. Muchas. Pero hay que trabajar con ahínco, ciencia y conciencia. Démosle al país el mejor regalo de Navidad. Démosle un refresco de convicción y esperanza. Démosle un candidato.
Creo que habrá al principio (y ya los hay) mucho precandidatos. Pero eso a la final decantará en dos. Tiene que ver con costo y con economía del voto. Los que se retiren apoyarán a uno o a otro. Se abrazarán y asunto arreglado. Luego, entre dos quedará la cosa. Y, de nuevo, ganador y perdedor, en acto público, se darán la mano y con un rotundo abrazo sellarán la alianza. Pero el que así ocurra en las alturas no supone que ello se replique debajo de manera automática. He trabajado tanto en los comandos en las alturas como en equipos de base. Y, créanme, las heridas arriban se curan rápido sin dejar mayores cicatrices. Pero abajo, allí donde están los hombres y mujeres que han dejado el cuero fajándose en la precampaña, es mucho el Hirudoid que hay que usar para frotar las almas adoloridas. Para ello, el tiempo es fundamental. La reconciliación –que es indispensable para la campaña presidencial- no ocurre por simple decreto o por sortilegios.
Por otra parte, este país es mucho más grande de lo que algunos sienten. Y el candiadto tiene que pateárselo entero. Con Rosales no pudimos. No tuvimos tiempo. Quedaron miles de pueblos y caseríos sin visitar. Muchos barrios que no entraron en la agenda de campaña. Allí la gente resintió haber sido excluidos. Sintieron que les estaban dando la bofetada del desprecio. Y eso costó muchos votos.
Que si tener un candiadto con mucha antelación significará que Chávez tendrá demasiado tiempo para atacarlo, bueno, no creo que sea un argumento de peso. Nuestro candidato deberá tener la suficiente fortaleza como para aguantar cualquier ataque. De lo contrario, entonces no sería un buen contendiente para enfrentarse al señor hoy apoltronado en Miraflores. Es verdad que esto será un David contra Goliat. Pero si bien David lucía más endeble que Goliat, no era un alfeñique ni carecía de virtudes ejemplares y de una inteligencia envidiable que lo tornaron en vencedor.
Por último, pero no menos importante, está el nada despreciable asuntillo de la posibilidad que el CNE (dominado por el chavismo) decida adelantar las elecciones para septiembre u octubre de 2012. Si ello ocurre (y por haber dejado para tarde lo que pudimos hacer temprano) no tenemos candidato ya muy robusto, estaremos en serios y severos aprietos.
Posibilidades de ganar las elecciones de 2012 las hay. Muchas. Pero hay que trabajar con ahínco, ciencia y conciencia. Démosle al país el mejor regalo de Navidad. Démosle un refresco de convicción y esperanza. Démosle un candidato.
miércoles, 26 de enero de 2011
La trampa de la polarización
En la reunión del cogollo ampliado del PSUV, “micomandantepresidente”, dictó cátedra y líneas. Fueron cinco órdenes de acción política. La quinta fue la repolitización y repolarización. En palabras del individuo: “ Repolarizar: nosotros los patriotas y ellos los vendepatria. Nosotros unidos, una unificación repolitizada repolarizante".
Mucha gente pensará que esto es una babiecada más de “micomandantepresidente”, el eco adormecido de su lamento. Yo no me lo tomo tan a la ligera y sé que en las esferas políticas de los partidos de oposición no menosprecian la amenaza.
Chávez pringó este país de política en su epidermis y su dermis. Aquí todo el mundo habla de política en cualquier parte. En la oficina, el negocio, la casa, la escuela, la universidad, la calle, las panaderías, etc. Chávez politizó el país entero y luego de politizarlo, lo polarizó. Tornó la nación en un escenario de maniqueísmos y sin razones. Algunos alertamos de los peligros de todo eso. Pasó lo que advertimos: el país se “craqueló” en dos pedazos sociopolíticos.
El referéndum para la reforma constitucional de 2007, las elecciones de gobernadores, legisladores regionales y alcaldes en 2008 y las de diputados a la AN en 2010 hicieron que este país, criminalmente dividido en dos “bandos” antagónicos e irreconciliables, se convirtiera en un rompecabezas de piezas posibles de armar, sin que se forzara a una homogeneidad contra natura. Los acuerdos suscritos entre organizaciones, con el apoyo de instituciones de la sociedad civil y personalidades de relevancia, dibujaron y pintaron al fin la Venezuela multicolor. Surgió la unidad. Se produjo un aumento sustancial y progresivo de la votación a favor de la “oposición”. El electorado dejó de sentirse preso en las redes de los bandos. Los factores de oposición entendieron que la gente no quiere un país donde se les exija escoger entre blanco y negro. A los venezolanos nos gusta lo variado. La despolarización como estrategia reveló algo crucial: las organizaciones políticas comprendieron de una vez por todas que ellas se tienen que parecer al país, no pretender que el país se parezca a ellas.
Chávez se asfixia en un escenario despolitizado y despolarizado. Es un mar en el cual no sabe nadar ni navegar. De allí que insista en volver sobre los pasos de años atrás: la radicalización. Por eso habla del “Polo Patriótico” (cadáver insepulto); por eso quiere infestar de nuevo toda la piel nacional con el tema político. En la multiplicidad Chávez pierde.
La oposición debe seguir por la senda que tan buenos triunfos ha rendido. En la variedad está el gusto. No existe comprobación alguna con respecto a que una tarjeta única sea más beneficiosa que el ofrecer al electorado votar por un mismo candidato pero en una diversidad de tarjetas. La meta es una Venezuela democrática, plural, con un estado probo, descentralizado, que esté al servicio de la gente y no que convierta a los ciudadanos en siervos de la gleba. Por ello trabaja disciplinadamente la MUD, en una conjunción estelar política que entiende bien la sinergia. Dejemos que Chávez grite y patalee. Cualquier día de éstos hará como el camarada Kruschov; se quitará el zapato y dará de golpes con él sobre una mesa. Magnifico. Dejemos que se radicalice. El país comprenderá cada día más y mejor que Chávez no se parece a Venezuela y que lo único que quiere es hacer que Venezuela sea idéntica a él y se rinda a sus pies.
Entretanto, trabajemos por la Unidad. Apoyemos a nuestros alcaldes, gobernadores, legisladores regionales, concejales y diputados nacionales. Respaldemos la lucha cívica de las universidades, de los jóvenes, de los sindicatos, de las academias, de los colegios profesionales, de los comerciantes, los productores agropecuarios. Pongámonos de parte de la gente. No nos polaricemos. Radicalizarnos daría al traste con todo lo que hemos logrado y que podemos lograr.
Mucha gente pensará que esto es una babiecada más de “micomandantepresidente”, el eco adormecido de su lamento. Yo no me lo tomo tan a la ligera y sé que en las esferas políticas de los partidos de oposición no menosprecian la amenaza.
Chávez pringó este país de política en su epidermis y su dermis. Aquí todo el mundo habla de política en cualquier parte. En la oficina, el negocio, la casa, la escuela, la universidad, la calle, las panaderías, etc. Chávez politizó el país entero y luego de politizarlo, lo polarizó. Tornó la nación en un escenario de maniqueísmos y sin razones. Algunos alertamos de los peligros de todo eso. Pasó lo que advertimos: el país se “craqueló” en dos pedazos sociopolíticos.
El referéndum para la reforma constitucional de 2007, las elecciones de gobernadores, legisladores regionales y alcaldes en 2008 y las de diputados a la AN en 2010 hicieron que este país, criminalmente dividido en dos “bandos” antagónicos e irreconciliables, se convirtiera en un rompecabezas de piezas posibles de armar, sin que se forzara a una homogeneidad contra natura. Los acuerdos suscritos entre organizaciones, con el apoyo de instituciones de la sociedad civil y personalidades de relevancia, dibujaron y pintaron al fin la Venezuela multicolor. Surgió la unidad. Se produjo un aumento sustancial y progresivo de la votación a favor de la “oposición”. El electorado dejó de sentirse preso en las redes de los bandos. Los factores de oposición entendieron que la gente no quiere un país donde se les exija escoger entre blanco y negro. A los venezolanos nos gusta lo variado. La despolarización como estrategia reveló algo crucial: las organizaciones políticas comprendieron de una vez por todas que ellas se tienen que parecer al país, no pretender que el país se parezca a ellas.
Chávez se asfixia en un escenario despolitizado y despolarizado. Es un mar en el cual no sabe nadar ni navegar. De allí que insista en volver sobre los pasos de años atrás: la radicalización. Por eso habla del “Polo Patriótico” (cadáver insepulto); por eso quiere infestar de nuevo toda la piel nacional con el tema político. En la multiplicidad Chávez pierde.
La oposición debe seguir por la senda que tan buenos triunfos ha rendido. En la variedad está el gusto. No existe comprobación alguna con respecto a que una tarjeta única sea más beneficiosa que el ofrecer al electorado votar por un mismo candidato pero en una diversidad de tarjetas. La meta es una Venezuela democrática, plural, con un estado probo, descentralizado, que esté al servicio de la gente y no que convierta a los ciudadanos en siervos de la gleba. Por ello trabaja disciplinadamente la MUD, en una conjunción estelar política que entiende bien la sinergia. Dejemos que Chávez grite y patalee. Cualquier día de éstos hará como el camarada Kruschov; se quitará el zapato y dará de golpes con él sobre una mesa. Magnifico. Dejemos que se radicalice. El país comprenderá cada día más y mejor que Chávez no se parece a Venezuela y que lo único que quiere es hacer que Venezuela sea idéntica a él y se rinda a sus pies.
Entretanto, trabajemos por la Unidad. Apoyemos a nuestros alcaldes, gobernadores, legisladores regionales, concejales y diputados nacionales. Respaldemos la lucha cívica de las universidades, de los jóvenes, de los sindicatos, de las academias, de los colegios profesionales, de los comerciantes, los productores agropecuarios. Pongámonos de parte de la gente. No nos polaricemos. Radicalizarnos daría al traste con todo lo que hemos logrado y que podemos lograr.
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